jueves, 28 de enero de 2021

LA NEODERECHA Y LA LIBERTAD

    La neoderecha se distingue de la vieja derecha conservadora de toda la vida por su conversión en masa al neoliberalismo, la religión política de la posmodernidad, una forma de sadocapitalismo de la que solo cabe esperar una acumulación de desgracias humanas y planetarias. 
      Entre otras particularidades, la neoderecha se caracteriza por el uso que hace de la palabra libertad, una palabra que los conservadores de pasados tiempos administraban con comprensible avaricia. ¡Libertad!, grita la neoderecha venga o no a cuento. Ya se han quedado con la palabra, como si les perteneciese en exclusiva, y los más de sus peones se dicen libertarios, nada menos, mientras agitan banderas confederadas o arremeten contra el aborto o el matrimonio gay.  Es evidente que les trae sin cuidado el asco que sus burdas contradicciones ocasionan a los espectadores ilustrados. De hecho, son perfectamente capaces de ser a la vez muy patriotas y muy neoliberales. Cosas de la libertad...
      Esto viene de lejos, y ha dado lugar a un curioso mecanismo de dominación intelectual en el que participan desde las gentes indoctas hasta intelectuales orgánicos de diversa categoría. Ya ha cuajado una mentalidad antiilustrada que amenaza con llevarnos a una edad oscura como no hubo otra igual. De modo que no nos extrañe que Mario Vargas Llosa y Fernando Savater hayan arremetido públicamente contra actuaciones gubernamentales encaminadas a la contención del coronavirus –como si estas atentasen contra la libertad y sirviesen a propósitos ocultos–, metidos ambos dos en el mismo rollo asocial de los Bolsonaro, los Trump y los salidos a las calles en lujosos coches para protestar contra el confinamiento impuesto por el dictador Sánchez. Esta locura tiene su historia.
   Después de leer a Gramsci, habiendo comprendido la necesidad de ganar la batalla de las ideas, el movimiento retrógrado que hizo posible la contrarrevolución triunfal de los muy ricos, empezó a hablar de libertad a todas horas, y esto desde mediados de los años setenta según he podido comprobar.
     La libertad era del gusto de todos, claro, y se consideró genial vocearla para hacer trizas el consenso keynesiano, el espíritu del New Deal y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Libertad, frente al Estado, en primer lugar, y libertad para hacer negocios contrarios al bien común. Tomemos nota: Friedrich Hayek  declaró que él no era un conservador, sino otra cosa mejor, un libertario. Lo que hacía juego con la idea de que la sociedad no existe, ni tampoco la responsabilidad social. 
      Desde el principio se vio que se podía ser libertario y carca a la vez, ¿por qué no? La neoliberal Margaret Thatcher pedía libertad económica y al mismo tiempo demandaba un regreso a la moral victoriana. ¿No lo recuerdan? Ronald Reagan liberalizaba la economía y se las daba de seguidor de Jerry Falwell, un telepredicador capaz de afirmar que los dinosaurios se extinguieron por no caber en el arca de Noé. A fin de cuentas, cualquier tontería podía ponerse bajo la bandera  de la libertad. Eso sí, había que tener tragaderas y mucha jeta si pensamos en los resortes represivos del movimiento, ciertamente temibles. Estos fanáticos de la libertad acabarían convirtiendo a los partidarios del aborto en asesinos, en lo peor de lo peor.
   Mucha gente creyó que se hablaba en defensa de su libertad y no de la libertad de los peces gordos. Tremendo malentendido. No costó nada asociar la no libertad con el Estado y, ya puestos, con la izquierda en general. Se trabajó en firme para que las buenas gentes se convenciesen de que la socialdemocracia es lo mismo que el comunismo y el comunismo igual al estatismo soviético o norcoreano, variantes de la no libertad asociadas a la miseria (¡como si no hubiera cuarenta millones de pobres en Estados Unidos, no se cuántos viviendo en coches y alcantarillas!).
    Otra genialidad de las eminencias grises de la citada contrarrevolución fue propalar la creencia de que hay un pensamiento únicopolíticamente correcto, un supuesto invento de la izquierda tramado con el propósito de negarte la libertad de expresión y de ocultar las realidades más obvias. Dicho pensamiento te impide decir cuatro verdades sobre los homosexuales, los transexuales, las feministas, los negros, los musulmanes y los emigrantes, como te impide hablar mal de la democracia. Según los publicistas del movimiento retrógrado, ya estamos sometidos a la dictadura de tal pensamiento. De donde resulta que es prácticamente un deber ponerse a decir barbaridades contra esos grupos, contra el sistema político y, si se tercia, afirmar que la tierra es plana, que el calentamiento global es una chorrada, que coronavirus es una mentira y que el Holocausto no tuvo lugar. 
   Estamos, pues, ante  un movimiento antiilustrado de lo más peligroso, y por si alguna duda nos quedase, tomemos nota de que aquí solo se habla de libertad, y nunca, ni por descuido, de igualdad y fraternidad.  La izquierda, así lo entiendo, cometería un error imperdonable si se dejase afanar la libertad por estos descuideros. Le toca reivindicar a todas horas el lema clásico de la modernidad: libertad, igualdad y fraternidad. De paso, se librará de que ese movimiento retrógrado la siga cañoneando a placer con el argumentario de la Guerra Fría con la clara intención de arramblar con las conciencias de millones de despistados. Tal y como están las cosas, ni la igualdad ni la fraternidad sobrevivirán si simplemente las damos por  sentadas y por resistentes al silencio.

domingo, 24 de enero de 2021

ILUSTRACIÓN LIBERAL VS. OSCURANTISMO RETRÓGRADO

       Decía Jacobo Timerman que  un periódico llamado a triunfar debía ser de derechas en lo económico, de centro en lo político y de izquierdas en lo cultural…  Y he aquí que el Partido Demócrata estadounidense, los partidos socialistas de España, Francia, Gran Bretaña, Italia y Grecia  llevan no se cuántos años ateniéndose a esa fórmula. Un partido político no es un periódico, pero da igual, por tratarse de la fórmula magistral de la acomodación. 

    Como en los períodos electorales la derecha pugna por centrarse, como se entiende con la izquierda en clave neoliberal en los asuntos económicos, se comprende que lo cultural se haya convertido en un campo de batalla prácticamente de común acuerdo. Luchar no sale demasiado caro y el establishmenttiene a gala dejar hacer, pues para nada le afectan las tremendas discusiones. Viene bien diferenciarse en algo, una manera de disimular el compadreo en el plano económico. De lo que se ha seguido cierta apariencia de vida política en un terreno alejado de las cuestiones de poder propiamente dichas. Lógicamente, Reagan era partidario de la Moral Majority, lógicamente Clinton normalizaba la situación de los homosexuales en el ejército. Todo iba según lo esperado. Ya llegaría la crisis del 2008, y ya llegarían Trump, Bannon y algunos más dispuestos a echar tanta gasolina al fuego que la cosa se acabaría descontrolando. 

     A la izquierda le ha venido bien ponerse en vanguardia en temas culturales, e incluso provocar a los del otro lado con algunos avances notables, como, por ejemplo, ofrecer a las chicas la posibilidad de abortar sin la autorización de sus padres. Durante un tiempo, la cosa le funcionó,  pero luego, sobre todo a partir de la crisis  del 2008, la gente, harta del juego de derechas en lo económico, empezó a abandonarla, renunciando a la compensación cultural. A partir  de entonces, la ruina. Los socialistas franceses han tenido que vender hasta su sede. Los italianos, desaparecidos, igual que los griegos… Si el PSOE se salvó de la quema se lo debe agradecer  a Pedro Sánchez, no a las vocecillas de su consejo de ancianos. (De momento, es un caso aparte, la excepción que confirma la regla, pues nada nos indica, ni siquiera su coyuntural asociación con Unidas Podemos, que haya renunciado a la fórmula de Timerman.) 

       Pringarse en proyecto neoliberal no podía salirle gratis a la izquierda. En un giro dramático, muchos de los suyos han acabado por cambiar de  bando,  entregándose a Trump, Le Pen, Abascal o Meroni. El fenómeno ha merecido cierta atención. De lo que se ha hablado poco es de las implicaciones culturales. 

      Los usos y costumbres, como las leyes y la propia moral, están sometidos a la historicidad. Los tiempos cambian y lo hacen por motivos diversos, no solo por los caprichos y listezas del poder político.  Hay que tener en cuenta la opinión pública, las demandas de las minorías, las consideraciones de los juristas y  los avances científicos. Y hay que tener en cuenta también, para ver el cuadro completo, los movimientos de resistencia que provocan los cambios. Asociados estos a la iniciativa de vanguardias elitistas, la resistencia suele ser virulenta por abajo y bastante previsible. Los cambios asociados a la globalización, traerían reacciones nacionalistas, como ya predijeron Toffler y otros hace muchos años, de modo que no hay de qué extrañarse, como tampoco del enojo de los machos cuestionados por la marea feminista. Siempre hay resistencia, que puede ser normal o directamente patológica, lo que depende de los dichos y maneras de la elite contraria a los avances, y no de lo que se grite en un bar. Si esta elite juega a confundir la posibilidad de abortar con una licencia para matar o con el mismísimo Holocausto, la cosa se ha salido de madre patológicamente.

     La ciencia nos ayuda a progresar, y por lo mismo siempre ha puesto a la defensiva a las personas conservadoras. Ahora bien, lo nuevo, lo propio de nuestra época, es el regodeo en la contrailustración, una actitud que distingue a la derecha retrógrada de nuestros días, capaz de negar el cambio climático y la mismísima pandemia. La señora Thatcher no se rió del cambio climático; Trump, sí.  Las cosas han ido a peor. Y ya hemos llegado al punto en que hay por todas partes intelectuales empeñados en denunciar no se qué  pensamiento único políticamente correcto en el cual incluyen  todas las proposiciones científicas que les llevan la contraria. 

    La izquierda nos ha fallado en muchas cosas, pero hay que reconocer que ha sabido hacerse eco de los avances científicos y trasladarlos a leyes que merecen el título de progresistas. La despenalización de la homosexualidad y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo  son buenos ejemplos. Estos avances se entienden muy bien a  la luz de la ciencia. La homosexualidad no es una enfermedad y la orientación sexual ni se escoge a voluntad ni puede modificarse a fuerza de descargas eléctricas. ¿Y qué hace la derecha retrógrada? Se subleva contra la ciencia, en este  punto como en otros. 

    En cuanto a los derechos de la gente de color, ha sucedido algo parecido.  Recuerdo que a  finales de los años setenta,  unos reaccionarios enfurecidos por las leyes contrarias a la discriminación racial se sacaron de la manga la raciología. A ver si  conseguían reponer la creencia de que los blancos son más inteligentes que los negros o los amarillos. El invento no tenía porvenir. Descifrado en genoma humano, quedó claro que raza es un concepto social, no científico, o directamente, como dijo Luigi Cavalli-Sforza, un arcaísmo. Todos pertenecemos a la misma raza, originaria de África, y no le demos más vueltas al asunto. En definitiva, ya condenada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la discriminación racial carece de asidero científico.  Pero, claro, los supremacistas blancos no se inmutan, en el supuesto de que las conclusiones de los científicos no pasan de ser emanaciones de lo políticamente correcto, una maliciosa creación de la izquierda. De aquí que publiciten cualquier voz excéntrica y bizarra que vuelva a las andadas con la afirmación de que los negros son inferiores a los blancos, de ahí que se  revuelquen en la porquería del Ku-Klux-Klan. 

    Y naturalmente, la izquierda oficial juega sus cartas, a sabiendas de que son fuertes. Por ejemplo, ahora mismo, Joe Biden se hace acompañar por Kamala Harris, nombra una transexual para no sé que puesto y pone a un afroamericano al frente del Pentágono. He aquí nombramientos perfectamente normales, pero también gestos de inteligencia para la parte de la sociedad que se vio maltratada durante el mandato de Donald Trump. 

      A saber cómo sigue la batalla.  Lo más preocupante es el descarado irracionalismo del bando retrógrado. Los conservadores al antiguo modo, los responsables del mantenimiento de una derecha civilizada, en teoría capaces de entender tales o cuales avances de la ciencia y de hacerse eco, hasta cierto punto, de las demandas sociales, se han dejado arrebatar todas las tribunas. A diferencia de ellos, los retrógrados van de frente: atacan descaradamente a los afroamericanos, a las mujeres y a los homosexuales. 

    Un vistazo a los titulares de la revista Breitbart patrocinada por el multimillonario Robert Mercer y dirigida por el tenebroso Steve Bannon, nos lo dice todo: ¿Preferiría que su hija tuviera feminismo o cáncer?, Los derechos de los gays nos han hecho más tontos; hay que volver a meterlos en el armario. No hay discriminación en el empleo de mujeres en las empresas tecnológicas, es que la cagan en las entrevistas. Informe: Las minorías raciales superarán en número a los blancos en treinta años. Terrorismo [negro] contra los blancos. Los cristianos son ya minoría... ¡Todo por el estilo! 

      Así se expresa la llamada derecha alternativa, echando gasolina al fuego del resentimiento. Debo hacer notar que esta derecha se vino arriba con Trump, en el preciso momento en que el neoliberalismo económico se había quedado sin conejos en la chistera y casi sin palabras. Sí, había mucha gente abandonada por el elitista Partido Demócrata, desesperada, en situación de inflamarse patrióticamente y de afiliarse a una contrarrevolución contra los afroamericanos, las mujeres y los homosexuales (y tan distraída que ni se fijaba en que le estaban robando la cartera). Los señores Robert Mercer, Andrew Breitbart y Steve Bannon vieron su oportunidad y la aprovecharon. Evidentemente, había muchos hombres blancos heterosexuales severamente acomplejados y gravemente encabronados con el feminismo y con la negritud, en situación de dejarse llevar por estos aprendices de brujo. 

    Como no se puede ceder ante tamañas burradas, como la derecha alternativa ha saltado el Atlántico, la batalla va para largo y no seremos meros espectadores. Yo creo que la izquierda no debe creer que  la tiene ganada. Sería estúpido negar  el poder infeccioso de la derecha alternativa. Creo que la izquierda debe tratar de ir siempre sobre seguro, esto es, sin incurrir en provocaciones innecesarias y sin caer en originalidades  de difícil comprensión para el común de sus votantes. No vaya ser que por  pasarse de rosca en algún asunto secundario se pierdan los indiscutibles logros de varias generaciones. Y creo que nunca debe olvidar lo ya aprendido, a saber, que la fórmula de Timerman no asegura el éxito a largo plazo, siendo obvio por lo demás que mucha gente desesperada ha demostrado estar en situación de renunciar a las compensaciones culturales y de abrazar  el oscurantismo con tal de que se les prometa sacarla del pozo y revertir el curso de la historia.

    

viernes, 22 de enero de 2021

EL NEOPOPULISMO DE DONALD TRUMP

      El mundo respira aliviado tras la victoria de Joe Biden,  pero cuidado. La democracia norteamericana está muy enferma. El trumpismo sigue allí, a saber con qué consecuencias.  Estos fenómenos no desaparecen de la noche a la mañana, y menos con el respaldo de más de setenta millones de votantes. La Administración Biden puede caer en la tentación de usar al trumpismo como gran coco, para ahorrarse el esfuerzo en resolver los problemas de fondo (la miseria, la desigualdad, la falta de esperanzas), de cuyo abordaje serio depende el futuro de la democracia estadounidense. O se solucionan o el trumpismo regresará al poder tarde o temprano. Si Biden se comportase como el gatopartista Obama, Trump o su eventual sucesor encontrarán el campo abonado para la revancha, y yo no estoy en condiciones de saber si el establishment norteamericano ha tomado nota del peligro, ni tampoco de si le importa, pues ya ha dado pruebas de saber utilizar a este tipo de personajes, en el supuesto de que también son de usar y tirar. 
    La prensa bienpensante aprovecha para atacar al populismo, ahora adornado con pieles y cuernos,  al de Trump, pero de paso a cualquier otro. Y así se pasa por alto la singularidad del populismo trumpiano, que se caracterizó por una duplicidad a cuyo descaro no encuentro precedentes históricos. Si por un lado prometió salvar a los desesperados, por el otro se aplicó, firma tras firma, a darle el gusto al establishment, dándole la patada a todos los compromisos sociales y planetarios. La gracia estribaba en presentarse como el antisistema número uno y en actuar como peón de la élite. Se conocen demagogos de ese jaez, pero entiendo que Trump los superó a todos porque no hizo ni la menor cosita por sus infelices votantes; al contrario, se aplicó a machacarlos sin contemplaciones. He aquí, entiendo yo, la forma de un neopopulismo, a tono con el espíritu de los tiempos. Y quizá lo más sorprendente sea la fidelidad de sus votantes, algo que ya se les habrá subido a la cabeza a todos los aprendices de brujo que esperan hacer su agosto a cuenta del descubrimiento.
   Por mi parte, creo que para entender esa sorprendente devoción por el señor Trump, es imprescindible tener en cuenta no solo las listezas que le han caracterizado sino también, y principalmente, el desgaste del entero sistema político norteamericano, el mismo que observamos en otros espacios, también en nuestro país. Yo ya he dicho reiteradamente en este blog que el capitalismo salvaje es una máquina de destruir partidos y sistemas de partidos. ¿Por qué tendría haber sido Estados Unidos una excepción? Desde la caída de Nixon, el Partido Republicano vive entregado al capitalismo salvaje, deviniendo en una suerte de partido leninista de derechas (según la apreciación de Nancy McLean). Atado de pies y manos a la élite, llegó al punto de necesitar un revulsivo, algo nuevo, un Trump, para recuperar la Casa Blanca, habida cuenta de que el Tea Party y la pintoresca señora Pallin se quedaron cortos a pesar del dineral que los motorizó. En cuanto al Partido Demócrata, ostensiblemente compinchado con Partido Republicano en el negocio neoliberal, habiéndose pasado a Trump no pocos votantes de Obama totalmente desencantados, todo indica que estaba en crisis. De hecho, de no ser por la demencial gestión de la pandemia del señor Trump, difícilmente habría reconquistado la Casa Blanca. No es un dato menor que el aparato del partido acallase, como hace cuatro años, las voces críticas y alternativas, que marginase a Sanders y que presentase la candidatura de un político anciano y ya amortizado. Todo esto habla de crisis. Independientemente de lo que hagan Trump y sus seguidores, ahora todo depende de que Biden sea capaz de superar a su mentor Obama por la izquierda. ¡Ya me dirán!

sábado, 16 de enero de 2021

SOBRE MALDAD, MENTIRA Y ESTUPIDEZ

    Decía Marvin Harris que el lenguaje, que nos hace tan poderosos, nos pone también en situación de ser llevados de la nariz. De ello tenemos pruebas abrumadoras en la actualidad, ya en la era de la contrailustración militante. 
    Un sujeto bien trajeado y encorbatado, joven él, pugna por meterse en el ascensor y me veo en la sanitaria obligación de expulsarlo del habitáculo. Me chilla que soy un cobarde y que todo esto de la pandemia es una mentira
   Me dicen que la nieve no es tal, sino plástico, como alguien demostró con un mechero. Para entretenerme, suelo preguntar por los responsables, y siempre me responden que ellos, no se sabe quiénes. Si tiro del hilo, puede aparecer el pobre Soros, ya involucrado en el cuento del famoso chip. La locura va a más, con la  asertividad propia de una paranoia de libro.  Y mientras se pierde el tiempo con estas estupideces, continúa la depredación, de la que ya no se puede hablar a las claras.
    No es de extrañar que haya demanda de cazadores de bulos y mentiras, en cuya piel no quisiera estar por las horribles jaquecas inherentes a semejante oficio, agravadas por la evidencia de que las mentiras se difunden mucho mejor que las verdades, que no por casualidad tienen un valor económico irrisorio en comparación. 
    Hasta donde alcanza mi vista, hay dos tipos de mensajeros: los tontainas y los cabrones, muchos de ellos de pago, pues hay que contar con los promotores en la sombra.  Piénsese, por ejemplo, en Robert Mercer y Steve Bannon, pillados con las manos en la masa cuando salió a la luz el escándalo de Cambridge Analytica.  Bien entendido que ni siquiera poniendo  al descubierto uno por uno a estos personajes tenebrosos tendríamos una visión clara por la sencilla razón de que ya se ha impuesto una mentalidad que se caracteriza por despreciar y ridiculizar el propósito de ir en busca de la verdad. 
    La sofística tiene no menos de dos mil cuatrocientos años de antigüedad, pero tengamos por seguro que el viejo Protágoras se quedaría sorprendidísimo ante el espectáculo. Pues ahora se engaña a mansalva, a lo bestia, lo que en su tiempo no era de ninguna utilidad ni en los tribunales ni en el ágora, donde había que persuadir a sujetos inteligentes, o al menos mentirles bien. De los grandes relatos y las mentiras de largo recorrido hemos pasado a  los microrrelatos y las improvisaciones chapuceras sobre la marcha. Lo único que importa es el efecto, el impacto.  El mentiroso –Trump, por ejemplo–, no teme quedar al descubierto: está dispuesto a redoblar la apuesta y, de últimas, a ufanarse de su osadía, e incluso a regodearse en el miedo que puede inspirar alguien capaz de mentir tan alevosamente ante los ojos del mundo entero. 
    Cuanto más grande sea una mentira, más gente se la creerá (Goebbels dixit). Y lo de Trump –el cuento de que le robaron las elecciones– tiene precedentes y hasta cabe hablar de una escuela de mentirosos. Piénsese, por ejemplo, en la milonga que se usó para invadir Irak –las armas de destrucción masiva, la conexión de Sadam Husein con Al Queda…– o, sin ir más lejos, en el cuento de que el atroz atentado yihadista del 11-M en Atocha fue obra de ETA, y esto por un sucio cálculo electoral. Parece de chiste, pero todavía hay gente que afirma que detrás de dicho atentado estuvo la mano del ministro socialista Rubalcaba… De no pedir cuentas a los mentirosos se siguen consecuencias graves, cómo no. En realidad no es de extrañar que tanta gente no se fíe en la actualidad ni de la nieve. Me pregunto qué arreglo puede tener, y no lo sé. 

viernes, 8 de enero de 2021

ESTADOS UNIDOS: ASALTO AL CAPITOLIO

      
     Lo ocurrido en plena jornada de ratificación de los resultados electorales ha causado estupor. El derrotado Donald Trump azuzó a sus seguidores, previamente llamados a Washington. ¡Nos han robado las elecciones! La turba no se lo pensó dos veces y marchó hacia el Capitolio con sus banderas confederadas y demás arreos. Solo nos ha sido ahorrado el penoso espectáculo de la desbandada de los señores congresistas y senadores. A nadie se le habría ocurrido que se pudiese asaltar el Capitolio con tanta facilidad, pues hace poco se demostró que ni siquiera era posible rodearlo pacíficamente con ánimo de protestar contra la barbarie policial. Al parecer, hubo cierto compadreo entre los asaltados y los asaltantes, con algún glorioso selfie de por medio.
    Mucho me ha llamado la atención que Trump, después de azuzar a los suyos, de dar largas al despliegue de la Guardia Nacional, después de decir que ama a los asaltantes, unos patriotas dijo, se declare indignado por el atroz ataque al Capitolio, anunciando que quienes hayan quebrantado la ley, lo pagarán. Una forma de salvarse a sí mismo in extremis, una manera de tirar la piedra y esconder la mano, y una manera de dejar con el culo al aire a quienes se dejaron llevar por sus incendiarias predicaciones. Mucho no le importan,  ni siquiera teme perderlos. De lo que se deduce que lo ocurrido no tiene el rango de un golpe de Estado, ni tampoco el de preparativo para un golpe de Estado.
    Simplemente, lo sucedido, tan pintoresco como invertebrado, es una prueba más de que el sistema político norteamericano se encuentra en crisis. La sociedad está dividida en dos bandos que habitan en realidades distintas. No es un buen augurio, porque esto viene de lejos y va claramente a peor.
    Se le echa la culpa a Trump, a las fake news, al papel de los medios de comunicación que le rieron las gracias, a la insensatez del Partido Republicano, al elitismo del Partido Demócrata y, por supuesto, a los deletéreos efectos de las redes sociales, dedicadas al cultivo profesional de la irracionalidad que tantos beneficios reporta a sus propietarios. Es fácil olvidar que en el origen de todo esto están la pobreza, la desigualdad, la falta de horizontes y la dignidad herida. Trump es un síntoma, como lo fue el Tea Party. La enfermedad: la demencial conducción económica que caracteriza al sadocapitalismo contemporáneo, una máquina de destruir partidos políticos, particularidad que se suele soslayar a mayor gloria de la perpetuación de dicho capitalismo. Trump ha servido para tapar esta indignante realidad, para distraer al personal con un espectáculo de feria.
    Este curioso personaje llegó a la presidencia haciéndose eco de la miseria de la gente y dando curso a la rabia acumulada contra el establishment que la causó. No por otra razón se le considera un campeón del populismo. Pero, atención, a este bocazas ni se le pasó por la cabeza hacer algo para remediar el sufrimiento del pueblo llano. Como era de esperar dados sus antecedentes, jugó a favor del famoso 1 por ciento, y en contra de los intereses de sus votantes (de lo que estos, curiosamente, no se han percatado aun). Y precisamente por ser un hombre del establishment ha podido llegar hasta donde llegó. La gracia ha consistido en dárselas de outsider, lo que ya es el colmo, pero también un clásico (no es el primero que llega al poder como de nuevas y con la fingida pretensión de drenar la ciénaga…).
    Habrá quien piense que, derrotado Trump –como yo predije en este mismo blog con meses de anticipación–, ratificada a altas horas de la madrugada la victoria de Joe Biden, Estados Unidos volverá a la normalidad, o al menos a alguna forma de nueva normalidad. Yo soy muy pesimista, por varios motivos. No creo que Biden, que ahora parece encantador por comparación, vaya traicionar al 1 por ciento al que sirvió con denuedo toda la vida. El problema de fondo no será ni siquiera abordado (como tampoco lo abordó el gatopardista Obama). Trump ha hecho bueno a Biden, e incluso muy bueno, pero eso no sirve de garantía. Seguro estoy, además, de que Trump no se va a retirar por las buenas, ni aunque lo metan preso. Y como tiene setenta millones de votantes, cualquier cálculo que se haga de aquí a 2024, se verá necesariamente afectado por su pesada gravitación. Y ya vendrá alguien más joven a hacerse cargo de cabalgar la bestia.
     En cuanto a nosotros, más nos vale tomar nota de lo siguiente: para ocultar la tremenda crisis social provocada por el derrumbe parcial de la pirámide de Ponzi planetaria, se ha visto a los hábiles publicistas del sistema desviar la ira de las víctimas del latrocinio hacia los chivos expiatorios que estaban más a mano: los extranjeros, los hispanos, los musulmanes, los afroamericanos, las feministas, los homosexuales, los políticos, y ahora mismo la democracia, supuestamente amañada de raíz. Esos publicistas llevan años con los mismos rollos fascistoides, atacando lo que ellos llaman “corrección política“(entendida como la defensa, ni siquiera leal, de principios ilustrados básicos que a ellos les traen sin cuidado). Cualquier sociólogo podía saber dónde estaban las bolsas de descontento y qué historias tendrían más gancho. Un juego de niños, a condición de no tener el menor respeto por la verdad y de contar con generosos patrocinadores tipo Robert Mercer.
    Llevamos no sé cuantos años oyendo las barbaridades que se dicen del otro lado del Atlántico, y encima ahora las tenemos que soportar aquí mismo, pues todo se copia menos la hermosura. Las mismas técnicas, los mismos argumentarios…¿Qué es Biden? ¡Un comunista! Barack Obama, otro comunista, es un pedófilo, como el papa Francisco… Esta locura tiene su historia: el menor indicio de preocupación por el bien común es señal de criptocomunismo antipatriota y de vicios inconfesables. La señora Clinton y otros de su clase y condición tienen o tenían una red de pedofilia con sede en una pizzería… La señora Merckel es hija de Hitler. El coronavirus no existe, y si existe es porque Bill Gates y George Soros así lo han querido, con la pérfida intención de inocularnos un chip so pretexto de vacunarnos.
     Lamentablemente, no podemos reírnos de la empanada mental de ciertos trumpistas, porque aquí mismo hay quien consume a placer el veneno, sin preocuparse por los efectos sobre el cerebro. Así que no es casual que, de pronto, de por sí sorprendidos ante el uso de la bandera de España, que ni que fuese la bandera confederada del Sur airado, tengamos que desayunar con la alucinación de que en España tenemos un ilegítimogobierno socialcomunistay con la advertencia de que tenemos que cuidarnos de Georges Soros. ¡Uf! Así se empieza…

jueves, 27 de agosto de 2020

SOBRE LAS FUNCIONES DE LA MONARQUÍA

    Por lo que leo y oigo, se echan de menos algunas consideraciones básicas sobre las funciones  de la Monarquía en nuestro caso particular. Sin ánimo agotar el tema, me permitiré unas líneas al respecto, en el sobreentendido de que nos interesa más la coexistencia que la confrontación.
      La Monarquía española fue instaurada por el general Franco. Que don Juan Carlos renunciase al poder absoluto ("por la gracia de Dios"), que renunciase a capitanear la Monarquía del 18 de Julio, que habilitase el tránsito de la dictadura a la democracia, todo esto no ha bastado para redimirle de este pecado original a ojos de puristas y desengañados. Ahora bien, si no hubiera sido designado por Franco, ¿cómo diablos habría podido habilitar ese tránsito? 
     En cuanto asumió la necesidad de ser rey de todos los españoles y no solo de una porción,  don Juan Carlos empezó a cumplir una función trascendental, a saber, la de tender un puente entre las dos Españas, sirviendo de pararrayos a la ira de los nostálgicos del búnker, a los que supo borbonear oportunamente. Se me dirá que no tuvo más remedio, pero fue meritorio, tan meritorio que se ganó el apoyo pragmático de incontables republicanos. 
     De este apoyo republicano dependía el negocio. Y ha de decirse que este negocio  incluía la operatividad de otra función regia para nada secundaria: garantizar a los vencedores de la guerra civil que los perdedores no tendrían ocasión de  exigirles responsabilidades y que, además, conservarían sus privilegios, títulos y merecimientos. Esta forma de continuismo requería que la izquierda hiciera la vista gorda.
     (De paso, la Monarquía recién instaurada se daba a sí misma la posibilidad de disfrutar de una suerte de doble legitimidad, la anterior y la nueva, una especie de reaseguro en vista que le daba miedo plantear a los españoles si la querían o preferían una República.)
    Ni qué decir tiene que tal función, sobre la que se considera de buen gusto no hablar, determinó no pocas incongruencias y oscuridades, como la quema u ocultación de archivos, la permanencia de funcionarios del régimen anterior o la escandalosa dejación de responsabilidades en lo tocante a los más de cien mil desaparecidos. 
    Todo eso y mucho  más se toleró en aras de la libertad, con la esperanza de que el ejercicio democrático reduciría a cero la función continuista.   Sin embargo, más que ese ejercicio –renuente la clase política a tomar cartas en el asunto–, ha sido el relevo generacional el principal obstáculo a esta función. No es algo fácil de entender para los más jóvenes. No es extraño que haya quedado medio en suspenso, sirviendo únicamente para avejentar la Institución  y dejarla bajo sospecha.
    En cuanto a la función de puente entre las dos Españas, ¿es prescindible en la actualidad, por el entendimiento normal de las partes? Por lo visto, cuarenta años son pocos para curar los efectos de una guerra civil y de una prolongada dictadura. Dicho entendimiento   brilla por su ausencia. La clase política que hizo la Transición practicó la tolerancia y el respeto por el adversario en grado muy meritorio. Para vergüenza de la actual.
    Por ignorancia, malicia o inercia, hay gentes que actúan y se pronuncian como si nuestro pasado fuera otro, como si compartiésemos la misma visión histórica, como si una de las partes –la suya– fuese la buena y tuviese derecho a  monopolizar todo el espacio político. Sorprende que sea así a estas alturas, pero hay que contar con ello. Razón por la cual, me parece a mí, la Monarquía sigue haciendo falta precisamente en el papel de puente,  es decir, en el papel de árbitro y moderador que le atribuye la Constitución (Artículo 56). 
     La izquierda republicana, para nada interesada en esa función, considera llegado el momento de moverle el piso a Felipe VI,  desequilibrado por las andanzas de su padre, y de ir en pos de la Tercera República. A poco que se piense en nuestros antecedentes, en el clima reinante, en la ausencia de una derecha republicana, la cosa da grima. ¿Empeñarse en traer una República en plan Puigdemont, por los pelos? ¡El peor servicio que se le podría hacer al país y a la causa republicana! 
     Entregarle graciosamente la Monarquía a la derecha, de por sí deseosa de apoderarse de ella, me parece un negocio pésimo. ¿Quién tiene ganas de volver a una situación parecida a la de 1931?  La suma de la derecha realmente existente más una Monarquía hostil sería una piedra de molino atada al tobillo de una posible República. Me da espanto de solo imaginarlo. 
     A pesar de la función continuista, es preciso reconocer que la presente Monarquía ha oficiado como tal bastante más a la izquierda de lo que estaba previsto por su mentor y de lo que cabía esperar por nuestra parte. Al punto de que ciertos derechistas la juzgaron y la juzgan traidora, lo que no deja de ser un dato muy relevante: Felipe VI necesita a la izquierda, o al menos a buena parte de ella, para mantener una base de sustentación suficiente. 
    Y no creo que  Felipe VI tenga ganas de repetir el error de entregarse  en cuerpo y alma  a la derecha montaraz (el tremendo y continuado error de Alfonso XIII). Pero, claro, si una parte significativa de la izquierda se empeña en rechazarlo sistemáticamente, podría caer en la trampa, ya tendida. En definitiva, yo creo que sería mucho más inteligente prestar apoyo a Felipe VI desde la izquierda,  para una mejor contención de los del otro lado y para mejor salvaguardar nuestra sociedad abierta.
   Por lo demás,  ya debería estar claro que una Monarquía no puede vivir de las rentas. Todo indica que don Juan Carlos se creyó en situación saltarse los deberes de ejemplaridad inherentes a la jefatura de un Estado moderno, como si todo se le debiera con honra en razón de su hazaña de 1978. Y no es así como funciona la cosa. 
    El pasado es importante, el pasado inmediato importantísimo, pero mucho más el presente. ¿Cumple o no cumple su función la Monarquía? Esta es la pregunta capital. ¿Modera o no modera? ¿Arbitra o no? ¿Mantiene la centralidad o se vence a un costado? ¿Descorcha botellas de champán mientras el común de los mortales está con el agua al cuello o se sacrifica por ellos? 
    Acaban de salir defensa de don Juan Carlos unos doscientos altos cargos de administraciones pasadas. Piden que se respete la presunción de inocencia y evocan su legado en términos encomiásticos, a manera de superior justificación. Leo en su manifiesto:  "La monarquía parlamentaria, así como el conjunto de la Constitución de 1978, han propiciado una España moderna, con un sistema político, económico y social avanzado fraguado en la libertad, en la justicia y en la solidaridad"
    Si así fuese, a pesar de las andanzas de su padre, Felipe VI lo tendría fácil… y nosotros estaríamos agradecidísimos.  El problema es que, siendo cierto que Juan Carlos trajo o contribuyó a traer una monarquía parlamentaria donde teníamos una dictadura, lo demás chirría lastimosamente. ¿De verdad creen estos señores que vivimos en un estado económico y social avanzado...justo y solidario?  Desde la calle, les aseguro que ni siquiera los que valoramos debidamente los logros de la Transición (a pesar de sus defectos) tenemos esa impresión. 
    Hay demasiada desigualdad, demasiada pobreza, demasiada desesperanza. Y más vale reconocerlo, también al hablar del porvenir de la Monarquía, dañada precisamente por la comparación de imágenes de opulencia y de miseria. Pues no se salvará por la autocomplacencia onanista de esos doscientos altos cargos. Se nos vienen encima tiempos muy duros, y la gente no está para milongas. O siente que el rey está de su parte, que arrima el hombro en la dirección debida, aquí y en la arena internacional, o siente que esa es una de sus funciones, o le hará el vacío, como ya se lo ha hecho a su padre con presunción de inocencia o sin ella.
    

sábado, 25 de abril de 2020

EL MANIFIESTO DE VARGAS LLOSA Y OTROS CIEN

    La Fundación Internacional para la Libertad presidida por Mario Vargas Llosa acaba hacer público un manifiesto titulado Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo(https://fundacionfil.org/manifiesto-fil/?fbclid=IwAR3OpNSd89SM6SS-D1jd3uGaPabUxsEDeAF63RnMCgJypFcAqlntZ8N2dU0). Lo avalan un montón de firmas, unas cien o más (no tengo estómago para contarlas), entre ellas las de diversas personalidades de la política y de la cultura, desde José María Aznar a Mauricio Macri, pasando por Fernando Savater, Félix de Azúa y Rosa Díez, todas, por lo visto, de la misma cuadra. 
    Vaya por delante que yo tampoco quiero que la pandemia sirva de pretexto para el autoritarismo. Pero hay que leer este manifiesto, cuyo contenido no puede ser más perverso. 
   Los firmantes empiezan solidarizándose con las familias enlutadas“ y entran en materia a continuación: "Mientras los empleados de la sanidad pública y privada combaten el coronavirus valerosamente, muchos gobiernos toman medidas que restringen indefinidamente libertades y derechos básicos"… ¡Qué lenguaje, por favor! Familias enlutadas, empleados… Y claro, ni una palabra sobre el esfuerzo colectivo.
   ¿Contra qué se revuelven los firmantes? "Impera el confinamiento con mínimas excepciones, la imposibilidad de trabajar y producir, y la manipulación informativa". 
   O  sea, que les fastidia que se hayan tomado medidas drásticas para frenar la propagación del virus, que quisieran vernos a todos libres, o algo así, con lo que evidentemente pretenden aprovecharse de la penosa situación para segar la hierba bajo los pies de los gobiernos que las han tomado.  Estamos, pues, ante una forma de bolsonarismo, trumpismo o johnsonismo, en plan fino e hipócrita.
   Setencian, lastimeramente: "A ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y de la economía de mercado".  
    Arremeten contra las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua, las cuales, que yo sepa, no surgieron de la presente pandemia, y en ese contexto se aplican  a una maliciosa alusión a España y Argentina, donde, cito textualmente, “dirigentes con un marcado sesgo ideológico pretenden utilizar las circunstancias para acaparar prerrogativas políticas y económicas que en otro contexto la ciudadanía rechazaría resueltamente“. ¡Vaya por Dios! 
     Por “marcado sesgo ideológico“ se debe entender no sé que pulsión dictatorial en los gobernantes, democráticamente elegidos, de España y Argentina. ¡Acabáramos!  De modo que los firmantes presumen de carecer de “marcado sesgo ideológico... tomándonos por bobos.
     El manifiesto termina con una afirmación rotunda: “Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte." Claro que el dilema es falso, pero así lo plantean los firmantes, arteramente, sofisticamente, para mayor impacto. 
    Es curioso que intenten convertir una medida sanitaria de sentido común como el confinamento en un acto autoritario, y es repulsivo que intenten aprovecharse del cansancio y de los temores de la gente para sus propios fines. Y precisamente en las actuales circunstancias, cuando el Estado tiene que utilizar sus recursos para hacer frente a la pandemia con el apoyo ejemplar de la ciudadanía,venir con lo del Ogro Filantrópico es un golpe bajo al sistema democrático en cuanto tal. Da vergüenza ajena que varios ex presidentes –algunos de ellos entendidos en las leyes de la jungla–, vengan ahora con lo del Ogro, como si el Estado de Servicios fuese una estupidez o una ensoñación morbosa.
    Esta historia viene de lejos. En algún momento, en los cenáculos de la derecha, allá por los años setenta, descubrieron que podían afanarle a la izquierda la palabra libertad. Desde entonces tienen a gala sobarla venga o no a cuento, y esto no a mayor gloria de la libertad en cuanto tal sino a mayor gloria del sadocapitalismo. ¡Viva la desregulación! 
   En fin, amigos, ninguno de los firmantes del manifiesto me representa. 
   Me preocupa el porvenir de la libertad, pero no la veo amenazada ni por el peronista Fernández ni por el socialista Sánchez. En cambio, me da por pensar que los firmantes sí son peligrosísimos para ella, por cuatro motivos. En primer lugar, porque defienden entre líneas  el capitalismo salvaje, o sadocapitalismo, al que rinden pleitesía como beneficiarios o simples corifeos; en segundo, porque trabajan en equipo para ocultar lo que antes se entendía como función social de la economía;  en tercero, porque pretenden hacernos cómplices de una escala de valores en la que se antepone el dinero a la salud; y por último, porque corrompen de raíz lo que de decente e irrenunciable hay en el liberalismo. Y esto, precisamente porque soy liberal, me subleva. Ya hay mucha gente joven que cree que el liberalismo y el neoliberalismo vienen a ser lo mismo, con grave daño para todos. Caiga este pesado fardo sobre  la conciencia de los firmantes.

sábado, 11 de abril de 2020

¿A TRABAJAR EL LUNES?

     Se mantiene el confinamiento, se mantiene el estado de alarma… Pero  he aquí que hoy expira el permiso de retribución recuperable y  que el lunes próximo se incorporarán a sus puestos de trabajo los trabajadores hasta ayer mismo considerados no esenciales
   Estoy pendiente de las noticias, pero este giro de los acontecimientos me ha pillado por sorpresa. ¿Ha pasado el peligro? No, simplemente se ha cumplido un plazo fijado hace un par de semanas a saber con qué criterio. 
     Los trabajadores y las empresas han recibido algunas indicaciones para evitar contagios. Al menor síntoma, el trabajador deberá quedarse en su casa... Se repartirán mascarillas en el metro. Atención al distanciamiento social, a la higiene. Y poco más. En el documento oficial se indica  que las personas "vulnerables por edad" (así, sin precisar) y las que  padezcan algunas patologías previas están eximidas. Es un detalle a agradecer.
      Pero lo grave es que aquí, de pronto, los contagiadores asintomáticos, tan peligrosos, pasan a segundo plano, como si no existiesen. ¿Quién le asegura al trabajador que no meterá el virus en su casa?
     Gracias al esfuerzo colectivo, tremendo en el caso del personal sanitario, íbamos bastante bien. Se han reducido los contagios, sí, pero es imposible cantar victoria. Dicho personal sanitario está al límite, se ha bordeado un colapso asistencial... hay muchísimos muertos, un indecible sufrimiento.
    ¿Por qué correr riesgos?¡No logro entenderlo! Un miembro del consejo de expertos confiesa no haber sido consultado; el gobierno afirma que sí consultó. ¿En qué quedamos? 
     ¿Quién fijó en dos semanas el permiso de retribución recuperable? ¿Qué poder o poderes? ¿Por qué no se puede prorrogar? ¿Qué o quiénes se encuentran por encima del estado de alarma?
      Mucho me temo que el lunes se volverá al tajo prematuramente, por intereses económicos particulares ajenos a la batalla contra el virus. 
      Leo la prensa. Parece que unos no quieren pedirle explicaciones al gobierno, para no moverle el suelo bajo los pies, mientras otros callan cucamente, desde siempre alineados con los intereses del  sadocapitalismo.
      Según la OMS, un levantamiento prematuro de las barreras de seguridad podría tener consecuencias desastrosas. 
     Espero que quienes han optado por reanudar ciertas actividades económicas el próximo lunes sepan lo que hacen. Porque si la situación vuelve a descontrolarse, como temo, serán barridos por un tsunami de indignación, con grave daño para el entero sistema político.
     Ya saben mis lectores lo que pienso de los señores Trump, Johnson y Bolsonaro, los del aquí no pasa nada, esto es una gripecita, unos jodidos darwinistas sociales que solo piensan en la pela y en pisar el acelerador económico caiga quien caiga. De modo que me entenderán si les confieso que ahora he tenido que ponerme en guardia ante la posibilidad de que detrás del humanitarismo nuestro haya escondidos o a la vista capataces de la misma laya, solo que más hipócritas, simples lobos vestidos de piel de oveja. 

viernes, 3 de abril de 2020

LA PANDEMIA, EL SADOCAPITALISMO Y LA VERDAD

     El neoliberalismo no es una mera doctrina económica. Es una forma de entender la vida y las relaciones humanas, una pseudofilosofía  confeccionada con retales decimonónicos; es una religión laica, una más de las que ha producido la modernidad. Yo no dudo en incluirla, sin contemplaciones, en el saco del estalinismo y el fascismo (como sigamos así, se cargará a la humanidad entera). 
    Y digo que es una religión porque sus cultores se distinguen por su fanatismo y sus supersticiones. No buscan honradamente la verdad, se la inventan sobre la marcha y, como es propio de esta clase de gente, niegan cualquier elemento de juicio que interfiera sus delirios. 
    Ahora mismo, dato tremendo, se ha sabido que desde enero de 2017 el Pentágono vio venir esta pandemia (https://ctxt.es/es/20200401/Politica/31805/militares-coronavirus-pentagono-the-nation-covid19-exclusiva-ken-klippenstein.htm), poniendo sobre la mesa la necesidad de contar con elementos –respiradores, guantes, epis, etc– que ahora se están echando en falta desesperadamente. Y nada, ni caso. Y claro que ese informe no fue la única señal de alarma. No nos sorprenda: el neoliberalismo no pasa de ser  un disfraz del poder, del poder en estado puro, libre de frenos morales y, además, imbécil. 
    Siempre se ha mentido, siempre se ha ocultado la verdad. Pero nunca como ahora, tan metódicamente. Resulta que el mentiroso, hechos sus cálculos, opera con la certeza de que saldrá ganando. Los tontos seguirán engañados, y los listos, los que no se traguen la mentira, unos pocos, recibirán junto con el conocimiento de la verdad una revelación añadida, un patadón en la cara, a saber, la evidencia de que al mentiroso le importa un comino ser pillado,  en lo que cualquiera puede ver no solo la prueba de su desfachatez sino también la de su poder. Te miento porque puedo mentirte, ¿o no te das cuenta, imbécil? Meto el informe del Pentágono en un cajón y me olvido, porque me da la gana.
    La reacción ante el coronavirus ha sido la que cabía esperar: negación de la realidad, mentiras. Puro automatismo. Trump, Johnson y Bolsonaro han actuado como autómatas, sin percatarse de que ahora tienen que vérselas con un virus. Nada, una gripecita. Simplemente, hay que sacrificar a los viejos, y adelante con los faroles. ¿En serio?
    Si ahora vacilan es porque el sistema mismo se ve gravemente amenazado. El virus es insensible a sus peroratas. Ninguno de los tres sobrevivirá políticamente a la hecatombe, esto lo doy por seguro. Ya se han cubierto de oprobio, ya han dejado a la vista sus vergüenzas intelectuales y morales, su incompetencia y su sadismo. Ahora, de pronto, la verdad cotiza alto, como también la solidaridad.
    Ahora bien, si estoy seguro de que estos tres personajes se irán por el sumidero de la historia de aquí a poco, no puedo decir lo mismo del sadocapitalismo en cuanto tal. Los tres son simples peones, de fácil sustitución.
    Si el sadocapitalismo fue capaz de robarnos la cartera impunemente a raíz de la estafa del 2008, si fue capaz de engatusar a millones con no sé qué recuperación, con no sé qué capitalismo verde, ¿por qué tendría que enmendarse ahora? Algunos lo dan por muerto y enterrado, imaginan a Friedman hundido y a Keynes resucitado. 
    Puede que la imperiosa llamada a la fraternidad humana tenga algún efecto positivo, puede que algo se haga para suavizar los horrores presentes y  venideros, puede que los publicistas del sistema nos inculquen algunas dosis de esperanza, pero, cuidado. Nos toca estar atentos a la letra pequeña y a los hechos. No es una pequeña cosa que el señor ministro de finanzas de los Países Bajos se haya poco menos que disculpado por su escasa empatía con los países del sur y que ahora hable de algún regalo asistencial. Pero habrá que ver qué entiende él por regalo. Y así con todo.

domingo, 29 de marzo de 2020

¿UN GOBIERNO DE SALVACIÓN NACIONAL?

     He oído un extemporáneo llamamiento de Pedro J. Ramírez. A su parecer, se impone la necesidad de establecer un nuevo gobierno, un gobierno de concentración, en el que estuvieran representados los líderes del entero arco parlamentario, un gobierno de emergencia, de salvación nacional…  
   Como la situación es grave, por no decir gravísima, es posible que a algunos esta idea les guste. A mí no, para nada. 
    En estos momentos, lo que puede sonar bien –un gobierno de unidad, qué bonito– no pasa de ser un golpe bajo al gobierno realmente existente, que es el de coalición PSOE-UP, una zancandilla a Pedro Sánchez, nada útil, nada práctico, una simple cabronada de pocas luces. 
    En medio de la tremebunda crisis causada por el coronavirus sería una locura disputarle el timón a Sánchez. Y no lo digo solo por él, que debe concentrar –más nos vale– sus cinco sentidos en la batalla, que no está para que le metan más presión. Lo digo también por el entero sistema político, que tiene que durar, a ser posible, de aquí a la eternidad.
    No es sensato poner en riesgo el sistema político en el peor momento forzándolo a incurrir en originalidades de género irreversible, generadoras no de unidad sino de purulenta confusión.
    Siempre que se habla de gobiernos de emergencia, la democracia sale perdiendo. Se pierde una de sus funciones, que es la de tener en el banquillo fuerzas políticas alternativas, no quemadas, en condiciones de tomar el relevo con naturalidad. 
    El PSOE y UP pueden acabar quemados, abrasados, y si eso ocurre, el sistema necesitará fuerzas intactas, para tomar democráticamente el relevo. De momento, a Sánchez le toca cargar con la responsabilidad de llevar la nave a buen puerto, empresa de por sí difícil. Si se quema, que se queme, pero quede a salvo el sistema. Yo no le veo ninguna ventaja  a que todas las fuerzas políticas, malamente unidas, tengan que hacer frente a la casi segura ola de indignación que nos espera a la salida.
   En   el caso de Sánchez, es pronto para saber si la guerra contra el coronavirus le valdrá apoyos que en situación de paz no habría podido ni soñar. En casos de guerra, los pueblos suelen alinearse con su presidente, e incluso sufren por él, apretando los dientes y haciendo la vista gorda ante sus yerros. La historia está plagada de ejemplos, pero, por lo que parece, este principio quizá no se cumpla, por el encono político reinante. Y con todo y con eso, mejor Sánchez que montar el quilombo del gobierno de emergencia nacional.
     Así pues, en estos momentos toca apoyar al gobierno. La situación lo exige. No se trata de pasar por alto sus fallos, pero entiendo que sería imperdonable utilizarlos para hacer sangre con fines particulares. 
   Acosar a Sánchez y a su gobierno, ponerlo en situación de debilidad ante Bruselas, el FMI, el Banco Mundial y demás instancias planetarias y locales es algo que España no se puede permitir en hora tan crucial, y menos a cuenta de personalidades que en ninguna parte está escrito que lo fueran a hacer mejor.

viernes, 27 de marzo de 2020

TRUMP, JOHNSON & CÍA (y 2)

      En pleno ataque del coronavirus, ya se detectan fuertes tensiones entre los países, cierta atmósfera de sálvese quien pueda. 
    Solo la ayuda de China y la llegada a Italia de un contingente de médicos cubanos y de otro de soldados rusos se salen claramente del guión con su encomiable aporte de solidaridad, algo rarísimo en las alturas de la dirigencia planetaria, tanto que se ha optado por no ponerlo en primera plana. No vaya a ser que Putin y Xi Jinping se agiganten en la consideración de la opinión pública.
    Vistos desde aquí, desde mi confinamiento, los primates occidentales se limitan a marear la perdiz, incapaces de alumbrar una respuesta a la altura de las circunstancias. Van pasando los días, y nada. No se me puede pedir optimismo. Evidentemente, no hay cabezas pensantes para hazañas como New Deal,  Bretton Woods o el Plan Marshall, aunque haya muchas empeñadas en salirse con la suya. 
   No es que Trump, Johnson & Cía hayan desafinado un poco. Es que están en otra galaxia: para ellos, por encima de todo está el dinero, no las personas, no sus respectivos pueblos. El sadocapitalismo da la cara una vez más, como lo que es, a saber, un movimiento de codiciosos prepotentes, de darwinistas sociales irredentos e irrecuperables, rebozados en la banalidad del mal y dispuestos a transitar sobre una montaña de cadáveres.
     Ninguno de esos personajes actúa a título individual. Sus declaraciones obedecen a una visión del mundo. Se pronuncian de acuerdo a un argumentario compartido, para nada improvisado. No es casual que Trump de por hecho el regreso a la normalidad dentro de tres semanas. Imagina las iglesias abarrotadas el Domingo de Pascua. En la misma línea se pronuncia Jair Bolsonaro, para el cual el Covid-19 solo produce un risible "resfriadito"  [sic!].
    Con algún disimulo, andan  en lo mismo los Países Bajos y Alemania… ¿Se sacó algo en limpio de la reunión extraordinaria del Consejo Europeo? Pues sí: no a los coronabonos. Se pretende resolver el problema sin retocar la arquitectura financiera de la zona euro, es decir, con los mismos métodos usados para apañar la crisis del 2008 (con ventaja para los bancos y los especuladores en general). ¡Sálvese quien pueda! 
    El ministro neerlandés de finanzas, Wopke Horkstra, no tuvo mejor idea que reclamar a la Comisión que investigue a España –y a otros países– por pedir medidas excepcionales, por mangonear o cosa parecida. Le ha correspondido al primer ministro portugués, Antonio Costa, el honor de calificar la reclamación de Horkstra como se merece, como "repugnante"… Con ese tipo de reclamaciones, se pone en peligro, dice Costa, el entero proyecto europeo. Tiene razón.  Ha sido el más claro. Pedro Sánchez ha mantenido un perfil bajo, al igual que Macron y Conte, a ver si dentro de quince días los alemanes y los neerlandeses se avienen a entrar en razón, cosa que dudo. O Sánchez, Macron y Conte dan un puñetazo sobre la mesa o el último que apague la luz.
  Actualmente, Trump, Johnson y Cía van lanzados hacia una vuelta a la normalidad, como si tal cosa fuera posible. Y sus peones van segregando mensajes de apoyo, revestidos, cómo no, de cierto aire tecnocrático, dirigidos a las mentes supuestamente pensantes y supuestamente inmunes a los giros pintorescos. Ya se sabe, un mensaje para el populacho, otro para el lector que se las da de culto.
   Ahora es fácil entender  por qué la OMS, presionada por esa banda, empezó por minimizar el impacto demográfico de la enfermedad y  por qué se resistió a usar la palabra pandemia hasta el 12 de marzo. ¿Ocurrió por falta de reflejos, por incompetencia? No lo creo.
    Y ahora es fácil también comprender el goteo de mensajes encaminados a convencernos de que en realidad no pasa nada, por tratarse de un resfriadito, de una gripecita, siendo hasta obvio que no hay motivo alguno para suspender la actividad económica, pues aquí solo corren peligro los viejos. Ni Trump ni Johnson estuvieron nunca solos.
   El vicegobernador de Tejas acaba de declarar en plan melodramático que los abuelos deben estar dispuestos a dar la vida por el bienestar económico de sus hijos y nietos. El genio de Cambridge Analítica y mago de los algoritmos  Robert Mercer (coleccionista de yates de lujo y orgulloso propietario del arma usada por Arnold Schwarzenegger en Terminator) quiere que se vuelva a la normalidad de inmediato. El presidente de Goldman Sachs y los del Tea Party piden lo mismo. El reverendo Jerry Falwell Jr, líder evangélico, se niega a cerrar su universidad, con la misma idea demencial. 
    No faltan los intelectuales que andan en ello. Por ejemplo, tenemos el caso de Thomas L. Friedman, ganador del Premio Pulitzer en tres ocasiones. Friedman, campeón del optimismo, muy celebrado en las tenidas de los think-tanks del movimiento a favor del sadocapitalismo, acaba de dar publicidad en el New York Times a las tesis del doctor David L. Katz (Universidad de Yale). "Es hora de pensar si hay una alternativa mejor que cerrar todo"  es un artículo que no tiene desperdicio. 
    El tándem Friedman/Katz apuesta, al igual que Johnson, por la famosa inmunidad de grupo, dejando correr el virus. Habría, sí, que proteger un poco a los más vulnerables, pero nada más (pues se sobreentiende que no hay mucho que se pueda hacer por los ancianos y por los tocados). Que los jóvenes enfermen, se recuperen y vuelvan al trabajo. Es, nos asegura, lo mejor que se puede hacer, porque bajar la persiana durante meses y tratar de salvar del virus a todos, sin importar su perfil de riesgo, sí que tendría consecuencias catastróficas: "matamos a muchos otros por otros medios, al matar nuestra economía y tal vez nuestro futuro". Me pregunto cuánto tardará este mantra inmoral (y fatalmente antieconómico por lo que sabemos del virus) en alinear las conciencias de la porción más repulsiva de nuestra sociedad.
    En cualquier caso, todo indica que la elite del poder está dividida. Una parte, la de mayor peso, junta filas tras Trump, Johnson y Cía; otra, en la que por fortuna milita Pedro Sánchez, considera insoslayable anteponer la salud al dinero; y hay otra más, la de los poderosos indecisos, que pueden inclinar la balanza en uno o en otro sentido. Lo que está claro es que la humanidad se la juega.