Podemos
reitera que no es “ni de izquierdas ni de derechas”, repite que la dialéctica
izquierda/derecha es asunto superado. Esta originalidad no es baladí, pues separa
a Podemos de quienes se sienten de izquierdas, y empieza a escamarme.
Deduzco que Pablo Iglesias se ha tomado realmente en serio eso de no ser
de izquierdas ni de derechas. Al principio, me pareció una arriesgada argucia
electoral encaminada a constituir un partido atrápalo-todo, a hacerse querer por los despistados votantes del centro,
en aplicación del abecé de la sociología electoral. (Arriesgada, porque la posición de un partido no la define él
solo. También depende, y a veces decisivamente, de la posición que le
atribuyan sus adversarios y sus propios militantes. Siendo obvio que Podemos ha quedado inscrito en el lado
izquierdo, como radical además).
Ahora
me inclino a creer que si algo tiene esta anomalía de argucia electoral, tiene mucho más de principio ideológico de
máxima significación. O Pablo Iglesias no habría rechazado de ese modo a Alberto Garzón y
a todos los símbolos de la izquierda. Si se ha atrevido a
desconcertar de paso a sus propios seguidores debo pensar que la cosa tiene
mucha importancia para él.
A mí me suena mal eso de “no ser de
izquierdas ni de derechas”. Me suena a franquismo, a fascismo, a
falangismo. Una cosa es que la
gente del 15-M se hiciese eco de esa fórmula (por estar rechazando
simultáneamente al PSOE y al PP), otra cosa es que ciertos posmodernos la
usen por creer que hemos arribado al fin de la historia, y otra muy distinta
que tal sea la referencia de un partido que aspira a gobernar. De modo que ahora necesito pruebas
para no considerar insano este
planteamiento de Podemos.
Intrigado, tentado estoy de atribuir esta excentricidad a la influencia de
Ernesto Laclau, un pensador enrevesado, capaz de entretejer, no sin
originalidad, los hilados de Gramsci, Althusser y Lacan (lúcido aquel, muy liantes estos dos). Considerado un posmarxista (no se bien lo que es), Laclau ha
influido en la izquierda latinoamericana de los últimos tiempos y no es
sorprendente que Iñigo Errejón le hiciese objeto de su tesis doctoral. No es un
autor menor. Otra cosa es que su
pensamiento sea adecuando a nuestras particulares circunstancias.
A diferencia de lo que hoy
se estila, la visión que tiene Laclau del populismo no es negativa. Entiende
que el populismo, en un grado u otro, forma parte de la acción política, en
todo momento, como estamos viendo ahora mismo (por ejemplo, cuando el PP y el PSOE se sacan de la manga una serie
de medidas “populistas” de última hora). Hay, claro es, un populismo
revolucionario, el que más le atrae, y otro conservador. Los análisis de Laclau se han basado, sobre
todo, en la versión peronista del populismo, un caso de libro.
El populismo peronista hizo acto de presencia, como otros, en una
sociedad donde la dialéctica izquierda/derecha no había rendido ningún fruto en
orden a la redistribución de la riqueza, donde el sistema político era inútil,
una simple mascarada al servicio de la oligarquía, donde la izquierda de toda
la vida se había empantanado
víctima de la represión, donde había un abismo entre ricos y pobres. Y surgió
como novedad, por encima de la vieja
política, dispuesto a trascender aquella dialéctica, abarcándolo todo, y a la
vez obligado a ello por los furibundos ataques recibidos desde los dos lados
del campo de juego político. De allí su pretensión totalizante, a partir de la supuesta
centralidad que se atribuía a sí mismo.
No
se hablaba de clases, sino de ricos y pobres, de oligarcas y descamisados,
donde estos términos eran a todas luces exactos. Las viejas etiquetas ya no
valían. Perón se sacó de la manga su justicialismo,
con la creatividad que Laclau atribuye a estos movimientos en el plano de los
dichos. ¿Comunismo, socialismo? No, no: ¡justicialismo! De puertas para afuera, Perón hizo
fortuna con su “tercera posición”, ni con la URSS ni con los Estados Unidos.
Cabe
ver la influencia de Laclau en la renuncia a expresarse en términos de
izquierda y derecha, en la acuñación de la oposición pueblo vs. casta, en una
nueva forma de hablar, en la renuncia a viejos dichos y símbolos, e incluso en
cierta vaguedad de propósitos, típica de los populismos.
Las
preguntas espinosas se remiten a lo que el pueblo decida en su momento. Se da por supuesto que todos los que
oponemos a la casta vamos o
debemos ir en el mismo barco, en lo que anida una voluntad de alcanzar la hegemonía, unida a la razón populista (conceptos este y aquel
centrales en la obra de Laclau). Todo esto es muy interesante, pero no le veo
la utilidad en nuestro caso.
Es cierto que aquí el sistema ha
traicionado el bien común, como en la Argentina de finales de los años 40. Ahora
bien, hecha esta constatación, se terminan los parecidos. En aquel país y en
aquel entonces la divisoria entre ricos y pobres era brutal e insalvable, no había asomo de
cohesión social, etc. Puede que lleguemos a esa situación, pero todavía no hemos llegado, con lo que basta para dar por no aplicables
las sugerencias de Laclau sobre la formación de un poder hegemónico de corte
populista.
En
un viejo post afirmé que en la España actual no hay populismo a la vista, digan
lo que digan los publicistas orgánicos del establishment.
Y es que no lo creo posible. El nacimiento del peronismo obedeció a
circunstancias irrepetibles.
La
combinación de los carismáticos Perón y Evita no es de las que se repiten,
tampoco de las que se fabrican a voluntad. Además, no se puede pasar por alto que el populismo peronista
pudo desenvolverse porque Perón sumó la legitimidad emanada de las urnas al
liderazgo de las fuerzas armadas, es decir, se hizo con la totalidad del poder
efectivo, sin el cual nada hubiera podido hacer contra una oligarquía intratable.
Pablo Iglesias tiene un carisma indudable, pero solo el que corresponde a nuestro tiempo y lugar, donde los
liderazgos a la Perón o a la Chávez no son bien vistos. Si intentase abusar
de él, a buen seguro que toparía con una repulsa creciente dentro de sus
propias filas. Y téngase en cuenta
que está llamado a actuar en un Estado en el cual, por imperfecta que sea la
separación de poderes, no podría hacer lo que le viniera en gana, por muy de su
parte que creyera tener a la razón populista de Laclau.
El esquema populista basado
en un simple y llano “pobres contra ricos” no podría funcionar en la España de
hoy como funcionó en la Argentina de Perón o en la Venezuela de Chávez. Aunque
las cosas van de mal en peor, todavía hay millones de españoles que tiene algo
que defender, un trabajo, un pensioncita, un pequeño bar, algo, con el
correspondiente miedo a perderlo y la inevitable resistencia a dejarse llevar
por la razón populista, algo que les inspira pavor, de lo que se aprovecha el
establishment.
Y hay un
dato más, a mi juicio fundamental, que cierra la puerta a un movimiento
populista en nuestro país. Y es que la Argentina que confió su destino a Perón
era un país inmensamente rico, que
vendía trigo y carne a espuertas, a un mundo medio muerto de hambre. El
chavismo, por poner otro ejemplo, tuvo su petróleo. ¿Qué tenemos nosotros? Hace falta un país rico para que el
populismo pueda hacer valer su poder, para
que pueda crecer desde el primer día.
Desde
el primer momento, Perón pudo hacer y
convencer porque tenía dinero (lo mismo que Chávez). En cuanto las arcas se
vaciaron, su régimen sucumbió. Y si el crepuscular peronismo encarnado en la
señora Kirchner pudo frenar a los acreedores y hacerse querer con medidas
sociales de corte populista, la explicación la encontraremos en la riqueza de
aquel país, justo en lo que a nosotros
nos falta.
Mucho
me temo que la influencia de Laclau puede contribuir a desorientar a Podemos, y de rebote a
todos. Esto por no recordar que, en su necesidad de alcanzar la hegemonía para
no verse a los pies de los caballos, Perón dio lugar a una formación dotada de
facciones de izquierda radical, de centro, y de extrema derecha, esto es, a un guirigay
que solo él, carisma, demagogia y dinero mediante, sabía “manejar”. No creo que un artilugio así interese a
nadie por estos lares.
Y no dejaría de parecerme una ironía cruel de
la historia que a estas alturas ciertos ingredientes del peronismo, para colmo entresacados de los académicos
y enrevesados libros del profesor Laclau,
confundiesen la mente de la izquierda española, como confundió y mareó Perón a
la izquierda de su país, no una sino varias veces… Aquí de lo que se trata
es de arreglar, refundar, actualizar o relanzar la izquierda, no de renegar de
ella en plan genialoide.