viernes, 10 de febrero de 2017

IGLESIAS VS. ERREJÓN

   Este enfrentamiento me parece inoportuno y patético. Al parecer, la cosa va de personalismos y camarillas, de una simple lucha por el poder que no guarda relación alguna con el espíritu del 15-M.
   Que los contendientes pidan perdón al estupefacto espectador mientras silban las flechas es lo único novedoso; lo demás es archiconocido.  Se constata que las tendencias cainitas de la izquierda, que tan enorme daño le  han causado desde el siglo XIX, que tantas veces la han dejado a los pies de su poderoso adversario,  no han sido desactivadas. Está visto que  las vanguardias, estupendas en los dominios del arte, propenden a la demencia en los dominios de la política y más cuando se dejan guiar por maestros de otros tiempos y lugares.
    Este enfrentamiento entre moderados (errejonistas) y radicales (pablistas) me causa una profunda desazón. En primer lugar, no sé si son reales o presuntos… En segundo, como en Podemos hay gentes radicales y gentes moderadas, preveo un desenlace traumático.
   Ya veremos qué sale de Vista Alegre, pero doy por seguro que el partido perderá fuelle tanto si decide ir oficialmente de moderado como de radical. Por la pérdida de entusiasmo de los derrotados, pero también por el sometimiento al guión que se derive de la Asamblea, ya sea el de la moderación o el del radicalismo.
     La moderación, relacionada con la conciencia de los propios límites, es una virtud, pero no siempre... Y lo mismo ocurre con el radicalismo, que puede ser tanto no virtuoso como virtuoso, según las circunstancias y la materia de que se trate.
     Ir de radical en plan continuado es tanto como abonarse a un desastre; ir de moderado eterno, es un pasaporte a la acomodación. Y conste que el poder establecido sabe, porque es de manual, que un Podemos moderado será una presa tan fácil como un Podemos radical.
   En mi humilde opinión,  lo ideal sería que Podemos se las arreglase para conservar ambos registros, única manera de que protegerse contra formas de degradación que se siguen de renunciar a uno de ellos. ¿En qué asuntos es menester ser moderado o radical?  Apélese al buen juicio, al sentido de la oportunidad y a la mismísima moral, porque no hay otra en el complejo mundo en que vivimos.
     Hay un momento para ceder, otro para dar un puñetazo sobre la mesa; si importante es el trabajo reglado en las instituciones, también lo es manifestarse en la calle bajo ciertas circunstancias. Y por otra parte, no creo que Podemos pueda postergar por más tiempos su definición política. Lo de moderados contra radicales se ha convertido en una forma de dar largas al asunto. En estos momentos, yo ya sé que Ciudadanos ha renunciado a la etiqueta socialdemócrata, y mucho le agradecería a Podemos que me diga, con no menor claridad, de qué va y de qué no. 

jueves, 2 de febrero de 2017

DONALD TRUMP: SUENAN LAS ALARMAS

    Nikki Haley, la nueva representante norteamericana ante la ONU, ha entrado en escena con aires de propietaria, de mandamás. Anuncia reformas en profundidad; dice que los países que no secunden  sus iniciativas serán anotados en una lista negra. Hemos recibido poca información al respecto, por miedo, o por vergüenza ajena, quizá por la íntima necesidad de creer que no pasa nada. 
     Al mismo tiempo, Trump no ha tenido mejor idea que nombrar embajador ante la Unión Europea a Ted Malloch, que  apuesta por  su disolución,  que se propone debilitar el euro...  Ya ha sido declarado persona non grata. Según ha trascendido, Trump ha sido más bien brutal en sus conversaciones con el presidente de México y con el primer ministro australiano, al que directamente le colgó el teléfono. En lugar de disculparse, anuncia que tendremos que acostumbrarnos a su "dureza".  ¿Y esto por qué? Porque, nos dice,  todos se han aprovechado de Estados Unidos, algo que se terminó. Arreglar el mundo significa para él eliminar esa anomalía histórica. ¡Tremenda declaración!
    Trump ha  cerrado sus fronteras a la entrada de viajeros nacidos en siete países de mayoría musulmana, Siria, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Yemen e Irán. Da igual que tengan doble nacionalidad o los papeles en regla, da igual que trabajen para Microsoft o que tengan hijos nacidos en Estados Unidos. Ya hay incontables musulmanes afectados, algunos detenidos en los aeropuertos. Según Trump, “gente mala” es lo que son.
     Por oponerse a la medida, la fiscal general, Sally Yates, ha sido despedida de  pésimos modos; se la acusa de “traicionar” al Departamento de Justicia… A creer a Trump, ha  puesto en peligro la seguridad del país, nada menos. Ahora lo que más le preocupa al presidente es improvisar un mecanismo de deportación. Los perjuicios que su proceder acarrea a los norteamericanos que viven, viajan o hacen negocios por el ancho mundo, no  le importan un comino; tampoco  le importa que mil diplomáticos norteamericanos y el Vaticano se opongan a su veto migratorio. No tiene en cuenta que con esos modos solo puede dañar los intereses vitales de las minorías cristianas que viven en los países proscritos. Y curiosamente, hace oídos sordos a las protestas de Google, Microsoft, Apple, Starbucks y varias compañías aéreas, claramente perjudicadas en sus cuentas, en sus previsiones y en su personal. El hecho de que el 49% de los norteamericanos  aplauda el veto pone de relieve el completo despiste político y moral de la base de sustentación del nuevo presidente, tan poco ilustrado como ella. 
    Trump la emprende contra viajeros que proceden de países arrasados  por la mala cabeza y la codicia de sus predecesores en el cargo, como si todos fuesen temibles, como si actuasen los resortes de la mala conciencia,  ya a la espera de un castigo, en plan paranoico además.  Es muy significativo que  el  veto presidencial no afecte a los viajeros de países mayoría musulmana que efectivamente tuvieron alguna implicación con atentados perpetrados en suelo norteamericano. Se ha dejado al margen a Arabia Saudita, patrocinador de toda clase de emprendimientos relacionados con el islamismo radical y el terrorismo propiamente dicho. Queda claro que el nuevo presidente seguirá haciendo del terrorismo el mismo uso torticero al que ya estamos acostumbrados. Seguirá jugando con fuego, sembrando odio, atizando una extemporánea guerra de religión. Como siempre,  pagarán justos por pecadores. Los emigrantes ya han sido escogidos como chivos expiatorios. 
     No es extraño que salten chispas por todas partes y que mucha gente  tenga miedo. Lo raro es que el nuevo presidente de Estados Unidos crea que puede andar por la vida haciendo este tipo de cosas, celebrando la tortura además, negando el cambio climático.  ¡Humillar a los mexicanos,  a los musulmanes, a la ONU y a la Unión Europea! 
     Trump va de sobrado, de matón, de provocador. Con estos modales no tiene ni la menor posibilidad de ser respetado ni de hacer a América grande de nuevo. Lo único que puede conseguir es enfrentar a los norteamericanos entre sí y con el mundo, y es inevitable que uno se pregunte por qué se obstina en semejante empresa. Esta es la gran pregunta.
    Puede que el señor Trump exprese a la perfección, muy dramáticamente, los inconvenientes que se derivan de un complejo de superioridad en situaciones  que lo contrarían. El sujeto da golpes sobre la mesa, exige obediencia incondicional en asuntos grandes y pequeños, se exhibe fiero, con todas sus armas sobre la mesa, no queriendo darse por enterado de que  la realidad escapa a sus caprichos. Ya se encarga el complejo de privarle de la conciencia de los propios límites, escondiéndole su debilidad. Esto que se ve en las personas, a veces en esos borrachos que van por la calle provocando a los viandantes, puede darse en un país, y especialmente en el caso de las potencias cuando se ven cuestionadas, desafiadas,  rotas por dentro y  gravemente endeudadas.  La situación es muy peligrosa.

miércoles, 25 de enero de 2017

DONALD TRUMP Y LOS LIMONES ARGENTINOS

   Trump ha sido recibido con manifestaciones de protesta y con la enemiga de los grandes medios de comunicación,  unánimemente partidarios de la fracasada Hillary Clinton. Hasta la CIA parece tenerlo enfilado. Algo raro pasa  cuando gentes de  intereses contrapuestos convergen en una misma ola de hostilidad y  yo no guardo memoria de que un presidente norteamericano tomase posesión de su cargo en un clima tan enrarecido y menos echando leña al fuego como él hace.  
    A diferencia de su predecesor, Donald Trump pretende “hacer historia”. Recién instalado en el despacho oval, ha soltado dos coces seguidas, una contra el Obamacare, otra contra el acuerdo comercial Transpacífico (TTP); seguidamente, le ha dado en toda la cara a la conciencia ecologista del país, dando vía libre a dos oleoductos de reconocida peligrosidad y borrando de un plumazo la página web de la Agencia de Protección Medioambiental. Señal de que va a por todas. Le veremos asestar nuevos golpes maestros en los próximos días, porque cosas así, como aconsejaba Maquiavelo, hay que hacerlas de entrada, antes de que el hierro se enfríe.
    Para botón de muestra, tenemos la proscripción de los limones argentinos, caída como un rayo y con visos de revelación. El proteccionismo, la bestia negra del movimiento friedmanita, reaparece en escena a cara descubierta. ¿Imposible? No, si recordamos de qué manera brutal el presidente Nixon dio por enterrados los acuerdos de Bretton Woods. No hubo cónclave en las alturas. Nixon los mandó personalmente al carajo y empezó a darle a la máquina de imprimir billetes verdes sin preocuparse ni poco ni mucho por el daño ocasionado a los ahorros mundiales.
     Cambiar las reglas del juego a mitad de partido entra dentro de las posibilidades del inquilino del despacho oval. En cuanto dichas reglas pasan de ventajosas a molestas, la tentación se plantea en términos irresistibles.  Ya veremos hasta donde llega Trump, pero no nos llamemos a engaño en el punto de partida: si empieza así, la propia elite andaba dividida, sin saber hacia dónde tirar.  
    Trump ha virado bruscamente hacia el proteccionismo y el nacionalismo económico, a tono con el lema “¡hacer a América grande de nuevo!” Los humillados y ofendidos esperan que cumpla sus promesas, que sanee el cinturón del óxido, que de trabajo, que renueve las estructuras, en definitiva, que rescate al país del sumergimiento en el Tercer Mundo, que recupere eso que antes se llamaba “el sueño americano”, hace tiempo devenido en pesadilla.
    Los publicistas del neoliberalismo echan espuma por la boca. Trump los tiene agarrados por la entrepierna: no tienen nada que ofrecer, nada que prometer, él sí. Donde ellos todavía  se exaltan predicando las bondades del mercado libre, él los machaca con el mantra del comercio justo [sic!], y no hay color.
   Estados Unidos, lo primero, en lo referido a los limones, a las tuberías de los oleoductos, en todo. Ya veremos si Trump convence de las ventajas de su proyecto a los capitostes que tienen a sueldo a esos publicistas. En ello le va la vida.  Y en realidad, puede convencerlos porque, digan lo que digan los puristas del libre mercado, de por sí incongruentes, él no tiene ni la menor intención de poner límites al capitalismo salvaje. De ahí que se vea servido por hombres de Goldman Sachs y de Exxon Mobil.
    ¿Por qué  seguir comprando allá en lugar de aquí? ¿Qué tiene de malo atraer a los inversores extranjeros, chantajeándolos si es preciso? ¿Acaso no son las grandes obras públicas, a todas luces impostergables, un regalo para los gigantes del ramo?  Como el rico Epulón se podrá dar el gusto de dejar caer unas migajas en el plato del menesteroso trabajador, la cosa pinta bien, sobre todo teniendo en cuenta lo ya prometido: una drástica rebaja de los impuestos. ¿Acaso no ha llegado el momento de aprovechar la baratura del trabajador norteamericano nativo, ya descubierta hace casi diez años por Mercedes Benz y por varias firmas japonesas? Se da por concluida, con éxito, la fase del abaratamiento y sometimiento de la mano de obra; empiece un nuevo ciclo (al que más nos vale no confundir con el New Deal roosveltiano).
    Ya destruido el poder sindical, se pueden hacer grandes negocios en casa. Se sobreentiende que se trata, como siempre, de hacer dinero.  Trump no le va a hacer el trabajo a Sanders. Aquí no se plantea dar el más pequeño paso hacia la reducción de la desigualdad, hacia eso que se llama justicia social. Y en cuanto al resto del mundo, que se las apañe. Lo que entra, por cierto, en el menú del capitalismo salvaje.
    Claro que si lo que el presidente norteamericano se trae entre manos, valerse del repertorio nacionalista y del proteccionismo, lo intentase cualquier otro, saldría despedido hacia las tinieblas exteriores de un día para otro. A lo que hay que añadir que el viraje norteamericano hacia el nacionalismo económico no implica una bendición del modelo con formales garantías para el nacionalismo ajeno. Que se lo pregunten a los chinos de los tiempos de las Guerras del Opio…
    Muchos empresarios y financieros cazarán al vuelo la oportunidad que les ofrece Trump, pero otros se volverán locos tanto dentro como fuera de Estados Unidos. ¡Imagínese la cara que se le puso al exportador argentino de limones!
    Pensar que Trump se trae entre manos una jugada calculada al milímetro y que no se corre ningún riesgo sería de lo más ingenuo. Podríamos estar ante una chapuza monstruosa, lo que nada tendría de raro después de lo de Afganistán, Irak y de las burradas que llevaron al crack del 2008, por no hablar de Libia ni de Siria…  Como dijo Nietzsche, el poder atonta y sería un milagro que, de pronto, las cosas saliesen bien, de forma no traumática, precisamente gracias a un personaje de  las características de Donald Trump.
  De hecho, debemos prestar atención a la reacción de quienes andaban haciendo negocios a cuenta de las aventuras bélicas, los promotores de Hillary Clinton. Les gustaría seguir jugando con fuego en lo que a Rusia se refiere, seguir atizando conflictos por doquier, y he aquí que Trump no está por la labor, por sentido común, por no endeudar más a su país, por ganas de ahorrar, por creer que la fuerza se puede utilizar de otra manera…  Todo indica que ya se ha ganado la enemistad del complejo científico-militar-industrial-capitalista, lo que equivaldría a sentencia de muerte si no fuera porque, por lo que parece, este se encuentra dividido. A estas alturas, además, podemos estar seguros de que hay muchos militares hartos de que los manipulen, lo suficientemente esclarecidos como para desear un cambio de orientación. La batalla promete ser durísima, y el resultado es  impredecible.
    También hay que tener en cuenta que la opinión pública se ha desgarrado, en lo que Trump encuentra una complacencia anómala e irresponsable. El cóctel de supremacismo blanco, negacionismo climático, misoginia, homofobia, islamofobia e hispanofobia nos indica lo lejos que está el país  de las coordenadas de eso que se llamaba liberalismo, de los procederes ilustrados, de  Jefferson y de Payne. Varias décadas de oscurantismo, de deliberada confusión, de desdén por las verdades más obvias, varias décadas de uso indecente de la religión, de aplastamiento de la educación pública, conducían precisamente a este desfiladero. Es tiempo de consecuencias...

domingo, 22 de enero de 2017

GRAN DESCONCIERTO A DERECHAS

    A la crisis de la izquierda se viene a sumar la espectacular crisis de la derecha. Se trata de crisis relacionadas,  lo que pone de relieve la grave afectación de los sistemas políticos, hace tiempo desvinculados del servicio al bien común y, por lo tanto, metidos en una deriva de curso para nada tranquilizador.
     La crisis de la derecha pone al descubierto una división en el seno de las elites y ha sorprendido a los publicistas orgánicos con el pie cambiado. Estos genios se revuelven contra el Brexit, contra Trump, contra el populismo de Trump y, por extensión, contra el “populismo mundial”. Ya lo les queda otra que despotricar; se han quedado en blanco, sin nada que ofrecer, sin proyecto y sin la musiquilla del capitalismo popular. Tardarán algún tiempo en descubrir lo que se les pide de aquí en adelante.
    En Francia tenemos al señor Fillon saliendo al paso de la señora Le Pen; aquí, a José  María Aznar leyéndole la cartilla a Mariano Rajoy; en el Reino Unido tenemos a la señora May dándole alas al Brexit y acosada por sus amigos de ayer; en Alemania, la señora Merkel se ve más amenazada desde la derecha que desde la izquierda. Y en Estados Unidos tenemos a Donald Trump enfrentado con buena parte del establishment derechista, de pronto enamorado de Hillary Clinton. Estamos ante un cambio de época: la derecha atlántica da bandazos entre la nostalgia y el miedo a lo desconocido, de cuya llegada ella misma es la principal responsable. Los grandes tiburones, tras hartarse de sardinas, empiezan a atacarse entre sí, mientras una parte de la elite se reacomoda, en vista de que el sistema de Ponzi no se sostiene y podría salir perjudicada.
     El  neoliberalismo irá, supongo, de capa caída, pues no hay predicador que consiga sacarle brillo en las actuales circunstancias, ni político que lo pueda imponer por las buenas. Para imponer por las malas la voluntad predatoria de las elites ni siquiera hace falta el neoliberalismo friedmanita, de lo que dan fe lo pueblos vilmente saqueados y explotados antes y después de que este fuese puesto en circulación.
     Lo que no lleva trazas de ir de capa caída es el poder que utilizó el catecismo neoliberal como disfraz y como herramienta para  quitarse de encima las ataduras tanto legales como morales. Y conste que no estoy hablando de un poder único, enterizo y unidireccional. La agudización de los conflictos de poder en el seno de las elites será la nota dominante y  los platos rotos los pagaremos los de siempre.
     Cuando entra en crisis  la derecha es de suyo muy peligrosa, por la sencilla razón de que deja de ser conservadora. Si la derecha atlántica tuvo la originalidad de sacarse de la manga la carta del neoliberalismo  como respuesta a los usos y costumbres de los “treinta gloriosos”, mejor no pensar en las ocurrencias que puede tener de aquí en adelante, después de varias décadas de habituación al matonismo y haberle tomado el gusto a la irracionalidad y a la mentira. Envolverse en la bandera, dárselas de estar en disposición de hacer más por el pueblo que la izquierda, dar carnaza a las fieras, señalar cabezas de turco, proteger a unos y desproteger a otros, tomar decisiones radicales, todo esto puede ir a más, pero quién sabe qué novedades nos aguardan a la vuelta de la esquina.

viernes, 23 de diciembre de 2016

EL CASO DEL MINISTRO DASTIS

    Con motivo de la sesión de control al Gobierno,  Pablo Bustunduy (UP) salió en defensa de los jóvenes emigrantes españoles, pidiendo que no se vean librados a su suerte.  Puesto a responderle, el nuevo ministro de Exteriores acabó retratado para los restos.
    Alfonso  Dastis vino a decirnos que Bustunduy pretende pintarnos un cuadro apocalíptico donde no lo hay…  ¿Qué de malo puede haber en que nuestros jóvenes emigren? A juicio del nuevo ministro, los que se van lo hacen por iniciativa propia, de puro emprendedores, y nada malo hay en buscarse la vida por ahí, a juzgar por las ventajas: el emigrante ganará en amplitud de miras, se enriquecerá (por dentro, supongo), mejorando sus “aptitudes sociales”…
    Tuvo Dastis un pequeño lapsus, al señalar como ganancia la “adaptación a un mundo mejor”, una auténtica confesión por partida doble, como si confundiese lo extranjero con lo mejor, como si declarase su completo desconocimiento de las condiciones reales del  indefenso joven sometido a explotación laboral en un país que no es el suyo.
   Aunque  yo tuviese en el oído los similares pronunciamientos de Fátima Báñez y de José Ignacio Wert, dicho así, con ese aire de buena educación, me sonó como de nuevas. Hasta me dieron náuseas. ¿Y este era nuestro representante permanente ante la Unión Europea? ¡Santo Cielo!
    ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Está fuera de la realidad? ¿Estamos ante el extraño caso de un diplomático que ha vivido en las nubes y que desde ellas pretende regir nada menos que el ministerio de Exteriores? Podría ser. ¿Un hombre de pocas luces, tal vez? Aunque muy viajado, no parece dotado de las habilidades sociales que requiere el ejercicio de la diplomacia…  ¡Qué raro!  ¿No se le pasó por la cabeza respetar la sensibilidad de los españoles que están sufriendo? ¿Ninguna vocecilla interior le previno acerca del daño que sus palabras iban a causar a la de por sí perjudicada imagen de su partido? ¿Ninguna le previno de que iban a sentar muy mal?
    No conozco personalmente a Dastis, no tengo idea de cómo es en realidad, pero ya contemplo otra posibilidad: la de que no sea tan buena persona como aparenta. Parece muy difícil, por no decir imposible, tomar a la ligera el sufrimiento de nuestra juventud, a menos que se tenga  un trasfondo psicopático.
     Ojalá Dastis esté en la luna, ojalá que no sea un individuo esencialmente perverso. En todo caso, confieso que algo me dice que no es extraño que precisamente él sea el nuevo ministro de Exteriores. El poder establecido necesita empleados de esta hechura para ocultar sus vergüenzas con series enteras de sofismas, gentes capaces de decirlas así, con llaneza y hasta paternalmente.

lunes, 19 de diciembre de 2016

VISTALEGRE II: UNA PREGUNTA PARA PODEMOS

     Me intriga la indefinición política de Podemos, que podría ser fruto de una estrategia atrápalo-todo, de una reunión de elementos incompatibles o de una empanada mental. Ojalá las cosas se aclaren en Vistalegre II, pero tengo mis dudas.
    Pablo Iglesias ha dado bandazos muy significativos. Atacó duramente a la izquierda de toda la vida, símbolos incluidos; luego se declaró, al parecer consecuentemente, socialdemócrata, para entenderse después, en espectacular giro, con esa izquierda de filiación comunista a la que acababa de insultar de pésimos modos. 
     Esos giros dieron motivo a protestas internas, lo que acredita la presencia de corrientes diversas (lo que no es malo de por sí salvo en casos de crasa incompatibilidad, en los cuales, dicho sea de paso, la unión solo se mantiene con un líder carismático y un aparato asfixiante).
   Hace unos días, he creído entender que Iglesias se ha arrepentido de aquel ataque y que también lamenta haberse declarado socialdemócrata,  esto no se sabe si por creer que le sentó  mal al cuerpo electoral o para mejor entenderse con el sector Anticapitalista y con Alberto Garzón… ¿En qué quedamos?
    ¿Qué diablos es Pablo Iglesias en realidad? Según una encuesta del CIS, las buenas gentes ya se han hecho una idea del líder de Podemos. Ni socialista ni socialdemócrata lo ven; lo ven comunista. La indefinición, por lo tanto, les huele a cuerno quemado y temen que vuelva el lobo. Como Iglesias saluda con el puño cerrado (un gesto no menos evocador que el saludo a la romana), se puede considerar definido en el imaginario colectivo, justa o injustamente.
    Parece obligado aclarar las cosas y poner los puntos sobre las íes, pero no. Los portavoces de Podemos no se dan por aludidos: no sin osadía posmoderna, se declaran ni de izquierdas ni de derechas (a creerles, se encuentran más allá de la correspondiente dialéctica, ya instalados en la “transversalidad”,  extrañamente ajenos a la lucha de clases). El problema es que la pesada etiqueta de comunistas, con sus negras connotaciones, ya les ha caído encima.
    Los comunistas tienen su espacio, nadie se rasga las vestiduras por su presencia. Lo que pone en guardia es la sospecha de que se intenta dar gato por liebre. Cuanto más oscuros sean los términos teóricos de Podemos, peor, más desconfianza generará, más paranoia. Los del establishment se frotan las manos: presentarse como los garantes de las libertades va a ser juego de niños. ¡Que vienen los comunistas! ¡Fidel Castro! ¡Corea del Norte!
   Por lo visto, algunos elementos pensantes de Podemos, altamente cualificados, andan a la espera de que sobrevenga el advenimiento de un “sujeto histórico” nacional y popular capaz de llevarse por delante todos los obstáculos, y en primer lugar el llamado régimen del 78. Sueñan estos elementos con un nuevo comienzo, como si las milongas sobre el fin de la historia hubieran cortocircuitado sus saberes marxistas.
    Al parecer, son los mismos que se imaginan más allá de la dialéctica izquierda/derecha, que se sienten autorizados a designar significantes vacíos y consecuentemente a llenarlos o sustituirlos; los mismos que dan por hecho que la gramsciana “batalla las ideas” se puede ganar a fuerza de una jerigonza solo apta para iniciados. De paso, dejan traslucir una voluntad de hegemonía que librada del peso de lo real haría saltar por los aires cualquier sistema democrático, monárquico o republicano. Y los del establishmentSusana Díaz incluida– lo disfrutan, seguros de que el personal, por miedo, por alergia o por mero sentido común, correrá a refugiarse detrás de sus pantalones.
   Uno se pregunta a santo de qué tanta confusión. ¿Acaso no ha habido millones de españoles capaces de asumir lisa y llanamente una posición de izquierdas y de votar en consecuencia, triunfantemente además, capaces de asumir con suma naturalidad una posición socialista más o menos firme? Otra cosa es que Felipe González les haya salido rana, que hayan sido timados... Allí están todavía esos votantes, probablemente perplejos ante esta formación nueva que no atina a decirnos con claridad si es de izquierda o no y que, para colmo, podría pedirles que salten a ojos cerrados de la posición socialdemócrata a una posición comunista.
    Las personas justamente indignadas por el curso de los acontecimientos necesitan representantes que se atengan a los imperativos prácticos de la justicia social, no que les coman el coco con cosas raras y propósitos desmesurados. Vistalegre II no debe resolver únicamente los problemas propios de una organización. Debe poner en limpio el ideario básico de Podemos. No se le puede pedir a la gente que le apoye o le vote a ciegas como al principio.
   Por mi parte, necesito saber urgentemente si Podemos tiene  un  registro liberal. Si carece de él, quiero saberlo ya. Me explico: yo no me he dejado robar la parte buena e imprescindible del liberalismo por los manoseos y ruindades de los llamados neoliberales (solo interesados en el laissez-faire económico, ciegos a todo lo demás, que solo les interesa como disfraz).
    Si Podemos se ha dejado mangar la parte noble y progresista del liberalismo, quiero saberlo. No me conformo con una declaración de democratismo  (hay formas de democracia incompatibles con el liberalismo). Y  por favor, no me vengan con la broma de que el neoliberalismo ha vaciado de sentido el término liberalismo como supuestamente ha vaciado al término socialdemocracia, pues en mi cabeza ambos términos siguen llenos de sentido hasta los topes, como  los términos comunista y anarquista. Una cosa es introducir matices, actualizar, y otra distinta hacerse de nuevas.
     Yo me arrogo toda la libertad que me otorga el liberalismo, como me someto al límite que este mismo me impone, a saber, el respeto por el prójimo (eso que el neoliberalismo tiene por norma pisotear, acreditando con ello la nulidad de su supuesto liberalismo). Y además, soy liberal porque no pudiendo estar seguro de poseer la verdad,  habituado a las dosis de escepticismo que forman parte de la herencia liberal,  me siento en la obligación de buscarla, para lo que necesito la ayuda e incluso la oposición de mis semejantes. (Y conste que no se debe confundir esa búsqueda de la verdad con el regodeo en eso que ahora se llama posverdad, regodeo que puede ser tanto banal como criminal).
    Es mucho lo que está en juego. Recuérdese que el liberalismo, aunque tenga las manos sucias como el que más,  es lo opuesto al absolutismo, su único antídoto conocido. Es muy  fácil que recaer en el absolutismo y de paso en la intolerancia si se prescinde de él.
    Pienso que sobre una base liberal debidamente depurada y actualizada se pueden reconsiderar constructivamente muchos temas capitales que durante décadas estuvieron fuera del alcance de la izquierda de formación marxista-leninista. Para ella, un marxismo liberal fue imposible, tan imposible como un anticapitalismo liberal, pero ya es hora de reconsiderar estas cosas, e incluso corre prisa, no vaya a ser que la izquierda deje la libertad en manos de los enemigos de la humanidad (¡como si no fuese precisamente su razón de ser!). Como  ya lo hizo en el pasado al precio de romperse y de volverse sórdida y antihumana hasta extremos indescriptibles allí donde se hizo con el poder, ojo a la repetición.  Que la historia pueda repetirse, y no precisamente como farsa, es algo que debería quitarnos el sueño. Se entenderá, por lo tanto, mi necesidad de salir de dudas en lo que se refiere al núcleo filosófico de Podemos.

viernes, 2 de diciembre de 2016

SOBRE FIDEL CASTRO Y SU REVOLUCIÓN

    El fallecimiento de Fidel Castro ha reavivado a sus admiradores y a sus detractores, llamados a batirse por toda la eternidad.  Al parecer, aspirar a la ecuanimidad es tan difícil hoy como ayer. Difícil, entre otras cosas porque  los lugares comunes de los anticastristas, a poco que uno ceda al asco,  transforman el castrismo, con todos sus defectos, en un fenómeno resplandeciente, por comparación intachable.
     Quizá no sea inoportuno recordar hoy el efecto que en su día tuvo la revolución cubana  en todo el ámbito latinoamericano. El triunfo de Fidel Castro alimentó la peligrosa creencia de que el éxito se podía repetir en otros países, allí donde minorías valerosas se lanzaran a la acción. Era mucho suponer que otros Estados latinoamericanos fueran tan frágiles como el regentado por Fulgencio Batista, pero pocos revolucionarios se pararon a pensar en ello.
   Tampoco se tomó en consideración que la potencia hegemónica no se dejaría sorprender por segunda vez. Kennedy tomó las primeras medidas encaminadas a la formación y consolidación de una especie de Internacional Militar. Los ejércitos latinoamericanos se reorientaron hacia la “seguridad interior”. En el nuevo encuadre, el trágico final del Che en Bolivia era previsible.
    No obstante, viendo resistir a Fidel en Cuba, muchos creyeron que la apuesta revolucionaria no estaba perdida. Es evidente que no se tuvo en cuenta la correlación de fuerzas ni tampoco el grado de inhumana crueldad que formaba parte del potencial represivo del poder establecido.
    La opción revolucionaria basada en la lucha armada produjo una fatídica división en el seno de las fuerzas progresistas latinoamericanas. Los modos que la hacían posible, no menos que la ideología marxista-leninista que los justificaba, no eran compatibles con  el grueso de tales fuerzas, de signo liberal, hechas a un vivir pacífico y, por muy desencantadas que estuvieran de los usos democráticos de sus respectivos países, nada proclives a empuñar las armas y a marchar como un solo hombre.
    Esa división tuvo consecuencias de largo alcance. Los progresistas de talante liberal, políticamente funcionales en épocas de normalidad, se vieron descalificados por las vanguardias revolucionarias, lo que no les salvó de llevarse su parte de represión. Las fuerzas conservadoras y retrógradas se aprovecharon cumplidamente de la situación.
     El recuerdo de tanto sufrimiento provoca una congoja imposible de describir con palabras, sobre todo si se toma consideración la regla fatal de aquellos tiempos: la existencia de  focos revolucionarios sirvió de pretexto para doblegar a los pueblos y, seguidamente, para imponerles crecientes raciones de capitalismo salvaje.
    Como en el caso de la Revolución Francesa y de la propia Revolución rusa, se plantea la cuestión de qué rumbo habría podido tomar la Revolución Cubana en ausencia de un acoso tan feroz como el que padeció desde el principio. Es un tema de sumo interés, algo melancólico y puramente especulativo. En todo caso, pase lo que pase tras la muerte de Fidel Castro, su revolución pasará a la historia como una excepción, como algo de lo que se puede aprender, pero no copiar.