Llueve sobre mojado, pues se exige también una reforma laboral “en
condiciones”, supuesta panacea para la reactivación económica y para una
hipotética creación de empleo. Según nuestros dirigentes y sus asociados mediáticos, no hay más
remedio. Las medidas ya están encima de la mesa y, por lo visto, sólo nos
queda el derecho al pataleo, mientras nos vemos obligados a tomar conciencia de
nuestra precipitación en lo que antes se llamaba el Tercer Mundo.
Me
parece vergonzoso que nos vengan con estas “reformas” cuando nada
serio se ha hecho contra los causantes de la catástrofe económica global. Constato que a los gobiernos les resulta mucho más fácil
obligar a sus ciudadanos a apretarse el cinturón que meter en cintura a los tiburones de las finanzas. No sólo se inyecta
nuestro dinero para salvarlos (el que tenemos y el que supuestamente ganaremos) ; también se nos priva de derechos adquiridos tras
un prolongado esfuerzo colectivo, de varias generaciones, lo que ya es el
colmo. No he visto forma más loca
de poner en entredicho el contrato social, ni forma más demente de abusar de la
legitimidad democrática, ni manera más imperdonable de poner en peligro la
cohesión social.
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