Según la Ley de Memoria Histórica, se debe proceder a la retirada de los símbolos
franquistas, lo que causa un comprensible malestar a las personas que los
tienen en un alto aprecio. Después de mucho darle vueltas al asunto, creo que
esta Ley, acertada en parte, demasiado tímida en algún sentido, falla en este punto, por llevar la
lógica de la eliminación mucho más allá de lo estrictamente necesario. Una sociedad abierta tiene que estar en
paz con su pasado y respetar los símbolos de unos y de otros, y abstenerse de
reescribir la historia a golpes de piqueta.
Las formidables estatuas de
Largo Caballero e Indalecio Prieto “equilibraron” Nuevos Ministerios; la
eliminación de la estatua ecuestre de Franco causó el efecto
contrario... Aparte de que el tiempo todo lo borra, lo más práctico, lo más saludable, lo más pedagógico, en lugar
de picar los símbolos del contrario, es añadir los propios al paisaje urbano.
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