De seguir las cosas
por este camino, ser demócrata, ser europeísta, ser español o griego dejará de
tener sentido, salvo para la nostalgia.
Está visto que la clase política europea no se atreve a
poner freno a los poderes económicos de ambos lados del Atlántico: les tiene un miedo espantoso, por no hablar de los intereses particulares. Que son poderes temibles, eso ya lo sabemos. Pero hay que
tener en cuenta que, una de dos, o saca fuerzas de flaqueza y les para los pies,
o se verá pillada entre dos fuegos, viéndose obligada a elegir luego, sin duda
a la desesperada, de parte de quién se pone, ya sin posibilidad alguna de
engañar a nadie.
Porque
de seguir las cosas así, dicha clase política tendrá que vérselas con una
rebeldía generalizada, con una desobediencia creciente, consecuencia directa de
la pérdida de legitimidad. Llegados a cierto punto, al parecer cercano, ya sólo
le quedará apelar a las fuerzas del orden público, obligándolas a ir más allá
de lo permisible en un sistema democrático digno de tal nombre.
Sépase que es bastante más
fácil meter en cintura a los poderes económicos que meter en cintura a los pueblos
irritados con razón. Y nuestra clase política debería recordarlo. ¿O es que no
lo recuerda porque lo ignora, porque no sabe nada de historia? A ella le toca
decir basta, no a los pueblos, pero si ella se obstina en ir por la línea del
menor esfuerzo a costa del bien común, ¿qué cree que va a pasar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario