miércoles, 12 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA ESPERANZA

       Según el CIS y para horror del PSOE, el PP y el establishment local y transnacional, Podemos es ya el primer partido en intención de voto. En consecuencia se ha pasado de reducir al nuevo partido a un hatajo de frikies a tratar de convencernos de que es un monstruo capaz de cargarse la democracia y de llevarnos a la ruina. De tal verso resulta que el PP y el PSOE son, aunque no lo sepamos, los garantes de nuestra bienaventuranza.
     Se nos hace saber que Podemos, o más bien Jodemos, es chavista, castrista, leninista y populista, que Iglesias, Monedero, Errejón, Echenique  y los demás son lobos disfrazados con piel de oveja. Y esto no es nada si pensamos en lo que tendremos que oír de aquí a las elecciones generales. Las campañas publicitarias contra Podemos serán de lo más indecentes que quepa imaginar, condimentadas con ataques personales contra sus componentes conocidos y secundarios, según las tácticas para estos casos recomendadas por los Karl Rove que militan en la enmoquetada trastienda del sistema.
     Si es preciso, se inventarán trapos sucios e historias para no dormir en forma de testimonios de infiltrados o sobornados, habrá tergiversaciones y rumores, se pondrá a punto una listita de puntos a golpear venga o no a cuento. Hasta se podría encontrar una conexión entre Podemos y el narcotráfico. Si alguna experiencia tenemos con  “el voto del miedo” (una bajeza que nos ha acompañado durante toda la singladura democrática y que viene de más atrás) lo que se avecina nos dejará curados de espanto. Los hombres de la casta harán todo lo que esté en su mano para meternos miedo en el cuerpo.
     Sin embargo, yo creo que Podemos es una bendición para este país y que ya tenemos  motivos para estarle agradecidos. Gracias a esta nueva y pujante formación, tanto el PP como el PSOE tienen una pequeñísima posibilidad de volver a la realidad en que habitamos todos (a menos que prefieran suicidarse políticamente).  La sola presencia de Podemos, aunque no gane, les obligará a expresarse con la probidad y la racionalidad que han perdido por el camino. O harán el ridículo en plan Arenales Serrano.
    ¿Qué se supone que habría pasado en este país si la indignación no hubiera encontrado un cauce político? ¡Prefiero no pensarlo! Aliados los dos partidos hegemónicos en un turbio negocio contra el país y sus moradores, ¿se las prometían muy felices? ¿Creían que con hacer a oídos sordos asunto arreglado? ¡Menos mal que ha surgido Podemos! 
    ¡Y menos mal también si pensamos en Europa! ¿O se imaginaban el PSOE  y el PP que siguiendo la batuta del tenebroso Juncker como osos de feria y encima contando con la alelada conformidad de todos nosotros? ¡Por favor! Es una suerte que haya nacido Podemos antes de que termine la partida encaminada a dejarnos en los huesos por medio del todavía secreto Tratado de Comercio e Inversión EEUU/UE, la pieza fuerte del menú que cocinan en secreto los populares y los socialistas europeos. Ya sabemos que ni el PP ni el PSOE dirán ni pío en defensa de nuestros intereses. Y nos hace falta un partido como Podemos para que nuestra voz se sume a la de otras fuerzas europeas que se niegan a aceptar que seamos desplumados por los más burdos y antidemocráticos procedimientos.
    Por mi parte, veo en Podemos un fenómeno made in Spain, no una imposible réplica del chavismo. ¡A ver si se dejan de milongas!  Ni Iglesias es comandante como Chávez, ni coronel como Perón, ni la composición social de nuestro país tiene nada que ver con la de los países que alumbraron  las variantes populistas de estos. Si Iglesias llegase a gobernar, no se vería ante un país dividido entre una clase opulenta y un pueblo secularmente mísero, sino ante un pueblo no mísero que se niega a ser esclavizado por una casta extractiva, cosa muy distinta. Claro que, por descontado, la originalidad absoluta no es posible  en política, como ya deberían saber los que copian afanosamente los folletos del American Enterprise Institute. A diferencia de estos o de los socialistas que nada inventaron para mejor acomodarse, que hasta se dejaron encandilar Carlos Andrés Pérez y por el señorito Blair, los de Podemos dan muestras de originalidad, de creatividad, en un grado jamás visto en este país tan dado al corta y pega.
    A mí no me da mala espina que Iglesias visite a Correa, a Morales, a Mújica. ¿Qué tiene de extraño que haya tenido contacto con la Venezuela de Chávez? En América Latina, que ya pasó por la máquina trituradora, hay mucha experiencia acumulada. Lo que para nosotros es una novedad para ellos fue el pan de cada día. Ya escribí hace tiempo que debíamos poner las barbas en remojo y aprender las lecciones oportunas, pues nos empezaba a pasar lo mismo que allá, donde ya no se puede mentar al FMI sin levantar grandes olas de indignación, donde las mentiras neoliberales ya no cuelan.  De modo que, en lugar de inquietarme, las exploraciones de Pablo Iglesias en esos escenarios me reconfortan, porque le habrán ayudado a visualizar por dónde discurre la línea entre lo posible y lo imposible.
     Creo que es preciso resaltar, como dato esperanzador, la preparación académica de Pablo Iglesias y sus compañeros más conocidos. Han estudiado Ciencias Políticas. Hasta la fecha, por lo que se refiere al período inaugurado en 1978, las más altas responsabilidades han recaído en este país sobre tres abogados, un inspector fiscal y un registrador de la propiedad, lo que quizá explique muchas cosas. Como no es fácil orientarse de oídas en este mundo tan complejo y turbulento, conviene un cambio de perspectiva, sobre una preparación diferente. Aquí hacen falta políticos a los que no se les pueda vender con facilidad la burda doctrina que sirve de basamento a la revolución de los muy ricos, necesitamos políticos que no se dejen deslumbrar por la  estúpida creencia de que “no hay alternativas”, que no tomen por novedades unos sofritos del siglo XIX.
     Hay otra ventaja, derivada de la edad de los promotores de Podemos. Se trata de personas jóvenes, crecidas en democracia. Me parece normal que sobre la base de tan envidiable experiencia se hayan llevado un enorme chasco al entrar en la madurez y topar con la triste realidad, con la malversación de esta democracia que sin duda les fue enseñada en términos sumamente idealizados. Tildarlos de antidemócratas está fuera de lugar: son la mejor expresión de la parte sana de nuestra democracia, la mejor cosecha que cabía esperar en un país donde en 1978, seamos sinceros, había poquísimos demócratas de verdad, poquísimos rodados como tales. Las gentes de Podemos tienen, o así lo percibo, una idea más alta y noble de la democracia que la que tenemos los más viejos. Me parece esperanzador.
     Y otra ventaja más: es de agradecer que no padezcan las inseguridades y los temores  neuróticos de quienes hemos vivido bajo la dictadura. Si se me permite un lenguaje desagradable, no han sido castrados… No se han pasado la vida, ni media vida, pendientes de un tirano, no se han ejercitado en la escuela de las medias palabras, la hipocresía y los susurros. No han aprendido a reírle las gracias al poder por la consabida mezcla de temor e interés.
     No quiero ofender a nadie, pero me temo que en este país hay muchos políticos que han pasado de temer los rayos de El Pardo a temer los del Mercado, lo que se manifiesta en una penosa falta de personalidad. Para mí es un motivo de alegría no detectar este síndrome en Iglesias y los suyos. Tengo, pues, la esperanza de que Podemos tenga el valor de decir NO donde los mayores solo saben reverenciar al poder sin dignidad ni imaginación, NO sin el cual no hay proyecto decente que valga.
    En las filas de Podemos puede haber algún leninista coriáceo, superviviente o sobrevenido a consecuencia del atropello que estamos sufriendo. La orgía neoliberal justifica, a ciertos ojos, el maximalismo revolucionario de la vieja escuela. Pero Podemos no va por ahí a juzgar por sus dichos y hechos, como tampoco por las gentes a las que desea movilizar y representar, en lo que cabe ver una salvaguarda para el nuevo proyecto, que no pone el acento en una revolución al antiguo modo sino en dar curso a los valores que de suyo pertenecen a la normalidad democrática, hoy pisoteados en beneficio de una “casta extractiva”. Los perjudicados por la cleptomanía de esta no son solo los muy pobres; suman  el 80% o el 90%  de la población. Así se entiende que, según el CIS, Podemos encuentre apoyo, sobre todo, en personas de clase media y de clase alta, lo que de por sí indica la gravedad del daño que se han hecho a sí mismos el PP y el PSOE, como indica la seriedad del envite. Con sus traiciones al espíritu constitucional, he aquí que estos han perdido el apoyo de la parte más ilustrada de la sociedad, mucho más amplia y consistente que en el pasado.
    En un país que había hecho  avances en el plano de la cohesión social y que ha llegado a una composición que no se parece nada a la que le costó la vida a la República (insuficiencia de la burguesía), nada a la que hizo posible la eclosión de figuras populistas como Perón o Chávez en sus respectivos países, nos encontramos con que el votante de Podemos es muy representativo del alto nivel alcanzado en España por “las masas”, término que no por azar ha caído en desuso. Podemos ha ganado fuerza precisamente porque representa los intereses de la población española más cultivada de todos los tiempos, de pronto castigada pero ya salida de su estupefacción. A la que no se le podía pedir que se dejase desplumar como una gallina muerta.
      Se dice por ahí que Podemos es un peligro para la democracia. Si esta se encuentra amenazada es por la cantidad de legitimidad democrática dilapidada con el infame propósito de crear un sistema oligárquico descaradamente antisocial. Podemos es una respuesta a esta monstruosidad, no su causa. Es un movimiento defensivo contra el intento de devolvernos al siglo XIX. Si pienso en la democracia que nos resta, ya por debajo de los estándares constitucionales de 1978, Podemos no me da ningún miedo. Lo contemplo con esperanza. ¡Hemos dejado de estar políticamente inermes!

miércoles, 5 de noviembre de 2014

UNA LECCIÓN DE DESCARO


     Acaba de hacerse público un documento pergeñado por el Consejo Empresarial de Competitividad (CEC). Se nos hace saber que es posible  crear 2,3 millones de empleos en cuatro años, idea que ha saltado como noticia.
     Como ese Consejo es un think-tank de altos vuelos creado por las dieciocho empresas más grandes de este país, la cosa se las trae. Donde uno esperaría encontrar “un informe” se topa con un texto publicitario, un pastiche ridículo, irritante en grado máximo por la patente contradicción entre el propósito de crear esos puestos de trabajo, algo que suena bien, y la estrategia que se recomienda, un mucho más de lo mismo, lo que ya es el colmo viniendo de unos profesionales de la destrucción de empleo.
     ¿De qué se trata? Pues muy simple: todo irá estupendamente de aquí a 2018 si las reformas continúan, si se privatiza con renovado fervor, si se bajan los salarios y las pensiones…
    Por momentos, tengo la impresión de que el celebrado informe ha sido obra de unos becarios o de algún joven subcontratado en situación de precariedad. Todo esto ya lo he oído en plan mantra una y mil veces. Hay que seguir con los recortes, faltaría más. En este refrito se calcula a ojo de buen cubero que hay que dar otro hachazo a los servicios públicos (de 30.000 millones de euros) y se pone el acento en perseguir el fraude fiscal, sobreentendiéndose que el defraudador es el fontanero que hace una chapuza o la peluquera en paro que le corta el pelo a una vecina. ¡Brillante iniciativa de los genios de la evasión fiscal, santos varones!
    Se llega a una triste conclusión: las dieciocho empresas que patrocinan la CEC no tienen en la cabeza ningún plan B. Les basta con el manualillo neoliberal y a la gente que la parta un rayo.

lunes, 3 de noviembre de 2014

A NUESTRAS ESPALDAS, COMO SIEMPRE

      Me entero por casualidad de que hace cinco meses tuvo lugar en el Congreso de diputados un pacto de caballeros suscrito por PP, PSOE, UPyD y CIU, en virtud del cual estas fuerzas se han comprometido a respaldar el Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones (TTIP por sus siglas en inglés), el tratado EEUU/UE, en estos momentos en fase de redacción, secreta como corresponde a la suciedad de la jugada.
    De modo que pedirles a estos partidos que se empleen a fondo en la regeneración democrática sería propio de imbéciles. Ni luz ni debates parlamentarios. Están tan compinchados con el sistema depredador que pedirles que se pongan de nuestra parte en asunto tan grave como trascendente no tiene ningún sentido. Ya han tomado partido. Apoyarán como un solo hombre lo que proponga la Comisión presidida por el señor Juncker, es decir, harán una cesión definitiva y completa de nuestra soberanía, de por sí mermada, y darán por enterrado, sin ceremonias, el sueño europeo. Van de comparsas, pero, ay, con nuestra representación.
    El Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones nos será  presentado como la solución a todos los males, en la línea publicitaria habitual. Hasta nos será dicho que así se acabará con el paro, suponiendo que no sabemos lo que pasó en México. Lo cierto es que el poder pasará directamente a las empresas transnacionales y a los grandes inversores, que tendrán más autoridad que los Estados miembros de la Unión. 
    Los padecimientos sufridos hasta la fecha serán poca cosa, un adelanto nada más. Los bienes y servicios que todavía no han sido privatizados, lo serán de manera compulsiva y legal. Europa se comprometerá a hacer con sus trabajadores, parados, enfermos y viejos, lo mismo que se hace en EEUU:  prácticamente nada. Europa se comprometerá admitir los modos norteamericanos en lo tocante al cuidado ambiental y la calidad de los alimentos. Habrá que darles la bienvenida a las hormonas y a Monsanto. No habrá manera de oponerse al fracking, ni a ninguna iniciativa de empresarios e inversores, pues a poco que se sientan molestados obtendrán de un tribunal ad hoc supranacional un fallo condenatorio para cualquiera que se ponga en su camino.
     La cosa, un múltiple y simultáneo golpe a los Estados europeos, se negocia en secreto, a sabiendas de que los pueblos, ya escarmentados, pueden reaccionar muy mal. Como los perjudicados no van a ser exclusivamente los de más abajo, como la clase media se verá directamente afectada y privada de toda seguridad, se concluye que los signatarios del citado pacto de caballeros, como los misteriosos urdidores del acuerdo, no la tienen en cuenta, confirmando lo poco que les importa. Para imponer el plan que se traen entre manos, el único plan por cierto,  se aprestan a pasarle por encima una vez más. Por eso me resulta tan triste como alarmante que estos cuatro partidos españoles se hagan  cómplices de semejante canallada, sin conocer la letra pequeña, por puro automatismo, condicionados por el gusto de obedecer a los monstruos de la depredación neoliberal.  Demostrando con ello que la gente hace muy bien en buscarse representantes más serios y leales. Lo sucedido hace cinco meses en la trastienda del Congreso nos indica por dónde pasa la línea de demarcación entre la decencia y la indecencia.

viernes, 31 de octubre de 2014

NEOLIBERALISMO Y CORRUPCIÓN

     Tuvimos en España la mala suerte de que cuando por fin se produjo la apertura democrática, de suyo limitada por la herencia dictatorial, se nos colase el neoliberalismo por la puerta de servicio, una desgracia.
    Digo por la puerta de servicio porque, en teoría, esta doctrina, promotora del capitalismo salvaje, era incompatible con la sensibilidad tanto de la derecha actualizada como de la sin actualizar, e incompatible también, por descontado, con el socialismo español. En teoría, contábamos con la protección de la Constitución de 1978, y con el instinto de la gente, que ni siquiera veía con buenos ojos el simple título de liberal a secas, como descubrieron Garrigues y Roca. Pero si entró por la puerta de servicio lo cierto es que se adueñó de la casa.
     Es algo que merece un estudio en profundidad, pues en teoría, insisto, este país contaba con anticuerpos de todos los colores contra esta afección que se caracteriza por su desprecio del bien común y por una adscripción militante y descarada a la ley del más fuerte, la más destructiva de todas, hobbesiana y clasista hasta el horror.  Para nada sirvieron los anticuerpos franquistas, falangistas, democristianos, socialistas y comunistas, y de su inoperancia se podría extraer la precipitada conclusión de que eran insustanciales, simples mascaradas.
    A falta de ese estudio en profundidad, creo que la invasión neoliberal se vio favorecida por la tendencia a copiar lo de fuera (¡que inventen ellos!), que nos dejó inermes frente al chantaje de la banca, de la Europa de los mercaderes, del Fondo Monetario Mundial y el Banco Mundial (caídos en manos del neoliberalismo a principios de los años ochenta). El resto lo hizo la táctica del movimiento neoliberal, espléndido a la hora de untar a sus peones. La indigencia intelectual de ciertos personajes y personajillos, deslumbrados por tan tosca y criminal doctrina, selló nuestro destino.
     La falta de hábitos democráticos arraigados impidió que se pusieran límites a la infección. Por lo visto, era fácil pasar del elitismo de antes al nuevo, como era fácil hacer ese tránsito desde el secreteo de los años de clandestinidad, propicio a la creación de una elite llamada a emular a la de siempre. Fácil de solo pensar en las recompensas presentes y futuras, y por supuesto en los inconvenientes de oponerse. Claro que para alcanzar esas recompensas era preciso reducir al parlamento a una función ceremonial y usar contra natura –contra el pueblo– la legitimidad democrática. La falta de desarrollo de la democracia y la falta de sentido democrático de los sucesivos gobiernos nos dejó a los pies de los caballos.
    En todo caso, lo  cierto es que el neoliberalismo penetró de la mano de su opuesto, el socialismo, y  que se hizo fuerte en tiempos de José María Aznar, un entusiasta de la “nueva economía” que prescindió del contenido social-liberal y social-cristiano del partido que había recibido en herencia, y que prescindió también del nacionalismo que formaba parte de la derecha española. La transformación de los dos partidos hegemónicos en formaciones neoliberales más o menos encubiertas tuvo efectos tan corrosivos sobre el sistema de 1978 que este ha llegado a parecer una estafa. Y a la corrupción moral del conjunto debemos añadir la corrupción de las personas.
      El neoliberalismo a dos bandas modificó la escala de valores y dio alas a toda clase de tiburones, grandes y pequeños. El señor Solchaga, ex trotskista  reconvertido al socialismo acomodaticio, se felicitaba de lo fácil que era “hacer dinero” en España. Se vieron cosas extraordinarias, la caída del socialismo felipista en una corrupción bananera, la “cultura del pelotazo”, las amistades peligrosas del rey, la emergencia de la beautiful people, la admiración por Mario Conde, la exaltación del yuppy, supuesto emprendedor, todo muy sintomático. El ideal de la justicia social desapareció del horizonte. Estaba en la Constitución, pero se borró de la mente de los encargados de desarrollarla coherentemente y de hacerla cumplir.
     Se produjo  una elevación del dinero fácil a la cima de la escala de valores. “Tanto tienes, tanto vales. Si no te haces rico, tonto eres.”  Se hizo la vista gorda a los negociados más sucios, en plan dinámico. Las joyas de la abuela fueron privatizadas. Adiós, Iberia. Recuérdese la manera en que  Telefónica fue confiada a los designios personales de Juan Villalonga, hoy inscrito en el cuadro de honor de nuestro “capitalismo de amiguetes”. Empresas levantadas con el esfuerzo de todos en tiempos del franquismo se privatizaron  a demanda de los gurús neoliberales, y esto se hizo cuando ya se sabía lo que había pasado en otras latitudes como resultado de esta manera facilona  y antipatriótica de hacer caja. Se procedió a “liberalizar” el suelo, como si las leyes regulatorias precedentes hubieran sido idioteces franquistas, dando rienda suelta a toda clase de pillerías, un gran negocio para cualquiera que estuviera en la pomada y de paso una manera de desarrollar redes caciquiles y clientelares como parte de la consolidación del poder territorial. Se procedió a privatizar los servicios públicos al son del mantra neoliberal de que el Estado es incompetente por definición.
    El manualillo neoliberal daba muchísimo de sí, de modo que no se consideró una imprudencia temeraria confiar las finanzas del país a un abogado, el señor Rodrigo Rato, celebrado autor del “milagro español”, hoy sospechoso de incompetencia y rapacidad. Los tiempos de Fuentes Quintana habían quedado atrás y no nos quepa duda de que de tales frivolidades vienen estos lodos. El señor Blesa pertenece a la misma camada, ávida de dinero y de una cutrez que hiela la sangre.  Sería inútil buscar la más mínima originalidad en los  protagonistas de esta jugada. Son copias de copias de neoliberales de ambos lados del Atlántico, imbuidos del mismo desprecio por la gente común.  
    De acuerdo con el manualillo, se sobreentiende que los que están arriba son “los mejores”, que no deben dejarse maniatar por el interés de la mayoría, por el pueblo, solo interesante como objeto de explotación. Claro que al principio este fue halagado con créditos, con dinero de plástico para consumir o para llegar a fin de mes, con productos baratos fabricados por mano de obra esclava de otras latitudes, con la expectativa de una sociedad de propietarios, con referencias entusiásticas al capitalismo popular, una forma de engatusar. No estaba previsto que los salarios subiesen y sí, en cambio, descargar sobre el trabajador las consecuencias de lo que Stiglitz ha denominado “capitalismo de casino”.
     Entiéndase de una vez que las tarjetas black, elitistas por definición, no tienen nada de raro en el contexto de la revolución de los muy ricos, de la guerra de clases desencadenada por la minoría cleptocrática y sus agentes indígenas y extranjeros. Son algo que a sus usuarios se les debía, como prueba de su superioridad. Tampoco son anómalos los negociados de Felipe González y José María Aznar, irreprochables dentro de este marco ideológico. Si alguien dice que no le parece bien que estos presuntos estadistas, que ya tienen garantizada una existencia digna a cuenta del erario público, se dediquen a los negocios, seguro que es un anticuado. El neoliberalismo ha modificado la mentalidad: ellos también tienen derecho a engordar sus arcas todo lo posible, como campeones del emprendimiento, una manera de predicar con el ejemplo.   
    Claro que esto mismo se ha hecho siempre, con neoliberalismo o sin él,  en cualquier república bananera, en cualquier Estado fallido. Y se hacía aquí mismo, en tiempos de la Restauración y del franquismo, pero, ay, no en tales proporciones. Con la llegada del neoliberalismo se han batido todos los récords. Ahora hasta hay gentes de poca edad que manifiestan que lo más importante en la vida es hacer dinero. Como hay gentes de edad que, en sede parlamentaria, se cachondean del dolor de los niños españoles que se ven sumergidos en la pobreza. Pedirle un compromiso social a un neoliberal declarado o encubierto es  pedirle peras al olmo, algo tan absurdo como pedirle que cuide la naturaleza.
     Hay miles de profesionales con plena dedicación al negocio de las mordidas, el más primitivo de todos, con algo nuevo: esa doctrina que les capacita para obrar con buena conciencia.  No se les pida el menor remordimiento. Vender unas viviendas sociales a un fondo buitre de no se sabe dónde sin preocuparse por los inquilinos, entra dentro de lo natural…  Hacerse con una parcela de lo público a crédito, cobrar del erario público y poner de rodillas a los trabajadores para añadir  unos beneficios adicionales a los pagos regulares a cuenta de las arcas del Estado,  es tan normal como trenzar con los amigos y pagar las mordidas con la mayor gentileza. Como normal es crear inextricables redes de  testaferros y sociedades pantalla.
     El elitismo caciquil de toda la vida nunca se fue y ahora se ve  potenciado al máximo por el catecismo neoliberal. Se ha encarnado en tiburones de todos los tamaños. De ahí que no se tengan escrúpulos morales a la hora segarle la hierba bajo los pies a la parte más débil de la sociedad  (“¡que se jodan!”).  Aparte de la corrupción inherente a un sistema así, el problema es que el neoliberalismo, que no ha sido concebido para redistribuir la riqueza y sí para concentrarla, ni siquiera la crea. Lo suyo es succionar la que hay en beneficio propio. Después de mí, el diluvio…  Ya pueden el papa y el rey invocar los valores morales y ya pueden las gentes pedir justicia, referencias ausentes en el catálogo neoliberal. Tan grave es la enfermedad que no se va a remediar con el encarcelamiento de unos cuantos tiburones, no caigamos en ese espejismo. Aquí lo difícil va a ser desarraigar la mentalidad neoliberal, esto es, ganar “la batalla de las ideas”.  Para seguir adelante, al neoliberalismo depredador se le han acabado los conejos en la chistera. Solo le quedan las mentiras y la violencia, pero esa batalla hay que ganársela.

viernes, 24 de octubre de 2014

OTRO VISTAZO AL FUTURO


     Mi post anterior me ha valido una reprimenda vía mail: he caído en el pesimismo, con el agravante de dar pábulo a una interpretación de la realidad en clave de conspiración. Como el señor Juncker acaba de decir que se propone que Europa recupere su registro social, el cuadro no es tan negro como yo lo pinto. ¿Qué quiere que le diga, amigo mío?
     Que el señor Juncker, uno de los muñidores del Tratado de Maastricht, va a olvidar en poco tiempo las lindas palabras que pronunció con motivo de su nombramiento como presidente del Ejecutivo comunitario es algo que doy por seguro. Sabía lo que tenía que decir en acto tan solemne, y lo dijo con el mismo desparpajo que le consagrará, por sus hechos, como el firmante del acta de defunción de la Europa que hemos deseado y perdido por obra y gracia de personajes como él.
    La mecánica es siempre la misma: decir algo bonito y luego dar el hachazo por la espalda. Así lo establece el protocolo… La misma Europa que tuvo que soportar el Tratado de Maastricht, el de Lisboa y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, tres trágalas antidemocráticos,  va a sufrir el cuarto trágala, los acuerdos de libre comercio entre EEUU/UE, ya urdidos a nuestras espaldas por Juncker y compañía. 
     ¿Quiero decir con esto que el señor Juncker  está metido en una conspiración? La conspiración propiamente dicha, con nombres y apellidos, tuvo lugar hace cuarenta años, cuando un  puñado de ricachones norteamericanos decidieron pararle los pies a la marea progresista y justiciera de los años sesenta. En el libro Palabras para indignados, que escribimos Cristina García-Rosales y yo (de descarga gratuita en esta misma página) se ofrece un resumen de la conjura que desencadenó la “revolución de los muy ricos” con el neoliberalismo como plato único.
    El señor Juncker no tuvo ni arte ni parte en esa conjura. Fue ganado para la causa, como tantos otros, cuando era una persona hecha y derecha, cuando se movía en las coordenadas de la democracia cristiana, sin  imaginar que estaba llamado a formar parte del plantel que se encargaría de desnaturalizarla. ¿Cómo pasó de  la democracia cristiana al neoliberalismo (incompatible con ella)? ¡Solo él podría explicarnos su metamorfosis! Si cayó por el estómago, por la mente, por el bolsillo o por seguir la moda, nunca lo sabremos. Allí está, al frente del Ejecutivo comunitario, y hará lo que tiene que hacer sin que nadie se lo sople en la oreja.
     Nos vemos ante las consecuencias del triunfo de la revolución de los muy ricos, ciertamente espectacular, al punto de que tiene poco sentido hablar de conspiración en la actualidad. La madeja ya no conduce a un puñado de personajes en la sombra. Dicha revolución no necesita una cabeza; tiene muchas, de todos los tamaños y colores. Ha logrado transformar, por medio de la propaganda y a golpes de talonario, la mentalidad de la casta transnacional, antaño mucho más prudente, y la de millones de seres humanos, que ahora caen en la cuenta de que la ley de la jungla no hace excepciones.
    Para entender lo que está pasando ya no basta con tener conocimiento de la conjura inicial. La cosa ha ido a mayores y para no simplificar el fenómeno que nos amarga y destruye conviene, creo yo, hacer uso del concepto que acuñó Ian Kershaw para describir el modo de funcionar de la elite nazi. Trabajaba esta “en la dirección del Führer”. Ahora se trabaja “en la dirección del capitalismo salvaje”, para lo que ya no hacen falta instrucciones misteriosas. No tiene sentido buscar la guarida del ogro con ánimo de ajustarle las cuentas. Está por todas partes, por difusión, cuenta con miles de peones, desde el maduro peso pesado Juncker hasta  nuestro pequeño Nicolás, un aprendiz muy prometedor.  
    Tuve la esperanza de que los dirigentes europeos frenaran a tiempo, una ingenuidad por mi parte. Ahora los veo relamerse, insensibles a las consecuencias sociales, sordos a cualquier consideración sensata. Y habrá una confrontación. Si creen que van a poder terminar de desplumar a los europeos con juegos de palabras y mentiras, están muy equivocados. Y si nosotros creemos que van a resignar su poder sin agotarlo seríamos unos tontos.
     Que el chanchullo neoliberal-neoconservador haya entrado en fase terminal al quedar en evidencia su necedad, su crueldad, su cutrez intelectual  y la insostenibilidad de la pirámide de Ponzi económica en que nos ha involucrado arteramente, se podría prestar a algunas consideraciones esperanzadoras; pero dará tanta guerra y dejará todo tan destruido que no soy capaz de recrearme en ellas.
    Puede que más allá haya un mundo mejor, pero lo cierto es que aquí y ahora tenemos que vérnoslas con la Bestia neoliberal-neconservadora, elitista, clasista, maquiavélica, malthusiana, ricardiana, spenceriana, esencialmente antiilustrada y antidemocrática,  para la cual los derechos humanos no pasan de ser un cuento de hadas. Del hecho de que haya sido desenmascarada ante los ojos de la opinión pública y de que se haya quedado sin argumentos para proseguir su galopada nihilista no logro extraer ni la más pequeña dosis del optimismo que me demanda mi amable contradictor.

viernes, 17 de octubre de 2014

UN VISTAZO AL FUTURO

     Vamos a ciegas, pendientes del retrovisor, de los escándalos, de urdangarinazos, gürtelazos, barcenazos, pujolazos y tarjetadas. La irrupción del Ébola y las maniobras de la Generalitat nos distraen en el peor momento, cuando el futuro se nos echa encima.
      No hemos salido de la primera depresión  y nos dicen que corremos el peligro de caer en la tercera. Contando con las alucinantes trapacerías de la banca en la sombra y con la vertiginosa crecida de la deuda eran de prever males mucho mayores a los ya padecidos. Hasta parece milagroso que esta monstruosidad neoliberal todavía no haya reventado. Claro que existe una hoja de ruta, cuyo seguimiento requiere paciencia, dominio del arte de perder el tiempo sin que lo parezca y una ocultación de los propósitos y las etapas a recorrer.
      Se harán fantásticos pases trileros pero no se moverá un dedo hasta que la singularidad europea en materia de leyes sociales y ambientales haya sido borrada del mapa. Quienes tienen la sartén por el mango saben que hay cosas que no se pueden hacer de la noche a la mañana, como tampoco hicieron en Estados Unidos. Lleva su tiempo convertir a Madrid o Atenas en ruinas como Detroit, pero todo se andará. Cuando la cosa haya sido hecha, la obra de mano europea será tan barata como la del sur de Estados Unidos, y será de lo más normal que un ciudadano enfermo sea discretamente sacado de la cama del hospital y depositado en el parque más cercano.
     La idea es imponernos a los europeos un sometimiento absoluto al tratado EEUU/UE, algo que se está tramando en estos momentos con todo el secretismo que el caso merece y que nos será presentado en breve como el remedio a todos nuestros males. En ese siniestro negocio transnacional están implicados los genios de Bruselas.
     Martin Schultz y Jean-Claude Juncker se frontan las manos, encantados de que estemos en las nubes. Sépase al menos que estos señores son de los que juegan sobre seguro, por actuar como vicarios de un poder más alto y misterioso. Del hecho de que pertenezcan a distintas sensibilidades políticas, presunto socialdemócrata el primero y radicalísimo neoliberal el segundo, se deduce lo ya dicho por la señora Thatcher, que no hay alternativa. Del consenso inteligente y productivo hemos pasado al entendimiento mafioso encaminado a dejarnos en los huesos.
     Si al socialismo español no le conviene en estos momentos respaldar al señor Cañete, no importa, porque lo apoyan los socialistas europeos en bloque a cambio del respaldo de los populares a Pierre Moscovici, elegido comisario de Asuntos Económicos (trotskista en origen, devenido en simple trilero como pronto se verá). Pudo uno creer desde la calle que era una torpeza proponer desde La Moncloa a un personaje tan polémico y quemado como Cañete para comisario de Energía y Cambio Climático, pero no. Era el hombre, precisamente por sus yogures caducados, sus concomitancias petrolíferas y su condición de abogado del Estado en excedencia. Pues claro que no se trataba de confiar el cargo a un ecólogo.
     El hecho de que Cañete fuera elegido por 83 votos a favor y 42 en contra nos indica la correlación de fuerzas, según la cual entiendo que el tratado EEUU/UE saldrá adelante contra viento y marea, a la mayor brevedad, antes de que se altere esa correlación.
     La Europa de los mercaderes llama rebato contra el populismo y el nacionalismo, sea de derechas o de izquierdas. Lo que viene es, no quepa duda, un enfrentamiento entre los partidarios neoliberales del tratado EEUU/UE, auxiliados por unos  socialdemócratas tan falsos como Judas y por la mano del mercado, todos ellos vendepatrias por definición, por un lado, y por el otro sus detractores de signo diverso. Ya veremos lo que pasa. De momento, el subidón de Syriza en las encuestas se contrarresta preventivamente con el temor a la “tercera depresión”, y toda la potencia del establishment se aplica a sostener a Nueva Democracia y al PASOK, decididos a enterrarse juntos como si fuese lo más natural.
    Uno puede creer que los genios de Bruselas están aterrados ante la eventualidad de que Syriza deje en la cuneta a tan desgraciada pareja, pero sospecho que les da igual. Hasta los creo capaces de esperar el acontecimiento con cierta ilusión, para darle duro al país y enseñar al mundo lo peligroso que es salirse de la hoja de ruta. Si gana Syriza se nos hará saber en la cabeza de los griegos en qué clase de juego brutal nos vemos inmersos.
    Ya veremos lo que sucede en España. El PP se la está jugando, evidentemente, lo que solo se puede entender si se tiene en cuenta su ciega confianza en el apoyo de los genios europeos a los que se debe y obedece.  O no habría osado distanciarse de la sensibilidad normal de manera tan loca.  Si las cosas vienen mal dadas en las urnas,  desde las alturas caerá la orden de imponer un gobierno de coalición, un engendro a la griega o un gobierno de gestión a la Monti.  Pero todavía no hemos llegado a ese punto. La hora habrá sonado cuando tanto el PP como el PSOE, humillados en las urnas, caigan en la tentación de hacer efectivo su peculiar entendimiento a cara descubierta, obedeciendo a la llamada de teléfono del poder atlántico. 
    Ahora estamos en fase electoral. Se habla de raíces vigorosas a sabiendas de que la situación económica es horrible y de que todo el tinglado está sujeto con alfileres y bajo la amenaza de una deuda monstruosa. Se pone el acento en unos indicadores económicos y se ocultan otros. Se retira el proyecto antiabortista de Ruiz-Gallardón. Se le indica al ministro Wert que no abra la boca y que aparezca lo menos posible. Se le ordena al señor consejero de Sanidad Javier Rodríguez que pida perdón. Se coloca a la ministra del Jaguar en segunda fila. El fascinante señor Rato se convierte en otro innombrable. No viene mal que el señor Rosell reclame el despido libre, porque así se puede presumir de prudencia y centralidad. Va Rajoy y se hace una foto en el Carlos III. Todo bajo control. Se suprime la tasa de basuras. Se presentan unos presupuestos generales antisociales y se los llama sociales. España ha dejado atrás el cabo de Hornos, es ejemplo digno de imitación, el empleo se recupera, se han hecho los deberes, ahora toca cosechar. Se propone una reforma fiscal llena de trampas con la intención de alardear del cumplimiento de la promesa de bajar los impuestos. Las cuentas no van a cuadrar, pero no importa porque se da por descontada la ayudita de los genios del Norte, ya resignados a que los peores hachazos se den más adelante. Si todo esto falla, vendrá lo del gobierno de coalición, más  o menos cuando  toque ponerse en sintonía con el acuerdo EEUU/UE y restregarnos el sucio artículo 135 de la Constitución para mejor desplumarnos. A mayor resistencia, peores modos (la nueva del de Seguridad Ciudadana es un pequeño anticipo).
     ¡Quién sabe a qué extremos se llegará! Hay que contar con la tenebrosa experiencia acumulada en cabeza ajena. Somos víctimas de una repetición a escala ampliada de lo que se hizo en otras partes. Reléase La doctrina shock. El auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein. [http://www.naomiklein.org/shock-doctrine/materiales-espanol].  A poco que nos descuidemos acabaremos encerrados en las coordenadas maltusianas y ricardianas del siglo XIX, con el agravante de que no habrá fábricas donde ganarse el pan, ni tierra que rascar, ni espacio para emigrar.

    

miércoles, 15 de octubre de 2014

LA CASTA Y LA BESTIA NEOLIBERAL

     Se ha impuesto el uso de la palabra “casta” para designar a la clase que monopoliza los resortes del poder en beneficio propio. Casta: los de arriba, el famoso 1% y sus peones de brega y cómplices necesarios.
     Se calcula que el 20%  de la población pertenece a la clase satisfecha y  se da por supuesto que milita a favor de la casta, indiferente al destino del 80%. A veces, suena como si ese 20% fuera casta todo él, otras veces la palabra  designa únicamente a los responsables directos del atropello que estamos sufriendo, matiz explícito en la expresión “casta extractiva”.
      Se prescinde metódicamente de palabras que recuerden la lucha de clases. “Interclasista” está fuera de uso. La palabra oligarquía se emplea de uvas a peras, como condimento culto y puede sonar como un arcaísmo, como establishment, como “élite del poder”… Es curioso, pero muy típico de nuestro tiempo, si tenemos en cuenta que ya no se habla de capitalismo sino de “economía de mercado”, con idéntico afán de halagar a los oídos poco avisados, de no alarmar.
      Se plantea, pues, una lucha entre los de la casta y los que no pertenecen a ella, quedando en segundo plano confrontación entre ricos y pobres, capitalistas y trabajadores, poseedores y desposeídos. En primer plano figura la pugna entre la gente y sus representantes políticos asociados a la casta, considerados ilegítimos por sus hechos, por su desprecio del bien común.
       Con la palabra casta se pueden eludir los fantasmas que podrían asustar, y así replantear las cosas en términos de una sencilla confrontación democrática, de la que tendrá que derivarse, en teoría, una victoria abrumadora del 80% de la población sobre el 20% que se le ha subido a la chepa. Esto si se lograse movilizar a la gente, también a los que no saben si son de izquierdas o de derechas, si son burgueses o proletarios, a toda la gente que no necesariamente va a asumir la condición de pobre aunque lo sea pero que reconoce su no pertenencia a la casta y el asco que le produce. Ni falta hace decir que con la palabra casta se apela a la conciencia de quienes hasta la fecha han confiado en los dos partidos hegemónicos, mostrándoles su emplazamiento en el campo de batalla político. Sobre la casta se concentra, pues,  el enorme resentimiento acumulado, con el correspondiente aprovechamiento de los beneficios  de tener un enemigo, una necesidad imperativa  (Karl Schmitt) si se aspira a unir voluntades.
     Yo utilizo la palabra casta porque está en el aire,  pero  la verdad es que no me satisface ni en el plano teórico ni en el práctico.  Por su propia vaguedad invita a personalizar a capricho y, por lo tanto, a alimentar tendencias incompatibles con una sociedad plural. Ya hay gente devolviendo el golpe,  diciéndonos que Pablo Iglesias pertenece a la casta desde el punto  y hora en que recibe una remuneración decente y se desplaza en avión. Por este camino se llega a condenar como apestado al propietario de una vaca. En realidad, cualquiera puede ser acusado de connivencia con los intereses de la casta, lo que no deja recordarnos los tiempos en que no tener las manos encallecidas podía costarle a uno la vida en un lado, en tanto que del otro los callos podían conducir directamente al paredón. Creo que lo mejor es curarse en salud y no dar pábulo a esas primitivas formas de enemistad que acaban necesariamente mal. No pretendo proscribir la palabra casta, que tiene vida propia. Pero me parece recomendable que nos andemos con cuidado.
   Nos encontramos ante un asunto de poder y en grave desventaja. Sería un error estigmatizar mecánicamente a quienes han ejercido o ejercen algún poder, grande o pequeño, esto es, ponerlos a la defensiva, en situación de apoyar a la minoría depredadora propiamente dicha, lo que podría ocurrir por miedo. Para alterar el curso de los acontecimientos en sentido positivo y no traumático, hace falta  (la historia lo enseña) el apoyo de mucha gente que de un modo u otro participa del poder. No nos quepa duda de que en la esfera del poder (en  los partidos, en el parlamento, en la judicatura, en las fuerzas de seguridad, en los distintos ministerios, en la Iglesia, y en la propia banca) hay gente que se lleva las manos a la cabeza  por lo que está pasando, al menos en la intimidad. Y esa gente también hace falta para impulsar el cambio o, al menos, para que no se oponga de puro miedo a lo desconocido.
    Por este motivo opino que conviene poner el acento en la “casta extractiva”, en la “casta depredadora”, en lugar de generalizar. También creo que  el grueso de la artillería debe apuntar a la Bestia neoliberal, el verdadero enemigo a batir en España, en Europa y en el mundo, no a un grupo humano impreciso. Debe apuntar a la mentalidad que la hace posible, y desde luego que también a la filosofía de pacotilla que le sirve de basamento.
    El cambio que anhelamos las personas indignadas pasa por una modificación de la escala de valores y de los usos y costumbres que la revolución de los muy ricos ha impuesto metódicamente a lo largo de tres décadas. Como es sabido, los promotores de esa revolución (o mejor dicho, contrarrevolución) se tomaron totalmente en serio la “batalla de las ideas” tan cara al pensamiento de Gramsci. Y la ganaron, aprovechándose del desconcierto de sus oponentes, que no imaginaron que tanto Gramsci como el propio Trotski pudieran ser usados desde el poder por unos intelectuales de tres al cuarto, ávidos de dinero, unos auténticos felones.
     Se trata,  pues, como siempre, de ganar la batalla de las ideas. Designar cabezas de turco o condenar clases enteras es más fácil, pero más vale no tomar ese atajo.  El momento, además, es especialmente propicio a una acción intelectual radicalísima contra la Bestia. Porque los crímenes y desafueros que le son propios están ya a la vista de todos, también a la de quienes no la vieron venir y la celebraron, tanto en España como en el mundo.
     No hace falta ser ningún genio para saber que en manos de la Bestia neoliberal ni la humanidad ni el planeta tienen salvación. Pero no basta la indignación. Hay que pensar, hay que ofrecer una alternativa creíble y sensata. Recuérdese el deleite de la señora Thatcher al deletrear el principio de que no hay alternativa. Las alternativas increíbles o insensatas, entre las que figuran las apuestas a cara o cruz, solo podrían servir para darle la razón a esa bruja victoriana.  Y además, aquí se trata de cambiar a unos ladrones por otros, de sustituir a unos mafiosos por otros. Se trata de cambiar la mentalidad y de filosofía, de dejar a la Bestia sin aire, sin peones y sin honor.