Primero, Trump lanza 59 misiles tomahawks contra la base siria de
Shairat. Con la honrosa excepción de Bolivia, las cancillerías occidentales se
apresuran a felicitarle, Francia y el Reino Unido con un entusiasmo que da
mucho que pensar. Ahora sí, dice un reputado comentarista norteamericano, Trump
actúa como un verdadero presidente... Da igual que se salte la ley, que no se
atenga a los procedimientos de la ONU ni del Congreso. Todos aplauden, también
los congresistas a los que no consultó.
¿Se
sabe a ciencia cierta quién gaseó a la población de Shijún? No, claro que no,
pero eso carece de importancia, en el sobreentendido de que la culpa la tiene
Al-Asad, el malo que ha sucedido a Sadam Husein y a Muhamar Gadafi, el
siguiente en la lista fatal. De modo que, ya repartidos los papeles, se
entiende que Trump, urgido por su hija, espantada ante los horrores mostrados
por la tele, haya actuado rápido, de corazón, en defensa de los inocentes niños
asesinados en Shijún… No viene al caso, para no arruinar el cuadro, recordar a los 68 niños chiítas que murieron en
Alepo el 16 de abril, víctimas de la aviación “aliada”.
Segundo, una semana después de los 59 tomahawks, Trump lanza la “madre
de todas las bombas” contra el distrito de Achin, en un remoto confín de
Afganistán, lo que acapara todas las portadas como hecho consumado y sin
comentario crítico alguno. No es normal esta bomba, que no deja nada en pie en
un radio de un kilómetro y medio. Más aplausos. Se encomia la decisión de Trump,
se da por demostrado que tiene lo que hay que tener. ¿Cuántos civiles, cuantos
inocentes pillados entre dos fuegos han resultado muertos o heridos?
¡Tardaremos meses en
averiguarlo! Pero lo que ya
sabemos es que hemos entrado en una fase de total desprecio por la vida humana,
siendo lo verdaderamente terrible y decisivo no que unos fanáticos acorralados
la pisoteen sino que tal inmoralidad haya devenido en norma de las más altas
instancias planetarias, empeñadas, además, en hacernos cómplices a todos.
Encima, la cosa, más que de acciones inteligentes, más o menos encaminadas a un
fin inteligible, va de mensajes intimidatorios. Si Trump es capaz de lanzar esa
megabomba, ¿de qué no será capaz? Así, pues, nada que objetar, todo le parece
bien a la clase opinante.
El
vicepresidente Pence anuncia en
relación a Corea del Norte que la “paciencia estratégica” heredada de Obama ya
no rige. Cierto portaaviones que nos habían dicho que se encontraba en aguas
coreanas, iba con rumbo a Australia, pero da igual, porque es como si ya
estuviera ahí a punto de entrar en acción. La imaginación se excita, al punto
de que nadie se sorprenderá si de pronto sucede algo muy gordo. El teatro de
operaciones es vastísimo, y va camino de ampliarse: el secretario de Estado,
Rex Tillerson, ex presidente de Exxon-Mobil, da por caducados los acuerdos
suscritos con Irán.
¿Qué pensar de todo esto? Mucho me temo que Nietzsche tenía razón cuando
afirmaba que el poder atonta. Con tremendos problemas internos, en trance de
tener que reconocer que no puede mandar como le gustaría, Estados Unidos, un
país endeudado hasta las cejas, da claras muestras de un comportamiento
errático y saca a relucir modales de matón, fiándolo todo a su poderío militar.
Y digo Estados Unidos por cortesía o por un mal hábito, pues obviamente nada de
lo que está pasando sirve los intereses del pueblo norteamericano propiamente
dicho. La cosa va de los intereses de una elite ni siquiera unánime y de las
apetencias de los empresarios de la muerte, por no mencionar a los
manipuladores de la opinión pública que forman parte del equipo, expertos en
lanzar mensajes por medio de misiles, bombas y ostentación de sentimientos
patrióticos y “humanitarios”.
Sería un poco ingenuo creer
que la falta de luces y la voluntad depredadora que destruyeron la cohesión
social en Estados Unidos puedan ofrecer soluciones sensatas a los gravísimos problemas que la
humanidad como un todo tiene planteados. Si el cambio climático le importa un
carajo al equipo de Trump, si ya se ha metido en una escalada militar, ya no
queda sitio para la esperanza de que la llamada “potencia hegemónica” entre en
razón. Estados Unidos lleva años dilapidando su credibilidad, una locura desde
cualquier punto de vista. ¿Es normal que la credibilidad de los señores Putin y Xi Jimping aventaje considerablemente a la
del inquilino de la Casa Blanca? Es trágico, una mala señal, una indicación de
que lo peor está por llegar.