jueves, 7 de enero de 2010
750 EUROS POR USAR BURKA…
martes, 5 de enero de 2010
EL PODER ATONTA...
domingo, 3 de enero de 2010
BLASFEMAR, CON MULTA…
No es que a mi me parezca educado soltar blasfemias, pero a saber qué se acaba entendiendo aquí por blasfemia. Al final, puede resultar que, sin decir ninguna cosa malsonante, uno acabe siendo acusado de la horrible falta.
domingo, 27 de diciembre de 2009
LA LLAMATIVA DESLOCALIZACIÓN DE MERCEDES…
lunes, 21 de diciembre de 2009
LECTURAS RECOMENDADAS
domingo, 13 de diciembre de 2009
OBAMA, PREMIO NOBEL DE LA PAZ…
No deja de ser penosamente instructivo que el mismo día en que tocaba celebrar un nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), nos tengamos que ver con la pieza oratoria que el presidente Barack Obama pronunció en Oslo.
El flamante premio Nobel de la Paz ha hecho saber al mundo que debemos contarlo entre los defensores de la “guerra justa”, cuyos requisitos –esto no lo dijo– fueron establecidos allá por el siglo XIII. El problema, desde entonces, han sido precisamente las guerras justas, no en la teoría sino en la práctica. Imbuido un jefe militar de la creencia de que está librando una guerra justa, ¿quién lo va a parar? Tenemos mucha y muy triste experiencia al respecto.
A juzgar por la pieza oratoria de Oslo, bien se ve que Obama es un avezado jurista, que sabe matizar, que trata de hacerse entender, que procura mostrarse ecuánime, pero precisamente por ello el resultado se puede considerar más inquietante que la impetuosa tosquedad de su predecesor, el cristiano renacido George W. Bush. No debo ocultar mi preocupación. Junto al oscurantismo religioso, nos ronda otro no menos deletéreo, de orden puramente intelectual, de mal pronóstico también. ¿Se puede confundir el ejemplo de Mohadas Gandhi o de Martin Luther King, hombres grandes de verdad, con… el de Ronald Reagan? Obama acaba de hacerlo, con naturalidad pasmosa.
lunes, 7 de diciembre de 2009
LOS DAÑOS QUE NO QUEREMOS VER
Contamos los muertos, nos acordamos a veces de los heridos, calculamos el número de los hambreados, e incluso el de los obesos, pero pasamos por alto sistemáticamente todo lo relativo a los daños físicos, emocionales e intelectuales que arruinan el desarrollo de los supervivientes, de las personas “normales” e incluso de las afortunadas, por lo general corroídas por dentro. Ni siquiera vemos esos daños.
Si un artista frustrado es un buen contable, si un hombre de espíritu acaba convertido en un amargado jefe de personal, no vemos el menor motivo para preocuparnos. Un especialista en gases a baja presión, aunque no sepa reír, nos parece admirable y digno de imitación, sobre todo si tiene una piscina en el jardín. Si un muchacho se hace con un máster –con cualquiera–, sin duda merece un aplauso, como su familia, aunque ésta vaya a rastras por la vida.
Si un joven es más listo de lo que conviene a sus coordenadas sociales y laborales, no nos damos cuenta. Si un parado encuentra trabajo, aunque sea en un sótano y sólo por treinta días, nos alegramos sin el menor remordimiento. Si nos presentan al hijo de una pareja de desdichados, a duras penas nos daremos cuenta de que tendrá problemas que no merece. Si nos enteramos de que unos niños trabajan recolectando flores, nos complacemos en la idea de que así pueden contribuir a mantener a sus familias. Pues bien, todo eso es lamentable. Una civilización que se asienta sobre la idea de que el ser humano se debe conformar con una décima parte de sus posibilidades está condenada al fracaso.