En
los próximo años veremos qué tal le va al sistema político, teóricamente basado
en el consenso entre gobernantes y gobernados. Como bien nos ha hecho notar
James Petras, dicho sistema se ha desplazado, todo él, hacia la derecha.
Bien
está que derecha e izquierda no choquen como ciegas placas tectónicas, pero no
estoy nada seguro de que se obre con tan loable propósito. Se oyen demasiados
insultos. Hay gente que parece empeñada en hacer chocar dichas
placas, como si nadie creyera posible que se produzca un terremoto. Hay mucho irresponsable suelto, convencido de que se puede abusar indefinidamente de ese bien precioso llamado legitimidad.
La
izquierda se ha vuelto acomodaticia, confiando en las bondades de la democracia
de audiencia y en los regentes de la economía planetaria, exponiéndose con ello
a que buena parte de sus electores se queden sin representación política
normal. La vemos operar sobre asuntos interesantes pero secundarios, como el matrimonio entre
personas del mismo sexo, la igualdad de género o el aborto, pero
sin tomar la iniciativa en los dominios de la economía, donde va a remolque de
lo que digan dichos regentes.
La
pérdida de contenido de la izquierda explica su profunda
crisis de identidad y su indecisión. Por su parte, la derecha, grande o
pequeña, se aprovecha de la situación, ya metida en una mutación de alcance
impredecible. La derecha tradicional aprendió a no pasarse de la raya, la de ahora ha redescubierto a Ricardo y a
Spencer a la vez y se ha tomado al pie de la letra la indicación de Hayek, en
el sentido de que no hay que ser “conservador”.
Vamos a ver hasta dónde la lleva
su originalidad.
Duras enseñanzas históricas hicieron posible el sentido social de
personajes de derechas como Adenauer o De Gaspari. Olvidadas dichas
experiencias (sobre las que se basó el consenso de la posguerra y la promoción
de la clase media, así como la fecunda dialéctica de democristianos y socialdemócratas),
la derecha de hoy va a lo suyo con desenvoltura creciente. La idea de repartir
el pastel pertenece al pasado, como el propósito de cultivar la cohesión
social.
La izquierda acomodaticia y la derecha
desenvuelta pretenden ofrecernos, palabras más o menos, una versión así o asá
del capitalismo salvaje, al que, por supuesto, tendremos que llamar “economía
de mercado”. La
publicitada creencia de que ya no tiene sentido hablar de izquierda y derecha,
como la historieta del fin de la historia convienen al extraño negocio.
Pero no pasan de ser cuentos posmodernos, que ya veremos cómo aguantan los
embates de la inclemente realidad que se nos ha echado encima.
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