El monstruo creado por la Universidad Autónoma de
Barcelona, cuya presentación oficial acaba de celebrarse, se llama Hermes. Con varias cámaras y
un potente sistema informático, Hermes, con algo más de dos millones de euros de patrocinio comunitario,
promete grandes cosas: se le supone capaz de predecir los movimientos de las
personas, casi de leerles el pensamiento. Los mentirosos serán cazados al
momento, pues descifra como nadie el lenguaje corporal. Quienes anden con malos
propósitos en medio de una multitud, serán descubiertos, seguidos y
neutralizados.
Hermes permitirá
controlar los movimientos de las personas que están solas, de forma que antes
de que pase lo que no debe pasar, dará la voz de alarma. Por ello será, nos
dicen, de gran utilidad para controlar a las personas ancianas que duermen
solas: al menor suspiro extraño habrá intervención. Será de lo más normal
pillar a los delincuentes con las manos en la masa: las fuerzas del orden los estarán esperando.
Hermes pretende acabar con
la impredecibilidad, una de las características más preciosas del homo sapiens
como nos hizo notar Kierkegaard… Dudo que lo consiga, pero ya me
repugna la intención. Vamos, como dije en otra ocasión, hacia un mundo panóptico, fatídico
para la libertad pero también para la dignidad.
Hasta ahora el único Hermes que conocía era la marca de unos bolsos, carteras, pañuelos y similares "três chic" de Paris de la France. Ahora no sólo pretende apropiarse de nuestra libertad si no también -según dices- hasta de nuestras mentiras y movimientos. Como diría Carrillo: "¡Qué Dios nos pille confesados!"
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