A creer a los medios de comunicación y a los gobiernos occidentales, a
creer a las Naciones Unidas y a la OTAN,
la intervención en Libia se debió a las más nobles intenciones. Se trataba de proteger a la población
civil contra el sanguinario Gadafi.
Este mensaje fue repetido una y mil veces. Era, nos dijeron, una
intervención humanitaria, y las intervenciones humanitarias no se
discuten.
Supongo que es muy agradable creer en la historia oficial, pero bien
claro ha quedado que todas esas bellas palabras han servido para encubrir un
golpe neocolonial en toda la regla, motivado por intereses geoestratégicos y
petroleros. Primero se introducen armas y mercenarios acompañados de asesores,
luego se habla de la barbarie del líder atacado, y empiezan los bombardeos
encaminados no a proteger a los
civiles sino a acabar con él.
La
gente de bien se resiste a creer que los más altos poderes puedan ser tan
increíblemente hipócritas, tan cínicos, de ahí la eficacia de la retórica neocolonial. Ahora, según parece, la misma fórmula se está aplicando en
Siria. Se nos hace saber que Bashir Al Assad es una bestia, un genocida, y algo
habrá que hacer para poner fin a su régimen, otra vez por razones humanitarias,
expresión que a estas alturas debería darnos grima, por el tufo goebellsiano
que despide a tres leguas.
La
información no oficial nos habla de una operación
multinacional contra Al Assad, similar a la que acabó con Gadafi. Se
instruye a rebeldes, se les arma, se les paga, etc. y se proclama a los cuatro
vientos que Al Assad está disparando por pura maldad, no para defenderse. En
este caso, de gran peso son los intereses geoestratégicos de Israel, y principalmente,
todo lo que se refiere, ya que no al petróleo, al control del agua. Y es que ya
hemos entrado una fase terminal, en la que se lucha por
recursos naturales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario