Seguimos a la espera de gobierno. Salvo alguna novedad de
última hora, la cosa va para largo. En un postrer esfuerzo por atraerse a
Podemos, Pedro Sánchez le ha hecho llegar a Iglesias una versión de su acuerdo
con Ciudadanos. Y he aquí que el líder de Podemos se ha apresurado a declarar que
le parece vergonzosa, un mero corta y pega de dicho acuerdo, sin sal ni
pimienta. Y no es posible saber
qué esperaba Iglesias, pues resulta obvio que Pedro Sánchez no podía ofrecerle
ningún ingrediente incompatible con los gustos de Rivera, ya forzado al máximo.
Seguimos,
pues, en las mismas, metidos en un círculo vicioso que podría servir de pretexto
para algún juego de poder encaminado a imponernos un gobierno completamente
libre de los compromisos sociales que Pedro Sánchez logró pactar con Albert
Rivera.
Habrá quien me diga que tales compromisos, por insuficientes y ambiguos,
como todo lo relativo a la ley mordaza y a la reforma laboral, no valen el
papel en que han sido escritos, por venir de quienes vienen. Hay mucha ofuscación en el aire, tanta
que ni siquiera se tienen ojos para ver en el acuerdo PSOE-Ciudadanos un primer
reconocimiento retórico, por parte de figuras del establishment, de que aquí no
se puede seguir gobernando de espaldas al bien común, como hasta hoy mismo se
ha hecho con un descaro que hiela la sangre. Es un dato crucial. Claro que no
cabe duda de que ese acuerdo fue escrito con el propósito de no enfurecer a los
chantajistas de Bruselas y a los señores del IBEX y asimilados, pero me pregunto quién se habría
atrevido a escribir algo más osado en las actuales circunstancias, con la
presente correlación de fuerzas. Y me digo que solo un demente o alguien sin
escrúpulos.
Hay quien no cabe en sí de rabia ante la evidencia de que Pedro Sánchez
prefirió entenderse primero con Ciudadanos, antes que con la izquierda
propiamente dicha, en lo que cualquiera puede señalar la mano de los santones
del PSOE y del mismísimo IBEX. Pero hay que reconocer que Iglesias le pidió
demasiado, de forma coactiva además, sin respetar su espacio. Vistas las cosas
desde la calle, no da la impresión de que Sánchez e Iglesias pudieran formar un
equipo funcional, con o sin intervención del IBEX. Y esto nos pone ante otro
problema, no precisamente aritmético, de muy difícil solución.
Ahora mismo, el señor Rajoy cree que, fracasado Sánchez, le llegará el
momento de reaparecer por la puerta grande, listo para muñir la famosa “gran
coalición”. Semejante hipótesis de trabajo no repara en el hecho de que a estas
alturas las incompatibilidades van más allá de las personas. Puede que él le
haya negado el saludo a Sánchez por considerarlo ya caído e irrelevante. Pero
ya puede Sánchez irse a su casa que no por ello verá allanado, ni con toda la
presión del IBEX, su entendimiento con el PSOE, ni con nadie más.
Hace
mucho, mucho tiempo que las relaciones del PP con el PSOE están por debajo de
los estándares de lo que se entiende por buena educación. Lejos están los tiempos en que los políticos
de ambos partidos podían charlar amigablemente en los entreactos de sus
labores. Se han dicho tales
animaladas que ya puede irse Rajoy también a su casa que ni con esas se volverá
a la normalidad.
Entre otras cosas porque
tales animaladas han pasado al cuerpo social, sembrando no solo la división
y la discordia sino también la necedad y la irracionalidad en dosis tremendas. Si
ahora se impusiese la gran coalición como por ensalmo, a buen seguro que desde
la calle no tendría visos de funcionar, que alteraría los nervios de los
votantes tanto del PP como del PSOE, y que a los millones de votantes ajenos
les valdría la primera instantánea del nuevo gobierno como prueba irrefutable
de que todo es una farsa. En fin, con ello quiero recordar a los señores
negociadores, también a los de Podemos, que la buena educación es para ellos un
deber. Palabras tales como mentiroso, deshonesto, vergonzoso, indecente o ruin
no pueden ser emitidas al margen de las elementales reglas de urbanidad, aunque
vengan al caso. Ya se ve adónde
conduce la mala educación en política. A que nadie pueda entenderse, ni como aliado
ni como honesto rival.