Todo
indica que nos vamos adentrando en una fase caracterizada por actividades de
vampirismo económico especializado, dirigidos a “la pobre gente que paga
impuestos”, una expresión medieval que
haríamos bien en recuperar.
Lo serio
sería meter mano a las arcas de quienes han causado esta crisis y proceder a lo
que en su momento se consideró inevitable, a saber, a la refundación del
capitalismo sobre una base sensata, como se hizo en Bretton Woods. Pero no se
hará ni lo uno ni lo otro, y es de temer que el ciudadano de a pie sea objeto de
pequeñas succiones. La gracia está en no
alterar las reglas del juego y en la aparente insignificancia de los ataques a
su bolsillo. La libertad de mercado, para los peces gordos, para los demás succión.
La suma
total de lo succionado a muchísima gente promete grandes cosas, y lo que pueda
sucederles a los que se queden exánimes no representa ninguna clase de obstáculo
moral. Ya hay que pagar por la recogida de basuras, hasta ayer un servicio público
gratuito. Los radares situados en puntos estratégicos de la ciudad y de la red
de carreteras atacan el bolsillo de los conductores más prudentes… Nada de esto
es casual, como no lo será pagar un canon en función de la complejidad del
arreglo capilar.
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