El
infortunado Papandreu quemó su último cartucho al anunciar la convocatoria de
un referéndum. Pretendía que el pueblo griego se pronunciase a favor o en contra
del plan de rescate que lo dejará entrampado para los restos. De paso, pretendía presionar un poco al cerco de chantajistas, o al menos ganar tiempo, y también
reducir su responsabilidad personal. Las Autoridades Supremas no le permitieron seguir por ese camino a
pesar de que el buen hombre no diese la menor prueba de trabajar a favor de una
respuesta negativa. ¿Y si lo perdía, y si ganaba el no? ¡Con lo sensibles a la
incertidumbre que son los mercados!
Papandreu acaba de tirar la toalla y se constituirá un “gobierno de
unidad”, un “gobierno de coalición”. En lugar de irse directamente a su casa,
Papandreu negocia el invento con su rival
Antoni Samaras, el líder de Nueva Democracia, hasta hace poco resistente
al chantaje financiero que padece su país. El resultado de todo esto –lo veo venir–
es la trituración del sistema democrático griego. El partido socialista griego
y el partido de Samaras se irán juntitos por el sumidero de la historia.
Y es que ahora lo único que importa es imponer las reformas canallas,
dar seguridades al poder financiero global, en el loco supuesto de que será posible torear indefinidamente a los pueblos.
Por su parte, el señor
Berlusconi pretende dejar su dimisión “para después”. Antes de irse, nos dice, "tiene" que aplicar el plan de
reformas canallas que le han dictado. A primera vista, sólo pretende salvar sus
propios muebles y ganar tiempo, en la seguridad de que sus rivales, enclenques y mal avenidos, no sabrán qué hacer. Pero la cosa es más compleja, y va más allá de Berlusconi.
El
citado plan, flagrantemente contrario al bien común, centrado en dar una satisfacción
creciente a una minoría rapaz e insaciable, tiene, entre otras
particularidades, la de consumir políticos y sistemas políticos enteros, y la
de ir de menos a más. Los que mueven los hilos proceden por etapas, alternando las promesas con las violencias, en plan usurero clásico, en plan proxeneta. Y se trata de un viaje a lo
desconocido.
El plan canalla carece de límite: su lógica, que no es otra que la
de un chantaje, no lo tiene. Aquí, Zapatero ha acabado en los huesos, pero igual
acabará su sucesor. Unos años más, y tendremos un formidable plantel de espectros
políticos en un paisaje desolado. Lo único sano es la indignación que todo esto nos produce.
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