La
señora Robinson debe ser rehabilitada de inmediato, debe ser consolada.
Necesita tiempo para madurar por sí misma las lecciones del caso. Salgo en su
defensa a pesar de que ella, con su puritanismo extremoso, con su manía de
juzgar y condenar al prójimo a la luz de un texto antiquísimo, me lo ha puesto lo que se
dice difícil. Pero la defiendo
porque no me ofende en absoluto el hecho en sí: ¿Qué tiene de malo que una
señora mayor y un muchacho se involucren en una relación sentimental, aunque no
dure eternamente? ¿Juzgamos con la misma vara de medir a los sexagenarios y
a las sexagenarias? ¿A santo de qué tanto titular, tanto escándalo, tanto rechinar de dientes, tanta angustia? ¿Todavía tenemos la jeta de burlarnos de los sentimientos ajenos, de ensuciarlos por principio? No deja de ser admirable la forma en que ciertas personas retrógradas acaban saltándose las reglas...
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