Miles de personas
desamparadas pugnan por encontrar un lugar al sol en esta Europa de por sí atribulada. Son personas
de toda condición, con estudios y sin ellos, amas de casa, jóvenes y adultos,
todas lanzadas a una épica aventura de final impredecible. La foto del cadáver
de Aylan Kundi, un niño sirio de tres años, tirado en una playa, nos pone ante
la cruel realidad, ante los hechos de esta civilización agónica.
Me sobrecogen las manifestaciones de
xenofobia, los cálculos según los cuales toda esa gente tendrá que irse por
donde ha venido, el “no hay para todos” de los autosatisfechos, me enfurecen los
sarcasmos a raíz de que paguen a los mafiosos su billete a la nada (¡como si fueran ricos, como si fuese posible huir a ciegas!), me repugna la
idea de que hay que distinguir entre los aspirantes a figurar como refugiados
políticos y los que han llegado hasta aquí por una motivación económica, a los
que pretenden deportar sobre la
marcha.
Del hecho de que muchos quieran llegar hasta Alemania se deduce que no
luchan por sobrevivir sino por instalarse en el paraíso, los muy listos. Este
razonamiento me saca de quicio. Como los fugitivos tienen mal aspecto, resulta
que hay europeos opinantes que los
consideran pura chusma y que en lugar
de apiadarse sienten aversión. (El
mismo mecanismo le servía al doctor Goebbels para fijar la idea de que los
judíos no eran humanos.)
Me asquea que la vieja Europa se gaste muchísimo más dinero en sembrar
de cuchillas y puestos de control las fronteras que en atender a los
refugiados. Me asquean las negociaciones en curso, cicateras y abstrusas. Me
irrita en lenguaje, la neolengua despreciable que habla de emigrantes, no de
fugitivos, como sería decente. Me irrita que los responsables de responder
humanamente a este éxodo pongan más cuidado en no hacer ni decir nada que se
pueda entender como “efecto llamada”, que en cumplir sus obligaciones morales.
Y encima, estos responsables se las dan de sorprendidos, como si no se hubieran
percatado de que el año pasado el Mediterráneo se cobró la vida de 2.500 personas.
Ya han logrado que defender a los fugitivos por encima de cualquier consideración
monetaria sea mal visto, como cosa de idealistas y blandengues. Me da asco que
se hagan cálculos electorales para sacar tajada de la "invasión".
Me repugna que se culpe a los fugitivos de haber llegado hasta aquí. Resulta
que ante su sola presencia, los cínicos de siempre, secundados por la manada bienpensante, soslayan las causas del éxodo. Esto me
revuelve las tripas.
¿Cómo es posible
que tantos europeos cultos y semicultos pasen por alto la tremenda responsabilidad de Europa en la devastación de las patrias y
los suelos de estas personas que vienen huyendo a la desesperada?
¿Cómo
se puede ser tan imbécil como para creer que se pueden bombardear países
enteros, que se puede inutilizar la forma de vida de millones de personas, que
se puede incitar a la discordia, poner a la gente entre obediencias
incompartibles, con riesgo para su vida, sin causar una huida masiva? ¿A quién
le puede sorprender que aparezcan por aquí gentes cuyas vidas han sido rotas a
bombazos en Afganistán, Irak, Libia y Siria? ¿A quién la llegada de africanos,
cuyas tierras han derivado en espacios de reservados a la rapiña multinacional,
incluida la europea?
Lo
que está ocurriendo es una consecuencia de los usos brutales del
neoliberalismo, en sí mismo un arma de destrucción masiva.
En teoría, esto debería servir no solo para sacudir las conciencias sino
también para cambiar el modus operandi de la civilización occidental. Pero me
temo que no ocurrirá, que no se hará nada para que los fugitivos puedan
regresar pronto a su tierra con total seguridad. Temo que se improvisen más campos de concentración. Temo que aumente la
presión sobre los ciudadanos europeos, en plan Cameron, para que no puedan proteger a ningún forastero.
Temo
que la tragedia vaya a más, porque la criminal lógica subyacente no permite esperar
otra cosa. Ojalá me equivoque,
pero, cuidado, porque a la devastación provocada por la guerra y la rapiña, se
están sumando ya los primeros golpes del cambio climático, claramente visibles
en el espacio africano. Lo que ahora presenciamos, me temo, es solo un botón
de muestra de lo que va a venir. Los
expertos pronostican múltiples éxodos de millones de personas. Espero que por
lo menos seamos capaces de admitir que tal como sean tratados los actuales
fugitivos seremos tratados nosotros
y nuestros hijos y nietos. Está claro: o humanismo o barbarie.