Hay que
conservar la sangre fría, pues esta crisis está a punto de ser ladinamente
aprovechada por quienes desean acabar con nuestro rudimentario Estado de
bienestar, ya carcomido por tres décadas seguidas de raspado neoliberal.
Hay que
mirar a los ojos a los voceros de la crisis, pues no todos son iguales. Unos la
padecen, simple y dolorosamente, pero otros –los que dicen tener soluciones–, están en otra cosa, más bien oscura, siento decirlo.
La idea
es hacer pagar a los más débiles no sólo la crisis sino también la propulsión
de la economía española hacia cotas jamás soñadas. Claro que para ello habrá que renunciar a la solidaridad y
a la cohesión social, no paso a pasito, como ha sido costumbre hasta la fecha, sino
de forma súbita, sin el menor debate parlamentario, cuando el paciente esté
maduro, esto es, paralizado por el miedo.
Quizá no falte mucho.
La
flexibilización del mercado laboral y la refundación a la baja del sistema de
pensiones forman parte del abecé neoliberal, de modo que ya sabemos a qué
atenernos: ni con la una ni con la otra han salido del agujero las clases
medias y bajas de los países que se vieron obligados a pasar por el aro. No por casualidad, alguien ha tenido la
ingeniosa idea de sugerirles a los griegos que vendan islas a buen precio…
Otros países en parecida situación han tenido que vender o alquilar a sus
propios hijos, algo así como una "oportunidad" cazada al vuelo.
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