No es que a mi me parezca educado soltar blasfemias, pero a saber qué se acaba entendiendo aquí por blasfemia. Al final, puede resultar que, sin decir ninguna cosa malsonante, uno acabe siendo acusado de la horrible falta.
domingo, 3 de enero de 2010
BLASFEMAR, CON MULTA…
No es que a mi me parezca educado soltar blasfemias, pero a saber qué se acaba entendiendo aquí por blasfemia. Al final, puede resultar que, sin decir ninguna cosa malsonante, uno acabe siendo acusado de la horrible falta.
domingo, 27 de diciembre de 2009
LA LLAMATIVA DESLOCALIZACIÓN DE MERCEDES…
lunes, 21 de diciembre de 2009
LECTURAS RECOMENDADAS
domingo, 13 de diciembre de 2009
OBAMA, PREMIO NOBEL DE LA PAZ…
No deja de ser penosamente instructivo que el mismo día en que tocaba celebrar un nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), nos tengamos que ver con la pieza oratoria que el presidente Barack Obama pronunció en Oslo.
El flamante premio Nobel de la Paz ha hecho saber al mundo que debemos contarlo entre los defensores de la “guerra justa”, cuyos requisitos –esto no lo dijo– fueron establecidos allá por el siglo XIII. El problema, desde entonces, han sido precisamente las guerras justas, no en la teoría sino en la práctica. Imbuido un jefe militar de la creencia de que está librando una guerra justa, ¿quién lo va a parar? Tenemos mucha y muy triste experiencia al respecto.
A juzgar por la pieza oratoria de Oslo, bien se ve que Obama es un avezado jurista, que sabe matizar, que trata de hacerse entender, que procura mostrarse ecuánime, pero precisamente por ello el resultado se puede considerar más inquietante que la impetuosa tosquedad de su predecesor, el cristiano renacido George W. Bush. No debo ocultar mi preocupación. Junto al oscurantismo religioso, nos ronda otro no menos deletéreo, de orden puramente intelectual, de mal pronóstico también. ¿Se puede confundir el ejemplo de Mohadas Gandhi o de Martin Luther King, hombres grandes de verdad, con… el de Ronald Reagan? Obama acaba de hacerlo, con naturalidad pasmosa.
lunes, 7 de diciembre de 2009
LOS DAÑOS QUE NO QUEREMOS VER
Contamos los muertos, nos acordamos a veces de los heridos, calculamos el número de los hambreados, e incluso el de los obesos, pero pasamos por alto sistemáticamente todo lo relativo a los daños físicos, emocionales e intelectuales que arruinan el desarrollo de los supervivientes, de las personas “normales” e incluso de las afortunadas, por lo general corroídas por dentro. Ni siquiera vemos esos daños.
Si un artista frustrado es un buen contable, si un hombre de espíritu acaba convertido en un amargado jefe de personal, no vemos el menor motivo para preocuparnos. Un especialista en gases a baja presión, aunque no sepa reír, nos parece admirable y digno de imitación, sobre todo si tiene una piscina en el jardín. Si un muchacho se hace con un máster –con cualquiera–, sin duda merece un aplauso, como su familia, aunque ésta vaya a rastras por la vida.
Si un joven es más listo de lo que conviene a sus coordenadas sociales y laborales, no nos damos cuenta. Si un parado encuentra trabajo, aunque sea en un sótano y sólo por treinta días, nos alegramos sin el menor remordimiento. Si nos presentan al hijo de una pareja de desdichados, a duras penas nos daremos cuenta de que tendrá problemas que no merece. Si nos enteramos de que unos niños trabajan recolectando flores, nos complacemos en la idea de que así pueden contribuir a mantener a sus familias. Pues bien, todo eso es lamentable. Una civilización que se asienta sobre la idea de que el ser humano se debe conformar con una décima parte de sus posibilidades está condenada al fracaso.
jueves, 3 de diciembre de 2009
AFGANISTÁN ME DUELE
Acabo de leer el discurso pronunciado por Obama en la Academia de West Point, sin encontrar, en el fondo, nada nuevo, ningún motivo esperanza. Por lo que se ve, ha optado por una especie de huida hacia adelante. Enviará al frente treinta mil soldados más y pide a los aliados que no dejen a Estados Unidos en la estacada. Es inevitable recordar que la Unión Soviética se desangró precisamente en Afganistán.
Según parece, el trabajo de “estabilización” debe estar concluido en dieciocho meses. No termino de comprender cómo se puede aspirar a ello en tan breve plazo, tras ocho años de infructuosos esfuerzos. Ahora, ya con poco dinero para modernizar aquello, con la maquinaria militar forzada al máximo, se busca el KO, al parecer a la desesperada, lo que promete una gran violencia.
Con tan corto espacio de tiempo para cumplir su misión, los soldados norteamericanos y sus aliados se verán en una disyuntiva atroz sobre el terreno. Seguir como hasta ahora, o lanzarse a por todas sin ningún miramiento. Por eso, si cabe, Afganistán me duele más que ayer. Los afganos inocentes, que se verán pillados entre varios fuegos a la vez, merecían algo mejor de nosotros.
lunes, 30 de noviembre de 2009
LOS LÍMITES DEL PACIFISMO
Un lector atento me llama la atención sobre el calificativo “salvajada” que apliqué a la II Guerra Mundial. ¿Acaso he llamado “salvajes” a quienes lucharon contra el nacionalsocialismo y, por extensión, a quienes defendieron la República en la batalla del Ebro? Se trata, desde luego, de una cuestión de máximo interés. ¿Es el pacifismo un valor absoluto, o hay que admitirle un límite?
Yo estoy convencido de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, cuyo aniversario toca celebrar el 10 de diciembre, fue redactada con un agudo conocimiento de causa. Tras los sufrimientos ocasionados por dos guerras mundiales casi seguidas, la humanidad tuvo un momento de lucidez, al que conviene volver una y otra vez.
La Declaración apunta, toda ella, a crear el marco de una convivencia pacífica, como salvaguarda de los derechos de la persona, que deben ser protegidos, nos dice, para que nadie se vea “compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Este matiz, que figura en el preámbulo, responde con suficiencia, creo yo, a los interrogantes planteados.
La Declaración reconoce los límites del pacifismo, y si identificamos la causa de los Aliados o la de los republicanos españoles con la causa de la libertad, no está bien confundirlos con sus enemigos. Lo reconozco. Pero mi propósito era –es– defender, punto por punto, dicha Declaración. Y tengo claro que la humanidad no puede permitirse una recaída en la violencia, siendo el pacifismo una opción prioritaria, como se afirma en el texto de 1948.
Sólo me resta añadir que considero una torpeza renunciar al pacifismo –o tan solo escarnecerlo– a la luz de situaciones históricas excepcionales, como las evocadas por mi anónimo comunicante.
En la mayor parte de los enfrentamientos bélicos padecidos por la humanidad en los últimos dos mil años, la divisoria entre los buenos y los malos ha sido más que dudosa; y encima, las victorias han venido acompañadas y seguidas por realidades infames desde la óptica moral de los idealistas caídos. El pacifismo de hoy –o al menos, en el que yo me reconozco– no sólo se nutre de la conciencia de que el potencial bélico de la humanidad no permite la menor condescendencia con respecto al empleo de la violencia; también se nutre de las páginas poco edificantes del registro histórico, las mismas que, leídas las noticias de cada día, dejan una amarga sensación de déjà vu…