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martes, 9 de diciembre de 2014

LA PROSTITUCIÓN DEL ESTADO DE BIENESTAR


     Desde hace  tres décadas los predicadores neoliberales se han dedicado a denostar al Estado en cuanto tal. Incluso, hablaron de reducirlo hasta el punto de que fuera posible “ahogarlo en una bañera”, siempre en nombre de la “libertad económica”.
     De más está decir que, en realidad, nunca se les pasó por la cabeza liquidar el Estado. Se trataba de conquistarlo y de reducirlo simple maquinaria de extorsión y dominación al servicio de los peces gordos, lo que, por otra parte, siempre formó parte de su esencia.
   El grueso de la artillería neoliberal cayó sobre el Estado de Bienestar o Estado de Servicios. Este fue tildado de Estado-Niñera, de vampiro burocrático y antieconómico, de  fábrica de holgazanes. De su historia y su razón de ser, ni una palabra. Se ha predicado el bulo de que fue un invento de tiempos de vacas gordas, una forma de enterrar en el olvido que en Gran Bretaña se puso en pie en tiempos de vacas muy flacas (como en España). Ni siquiera es casual que no se hable de “Estado de Servicios”, por ser de mayor efecto hablar de “Estado de Bienestar”; en tiempos malos bienestar suena a país de Jauja, a cosa insostenible que pide a gritos unas tijeras o un hacha.
    Siempre se pasa por alto que entre los beneficiarios del viejo  Estado de Servicios debemos contar no solo al los trabajadores y los pobres.  También fue de gran ayuda para los empresarios y banqueros, en condiciones de operar sin tener que hacerse cargo de todos los gastos de sus trabajadores y directivos, familias incluidas. Hechos los cálculos, los empresarios y los banqueros de ayer comprendieron que salían ganando si contribuían al desarrollo del Estado de Servicios en el plano económico y, lo que era vital, en el plano social, no fuera una revolución a estallarles en la cara.
    A mediados de los años setenta del pasado siglo, los peces gordos se hartaron del invento. Ya no querían pagar su parte. El proyecto de ir mejorando el Estado de Servicios como parte del progreso fue arrojado a la papelera de la historia. Por un lado, porque ya no era tan fácil hacer negocios facilones a gran escala (shock del petróleo, competencia de países libres de grandes gastos militares como Alemania y Japón);  por otro lado,  porque los tiburones se habían llevado una sorpresa muy desagradable para ellos. Los progresos realizados en el plano de la cohesión social por medio del Estado de Servicios,  no tenían por resultado, como ellos habían esperado, unas  sociedades conformistas.
     En efecto, los tiburones se toparon con la evidencia de que los pueblos relativamente bien educados y bien servidos y atendidos querían más y no menos, como querían más libertad. De modo que había que meterlos en cintura por las malas, provocando un regreso forzoso al encuadre hobbesiano, ricardiano, maltusiano y espenceriano. En cuanto se vio que la Unión Soviética se venía abajo, cuando esos caballeros ya no le vieron ninguna utilidad a tener “en libertad” las mejores escuelas y hospitales, los mejores servicios públicos, dieron el carpetazo a lo social sin el menor escrúpulo. Sin miedo a las consecuencias (los tiburones no son historiadores, ni sociólogos ni estadistas). Y en ello estamos, ya avanzado el proceso, conducente a la restauración de una desigualdad lacerante, digna de épocas que creíamos felizmente superadas.
    Ya pisoteado el contrato social, rotos todos los frenos morales, estos caballeros remataron la jugada: ahora el Estado está a su servicio. Del Estado de Bienestar de pasados tiempos hemos pasado al Estado de Servicios para los Grandes Banqueros, Especuladores y Empresarios. Si sumamos las subvenciones, terrenitos,  facilidades, bonificaciones, descuentos,  si sumamos las aportaciones de los ciudadanos a estos vampiros por medio del Estado, descubriremos que lo que era una niñera se ha convertido en una vaca. Los pobres y la clase media se quedan con un poquito, a modo de consolación,  y los peces gordos se llevan la parte del león.  Hoy los tiburones arramblan con el grueso del “dinero social” disponible, sudado por la gente hasta la última gota, y encima con el dinero todavía virtual que esta pobre gente y sus hijos y nietos ganarán el  futuro… Como el nuevo Estado pertenece a los tiburones, dado que la iniciativa les ha sido gentilmente cedida, nada tiene de extraño que se construyan aeropuertos sin aviones o que hayan saqueado Bankia. Lamento dejar constancia de que nos escandalizamos ante lo que en este fase histórica es absolutamente normal.
     Por no hablar de las formidables ayuditas que recibía la duquesa de Alba, tómese como referencia la chapuza de Castor. Ahora resulta que durante los próximos treinta años los consumidores de gas tendrán que pagar casi cinco mil millones de euros, temblando de frío si es preciso. Los genios del fracasado negocio se van de rositas, con los bolsillos llenos. Resulta que el Estado no puede hacer nada frente al drama humano de los desahucios, nada por los niños españoles hambrientos, nada por lo que se mueren de frío, pero sí por los locos de Castor.
    Si unos banqueros hacen locuras, adelante, las pagaremos entre todos, exprimidos por el Estado, al que en realidad nadie pensó en ahogar en una bañera. Ya se encargan los tiburones neoliberales de mantenerlo a pleno rendimiento, como ente socialmente irresponsable pero necesario para ejecutar su política de tierra quemada, necesario como avalista, como garante de los contratos leoninos, como simpático donante, como encubridor de absurdos, como cobrador de impuestos al honrado trabajador y como brazo armado. Si al Estado de Servicios de ayer se le acusó de ser una antieconómica fábrica de holgazanes, al nuevo, al servicio de los tiburones, se me permitirá que lo defina como fábrica de dementes, chapuceros y malvados, incalculablemente más caros y dañinos para el conjunto de la sociedad.
      Las diatribas neoliberales contra el Estado, envueltas en promesas de gran prosperidad, surtieron efecto, como es sabido. Se dijo que las empresas públicas no podían funcionar satisfactoriamente por “carecer de dueño” [sic!]. Ola de privatizaciones, todas trileras,  Iberia, Repsol y Telefónica, etc. Ya va quedando poco. Ahora les toca el turno a los ferrocarriles, a AENA, al agua, en el mismo plan. Y como queda poco, ya no se habla de liquidar el Estado de Servicios: a la chita callando se procede a privatizarlo por partes.  
     Desde las cárceles hasta el registro civil, desde los hospitales a las universidades y los paradores de turismo, hay de todo, muy atractivo para tiburones de todos los tamaños, locales o extranjeros, con nombre propio o con nombres misteriosos inventados para la ocasión. Así aparece una constructora en la recogida de basuras de Toledo. No es extraño que los trabajadores de los servicios privatizados tengan salarios bajísimos y un porvenir incierto. De sus patronos solo cabe esperar que presten atención a los beneficios, que suban los precios, que bajen los salarios, que se quiten de encima todos los compromisos molestos y que aprovechen las ayuditas de la administración con ellos compinchada. El resultado es la prostitución del Estado de Bienestar, un negocio seguro.
    No hace falta ser un genio para saber que esa prostitución irá a más, sin dar nunca la cara como lo que tiene de robo y de atentado masivo contra el bien común. Su irreversibilidad será claramente establecida en el todavía secreto Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones EEUU/UE.  No es un problema exclusivamente español. ¿Qué hace Goldman Sachs invirtiendo en el principal presidio de Nueva York? Ahora los genios del emprendimiento son todos iguales. ¿Problemas en África? Ya se luce el señor Gates con su fundación caritativa, y de paso les impone a sus ayudados las bondades de Monsanto. Es el paso siguiente. En lugar de justicia, caridad, pero no la que antaño obedecía al temor de Dios o al buen corazón, sino otra caridad, de increíble retorcimiento y bajeza.

    

miércoles, 3 de diciembre de 2014

GLOBALIZACIÓN Y DESNACIONALIZACIÓN

     En 1947 Harry Truman declaró que el sistema capitalista norteamericano solo podría mantenerse en el tiempo y evitar las repeticiones del  crack de 29 si se hacía mundial; era prioritario, dijo, poner coto a los impulsos nacionalistas, un obstáculo para ese plan y, por lo tanto, “una amenaza para la paz” (la amenaza era, en realidad, la suya). Lo que llamamos “globalización” viene de más atrás, del siglo XIX, pero las palabras de Truman fueron su consagración como proyecto a largo plazo de la potencia hegemónica.
     Dicho y hecho. Estados Unidos aplastó todos los brotes de nacionalismo económico, todos los intentos de anteponer los intereses de los pueblos a los intereses transnacionales. Recuérdese de qué manera fueron derribados el guatemalteco Arbenz, el iraní Mossadeg, el indonesio Sukarno y el brasileño Goulart. Recuérdese el asesinato de Lumumba. El argentino Illia fue depuesto por los militares en cuanto se vio su intención de poner límites a los empresarios del petróleo. Estas cosas ocurrían en el Tercer Mundo, lejos de la conciencia del Primero, durante los “fabulosos años” que siguieron al fin de la guerra mundial. La destrucción de Salvador Allende data del fin de ese período (1973). Luego vendrían los “accidentes” de aviación de  Jaime Roldós y Omar Torrijos. Horrores lejanos desde la óptica de las clases bienpensantes. Pero ya le llegaría la hora a Europa. El democristiano Aldo Moro  fue asesinado antes de que pudiese hacer efectivo un entendimiento con los comunistas. La caída de Gorbachov y su sustitución por Yeltsin, peón del neoliberalismo, estaba cantada.
     En definitiva, los líderes que intentaron anteponer los intereses de sus respectivos pueblos a los intereses de la potencia hegemónica y de las élites locales a ella asociadas  siempre acabaron mal. En cambio, los peones favorables gozaron de apoyo mediático, económico y militar sin límites, incluso cuando recurrieron al terrorismo de Estado puro y duro (Suharto, Pinochet, etc.). Por ser poco condescendientes con los intereses de la potencia hegemónica, Milosevic, Sadam Hussein y Gadaffi  fueron  objeto, ellos y sus pueblos, de “bombardeos humanitarios”, ya sabemos con qué resultados. Todo ello según el mismo guión.
     Lo de ahora es una continuación, a lo grande, sin rebozo ni máscara.  Pero sospecho que Truman se quedaría perplejo ante el curso de los acontecimientos. Él hablaba de Estados Unidos en primera persona, y no creo que imaginase que la desnacionalización que imponía a los demás como plato único llegaría a imponerse, neoliberalismo mediante y a la chita callando, a su propio país, donde ya hay gente que no se puede pagar ni el agua.
    Todavía vemos a Estados Unidos como gran protagonista de la historia, sin advertir que sus verdaderos protagonistas desprecian los intereses del pueblo norteamericano. Este pueblo es uno más entre los pueblos caídos en las manos de las empresas transnacionales, los especuladores y los banqueros. Ya decía Marx que el dinero no tiene nacionalidad. Los norteamericanos de a pie lo están experimentado en sus propias carnes.
    Cualquiera que se devane los sesos con la política exterior norteamericana de las últimas décadas se ve en la necesidad de reconocer que no hay manera de entenderla si se prescinde de esas fuerzas privadas, desprovistas del menor compromiso social. Si el complejo militar industrial científico quiere guerra, habrá guerra, a crédito, a costa de las buenas gentes. La comida de los soldados y la limpieza de las letrinas se privatizan, como las cárceles. ¡Adelante con los faroles! Si unos banqueros sin escrúpulos han vendido basura, se los rescata y luego se les confían los resortes económicos del país.
     Truman podía pensar que su agenda serviría a los intereses del pueblo norteamericano,  receptor de la riqueza planetaria, pero los hechos han demostrado su error de cálculo. La clase media norteamericana, la gran obra de ingeniería social de los años de la posguerra, ya ha sido destruida. Los salarios han caído, la desigualdad se ha disparado, el Estado federal ha sido esclavizado por unos mafiosos.
    Ahora les ha toca morder el polvo a los diversos nacionalismos europeos, cuyas elites están entregadas al servicio de esas fuerzas transnacionales.
     Nadie habría imaginado que tras “el milagro alemán” millones de alemanes fuesen a caer en la precariedad, como así ha ocurrido ante nuestros ojos a cámara lenta pero en pocos años. De los británicos ya se ocuparon la señora Thatcher y el señor Blair. La  Unión Europea es a estas alturas un engendro de ocupación al servicio de la élite transnacional. En España, la democracia, tardíamente conseguida, pasará a la historia como una concesión política para ocultar la mano de una desnacionalización sin precedentes, digna de un país tercermundista de los más tirados.
   En el mundo resultante ni los norteamericanos ni los europeos, sean alemanes, italianos, griegos, franceses o españoles, valen en cuanto tales para sus gobernantes, salvo como sujetos de masiva explotación o de maltusiana  exclusión. Al mismo tiempo, toda la artillería mediática bate con furia contra la sola idea de nacionalismo, para lo cual se echa mano de los malos recuerdos de las viejas guerras patrióticas, con tal estruendo que no deja oír la menor crítica contra esta manera de entender la globalización, publicitada cínicamente como una protección contra tales guerras, ya que no contra las que ahora se libran por el petróleo y los intereses privados.
    Si no pasas por el aro, te reventaremos; si pasas con una sonrisa y trabajas "en la dirección del capitalismo salvaje”, te untaremos. Así se acabó simultáneamente con la socialdemocracia y su variante democristiana, así se redujo a los sindicatos a una caricatura de sí mismos, así se redujo a marionetas a varias generaciones de políticos y de jefes de Estado. Y vamos, no se le podía pedir al señor Felipe González que fuese de la madera de Palme o de Allende..., tampoco a Venizelos u Hollande.
    Ni se te ocurra sacar a relucir los principios internacionalistas de la Ilustración ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos, indispensables para una globalización digna de tal nombre, incompatibles con esta forma de rapiña. Se pide de ti que celebres la desigualdad, que revuelvas el caldero de lo particular, de lo étnico, de lo religioso; se pide de ti que repitas  los mantras neoliberales, vengan o no a cuento, se te pide que sacrifiques todos los valores humanitarios en el altar del dinero apátrida.
    Aquí el problema no es si los españoles o los griegos van a soportar más recortes, todos ellos de intenciones pésimas. ¿Los va a soportar la humanidad? Esta es la gran pregunta, seguida de la pregunta acerca de qué son capaces de hacer con la pobre humanidad los que nos han conducido este callejón sin salida. A juzgar por estos, la civilización está acabada, putrefacta. A juzgar por las buenas gentes, no. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA IZQUIERDA Y LA DERECHA

A Cayo Lara le desagrada que Podemos haga gala de ambigüedad en lo tocante a su posición en el espectro político. Pablo Iglesias ha dicho que su ADN personal es de izquierdas, pero  no lo hace extensivo a Podemos. El nuevo partido pretende trascender la dialéctica/izquierda derecha, un enfoque trasnochado según nos cuentan. Hay al respecto una diferencia significativa entre IU y Podemos.
    Entiendo el recelo de Cayo Lara, y lo comparto. Norberto Bobbio decía, a mi juicio con razón, que un partido no puede ser a la vez de izquierdas y de derechas. Creo que en algún punto de su trayectoria Podemos se topará con esta evidencia insoslayable, en forma de crisis interna o de ataque exterior.
    A mí no me gusta esta ambigüedad. Por razones teóricas y pedagógicas, pero también por los malos recuerdos que me vienen a la cabeza cuando alguien me  suelta “no es de izquierdas ni de derechas”, por ser precisamente esta la fórmula de Hitler, de Franco y de José Antonio  Primo de Rivera. 
     Con motivo del 15-M fui sorprendido por algunos jóvenes que no se sentían ni de derechas ni de izquierdas, nunca supe si por devociones posmodernas, por haberse tomado en serio lo del fin de la historia, o simplemente por tener asociada la izquierda al PSOE y la derecha al PP. En fin, me dije, da igual que el 15-M no se sitúe formalmente en la izquierda como movimiento de indignación, como expresión multitudinaria de una voluntad de cambio, expresión en la que caben las más distintas sensibilidades; además, no todos mis interlocutores andaban en las mismas. Pero el problema me lo platea Podemos como partido llamado a ocupar un sitio en el espacio político.
     Detrás del lema “ni de izquierdas ni de derechas” siempre se agazapa, a juzgar por la experiencia, una oscura voluntad de hacerse con la hegemonía, una voluntad incompatible con una sociedad abierta y con un sistema de partidos variado y funcional. Es el lema que conduce a los sistemas de partido único. Con estas cosas no se juega, y más vale que Podemos se ande con cuidado, para no desbocarse y también para ejercer la función pedagógica que corresponde a la alta responsabilidad que va camino de asumir.
      Claro que no es mi propósito prejuzgar a Podemos, todavía en fase de construcción. Sería injusto atribuirle las culpas de otros o embutirlo por anticipado en un esquema, como hacen sus enemigos. Además, reconocidas las preocupaciones precedentes, no dejo de dar vueltas al fenómeno, topándome con elementos de juicio que  no se pueden pasar por alto en estos momentos de emergencia. Como observador estoy obligado a contemplar el cuadro desde todos los ángulos.
     Por ejemplo, la ambigüedad que irrita a Cayo Lara y a mí tiene todas las trazas de obedecer a una toma de conciencia por parte de los dirigentes de Podemos en lo que se refiere a su electorado seguro y a su electorado potencial. Estaríamos ante un simple reajuste del lenguaje en función de los hábitos imperantes en esos segmentos, es decir, ante un caso de pragmatismo o de demagogia, según el observador, siendo obvio por lo demás que solo tendría derecho a protestar el no demagogo (espécimen desconocido en el juego político actual).
     Los sinsabores electorales de IU parecen haber sido tomados como lección. Y el resultado es espectacular. 
    Sería absurdo pedirle a Podemos que actúe en función de un repertorio ideológico cerrado y coherente, pues es de sobra sabido que quien lo haga se quedará, urnas mediante, en un rincón. Como es sabido también que,  para ganar unas elecciones, hay que conquistar a los votantes del centro, esos votantes que siempre se le han resistido a IU, los que “deciden” según los técnicos en la materia.  
   Todo indica que los dirigentes de Podemos aspiran a que sea lo que se entiende por un partido “atrápalo todo” (al precio de fastidiar a los puristas).  ¿Tiene sentido reprochárselo? ¡Los dos partidos del turno con los que debe competir funcionan en ese registro y no serán vencidos por quien se abstenga de incurrir en esa estratagema tan vulgar como eficaz! ¿Acaso podríamos exigirles a unos estudiosos de la política que prescindan de su saber en aras de una pureza suicida? 
    Mucha gente que no se siente representada por la derecha no se atreve a declararse de izquierdas por razones históricas, siendo de lo más práctico prescindir de la etiqueta y dejar en segundo plano a los componentes de Izquierda Anticapitalista, obviamente inhabilitados para la conquista del centro. Como es práctico insistir en que aquí se enfrenta el pueblo contra la casta. Así planteadas las cosas, se pueden dejar en el armario los fantasmas evocados por la lucha de clases, sin incurrir en demagogia alguna porque no se engatusa a nadie. El enfrentamiento entre pueblo y casta extractiva es real, no un invento de ocasión.
     Por lo demás, hay que tener en cuenta la pesada inercia histórica: de alguna manera este país sigue dividido en dos por la línea de separación marcada por la Guerra Civil. Y podría ocurrir que la ambigüedad de Podemos sirviese para desactivar los reflejos condicionados a la hora de votar. ¿Una listeza de Podemos, o una señal de que el tiempo no ha transcurrido en vano? Depende del punto de vista. 
     Es comprensible, por ejemplo, que los europarlamentarios de Izquierda Unida hayan abandonado el hemiciclo en protesta por la presencia del Papa en un espacio formalmente laico, pero también lo es que Pablo Iglesias se haya quedado  y le haya aplaudido, celebrando su contundente declaración a favor de la justicia social. No veo en ello una listeza, ni tampoco una contradicción, sino una sensibilidad diferente, menos traumatizada por la acción eclesiástica directa, y bastante más recomendable que la rigidez habitual si de lo que se trata es de ganar elecciones y de sumar fuerzas contra la Bestia neoliberal, el enemigo común.

martes, 3 de junio de 2014

EN LOS PLIEGUES DEL TERCER MUNDO

   El daño que nos está haciendo el sindicato de proxenetas (la “casta”) es indecible.  Las cifras de parados, subempleados, precarios, hambreados, desahuciados, emigrados, enfermos, alcoholizados  y suicidas son tremendamente elocuentes. Pero tales cifras, llamadas a aumentar,  no muestran el cuadro completo: se producen daños muy difícil cuantificación.
     De seguir las cosas así mañana será imposible enseñar lo buena que es nuestra Constitución, lo sensato que es el sistema y el respeto que se  debe a las autoridades. Si los padres tienen motivos para preocuparse por sus hijos, estos toman nota de lo que está pasando, obligados  a asumir prematuramente  las “verdades de la vida” del tiempo infeliz de sus abuelos.
    Para millones de españoles la normalidad ya no rige, y esto tiene devastadoras consecuencias sociales y políticas. No se vive impunemente en la inseguridad, con la casa a media luz, con miedo al buzón, al teléfono y al timbre. Lo sabe cualquiera, aunque todavía no haya tenido necesidad de desollarse la cara con una cuchilla vieja, jabón lagarto y agua fría.
     Cuando se ha llegado al punto en que un niño sabe que si comunica que los zapatos se le han quedado chicos dará un disgusto, cuando un adulto trata de ocultar que se la ha caído un diente, cuando a un señor formal le tiembla la mano al hacer pis porque ha recibido un burofax, la cosa está bien fastidiada, aunque quede un trecho para llegar al abismo propiamente dicho.
    ¿En qué cuadrícula se registran los casos de paranoia invertida, en los cuales el sujeto, en lugar de verse perseguido, se siente eludido por propios y extraños, por su condición de mendicante o posible sablista? ¿Qué hace una persona seria que ha operado toda la vida sobre el mandato de no depender de nadie cuando tiene que confesar que no se las puede?
    ¿Dónde figuran las zozobras de la persona buena y solidaria ante el amigo o el familiar en apuros? ¿Y las de los abuelos, que ven hoy arruinada su tranquilidad ante la evidencia de que pronto dejarán de aportar su pensión a la subsistencia de hijos y nietos?
    ¿Cuántas personas se sientan a oscuras en la alta noche sin saber hacia dónde tirar, cuántas hacen zapping compulsivamente, corroídas por la idea de haberse equivocado de medio a medio en los estudios, los sueños, las ambiciones, en todo? ¿Dónde se anotan estos sufrimientos? ¿Dónde figuran los casos de autoinculpación neurótica y los reproches vitriólicos que vienen con la desesperación?
     Para millones de españoles el tiempo corre a una velocidad endiablada: siempre se echa encima “el fin de mes”, con el trépano de las facturas pendientes y nuevas. Si la víctima decide llevar una contabilidad al céntimo, malo para él y para las personas de su entorno, si opta por no llevar las cuentas, malo también. Si la percepción del tiempo se altera, resulta que la percepción del dinero también. Lo que al sujeto le parece mucho, resulta que es poquísimo, con cálculos o sin ellos. Y por eso cuando ha “cobrado algo que le debían”, resulta que vuelve a casa con las orejas gachas o completamente airado.
     Decía el optimista Benjamin Franklin que el tiempo es oro. Puede ser plomo.  Pero no sin consecuencias, extrasístoles, discusiones vanas, esperas inútiles, colas, frenético escarbeo de papeles y documentos, vanas esperanzas, sudores fríos, alcohol, calmantes, antidepresivos y salidas en falso. En términos existenciales, esto va de plomo en el ala. Cuanto más probo y bienpensante haya sido el sujeto, cuanto más razonable haya sido en todos los órdenes de la vida, cuanto más se haya fiado de las santas apariencias, peor lo pasará. No se aprende en un día ni en dos a vivir en los pliegues del Tercer Mundo.


jueves, 29 de mayo de 2014

LA IRRUPCIÓN DE PODEMOS

     Esta es la gran novedad que nos han dejado las elecciones europeas. Quienes se congratulaban por el  supuesto desvanecimiento del 15-M se han llevado una desagradable sorpresa al toparse con su materialización en forma de partido. Podemos ha venido para quedarse, con el sólido respaldo de más de un millón de españoles. Esto  ha pillado desprevenidos a los genios malignos del orden establecido.
     El señor Arriola, consejero áulico del presidente del gobierno, ha dado muestras de una prepotencia más bien patética al confundir un fenómeno político del tamaño de Podemos con una ventolera friki. De tanto jugar con los términos el gran prestidigitador, réplica española de Karl Rove, ha acabado por no distinguir un mosquito de  un tigre.
    Tomar por frikies a los profesores, licenciados, doctores y personas ilustradas en general que han dado vida a Podemos es una ocurrencia realmente estúpida. Pablo Iglesias y su equipo representan a la parte activa de una generación que de tonta no tiene un pelo. Por lo que a ellos se refiere, el infame plan de crear una sociedad clasista en la que sólo puedan hacerse con una preparación digna de tal nombre los hijos de los ricos ha llegado tarde.
    El señor Arriola no tardará en caer en la cuenta de que las exitosas fórmulas que se utilizan para manipular a las gentes de la América profunda son inútiles, contraproducentes e irritantes en la España del siglo XXI. ¿Qué papel cree que harían Arias Cañete o González Pons en un cara a cara con el profesor Monedero o con la “camarera del gin-tonic”, Lola Sánchez, licenciada en Ciencias Políticas? Que sus clientes sigan pendientes de argumentarios idiotas hasta la completa despersonalización y ya veremos lo que pasa.
    Claro que no es Arriola el único que ha dado la nota. Podemos ha provocado reacciones cavernarias dignas de estudio. Pablo Iglesias es “el niñato”, “el de la coleta”, “Pablete”, nada importante, o bien, simultáneamente, un “Lenin”, la  reencarnación de Hitler y de Castro, un Le Pen, un Chávez.  Los mismos que se descamisan para las elecciones le han acusado de “populista”… Y esto no ha hecho más que empezar. Todas las alarmas han saltado a la vez.
    Particularmente expresivo ha sido Felipe González, que se ha declarado orgulloso de pertenecer a “la casta” por lo mucho que esta ha hecho por el país. ¿Le habré entendido mal? Su pertenencia a la casta es evidente, pero, ¿en qué se funda su orgullo? ¿Atribuye a la casta las pensiones no contributivas o se las atribuye al PSOE de los años ochenta? ¿Confunde a aquel PSOE que recibió un apoyo masivo con la casta de marras y nos invita a confundirnos también? Más clara ha sido su definición de Podemos: una moda bolivariana, algo que le preocupa mucho, vamos, como si no fuese una moda. Viene a decirnos que sería catastrófico que fuese a más aquí y en Europa. Exactamente como si en lugar de efecto de la catástrofe que estamos viviendo, Podemos y Syriza  fuesen la causa de la misma. Es una forma de sugerir que más vale conformarse con lo que hay, por ser terrorífico lo que puede pasar.
     No es la primera vez que  Felipe González pulsa las fibras del miedo  a lo desconocido. Ahora bien, ¿por qué lo hace ahora, como si Pablo Iglesias estuviese a punto de instalarse en La Moncloa? Mucho me temo que sigue pensando en un gobierno de concentración o salvación nacional y que en su mente ya opera el fantasma de Hugo Chávez como pretexto añadido. Y el problema es que ese gobierno de salvación sería precisamente el hacha de la casta mafiosa. Por no hablar de la manera realmente grotesca de dar la razón a todos aquellos que han llegado a la conclusión de que la Transición fue  una estafa, lo que no es precisamente un favor para quienes tratamos de defender sus aspectos meritorios y decentes. Muchísima gente joven ya habla con desprecio del “régimen de 1978”, de la socialdemocracia y del liberalismo, y no creo que la ejecutoria de González y sus compadres sea ajena a este desperfecto de nuestro sistema político.
     El poder establecido haría bien en estar agradecido a que, a pesar de sus modales  chulescos, le haya tocado en suerte una oposición tan cívica e ilustrada como Podemos, que hasta le da una oportunidad de reflexionar y de ponerse límites, cosa elemental que no sabe hacer por sí mismo, una oposición que por su sola presencia invita a la sanación democrática de nuestros diversos males, empezando por la sanación del propio PSOE, que si llega a celebrar unas primarias dignas de tal nombre será por lo que ha aprendido el domingo. Pero esta es una apreciación idealista. Lo cierto es que el poder establecido ya ha emprendido su particular cruzada contra Podemos y todo lo que representa. Y esto sí que es preocupante. 

jueves, 16 de mayo de 2013

EL 15 M Y LA UNIÓN DE LA IZQUIERDA


    Mi pronunciamiento a favor de la botadura de un Frente de izquierdas, en la línea de lo que Juan Carlos Escudier considera “obligado” en las actuales circunstancias, ha motivado un valioso comentario anónimo en el que se lee lo siguiente:
   El movimiento 15-M NO es y NUNCA se ha definido como ‘de izquierdas’. Un frente común contra el bipartidismo, bien. Pero... ¿por qué sólo de izquierdas?”
    En el libro Palabras para indignados [de descarga gratuita en esta misma página], Cristina García-Rosales y yo hemos ofrecido nuestra opinión al respecto.
    Creo que el 15 M  cuenta con dos dimensiones. Por un lado es y seguirá siendo una manifestación de la fraternidad humana, una manifestación tanto teórica como práctica del humanismo. Como tal está por encima de la dialéctica izquierda/derecha, en situación de ser alentado por las personas de ambas sensibilidades que son contrarias a la barbarie de la Bestia neoliberal.
    En este sentido, creo que el 15-M tiene en su haber el mérito de haber inaugurado el giro que hará posible, no sólo en España, acabar con el imperio de dicha Bestia. Ya ha demostrado ser capaz de pulsar las cuerdas de la sensibilidad de personas muy distintas, de varias generaciones, de distintas clases sociales, de diversas nacionalidades, e incluso de personas situadas en la esfera del poder, como acreditan pronunciamientos como los de Stiglitz o de Krugman, que no son precisamente gentes de a pie. Sólo el 15-M es capaz de excitar por igual las fibras humanitarias de quienes protestan y de quienes, para su dolor, se ven enviados reprimirlos, en lo que cabe ver una esperanza de liberación para todos.
   Pero el 15-M tiene otro registro: en la práctica, es de izquierdas. Y hará bien –creo– en reconocerlo abiertamente. Como movimiento espiritual puede aspirar a la superación de la dialéctica izquierda/derecha, pero como empresa política no. Y esto porque estamos muy lejos de haber llegado a la sociedad sin clases, estando el poder establecido perfectamente colocado, en orden de batalla –por el lado derecho, desde luego– para mantener a toda cosa el statu quo que el 15-M viene a cuestionar. Y el peor servicio que podría hacerle el 15-M a la causa que defiende con sus limpios argumentos es servir al fraccionamiento de sus defensores en nombre de un planteamiento adánico, cuyos beneficiarios directos serían los genios de la mercadotecnia neoliberal.
    He oído decir que el 15-M es renuente a perder el apoyo de las personas  que no se sentirían cómodas en  un conglomerado  de izquierdas. Pero entiendo que no sería una desgracia ni para él ni para el país que los indignados de derechas, que los hay, se sintieran incomodados en este punto crucial y, por lo tanto, en situación de replantearse algunas cosas, empezando por el servicio que la derecha real le ha estado haciendo a la Bestia neoliberal. 
    A estos indignados de derechas, supongo que cristiano demócratas, les corresponde la difícil misión de combatir a esta Bestia neoliberal en la misma guarida en que se calienta y se da cuerda a sí misma. Y les toca también contribuir al restablecimiento de un diálogo constructivo entre la izquierda y la derecha, diálogo que es absolutamente necesario si se quiere impedir la estúpida reiteración de los errores que tan caros le han salido a este país, en teoría ya madura para dejar atrás el drama de las dos Españas. 
     El 15-M como un todo apunta claramente al restablecimiento de lo humano en la cima de nuestra escala de valores y al derrocamiento de la cultura del dinero. Tarea enorme para la que hacen falta todas las personas de buena voluntad, sean de izquierdas o de derechas, pero también una toma de posición en el terreno de juego político.
   No sé mañana, pero hoy está claro, en la práctica, de qué lado está el 15-M. La definición de un movimiento político no depende sólo de la que tenga a bien darse, porque es casi siempre decisivo la que le dan las fuerzas adversas. Las voces insultantes de la derecha establecida no han dejado, al respecto, el menor margen de duda. Con todo, ya sé que habrá quien desee persistir en la indefinición, a pesar de esos insultos y de la mano tendida de la izquierda.  Sin embargo, tengo por obvio que el 15-M, , si bien está llamado a regenerar el conjunto del sistema democrático, es esencialmente de izquierdas, por sus dichos y por sus hechos, por su estilo, por su atmósfera y también por sus oponentes. Y por lo tanto, creo que debe obrar como tal, en asociación con otras fuerzas que están a la izquierda, que desde hace años trabajan, a veces muy sufridamente, en la misma dirección.  Desdeñar la experiencia y el conocimiento del terreno de políticos tales como Gaspar Llamazares, Cayo Lara o Juan López de Uralde sería una torpeza, al menos a mi juicio, como sería un error aferrarse a la juventud, error ya cometido en pasados tiempos por quienes deseaban empezar de nuevas. Más bien, le toca al 15-M contribuir a que esos políticos se vean obligados a sentarse a la mesa, por el bien de todos.  
   Sospecho que la resistencia a admitir que el 15-M es de izquierdas tiene que ver, más que con la realidad, con un efecto de las leyendas sobre el fin de la historia, con los rollos de los filósofos posmodernos –tan gratos al poder establecido–, con la reverberación del ideal tecnocrático y, en definitiva, con la ceremonia de confusión que llevó a Bernard Henri-Levy a afirmar que Sarkozy era de izquierdas y que llevó a decir al señor Rajoy que las personas de izquierdas podían votar confiadamente al PP. ¿Se va a dejar el 15-M manipular por estos gastados trucos, por estas tonterías puestas en circulación para confundir a las personas que leen?
    Creo además que, en nuestro caso, eso de no ser ni de izquierdas ni de derechas viene dictado por un factor particular: el rechazo que causan el PSOE y el PP, entendidos el uno y el otro como modelos de sus respectivas ideologías, para colmo complementarios. El instintivo rechazo, aunque comprensible, podría dar lugar a derivas indeseables, al menos desde mi óptica, que es la de un sexagenario.
    En mi memoria, eso de no ser de izquierdas ni de derechas se encuentra asociado a los pronunciamientos de Mussolini, Hitler y Franco, como también las diatribas contra la política y los políticos. Cuando alguien se sitúa por encima de todos, al modo de esos tiranos, cuando se siembra el correspondiente odio a los “politicastros”, comienza siempre una cuenta atrás que acaba con la voladura del sistema democrático. Y como el 15-M es democrático (en este punto, su definición ha sido clara y rotunda) y no va a entrar en ese juego perverso, tendrá que tomar posiciones  en el encuadre político real. Sería muy de lamentar, añado, que, por persistir en una posición superior, se dedicase a segar los pies de los políticos concretos que representan la opción de izquierdas y, al mismo tiempo, se pusiese en situación de ser desfigurado por los siniestros genios de la mercadotecnia que sirve a la Bestia neoliberal, que ya se están relamiendo con la perversa idea de presentar a dicha Bestia como garante de la libertad y de la democracia.