domingo, 7 de agosto de 2022

LA GUERRA DE UCRANIA, EL PODER Y LA MORAL

       La humanidad vive horas cruciales bajo  dos amenazas terroríficas, el calentamiento global y el  apocalipsis nuclear. Según António Guterres, secretario general de la ONU,  lo de Ucrania podría acabar en una hecatombe planetaria. Por su parte, Selwin Hart, brazo derecho de Guterres, asesor para la Acción del Clima, lo tiene claro:  hay que proceder a la descarbonización y eliminar los combustibles fósiles sin pérdida de tiempo. 
     ¿Qué posibilidades hay de que salgamos bien librados de esta doble amenaza? A mi juicio, no muchas, más dependientes de la suerte que de la razón, malamente pervertida en los tiempos que corren. La guerra de Ucrania ha provocado reacciones en cadena que bloquean una reacción sensata al cambio climático  y nos lanza a la cara la posibilidad de una confrontación nuclear. 
      Joe Biden llegó a la presidencia con la promesa de afrontar el desafío climático con la debida ambición y urgencia, pero, como siempre,  estamos a la espera de los resultados. En cuanto a la guerra de Ucrania, ni viéndola venir hizo nada positivo para impedirla, demostrando con ello su incapacidad como líder mundial y su irresponsable sometimiento a intereses oscuros.  No tuvo mejor idea que llamar "asesino" a Putin, sentando el principio bélico y antidiplomático que vemos todos los días en los medios. Aunque bien es verdad que en mayo, en un artículo opinión  publicado en The New York Times, Biden  dejó dicho que no abriga el deseo de derrocar a Putin, que no quiere que que la guerra se prolongue "solo para infligir dolor a Rusia". Algo es algo, pero todo indica que este anciano presidente cabalga un tigre. En estos momentos Estados Unidos presta a Ucrania un creciente apoyo dinerario, armamentístico y de inteligencia, mientras trata de estrangular la economía rusa. El juego va de recordar el poderío atómico de Putin y de olvidarlo a continuación.
        El 77 aniversario de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki debería servirnos de aviso. ¿Se arrepintió Truman de haber dado orden de lanzar esas bombas con la intención principal de poner a Stalin en su sitio? No, nunca. ¿Con qué ánimo había procedido a sacrificar esas dos ciudades inermes y desprovistas de interés militar? Truman levantó la mano hacia el entrevistador e hizo un chasquido con los dedos. Así de fácil. Ni el menor atisbo de mala conciencia. Y pienso que ese chasquido también debería recordarse, como símbolo de la deshumanización que puede acabar con nosotros.
        ¿Acaso hemos progresado? Me temo que no. La lógica del poder, o mejor dicho la lógica de la atrocidad, ha vuelto por sus fueros y ya se ha saltado reiteradamente todos los límites delante de nuestras narices. Es una malísima señal. Y lo digo yo, acostumbrado a vivir bajo la amenaza de la Destrucción Mutua Asegurada, hecho a los modos de la Guerra Fría. Me sobrecoge la manifiesta temeridad de los primates actuales. 
        Antes, las desgracias, por tremendas que hubieran sido, concedían una segunda oportunidad y los supervivientes lo primero que acordaban era no volver a las andadas aunque tuvieran que tragar sapos y culebras. No cabe representarse el futuro inmediato a la luz de esa enseñanza recurrente. Se diría que en las altas esferas nadie se acuerda  de las dos guerra mundiales y de su cerril causación. O no se jugaría con fuego. Incluso hay algún imbécil que propone una guerra atómica con la idea de darle una lección a Putin… El calentamiento global es algo nuevo, pero, aplicada de lógica de la atrocidad, ¿adónde iremos a parar? ¿Qué se ha hecho desde que James Hansen dio la voz de alarma ante el Congreso de Estados Unidos en los años ochenta? Solo dar largas, redactar informes y suavizarlos concienzudamente, hacer negocios y marearnos con el greenwashing o lavado ecológico.  
        Para colmo, la barbarie de los primates ha calado a millones de personas. ¿Se declara usted pacifista? ¿Exige la paz aquí y ahora, con las inevitables cesiones entre las partes enfrentadas? ¿Exige que se emprendan acciones serias contra el calentamiento? ¡Pues tonto debe de ser! 
       Aquí lo que cuenta es el Poder (así, con mayúscula, como lo escribía Pasolini), ya desprovisto de ataduras morales. De ahí que la OTAN nos convoque a una competencia global por el gran poder, decidida a imponer  los designios norteamericanos no solo a Rusia sino también a China.  Me parece el colmo de la desmesura. (Y conste que lo digo sin experimentar ni la menor simpatía por el formato de los regímenes desafiados.) ¿Se ha tenido en cuenta el calentamiento, que exige acuerdos globales inmediatos? ¡Pues no! Quema masiva de combustibles fósiles para el sostenimiento y la ampliación del aparato bélico, regreso al carbón…  
         Por desgracia, no se puede decir que el plan de la OTAN para la humanidad sea un simple brindis al sol.  Los chinos y los rusos se lo toman muy en serio. Los halcones de Pekín y Moscú hasta pueden ver en él una justificación para cualquier emprendimiento racional o insensato. Y no se crea que es solo cosa de una OTAN en clave ofensiva. Dentro de ese plan inhumano cobran sentido las declaraciones de Josep Borrell, alto representante de la política exterior europea: en lugar de ejercer como diplomático, nos hace saber que la guerra de Ucrania se dirimirá en el campo de batalla. Por su parte, con la misma actitud, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, sueña con desmantelar la industria rusa. El influyente magnate George Soros sueña con un mundo liberado tanto de Putin como de Xi Jingping. No tiene ninguna gracia. El poder occidental ha perdido el sentido de los límites. Aquí, en esta desmesura, se deja ver, a mi juicio, una pérdida del sentido de la realidad y una capitulación de orden moral.
       Que la moral sea un invento humano surgido precisamente de la necesidad existencial de ponerle límites al poder no se trae a colación  ni por descuido. Se da por supuesto que  tomársela en serio es propio de curas, filósofos trasnochados y  buenistas. Lo que no impide que se moralice a toda máquina a ambos lados de la línea de fuego:  nadie, y menos los expertos en propaganda  y relaciones públicas que trabajan a sueldo del Poder, ha echado en saco roto  lo dicho por Maquiavelo, a saber, que la moral, no venida del cielo,   es un poderoso e insustituible instrumento de dominación, ni más ni menos.  Y como tal instrumento se la usa a todas horas, malbaratándola. Nosotros, faltaría más, somos los buenos, portadores de las luces de la libertad y la democracia. Estoy hablando de moralizaciones de usar  y tirar. Se condena al ostracismo al príncipe Salman por el descuartizamiento del periodista Kashoggi, y unos días después, se compadrea con él sin el menor sonrojo.
          Al mismo tiempo y sintomáticamente, las voces  que desafían la narrativa oficial tienen a gala expresarse sin valoraciones morales de por medio, como si estas tuvieran que ser  necesariamente tontas o torticeras, como si la lucidez fuera incompatible con el humanismo, como si estuviéramos ante fenómenos teléuricos.   Miren por donde, vienen a coincidir estas voces con aquello del “no hay alternativa”,  el famoso veneno thatcheriano contra la conciencia moral, ya responsable del desaliento, el cinismo y la paralización de millones de personas tanto de derechas como de izquierdas. 
        ¿Acaso hay alguna incompatibilidad entre analizar los hechos  a la fría manera de Tucídides y juzgarlos desde la óptica moral que corresponde a las necesidades humanas y a la sabiduría acumulada? Tal parece,  porque ahora, que yo sepa, solo el papa Francisco,  Noam Chomsky  y Rafael Poch  son capaces de hacer ambas cosas. Los demás son devotos de la cratología, no sé si por presumir de objetividad, por un tic académico,  o por no querer meterse en líos. El caso es que así colaboran a la militarización de las conciencias. 
      La adoración del poder va a más, al tiempo que este va a por todas sin el menor escrúpulo. Las buenas gentes ya habituadas al lenguaje del poder en el orden económico pasan a usarlo en el orden militar y ceden gustosamente a la necia pretensión de dividirnos entre buenos y malos, amigos y enemigos.
       Conviene recordar que tiempos hubo en que para ser  respetado y admirado, para ganar lealtades,  había que poseer algo llamado autoridad moral (algo que, a diferencia de sus lectores posmodernos, Maquiavelo nunca se tomó a la ligera).  He recordado el siniestro chasquido de Truman, pero solo a bombazos y dólares desde luego que Estados Unidos no habría alcanzado el rango de potencia hegemónica. Habría sido temido, nada más. En cambio, con su doctrina de las cuatro libertades (de expresión, de culto, del miedo y de la miseria)  se hizo con un formidable crédito moral durante la II Guerra Mundial, que luego consolidó con el apadrinamiento la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).  
       ¿Qué queda de ese crédito? Nada, por desgracia.  Estados Unidos lo dilapidó en los últimos cuarenta años a mayor gloria de los señores del dinero y de la guerra. A estas alturas ya suena a hueco todo lo que se diga apelando a su recuerdo. Lo que yo considero una señal clara, entre otras, de que la potencia hegemónica se encuentra en decadencia. (Ande, señor Biden, vaya a pedirle sacrificios a su pueblo o a los europeos de a pie y a ver qué cara le ponen.) 
        Hace mucho que pasamos de la señora Eleanore Roosevelt, promotora incansable de los derechos humanos, a la neocon Jeanne Kirkpatrick, capaz de afirmar en público que dicha Declaración no pasa de ser una carta a Santa Claus. La misma señora que, para deleite de Ronald Reagan y de sus asociados, afirmaba que siempre hay que distintiguir entre dictadores malos y “buenos”, con los que es  lícito hacer toda clase de negocietes sin venir con cominerías. Y  sí, ya nos vamos acostumbrando al doble rasero, una la inmoralidad. 
        Al principio, consciente de lo que se jugaba, Estados Unidos actuó con disimulo en el “lado oscuro” (los derribos de Mossadeg, Arbenz, Sukarno y Allende, el asesinato de Lumumba, por poner solo algunos ejemplos), tratando de  mantener a salvo la autoridad moral ganada con tanto esfuerzo. Luego, vino la guerra de Vietnam, empezada con disimulo y continuada a cara descubierta. ¿Y de ahí en adelante?  Descontada la fanfarria mediática, puro matonismo de inspiración neocon: Conmoción y Pavor, bombardeos de ciudades, fósforo blanco, secuestros (entregas extraordinarias), torturas (técnicas de interrogación mejoradas), asesinatos selectivos, por lo general con víctimas colaterales, actos de “justicia” según la jerga oficial, y allí en Guantánamo un Dachau a modo de siniestra advertencia.  Y todo esto haciendo trampas, mintiendo desde las más altas tribunas, incurriendo en chapuzas monstruosas, como  el financiamiento de bandas armadas de fanáticos y la alevosa provocación de guerras civiles interminables. Pongámonos en el pellejo de los afganos que, creyendo en las lindas palabras de los invasores,  acabaron entregados a lo talibanes. No, aclaró Biden tras veinte años de campaña, nunca se trató de configurar una democracia; simplemente, se había actuado contra el terrorismo. La retirada no era, pues, una derrota, sino el premio por haber cumplido la misión.  
        Con esos procederes Estados Unidos dilapidó su crédito moral.  Y no hay más que ver cómo trata a sus  propias gentes para que uno sepa a qué atenerse. El  pueblo norteamericano, antes envidiado, está sumido en la miseria y el precariado, por no hablar de los veteranos de guerra  con los nervios destrozados de por vida (se suicidan por decenas). Si  la élite prepotente y avariciosa ya se cargó el “sueño americano”, díganme qué le puede interesar el bienestar de la humanidad. 
        Y todo esto, precisamente por el papel inspirador otorgado en el imaginario colectivo a ese país en base a sus pasados logros, ha tenido graves consecuencias para el conjunto de la humanidad: desengaño, odio, desorientación.  La pérdida de autoridad moral ha acabado por afectar a su credibilidad y desde luego que también a cualquier pretensión de legitimidad de los planes de dominación en que pretende involucrarnos. Hace unos años una encuesta Gallup reveló que mucho más que al terrorismo o cualquier otra amenaza, los terrícolas temen a Estados Unidos. 
      ¿En qué quedaron los usos del llamado “poder blando”, capaz de ampliar la simpatía por el gigante del norte? En nada. Lo que cuenta es la fuerza bruta, de la que ese país anda sobrado, algo muy peligroso ahora, cuando su hegemonía empieza a ser cuestionada tanto en el plano económico como en el tecnológico.
       Según una famosa lista filtrada por el general Wensley Clark, después de  Afganistán, Irak y Libia venía Siria. Bacher Al Asad fue demonizado en  la línea habitual, se financió y armó a insurgentes diversos, incluidos los extremistas islámicos; en suma, se organizó otra guerra civil.  Y todo iba según lo planeado hasta que, oh sorpresa, Vladimir Putin salió en defensa del presidente sirio con sus bombarderos. Estados Unidos tuvo que envainársela.  Fue un aviso. 
       Estados Unidos no le perdonaría jamás a Putin la bofetada, la primera que recibió así, en frío.  El nuevo orden (por llamarlo como se acostumbra) surgido tras la caída de la Unión Soviética se podía considerar roto ya por aquel entonces.  Al matón supremo le había surgido un rival, otro matón. Se diría que el resto es una consecuencia. 
       Henry Kissinger, entre otros pesos pesados, maligno él pero con cerebro, explicó que no había que acorralar a Rusia ni empujarla  a  una alianza con China, explicó que no era una buena idea meter a Ucrania en la OTAN y que era un desatino atizar una guerra civil en este país. No se atendió a sus razones, ya vemos con qué resultado. ¿Y por qué no se le hizo caso? ¿Por qué no se atendió a sus pragmáticas recomendaciones? La  respuesta es simple: porque en la actualidad el poder está  tan desprovisto de frenos morales como de frenos pragmáticos. Hay motivos para creer que hasta la noción de “mal menor” se perdió por el camino. 
      Si el poder ya no entiende las razones de un Kissinger, ya me dirán. Visto lo visto, ni siquiera debería asombrarnos que el señor Putin, hasta ayer mismo considerado astuto y calculador, haya acabado por lanzarse criminal y chapuceramente  sobre Ucrania. No es asombroso, digo, de acuerdo con los usos imperantes de un tiempo a esta parte. 
       Sin duda  abundan en los círculos del poder norteamericano los  seres pensantes capaces de tener en cuenta las realidades y los obvios requerimientos de la supervivencia humana.  Pero, lamentablemente, hay otros, en la élite del poder, que están en otra onda y que por lo visto ejercen una influencia decisiva a la hora de la verdad sea cual sea el presidente. Me refiero a sujetos que tienen en el oído  los monólogos a puerta cerrada del tenebroso Leo Strauss,   unos tipos convencidos de la superior sapiencia de la idiota de Ayn Rand, unos adictos al trotskismo de  Kristol (una versión ultraderechista de la famosa “revolución permanente”). Estos van a lo suyo,  inmisericordes, psicopáticamente decididos dominar el mundo por las malas, tomándose su tiempo, yendo por etapas, susurrando al oído del fantoche de turno, haciendo de paso negocios armamentísticos formidables so pretexto de emprendimientos guerreros  no menos demenciales que el de Putin.  
       ¿El país se queda en los huesos? ¿El capitalismo salvaje por ellos impuesto nos ha metido a todos en un callejón sin salida? ¡Es que les da igual! Que por algo están prendidos de las ubres del Complejo Militar Industrial (ese monstruo fuera de control sobre cuya peligrosidad advirtió el presidente Eisenhower en su discurso de despedida). Que esa porción de la élite  pretenda arrogarse la representación de Occidente es una listeza intolerable (salvo que se refiera a lo peor de Occidente elevado al cubo). Del hecho de que hayan conseguido hacerse con el el apoyo de  unos líderes europeos desconectados de la sensibilidad común solo se deduce que los valores occidentales que se publicitan como superiores han sido desactivados a ambos lados del Atlántico. 
        Ojalá estuviésemos ante un mero sometimiento perruno a los dictados norteamericanos, como parece  a primera vista: ya es hora de que reconozcamos que la élite europea ha caído bajo el embrujo neocon, al punto de ser incapaz de pensar por sí misma hasta cuando la tratan a patadas.  Siento decirlo, pero lo veo venir: estos primates europeos van a terminar de cargarse la autoridad moral heredada de las generaciones precedentes y, en la misma jugada, el Estado de Servicios que a ellas les debemos. Sí, están dispuestos a sacrificar a sus pueblos,  a empeñarlos para los restos, a gastarse en armas lo que no tienen, a destruir  y envilecer sus sistemas políticos, como si  estuviesen decididos a copiar en sus respectivos países la degenerada  polarización que distingue a la sociedad de sus mandantes. Es el momento de esgrimir la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero, ¿quién, entre esta gente poderosa, podría hacerlo sin que nos pareciera el colmo del cinismo?
     Entre las consecuencias del derrumbe de la Unión Soviética, debemos incluir no solo el sueño neocon de un mundo unipolar bajo la férula de Estados Unidos, de penoso despertar. Porque a ese derrumbe le siguió la galopada, ya sin barreras, del capitalismo salvaje, que ni siquiera se molesta en frenar en vista de las tremendas crisis que produce (paga el contribuyente) , y algo más: una pérdida de valores. Para contender con la Unión Soviética y frenar la expansión del comunismo, había que cuidar las formas, mostrar lo bien  y civilizadamente que se vivía en libertad,  en democracia, con cierta idea de superioridad basada en ideales  y valores de procedencia cristiana entreverados con los mimbres del liberalismo. Occidente se esmeró en presentarse como una alternativa bien probada y muy atractiva a los regímenes dictatoriales de Stalin y e Mao. ¡El mundo libre! Pero luego, tras la caída la Unión Soviética, al diablo esos valores, a los que solo se apela cuando interesa  manipular las emociones de las “muchedumbres desconcertadas”
     El problema es que sin valores, sin la autoridad moral que se deriva de su cultivo, solo queda la fuerza bruta. Triste espectáculo: resulta que ya no hay nada más que se pueda oponer a Rusia y a China, cuyos líderes hace tiempo están advertidos de la mutación, del giro hacia el matonismo planetario y del carácter fraudulento de la apelación a los valores traicionados. Lo que en sí mismo no augura nada bueno.  A estas alturas del partido, por cada acusación que los líderes occidentales lancen contra los regímenes de Rusia y China, estos lo tienen fácil: les  basta con acusarlos de ver la paja en el ojo ajeno y de no ver la viga en el propio.
        ¿Hay alguna posibilidad de que Occidente recupere sus valores esenciales?  ¿Puede recuperar su autoridad moral? Ojalá. Sería patético que los rusos o los chinos se vieran forzados a darnos lecciones de pragmatismo, y más patético aun que nos viéramos en situación de esperar que algún remanente de la Iglesia Ortodoxa Rusa, o algún giro dialéctico en el cerebro de Putin  o  alguna fórmula confuciana vengan en auxilio  de la humanidad… ¡Qué dolor! ¡Qué vergüenza!

lunes, 11 de julio de 2022

LA OTAN VS. RUSIA + CHINA: ¡POBRE HUMANIDAD!

  

      La puesta en escena de la OTAN en Madrid ha sido muy llamativa, con la presencia de la clase política al completo, incluido el alcalde de Kiev, el ex boxeador Vitali Klitschko,  y la intervención estelar del presidente Zelensky por videoconferencia. 

       El espectacular elenco político/militarista que dice servir a nuestra defensa  se exhibió a placer en el museo de El Prado, lo que a mí me parece de mal gusto e incluso una profanación. 

       La ensaladilla rusa se llama ahora ensaladilla tradicional. Al parecer, todos contentos , unánimes, sonrientes y muy seguros de lo que se traen entre manos a pesar de su extrema peligrosidad. La participación de las esposas de los dignatarios, encabezadas por doña Letizia, vino a refrendar la bondad del acontecimiento.

       La OTAN ha cruzado el Rubicón, no de tapadillo sino a las claras, con la evidente pretensión de remodelar la mentalidad de nuestro tiempo en función de sus intereses a corto, medio y largo plazo. La organización se arroga la representación de Occidente, está claro, y de paso nos mete  compulsivamente en una confrontación con Rusia y China... sin matices, sin ninguna alternativa. Por si no nos habíamos enterado, el escenario de la organización ya no se circunscribe a la vieja Europa; es el mundo. Y la intención, a diferencia del pasado, no es ninguna clase de  equilibrio o contención, lo que debería preocuparnos porque, dato capital, esta organización y sus satélites no tienen el dominio global y nada podrán hacer al respecto sin causar daños y sembrar el caos. 

         La OTAN nos hace saber que pretende lidiar  con la amenaza de Rusia  y simultáneamente con la de China, cuya actividad considera “maliciosa”. Afirma que  nuestra seguridad y modo de vida se encuentran en peligro, lo que, se mire como se mire, podría justificar cualquier cualquier medida militar… o no militar. Ya tenemos el plan: VENCER  a esos enemigos colosales. Se nos da a entender que la cosa va de un enfrentamiento entre la pureza democrática occidental y el totalitarismo oriental...

       Con la guerra de Ucrania en curso, el plan luce inoportunamente temerario. Por así decirlo, el viejo orden ha saltado por lo aires. Ya se ha decidido que el conflicto en Ucrania se dirima en el campo de batalla. La idea es  que Putin va a perder hasta la camiseta…  sin jugarse el todo por el todo, sin recurrir a sus armas peores. Sí, Ucrania se incorporará a la OTAN y también Georgia…  Ni caso al señor Putin. La OTAN se reafirma  en el  ninguneo que causó la guerra y dobla la apuesta, implicando de paso a China.

         El comunicado oficial no deja margen alguno a la diplomacia, pequeño detalle que no ha merecido el menor comentario crítico en los grandes medios de comunicación. Confrontación pura y dura. Se da por sentada una dinámica de bloques, un choque de civilizaciones, así, con la mayor crudeza. 

       No por casualidad, se ha escogido un lema más bien aterrador en las actuales circunstancias:  “NATO [OTAN] in an Era of Great Power Competition”. ¿Se  puede ser más claro? De esto se trata, del Poder, del Gran Poder, de la competición por el poder mundial. Y bien sorprendente sería que en Moscú y Pekín no se entendiese ese lenguaje, de sobra conocido. Me parece muy triste que Occidente  solo ofrezca más de lo mismo (con una actitud que ya le costó a la Humanidad dos guerras mundiales). 

      Si Paul Nitze y Georges Kennan tuvieron claro que sería de locos acorralar a Rusia, Henry Kissinger, que participa de esa opinión y que algo entiende del gran poder, ha dejado bien sentado que  no se debe hacer nada que provoque la unión de Rusia y China. A los dirigentes de la OTAN y sus asociados políticos, al parecer influidos por el chulesco pensamiento neocon, esos consejos les traen sin cuidado. Quieren imponerse y punto, al precio que sea. De modo que sería ingenuo pensar en un retorno a la Guerra Fría. Esto es mucho peor, más peligroso.

      ¿No es sorprendente que Europa obedezca las órdenes de una potencia hegemónica sumida en una crisis sin  precedentes?  ¿Tan rápido se han dado por archivadas las mentiras, barbaridades y chapuzas en que ha incurrido dicha potencia a la vista de todos, en Afganistán, Irak, Libia y Siria? 

        A la indignidad se le suma la falta de luces. La jugada actual de Estados Unidos apunta no solo a desangrar a Rusia. Se trata de impedir que Europa se crezca de la mano de Rusia y que deje de ser un motivo de inspiración  para los norteamericanos que quisieran gozar de los estándares sociales europeos (insuficientes pero molestísimos para los amos del capital).  En el mejor de los casos, Europa quedará hecha unos zorros. Por no hablar del negocio armamentístico.  Ahora todos los gobiernos europeos están dispuestos a gastar más en armas, lo que sea, a costa de lo que sea, por muy en apuros que estén ya.  Al diablo el bien común y a poco que la cosa se vaya de las manos de los aprendices de brujo que dicen representarnos, todo esto provocará daños sociales que dejarán pequeños los actuales. Y es especialmente macabro  por cuanto la competición por el gran poder se plantea cuando el cambio climático ya se nos ha echado encima.  ¡Pobre humanidad! 

viernes, 15 de abril de 2022

GUERRA EN UCRANIA: NEGOCIACIÓN O DESTRUCCIÓN

    

        Afirmé hace un mes que a mayor resistencia a las huestes de Putin, mayor sería la barbarie. Los horrores de Grozni y Alepo se reproducirían en Ucrania. Y véase  ahora el martirio de Mariúpol, por decirlo todo con un solo nombre. No sé a usted, amable lector, pero a mí me indigna que no se haya tenido en cuenta tan atroz posibilidad. Los ucranianos, a los que se dice defender, víctimas  seguras de una barbarie que se veía venir. ¿Acaso ignora Occidente de qué va la guerra? ¿Por qué se deja arrastrar por Putin a las tinieblas? Al final, lo presiento, no habrá forma de distinguir a los buenos de los malos. 

           La barbarie de Putin no exonera ni santifica a los máximos dirigentes occidentales. No movieron un dedo para evitar  la tragedia; provocaron a Rusia, la ningunearon, enviaron armas a Ucrania, instruyeron a militares ucranianos e incluso a  elementos del Batallón Azov; atizaron el fuego en el Dombás.  Todo, sin pensar en  las buenas gentes.  Y ahora siguen armando a Ucrania ostentosamente. ¿Cómo creen que se interpretan desde el Kremlin los envíos de armas y las sanciones económicas masivas en ausencia de un solo gesto conciliador? ¡Como más de lo mismo! ¡Como una llamada a la guerra total! No hace falta ser un putinólogo para saberlo, ni  ser un experto en  nada para justipreciar los riesgos de una escalada fatal. De momento, Putin hace la vista gorda al dinero, a las armas y a las aportaciones de inteligencia, como si no quisiera contribuir a una escalada o, quién sabe, como si despreciase esas aportaciones occidentales contra su campaña militar  en el supuesto de que puede destruir el material antes de que llegue a destino. 

        Condeno rotundamente la invasión y me identifico con el pueblo ucraniano. Pero  tengo al mismo tiempo la obligación de exigir una negociación seria e inmediata. Y  por eso no puedo aplaudir la actuación de los líderes occidentales, mis supuestos representantes.  Alguno me dirá que es inmoral negociar con Putin, que no se puede ni se debe ceder a ninguna de sus demandas. Respondo: Gracia no tiene, pero hay que hacerlo, como es de rigor en casos así.  ¿Acaso hay otra manera de defender a los ucranianos ya que, como es sabido y como Putin entendió, no los defenderemos con nuestros cuerpos? 

          Los dirigentes occidentales actuaron  y actúan como pirómanos. Le cabe a Macron el honor de haber intentado mantener una línea de comunicación con Putin y de recomendar un empleo cuidadoso de las palabras por entender, inteligentemente, que llamarlo “asesino” es una pésima idea. No se lleva lo de Macron. El canciller austriaco ha sido criticado por viajar a Moscú con intenciones  dialogantes…  Lo que se lleva es lo de Josep Borrell,  que  acaba de pedir menos aplausos y más armas para Ucrania (¡menudo diplomático!).

       Incluso se pretende, con veladas amenazas, que China se sume a la campaña occidental, como si su hipotético papel mediador fuera prescindible. Como si no fuera obvio que esta guerra debe terminar cuanto antes con una negociación. Y claro que hará falta la mediación de China, como la Turquía, dos países que se han opuesto a la voladura de todos los puentes. Sí, la de estos dos países precisamente en vista de que el señor Biden no está por la labor por intereses para nada edificantes. 

         Con las excepciones aludidas, los primates  europeos se comportan como si estuviésemos ante un conflicto medieval, como si no hubiera que contar con las  capacidades destructivas del armamento “convencional” del siglo XXI (bombas termobáricas, bombas de racimo, fósforo blanco y demás), como si ignoraran que las guerras de este siglo se libran a costa de  machacar bárbaramente a la población civil y,  encima, como si las bombas nucleares tácticas y estratégicas no existieran. Les veo capaces de acorralar a Putin hasta el punto de que se sienta  “obligado” a hacer uso de estas armas, como contempla su doctrina militar oficial en casos de “amenaza existencial”.   ¿No les parece una locura poner el destino de la humanidad  precisamente en manos del líder ruso, en su capacidad de autocontención, en su sistema nervioso, en sus cálculos?  ¡Qué ocurrencia! 

       No me lo explico, me parece una señal de degeneración intelectual y moral. Intelectual, porque estos líderes parecen desconocer las crueles lecciones de la historia, y moral porque están anteponiendo sus intereses geoestratégicos, narcisistas y mafiosos al valor de la vida humana (como ya hicieron reiteradamente en el pasado inmediato, dándole con ello lecciones de poder a cualquiera y en primer lugar a Putin).  Estos genios,  muy toscos si los comparamos con los de ayer (Kennedy hablaba con Krushev, Bush padre  hablaba con el inquilino del Kremlin, Reagan hablaba…),  ¿qué pretenden? 

       ¿Quieren que Rusia se desangre en Ucrania? ¿Desean derribar a Putin y convertirla en un Estado fallido? ¿Desean (en plan Victoria Nuland) que Europa termine de doblar las rodillas y que se olvide del sueño de “una casa común” e incluso del gas? ¿Desean dar rienda suelta   a formidables negocios armamentísticos   incompatibles con toda causa decente y con el lamentable estado del planeta? ¿Realmente les interesa el bienestar del pueblo ucraniano? Son preguntas inquietantes, de momento encubiertas bajo una unanimidad de la que ya hemos sido víctimas otras veces. En el peor momento, estos dirigentes se olvidaron de la Realpolitik, fea pero nunca imbécil. 

         Nótese que el presidente Zelenski, con trato de héroe y paseado por los parlamentos –lo nunca visto–, demanda acciones radicales al parecer sin pensar ni poco ni mucho en que, de ser satisfechas, la historia de la humanidad tal como la conocemos llegaría bruscamente a su fin. Y sin pensar demasiado, por lo visto, y no lo entiendo, en el creciente sufrimiento de su propio pueblo, al que se siente compelido a sacrificar en el altar de la guerra (no sabemos si por rapto dramatúrgico o por puro patriotismo, o por una combinación de patriotismo y de promesas y presiones internas y externas). Uno le comprende emocionalmente, pero se debe conservar la cabeza fría y no perder  el sentido de las proporciones. ¿De verdad hay alguien que crea que la titularidad de Crimea y del Dombás vale más que el género humano  o más que los ucranianos que tan cabalmente lo representan?

        Oficialmente al menos,  el Pentágono y la CIA mantienen la cabeza fría, ante la evidencia de que no se puede jugar con fuego en esta materia, pero los dirigentes occidentales, de Biden a Borrell,  juegan sin ningún recato y nos la calientan de la forma más irresponsable que quepa imaginar. 

        Han renunciado  a la función política y reparadora que les exige  una guerra de estas características. Nos invitan a apoyar ciegamente a Zelenski en su numantina resistencia, le ofrecen más armas, más dinero, que se sepa sin ninguna condición y desde luego que sin pensar las consecuencias de militarizar a todo un pueblo y de  concentrar el poder en manos de elementos extremadamente iliberales. Es como si ya hubieran resuelto que el conflicto se dirima en el campo de batalla –es decir, en ciudades, pueblos y pueblecitos– a costa del sufrimiento que sea. Como la culpa la tiene Putin, adelante a ojos cerrados.

          De este modo que se han metido –y nos meten– en una dialéctica infernal.  ¿Cuánto dinero contante y sonante, cuánto prestado? ¿Cuántas armas  hacen falta para cubrir el expediente, cuántas para mantener a raya a los rusos? ¿Cuántas harían falta para expulsarlos? ¡A saber!  Y como esto es infernal, se procede sin tener ni la menor idea de en qué punto podrían desencadenarse acciones terroríficas no convencionales por parte de Putin, astutas o desesperadas. Lo único claro es que, no siendo este un lance caballeresco sino una guerra brutal estilo siglo XXI, no ganará nadie en ningún sentido humanamente inteligible. Lo dicho: negociación o destrucción parcial o total.

jueves, 3 de marzo de 2022

PUTIN SE ABALANZA SOBRE UCRANIA

 

      Me duele el alma por el sufrimiento del pueblo ucraniano, y al mismo tiempo, por el pueblo ruso y por la humanidad. Vladimir Putin ha iniciado su viaje a las tinieblas y, a poco que nos descuidemos, siento decirlo, me avergüenza decirlo, nos arrastrará consigo.

       Evidentemente, esto podía pasar y, en mi opinión, el presidente Biden y los líderes europeos no han estado a la altura de las circunstancias: Han sido incapaces de impedirlo. ¿Acaso estaban desinformados? Hasta podría dar la penosa y desconcertante impresión de que  no quisieron reconducir la situación cuando todavía era posible. Ni siquiera es posible afirmar que se tomaran en serio los acuerdos de Minsk. 

         Llevan años haciendo oídos sordos a las pretensiones iniciales de Putin, incómodas pero no absurdas. No lo entiendo, como tampoco lo  comprenden –por poner solo tres referencias serias– Ignacio Ramonet, Noam Chomsky y Jack F. Martlock, ex embajador norteamericano. Para mí es inevitable recordar que Paul  Nitze y George Kennan aconsejaron que nunca se acorralase a Rusia. El tiempo ha demostrado cuánta razón tenían estos dos geoestrategas, dos halcones, dos entendidos en los asuntos del poder puro y duro. ¿Por qué jugar con fuego precisamente ahora, cuando toca hacer algo serio contra el calentamiento global?

         ¿Tan difícil era darle a Putin algo de lo que pretendía, alguna seguridad? ¿Acaso los líderes occidentales  no tienen ni la menor idea de cómo se las gasta y qué clase de lecciones de poder, todas brutales, le han sido impartidas por ellos mismos?  ¿Desconocían el abecé del Kremlin? ¿Estaban en la luna? No lo parece, porque Biden predijo la invasión. A  mi juicio, lo inquietante es que ni viéndola venir se prestase a negociar seriamente, que es lo que demandaban el Kremlin,  los ucranianos y el mundo entero. 

         Biden se limitó a  despreciar a Putin (una forma de distinguirse de Trump y de hacerse el duro), a asegurar que no enviaría tropas a Ucrania, que la OTAN no intervendría y que, esto sí,  Rusia se exponía a gravísimas sanciones económicas. Esto fue todo, unido al envío de armas y dinero a Ucrania. Y esta ha sido la combinación fatídica. Ningún palo que Putin, acostumbrado a las sanciones, pudiera ver como tal; ninguna zanahoria.

        Tras la criminal invasión, hemos entrado en una nueva fase. Occidente demoniza abiertamente a  Rusia, y a la inversa, corre la sangre. Han saltado todos los puentes de comunicación. Occidente impone a Rusia sanciones económicas devastadoras y envía  montones de armas a Ucrania (a sumar a las que ya había enviado). Ni que decir tiene que Putin interpreta todo esto como una declaración de guerra. Algunos de los suyos pensarán que, después de todo, él sí sabía lo que cabía esperar de Occidente. Todos contra Rusia, Rusia contra todos. 

       ¿Qué pasará?  En primer lugar, bajo presión creciente y ante la evidencia  de que  las defensas ucranianas no se han venido abajo a las primeras de cambio, todo indica que Putin  intentará alcanzar sus objetivos rápido y a cualquier precio. Lo que solo le será posible con una brutalidad que al principio no quiso permitirse por razones de imagen. A mayor resistencia ucraniana, más violencia, más indiscriminada y terrorífica. Empezamos a verlo. Conmoción y pavor.

        En estos momentos, todavía bajo el impacto de la invasión, los países europeos en bloque (¡también Alemania!) anuncian que van a entregar a los ucranianos armas defensivas y ofensivas. Pues bien, la luz de lo que acabo de decir, me parece oportuno plantear dos preguntas elementales, seguramente odiosas si uno tiene en la retina la imagen de Zelenski y de sus desamparados compatriotas: ¿Hace bien Europa al renunciar tan abiertamente a una función pacificadora y reparadora?  Voluntarismos aparte, ¿qué posibilidad hay de que esas armas reviertan la situación creada por Putin? Si a mayor resistencia ucraniana, peor comportamiento de los invasores, esas armas y la declaración de intenciones que las acompaña podrían servir para aumentar el sufrimiento de los ciudadanos dispuestos a empuñarlas o simplemente a creer en ellas. 

      No vaya a ser que estas armas, muchas de ellas antiguas, tengan por resultado no la liberación sino una represión salvaje contra la población, contra los mal armados y contra los desarmados. La perspectiva de ver a Kiev reducida a escombros, como Grozni o Alepo nos obliga a pensarnos dos veces este tipo de iniciativas. Mejor, a todos los efectos, una ayuda humanitaria masiva, integral, por el bien de las víctimas y para dotar a Europa de la necesaria autoridad moral para mejor protegerlas. Tal es mi opinión, al menos.

       Por si no fuera bastante espantoso imaginar una guerra interminable en Ucrania, que a todos hará sufrir, hay algo más. Nadie quiere pensar en ello, hay un tabú al respecto, pero esto podría terminar en un apocalipsis nuclear por accidente, por irracional escalada o por una fría decisión. Putin ya ha lanzado varias advertencias  al respecto. Cuanto más acorralado se sienta, mayor será el peligro. 

        Ni siquiera cabe descartar que Putin considere sus misiles hipersónicos como un as en la manga,  con rango de “ocasión” por emplear el lenguaje de Tucídides (se supone que perderá esa ventaja en un par de años, cuando EE UU se ponga al día).  En consecuencia, así lo entiendo, actuar con la chulería acostumbrada,  hacernos los valientes a costa del pueblo ucraniano, negarnos a buscar una salida honrosa para atacantes y  atacados, pedir a estos que se desangren heroicamente para desangrar a aquellos,  todo esto es una locura. Como hacer negocios armamentísticos, como felicitarse por el error de cálculo de Putin y  por la posibilidad de insuflar nueva vida a la OTAN y encubrir la desunión y las miserias de Europa. Algunos hasta sueñan con una segunda victoria sobre la Unión Soviética. A mi entender,   no estamos para tales maldades y delirios. Sin sabiduría, de esta no salimos.

        Es el momento de recordar que en horas tremendas  John F. Kennedy fue capaz de tomar el toro por los cuernos: negoció con Krushev, cedió. Quítame de encima tus misiles cubanos y yo te quitaré los míos de Turquía.  También Krushev cedió. ¿Se acuerdan? El equilbrio del terror  les obligó a ello por no ser imbéciles, pero ahora nadie  ha planteado negociar nada en términos satisfactorios para las partes. A saber por qué razón. Se siente uno en manos de unos irresponsables. Incluso he oído traer a colación el “apaciguamiento” de Chamberlain como invitación al “no apaciguamiento”, como si el contexto fuera el mismo, como si se pudiera actuar de espaldas a la amenaza atómica y al poderío de las armas del siglo XXI, como si, de pronto, hubiésemos olvidado todo lo aprendido de las duras enseñanzas de la historia.

sábado, 27 de noviembre de 2021

EN RECUERDO DE RAMÓN NIETO

       Por casualidad,  anoche he venido a enterarme del fallecimiento Ramón Nieto (1934-2019), novelista, poeta y también editor.  Ya no está en su reino de El Escorial, donde yo lo imaginaba, y me queda la cosa de no haberle enviado mis últimos libros, de no haber hecho nada por encontrarnos y ponernos al día como en los viejos tiempos. ¡Qué tristeza!
    Le conocí en la Universidad Autónoma de Madrid, en el viejo caserón del Retiro, donde fuimos compañeros de fatigas en lo tocante a las materias comunes que compartían por aquel entonces los estudiantes de filología y filosofía. El árabe nos dio mucho trabajo. Yo tenía  dieciocho años y él mediaba la treintena, pero nos hicimos buenos amigos. Los desvelos literarios, ya se sabe, unen. Me conmuevo al recordar que leyó de verdad mis escritos juveniles, mis cuentos (lo que me pareció de lo más normal por pura ignorancia).
     Sus peritajes eran exigentes, pero cariñosos también. Mucho fue a parar a la papelera por su culpa, pero le debo que la revista Ínsula acogiese mi primer y único relato publicado, La representación, espectacularmente ilustrado por Zamorano. También me dio, no sin tacto, un buen consejo: aprende a escribir sin argentinismos. El entendía mejor que nadie lo importante que es para un escritor el habla, pero en mi caso era cuestión de supervivencia prescindir de parte de la mía, en busca de acomodación. Me recuerdo leyendo sus relatos y sus novelas para  depurar mi oído y mi estilo.
       Descontado mi padre, Ramón Nieto fue el primer escritor de carne y hueso que conocí. Luego, vendría Dionisio Ridruejo a reafirmarme en la idea de que ser escritor, mi proyecto de vida, no era una ilusión. ¿Ellos habían podido? ¡Pues yo también! 
     Ramón Nieto era por aquel entonces director de Santillana, antes de fundar Altea. Creí entender que la cosa iba de ganarse la vida en el mundo editorial y de escribir en horas libres, pues al parecer era posible según su ejemplo (a condición de no pensar en el tremendo esfuerzo que a él le costaba).  Le pedí trabajo en Santillana. Primero me dijo que sí, luego se lo pensó mejor y me explicó que no le parecía conveniente: a buen seguro, moriría de tristeza en ese oficio. (En cambio, le abrió las puertas a mi hermana mayor, Carmen, y con ello le hizo un gran favor a mi familia.) 
      Cuando abandonó Altea puso en marcha su propio negocio, la librería y galería de arte Ramón, en la calle Tutor, en el antiguo local de Rayuela. Una editorial, Ediciones Miríada, completaba en proyecto. Colaboré con él en los tres frentes, recién acabada mi carrera. Fue muy instructivo y también divertido. Mi amigo era un jefe exigente pero relajado. La aventura terminó cuando lo nombraron director de ediciones de la UNESCO. Estaba dispuesto a confiarme la galería y la librería, y no lo olvido. Me eché atrás porque el horario era de diez de la mañana a diez de la noche.   
      Debo destacar que Ramón Nieto estaba exento del pintoresco amaneramiento que caracteriza al común de los hombres de letras. No presumía de sí mismo ni de sus logros. Nada que ver con Camilo J. Cela, Carlos Barral,  Jesús Aguirre o Francisco Umbral. Era de trato llano, con un punto de modestia.  Prefería observar a ser observado, escuchar a epatar. 
       Sí, sabía escuchar y mirar, como convenía a su creatividad, al principio enmarcada en la estética del llamado realismo social, muy exigente en lo que se refiere a la captación de los movimientos y los decires humanos. Sus novelas Los desterradosLa patria y el pan y El sol amargo habrían sido imposibles sin esos dones suyos.
      Cuando yo le conocí andaba metido en La señorita B, considerada “experimental”.  En esta novela su crítica al orden establecido aparece en cuatro planos narrativos superpuestos, en toda su potencia, sin el velo del realismo. Y que ese velo era imprescindible para para burlar las defensas del sistema se demostró a continuación. Esas defensas se habían  relajado con la ley Fraga, pero sin garantías para los transgresores: La señorita B (Seix Barral, 1971) fue objeto de confiscación. Ramón Nieto se vio obligado a podarla por aquí y por allá para que le fuese dado reaparecer en 1974.  Una pena, realmente. Hubo que esperar hasta 2004 para disponer de la versión completa de este desnudamiento de la miseria colectiva, y para mí tiene mucho encanto descubrir ahora que esta novela extraordinaria fue rescatada por Fernando Cabal, entonces director de Dilema, el valeroso editor de mi Más allá de la indignación. No habría estado de más celebrar como es debido este simpático guiño del destino, en realidad para nada sorprendente.
     En mí permanece de alguna manera el “yo misterioso” de Ramón Nieto, eso tan sutil que según Gabriel Marcel nos deja alguien cuando se nos va definitivamente. Conservo vivísimo el recuerdo del escritor, del esteta, del humanista. Doy por seguro que entre los papeles de su legado hay piezas de gran valor. No creo que su novela Los monjes (Destino, 1984) haya sido su último vuelo literario. Imagino montañas de papeles, encuadernados, encarpetados o sueltos, y hasta veo su letra, su caligrafía elegante y firme. 

     

lunes, 5 de abril de 2021

MÁS ALLÁ DE LA INDIGNACIÓN. HUMANISMO O BARBARIE

     Así se titula mi último libro (Prokomún-Mandala, 2021), donde quemo mis naves a conciencia. Habrá quien se enfade muchísimo por el contenido, a ratos purulento e hiriente, y por la forma, coloquial y desenvuelta, sin concesiones a la urbanidad académica. ¡Qué le vamos a hacer! A estas alturas poco me importan las consecuencias, quizá porque tuve un grave problema de salud. Habla o calla para siempre. 
    El libro se gestó al calor del 15-M, y se puede considerar una prolongación de ¡Indignaos! Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica, del nonagenario Stéphane Hessel.  Soy un indignado hesseliano, con la particularidad de que, más joven,  necesito hablar desde la perspectiva de mi generación, la de los nacidos en los años cincuenta del pasado siglo, y concretamente desde la óptica de una izquierda alérgica a los usos leninistas (una izquierda malamente acallada, sometida al constante fuego cruzado del establishment y de las gentes de formación comunista).
   Tanto los supervivientes de la generación de Hessel como los de la mía hemos sido testigos impotentes del giro a peor iniciado hace ya cuarenta y pico años, y nos creo en la obligación de informar a quienes vinieron después, que se han hecho mayores bajo el imperio del la religión política conocida bajo el equívoco nombre de neoliberalismo. 
    Todos nos vemos empujados a lo peor del siglo XIX y, de últimas, a la destrucción de la humanidad y el planeta. Y nos toca a los más viejos recordar que en nuestro tiempo había alternativas, por las que se luchó, y poner sobre la mesa que eso de que no las hay  es un mito idiota a medida de los intereses de dicha religión política. 
    Puede uno, por otra parte, celebrar los logros de esas dos generaciones, pero también está obligado a reconocer un enorme fracaso colectivo: fuimos incapaces de evitar la progresión de la revolución de los muy ricos, hoy dominante en todos los centros de poder. Y este fracaso nos une a los que han venido después, tan necesitados como nosotros de aprender de la dura experiencia.
    Medítese sobre ello: Según datos del CIS, el movimiento los indignados del 15-M llegó a contar con la simpatía del 75% de la población, y he aquí que el partido que se arrogó su representación, Unidas Podemos, ha ido a remeterse en el nicho electoral de la vieja Izquierda Unida, rondando ahora  el 10% en estimación de voto. El movimiento mismo parece haberse disipado. Esto mientras un montón de indignados se están pasando a los dominios de la ultraderecha, aquí como en todas partes. ¿Cabe imaginar un fracaso mayor? 
    Tanto la izquierda acomodaticia como la radical parecen haber perdido el norte precisamente en una situación que, en teoría, debería favorecer su crecimiento. ¿Por qué no suma? ¿Por qué se fragmenta? ¿Por qué pierde? 
    ¿Por qué algunos de sus representantes coquetean con el populismo de derechas, por qué otros siguen vanamente a la espera de que los del 99% se constituyan en un sujeto histórico capaz de hacer algo, no se sabe bien qué, contra el 1% a todas luces dominante? En el libro intento encontrar la respuesta a estos pesados interrogantes. 
    Encima, aunque tengamos muchísima prisa –el tiempo se acaba, el planeta no aguanta más–, antes de gritar '¡indignaos del mundo, uníos!' debemos aclararnos… ¿Bajo qué banderas tienen sentido la unión y la movilización general? ¡Uno no puede fiarse de cualquier indignado! ¡No vayamos a repetir viejos errores!
    Necesitamos una indignación ilustrada, imposible de manipular, imposible de volver contra nosotros mismos y capaz de sobreponerse a cualquier adversidad. Y para llegar a ella necesitamos las referencias históricas, antropológicas, filosóficas y morales que los acontecimientos y nuestra forma de mirar nos ocultan sistemáticamente. En este libro he procurado reunir esas referencias sin irme por las ramas. 
    Y es que ya no basta con tomar nota de los motivos de indignación, una tarea necesaria para no perder la conciencia, pero insuficiente si de lo que se trata es de salir del atolladero. Hay que ir a los problemas de fondo. Y es lo que he intentado en este libro con la debida temeridad, con la clara intención de romper con la mentalidad dominante. 
    A juzgar por el estado de los asuntos humanos y planetarios, nos veo ante una disyuntiva insoslayable: humanismo o barbarie. A primera vista, es fácil estar de acuerdo con el camino a tomar, pero haremos bien en preguntarnos por los fundamentos y los alcances de nuestra decisión. En este libro propongo un humanismo de último recurso, algo que no me atrevo a resumir en pocas líneas. 
    Mucho agradeceré a mis amigos  y lectores que hagan un poquito de publicidad a este libro precisamente, el más arriesgado y personal. Se  puede conseguir en la Casa del Libro, por Amazon o, mejor, pidiéndolo directamente a la editorial (https://www.mandalaediciones.com/varios/politica/mas-alla-de-la-indignacion.asp), que lo envía con rapidez.

jueves, 18 de marzo de 2021

PABLO IGLESIAS VS. ISABEL DÍAZ AYUSO…

     Cuando todavía no estamos a salvo, cuando la gente muere, pasa apuros, hambre, frío, incertidumbre, cuando las ayudas no llegan, ¡elecciones anticipadas en Madrid! La frivolidad de Isabel Díaz Ayuso carece de límites. La cosa va de armar un quilombo para encubrir sus hechos y la inmundicia que aflora en los juzgados, y desde luego que también va de redirigir contra Sánchez toda la  frustración  habida y por haber.
    La campaña electoral, se ve venir, será de género insoportable. En el peor momento, trumpismo castizo, encima con el peligro cierto de que vaya a más. ¿Qué tal si gana esta señora, sola o respaldada por Vox? ¿Qué tal si el entero PP resulta definitivamente abducido? Hasta podría ocurrir que el señor Casado se viera eclipsado por el tándem Ayuso/Rodríguez…
    No me apetece nada vivir en una sociedad políticamente esquizofrénica y se me revuelven las tripas  de solo imaginarnos en los años treinta. Fue así como empezó la tragedia de entonces, de forma tan estúpida, poniendo en duda la legitimidad  del gobierno y viendo comunistas por todas partes (y conste que solo había un puñado de ellos, marginados y sin poder alguno, como también ocurre en la actualidad).
     El cuadro se ha agravado por la repentina intromisión de Pablo Iglesias. Sin ahorrarnos un encomiástico repaso de sus logros, nos da a entender que solo él puede pararle los pies a la señora Ayuso (lo que ya es decir si echamos un vistazo a las estimaciones de CIS) y que no por otra razón se sacrifica. De entrada, se le ha visto ordenando el reparto de espacios y papeles, como si fuera el director de la obra, el prota y el estratega, como si todo se le debiera por renunciar a la vicepresidencia del Gobierno. 
   Supongo que algunos celebran que señora Ayuso haya encontrado la horma de su zapato, pues ya tenemos a Iglesias arremetiendo contra la "derecha criminal", así, en general (como si estuviese en un bar  y no le cupiesen serias responsabilidades en orden al mantenimiento del sistema de convivencia). Y esto es lo grave, que se ponga en el mismo plano, con similar agresividad y similares brochazos efectistas, lo que yo no estoy en disposición de aplaudir. Puede que así represente a una parte de la izquierda a la izquierda del PSOE, pero de seguro que no a toda.
   Viendo venir lanzado a Pablo Iglesias, la señora Ayuso, encantada de la vida, opta por cambiar su grito de guerra de socialismo o libertad, delirante en referencia Angel Gabilondo, a comunismo o libertad, no menos loco. Pero he aquí que, en lugar de limitarse a sonreír burlonamente, el líder de Unidas Podemos, tocado en alguna fibra íntima, le sale al paso atolondradamente con la mención de ciertas heroicidades comunistas en la lucha contra el fascismo… Parece mismamente que hemos retrocedido varias décadas, y ya tenemos a la señora Ayuso haciéndose la graciosilla con estar del lado bueno de la historia en tanto en cuanto la tildan de fascista. 
   ¿Acierta Pablo Iglesias al entrar en esa dialéctica? Yo pienso que se equivoca de medio a medio, pues esas heroicidades, como la cintura de Santiago Carrillo, no cuentan para nada en el imaginario colectivo, donde solo flamean el gulag y los usos norcoreanos. Cosas de la historia, que se ha encargado de poner las vergüenzas del bolchevismo en el mismo escalofriante anaquel donde lucen las del fascismo.
    Mucho partido le sacará la señora Ayuso a este fenómeno. En su boca la palabra libertad carece de sentido, y la palabra comunista está no menos vacía, hasta que llega Iglesias y recoge el guante, demostrando con ello que en efecto hay comunistas, quién sabe cuántos,  lo que le asegura una gran movilización en sentido contrario, en nombre de la libertad… Yo no puedo entender tanta torpeza. Más Madrid ha hecho muy bien en no entrar en ese juego suicida.