Hace tiempo que el sueño europeo degeneró en pesadilla. Y ahora vienen
las consecuencias, en forma de crisis del euro, negociaciones a puerta cerrada,
desprecio por el bien común y gobiernos carentes de legitimidad democrática
como los de Grecia e Italia.
Europa
se ha labrado su desgracia a pulso, y sus bien alimentados y doctos dirigentes
carecen de disculpa. Todavía vale
la pena leer El sueño europeo, de
Jeremy Rifkin, pero no para hacerse ilusiones, sino para lamentar lo que pudo
ser y no fue.
Esos dirigentes, lejos de afirmarse en la singularidad europea heredada
de Adenanuer, De Gasperi y Monet,
se dejaron acunar por los mantas neoliberales que venían del otro lado del
Atlántico, hasta marearse, hasta perder la conciencia histórica. De ahí que confiasen la Constitución
europea al neoliberal atlantista Valery Giscard d’Estaing, el amigo de Bokassa,
de ahí que, rechazado el aborto consiguiente por la ciudadanía, prefiriesen
seguir adelante sin ninguna Constitución. No querían verse con las manos atadas por un documento serio.
De ahí que se cuidasen muy mucho de suscribir una Carta Social. Y ahora
precisamente vemos las consecuencias, y ellos se ven con las manos libres para
acogotar a los pueblos.
Europeísta convencido, yo todavía recuerdo mi estupefacción al descubrir
que el secretario general del Partido Popular Europeo no era otro que Alejandro
Agag, el cuñado de Aznar. ¿Qué
pintaba este avispadísimo hombre
de negocios en ese puesto? ¿A tal
punto había degenerado el centro-derecha europeo? Pues sí. Y también el centro
izquierda se había ido al diablo, comprado y enviciado.
Todo el sistema se había desplazado
hacia la derecha, y tanto los prohombres de la derecha como los de la
izquierda, pisoteados sus respectivos ideales democristianos y
socialdemócratas, se entendían de maravilla –mafiosamente– en clave neoliberal.
Los resultados, a la vista. Para esta gente, desde el primer momento, el mayor
estorbo ha sido el Estado social europeo, una rémora intolerable desde la óptica
neoliberal. Ahora se están dando el lujo de dejarlo en los huesos. Tomemos nota
los europeos desprevenidos: en los Estados Unidos hay casi cincuenta millones
de pobres –catorce de ellos en las alcantarillas– y unas desigualdades que
claman al cielo. Debería bastarnos un vistazo a ese país para saber lo que nos
espera. Es tarde para pedirles a los máximos dirigentes europeos, parte de los
cuales no dependen para nada de nuestros votos, un mínimo de respeto por los
valores de la vieja Europa, pues viven de copiar y de servir a sus oscuros
patrones.
Con todo, no debemos meter a todos los políticos europeos en el mismo saco. A los que quieran rebelarse contra esa mafia, hay que apoyarles, bien que exigiéndoles que nos den cuenta de su existencia.
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