Un
día sí, otro también, van saliendo a la luz cabos sueltos sobre la decisión de meternos en esta guerra que de ninguna manera el buen Santo Tomás hubiera
calificado de “justa”. En rigor, las confesiones británicas y holandesas de estos días no
añaden gran cosa a lo que ya se sabía, pero ponen de relieve, con la mayor
crudeza, el déficit democrático que nos aqueja, la inanidad de las leyes y los
organismos internacionales, la falta de criterio, la ausencia de respeto por los derechos humanos, la perfidia, la estrechez de miras... El poder anda
suelto entre nosotros, indiviso, desnudo, descarado, prepotente, y no cabe esperar de él ni una confesión de verdad, ni lo que se entiende por propósito de enmienda. ¿Poniendo a
trabajar unas comisiones de estudio con casi diez años de retraso estamos haciendo
algo al respecto? Me gustaría creerlo, pero en el futuro, a puerta cerrada
naturalmente, alguien dirá: “Ya vendrán ellos con sus comisioncitas dentro de diez
años, ¿y qué diablos nos importa?” Me parece estar oyendo las risotadas.
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