Se nos echan encima las elecciones europeas y luego vienen
otras, trascendentales. Se nos ofrece una oportunidad de pasar de la
indignación a la acción positiva. Hay que poner en su sitio a “los señores de
Bruselas”; hay que cortar la gruesa trenza de intereses que amenaza con
estrangularnos. ¿Vamos ha dejar a Europa,
como cosa perdida y asquerosa, en manos de esos señores? Espero que no,
pero me pregunto cuál es la manera más inteligente de proceder.
Me
alarma la dispersión de las fuerzas de la izquierda. No hay tiempo que perder:
la Bestia neoliberal está a punto de arrastrarnos más allá del punto de no
retorno. Por no mencionar el auge de figuras como Le Pen y Wilders, que llevan
tiempo trabajándose a las clases perjudicadas.
Sería
el colmo que estos extremistas de derecha se llevaran el gato al agua, y el
colmo también que con su sola presencia pongan las cosas de tal modo que los
expertos de mercadotecnia lo tengan fácil para proyectar el espejismo de que
los populares europeos y los
socialistas son centristas serios
y tranquilizadores… Europa necesita una poderosa fuerza de izquierda, y la
necesita urgentemente. Porque es en Europa donde se tejen las políticas que luego
se aplican como si hubieran caído del cielo.
En España tenemos a los
socialistas ya convertidos en un problema para la izquierda social: han hecho
méritos como corresponsables del
infame y antidemocrático negocio que nos chupa la sangre. A diferencia de los
populares, no están completamente a sus anchas en ese papel, pero lo han
cumplido, para desesperación de miles de votantes otrora fieles. La tomadura de
pelo no ha podido ser mayor y hasta hay gente que piensa que las medidas
progresistas (ley del aborto, matrimonio homosexual) no han sido otra cosa que
distracciones. A este extremo hemos llegado (“ni PSOE ni PP”). La evidencia de
que los socialistas hicieron con desgana lo que los populares hacen con
entusiasmo no atenúa la repulsión. Que los socialistas españoles pactaran a
nuestras espaldas la prostitución de la Carta Magna con el artículo 135 fue el
acabose.
¿Qué
posibilidades tiene el PSOE de recuperar la confianza que ha dilapidado? No lo
sé, pero pienso que su encastillamento en la creencia de que todo sigue igual obstaculiza
la articulación de una alternativa eficaz. Ya está polemizando a derechas e
izquierdas, con una mentalidad de pícaro, como si sólo él pudiera hacer lo que
no hizo. Pienso que solo el surgimiento de una fuerza muy potente a su
izquierda puede obligarle a renovarse y a hacer sus deberes, entre los cuales
figura el de entenderse con sus afines teóricos, comprometiéndose a respaldar
la eliminación del malhadado artículo 135.
Tal
y como están las cosas, llegará el tiempo de las coaliciones, y hay que
cerrarle el paso a cualquier intentona de coalición formal o tácita de los
socialistas con los populares, algo que sería nefasto para la democracia en
España. Y esto solo lo podrá hacer una
izquierda a la izquierda de los socialistas, capaz de darle el golpe de gracia
a este turno tan lamentable como el de la Restauración.
En
España los socialistas no están solos, pero lo que hay a su izquierda es
demasiado complicado y desconcertante para el votante común. Tenemos a los partidos que han hecho su
travesía del desierto, las diversas evoluciones del comunismo y el socialismo, como Izquierda Unida, y a los nuevos,
desde Equo al Partido X, pasando por Izquierda Anticapitalista, todos ellos
vinculados a fuerzas europeas. Pero el panorama es más complicado. ¿Monarquía o
República? ¿Constitución de 1978 o no? ¿Qué hacer con el problema catalán? ¿Socialdemocracia
o qué, anticapitalismo puro y duro? ¿Unas gotas de pragmatismo o ninguna?
Además, hay un magma novedoso,
una continuación del movimiento de los indignados. Se habla de “empoderar”, de
“transversalidad”, de la superación de la dialéctica derecha-izquierda, de
trabajo en red; conviene meter el incómodo signo @, no sea que a uno le tomen
por un machista; se ve con malos ojos a los líderes y no digamos a los más
conocidos; se busca la pureza en lo asambleario, se sueña con una democracia
como nunca hubo otra igual, con una gran confianza en la gente que me recuerda
–no lo puedo remediar– la ingenua fe de mi generación en el pueblo y en la
clase trabajadora. La palabra “partido” a veces suena tan mal como la palabra “liberalismo”,
lo que es indicio de que las bases del sistema mismo no han sido comprendidas,
lo que es tan fatídico para esta Monarquía constitucional como lo sería para
una hipotética República. Algunos piensan que el sistema puede ser construido
desde cero, lo que indica que muchos han pasado de la vieja fe supersticiosa en
la historia a la ignorancia de la historia. No se ve ningún problema en el
hecho de que tales o cuales se autodeterminen. Se da por descontado que la
Constitución es pésima, la Monarquía un fósil y la República la solución.
Todo esto es apasionante, pero lamento decir que poco prometedor de cara
a las próximas elecciones. Conciliar los nuevos enfoques con los usos políticos
tradicionales y formales, terreno en el que se librará la batalla, es una tarea
que va para largo, y encima, mientras el PSOE sigue terne en su monarquismo,
Izquierda Unida se reafirma en su republicanismo, una división que pagaremos
todos, si no se remedia, en las elecciones venideras.
Es
irónico pero, cuando la crisis ha venido a revalorizar los planteamientos de la
izquierda, esta no parece en condiciones de dar el do de pecho, si no por falta
de vitalidad, por dispersión. El
problema es grave. De ahí que hayan surgido plataformas ad hoc, como Podemos y
Convocatoria Cívica, para ver la mejor manera de resolverlo, tarea nada fácil
si tenemos en cuenta las diferencias de fondo, la diversidad de las capillas,
las reglas no escritas de una contienda electoral y la dificultad de encontrar el necesario
equilibrio entre las propias ideas y la sensibilidad de los votantes comunes y silvestres,
a los que sería estúpido dejar atrás con una necia galopada intelectual por
terrenos ignotos.
Aquí
no se trata de lograr un avance testimonial –que es lo que prometen hoy por hoy
las encuestas– sino de mucho más. Sería, creo yo, una torpeza meter miedo en el
cuerpo a los que ya se encuentran asustados. Hay que encontrar el equilibrio.
Otra torpeza sería marear al electorado con siglas y con programas y
declaraciones de intenciones más o menos semejantes y redundantes. Esto
mientras el adversario vacía sobre nosotros su formidable arsenal de sofismas. ¡No
quiero ni pensar en el resultado!
Por mi parte, dejando a un lado las cominerías y las urticarias, yo solo veo dos maneras de
proceder, contando con lo que nos une,
el superior propósito de pararle los pies a la Bestia Neoliberal y neoconservadora.
Y las dos requieren buena voluntad.
1)
Poner
todos los huevos en la cesta de Izquierda Unida, cuyo nombre indica
claramente de qué se trata, y que ya cuenta con una variante, Izquierda Plural
o Izquierda Abierta (por favor, aclárense) a medida
de esta situación. Izquierda Unida ya existe, y está en la onda. Es una fuerza
conocida, curtida y en situación de evolucionar, ya integrada en el Partido de
la Izquierda Europea (PIE), un organismo prometedor. ¿Qué nos impide
“empoderar” a Gaspar Llamazares y a Cayo Lara para que puedan actuar? Son dos políticos experimentados,
precisamente lo que aquí hace falta, con la ventaja de que ya saben que la
introversión no les llevará a ninguna parte. ¿Por qué no darles esta
oportunidad, que se han ganado por su
trayectoria? ¿Por una inquina a “los políticos”, por un rechazo mecánico
del liderazgo, por amor a las caras nuevas, a los sujetos sin historia, para
inflar el propio ego? Y hay otro motivo a favor de Izquierda Unida: cuenta con
una organización, esto es, con algo
que, no nos engañemos, no se improvisa por medio de Internet. Además, Izquierda
Unida tiene entre sus filas a Alberto Garzón, que parece en condiciones de
tender puentes entre los mayores y los más jóvenes.
2)
Dar vida a un
Frente Amplio. Esto se hace de la siguiente manera: se crea una coalición
electoral, los líderes de los distintos partidos se encierran a redactar un
programa común, y adelante con los faroles. Recuérdese y estúdiese el caso del
Frente Popular (1936). Unos líderes aparentemente irreconciliables, desde
radicales a comunistas, acuciados por el empuje de la derecha, lograron pergeñar
un programa común. Y el votante entendió
–Frente Popular, así de claro– y le dio la victoria aunque la
propaganda fue misérrima, nada en comparación con la del otro lado, como
ocurrirá ahora. Eso sí, estúdiese ese programa, y se verá que era moderado, sin asomo de lo que se
entiende por extremismo, donde moderado no significa deshuesado. Y
naturalmente, si se quiere hacer las cosas bien, con sentido de la realidad,
habrá que hacer como entonces, aceptar la prioridad de Izquierda Unida –la que
tiene un espacio ya ganado–, como entonces le fue concedida a Azaña y a
Indalecio Prieto. Y además, no habría que cerrarle groseramente la puerta al
PSOE (que decida él).
Claro que lo que
acabo de decir será tomado por estúpido si no se tiene en cuenta el embudo de
la ley electoral, si se minimiza la potencia del bando contrario, si se toman a
broma las limitaciones de la democracia de audiencia, si se confía en la
lucidez del personal. La unión hace la fuerza, pero fue la derecha la que obró
en consecuencia.