jueves, 15 de septiembre de 2016

EL CASO SORIA, POR EJEMPLO

      El ministro José Manuel Soria se ve forzado a dimitir  por unas cositas raras y una mentira, reaparece a continuación, como si tal cosa, como postulante español a la dirección del Banco Mundial, para acabar, fracasadas las sofísticas explicaciones oficiales, en su casa, no sabemos si por el abucheo general o –no lo descarto– por una reacción adversa de dicha autoridad mundial, de pronto sensible al qué dirán.
     El nombramiento a dedo no es lo peor, a juzgar por los usos y costumbres.  Lo que da grima es la forma en que se pretendió encubrir el dedazo con una apelación a no sé qué resortes administrativos, de tipo burocrático, ajenos a la voluntad del gobernante en funciones. ¡A ver si nos tragábamos la especie de que el señor Soria, por sus merecimientos como técnico en la materia, era de suyo el candidato más idóneo para llevar las riendas del Banco Mundial precisamente!
       Se  impone la evidencia de que los amigos de José Manuel Soria son morbosamente insensibles a la opinión pública. Solo así se explica que solo reculen ante ella in extremis, como sorprendidos.
     Dimitido el ministro Soria por motivos que no ha habido tiempo de olvidar, ¿cómo es posible que él y sus compadres metiesen la pata de  manera tan ridícula? Se confirma la impresión de que esta gente vive en un mundo aparte, solo apto para personas de muy escasa sensibilidad política.  Apercibidos de que no había ningún impedimento jurídico para el nombramiento, tiraron hacia delante con la típica arrogancia caciquil, sin pensar en la opinión pública ni por un momento, por desprecio y desconocimiento de la misma, sin pensar ni por un instante en las repercusiones políticas… Como si fueran tontos mismamente. Y esto sí que es grave. 

viernes, 9 de septiembre de 2016

¡TERCERAS ELECCIONES, POR FAVOR!

    Nos hemos metido en un círculo vicioso de muy difícil escapatoria. Tras el fracaso de Rajoy, estamos a la espera de que fracase Sánchez, con una molesta sensación de déjà vu.  Me temo que así no vamos a ninguna parte. Creo que lo mejor es ir a  las terceras elecciones, aunque caigan el día de Navidad, aunque no quepa esperar de ellas una modificación sustancial del mapa político. Cuanto más se prolonguen estas “negociaciones” insanas, peor, más confusión y más gatopardismo también.
    Entiendo que algunos se afanen todavía por muñir una “alternativa de progreso”, pero he de confesar que,  a juzgar por las piezas disponibles, me parecería trágico que se materializase.  El próximo gobierno, sea de izquierdas o de derechas, tendrá los pies de barro, y lo primero que tendrá que hacer es responder a las demandas de Bruselas, que exige nuevos recortes y ajustes.  Y eso no es todo, porque  no tardará en  estallar la mentira en que vivimos, esa bien gorda según la cual la crisis ha quedado atrás. Sinceramente, yo no le veo la gracia a que sea precisamente la izquierda o, mejor dicho, una problemática combinación de la izquierda aparente y la real, quien tenga que pagar los platos rotos de la derecha, encima con las dos manos atadas a la espalda. Ese desagradable trance, con un gobierno con pies de barro, se lo merece la parte responsable del engaño, ¿no creen?
     ¿Y qué cabe esperar de unas nuevas elecciones? Depende de cómo se vaya a ellas. A los votantes de este país les vendrían bien unas propuestas claras y distintas (están hartos de vaguedades, faroles y sofismas), así como también algo que se echa en falta, a saber, la noción de que se está en disposición tanto de ganar como de perder. Si gana Rajoy por los pelos, que gobierne, que apechugue. Bajo la estricta vigilancia de los perdedores, no podrá hacer tanto daño como en sus tiempos de mayoría absoluta, ni tampoco engañar ni durar mucho. ¿Y por qué no dejarle el campo libre ahora mismo? Porque los votantes estamos viendo cosas muy raras (¡y las que veremos hasta diciembre!) y necesitamos expresarnos.  

martes, 9 de agosto de 2016

LA TEATRALIZACIÓN DE LA POLÍTICA

     Tras unos días de completa desconexión, refrescado el  seso por el aire de la montaña, me encuentro el tema de formación del nuevo gobierno en las mismas condiciones. Diría que los señores negociadores, a fuerza de repetirse, ya chochean. Pero los veo metidos en una pésima obra de teatro, siguiendo neuróticamente sus respectivos guiones, escritos hace mucho tiempo. No, no chochean en absoluto, hacen teatro. El problema es que así, haciendo teatro, muy subidos de electoralismo por pura inercia y sin ninguna justificación sensata, es muy difícil que puedan llegar a acuerdos en el plano de las realidades. Todos nuestros problemas, los que nos quitan el sueño, están fuera de su alcance.
     La llamada democracia de audiencia requiere buenos actores y, a ser posible, una buena historia. Contamos con  grandísimos actores desde luego, pero, ¡vaya historia! Nos vienen con una obrilla de evasión cuando el horno no está para bollos. ¿Y a qué se debe este error en la programación, llamémoslo así? A un motivo vergonzoso: la necesidad de ocultar la crudeza de la situación y la ausencia de perspectivas halagüeñas para el conjunto de la ciudadanía.
   He aquí que todos los actores políticos se ven sometidos a un chantaje, con la particularidad de que les da vergüenza reconocerlo. Las idas y venidas de estos día, las especulaciones, los ceremoniales en La Zarzuela, todo eso no estaría nada mal si no fuera por la gravitación de los amos de la situación, los chantajistas de Bruselas y sus asociados. Nadie está a salvo del chantaje, tampoco Unidos Podemos (a pesar de contar en sus filas con el señor Cañamero, insensible a ese mecanismo). Y así no hay forma humana de hacer política con un mínimo de probidad.
    Nadie ignora que pasado mañana, después de haber hecho lo posible por  ayudar al PP a salvar los muebles, los chantajistas recuperarán el tiempo perdido, exigiendo más recortes donde más pueda doler. Tan odiosa evidencia ata a los negociadores de pies y manos.
    El señor Rajoy finge creer que, gracias a sus políticas, nos hemos salvado. Su papel, aunque tosco e indignante, es bastante más fácil que el de Pedro Sánchez, que tiene que ir de farol, prometiendo medidas sociales que no figuran en el guión de los chantajistas (a cuyo servicio operan los prohombres de su partido, los campeones de la acomodación). Unidos Podemos finge posible un gobierno de progreso con Sánchez y hasta se conforma con un papel secundario, todo con tal de no desafiar a dichos señores de manera frontal. ¿Puede hacer el PP al PSOE alguna concesión social medianamente seria encaminada a salvar las apariencias? Claro que no. Los amos de la situación lo vigilan de cerca. Me temo que tenemos teatro para rato, con gobierno o con nuevas elecciones.

     

jueves, 21 de julio de 2016

EN EL 80 ANIVERSARIO DEL GOLPE DE ESTADO DE 1936

     Nuestros mayores pasaron de la alegría del 14 de abril de 1931, fecha del advenimiento de la República, a los horrores de la Guerra Civil. Impresiona que semejante tránsito fuera siquiera posible en tan poco tiempo. Queda  la gran lección de que es insensato hacer política, o dejar que otros la hagan, como si ciertas cosas no pudieran pasar.
     Los excesos del historicismo,  la milonga del fin de la historia y el interés que pone el poder establecido en borrar sus propias huellas nos privan de este tipo de lecciones. Me será dicho que no sirven para nada, que el retorno de la insensatez es lo único que podemos dar por seguro. Sí y no. De hecho, una lección histórica puede pasar de una generación a la siguiente. ¿Cuántos españoles, con la memoria de “aquello” presente, han contribuido a asentar el pacífico modo de ser que hoy nos caracteriza?  Algo se ha aprendido, con independencia de las polémicas de los historiadores y publicistas. Y desde luego que tampoco cabe desdeñar las lecciones particulares, de político a político.
       Recuerdo, por ejemplo, una tardía confidencia de José María Gil-Robles (a quien tengo por uno de los principales responsables de la tragedia de 1936). A la vuelta de los años, en una cena de lo más distendida,  Gil-Robles confesó que había llegado a la conclusión de que su peor error en tiempos de la República había sido negarse a aceptar la Constitución. Manuel Fraga Iribarne, ahí presente, tomó nota y en su momento, haciendo un esfuerzo supremo, aceptó la Constitución de 1978 y presionó a sus seguidores, más bien hostiles, para que hicieran lo propio. Tenía esta Constitución algunos puntos que le  irritaban (eso de la nación de naciones), pero comprendió que lo trascendental era alcanzar un consenso, no fuéramos a descarrilar como en tiempos de la República.
    Estos días, como conviene al aniversario, se ha hecho especial hincapié en los preparativos del golpe y se ha insistido en algunas generalidades. Falta  espacio para las causas profundas del conflicto. Se plantea lo sucedido en términos de una  confrontación entre fascistas y antifascistas. Yo creo que no hay mucho que aprender de esta figuración del golpe y de la guerra civil, como tampoco de la que nos habla de una batalla entre comunistas y anticomunistas. Es un lenguaje de trinchera, muy maniqueo, impactante aún pero de pobre contenido intelectual. Quedan fuera del campo de visión temas tan principales como el enfrentamiento entre lo moderno y lo premoderno, la poquedad del liberalismo español, el deficiente rodaje democrático, la persistencia de la mentalidad autoritaria, las lacerantes desigualdades sociales o la eclosión de un catolicismo violento, un fenómeno que reclama todavía un estudio en profundidad.
     En rigor,  aunque abundasen los derechistas fascistizados a toda velocidad, los fascistas propiamente dichos fueron muy pocos en el bando sublevado. Los antifascistas, por su parte, eran de tan variada condición que el término termina por confundir. Puesto el acento en el carácter fascista de la sublevación, se ha perdido la oportunidad de subrayar que los preparativos del golpe no obedecieron a una pulsión antidemocrática de corte fascista sino a los concretos intereses materiales del intratable bloque dominante. Es probable que en otro contexto, el golpe no hubiera alcanzado una dimensión totalitaria. No cabe duda de que el fascismo le prestó ideas, ceremoniales y modos, pero, amenos a mi parecer, los golpistas obedecieron  a su propia lógica (mas bien irritante tanto para Mussolini como para Hitler).  En cuanto a la aspiración  a  cortar por lo sano, a exterminar al oponente, considerado un bacilo, no era de filiación exclusivamente fascista, como sabe cualquier estudioso del estalinismo. 
     En definitiva, tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, la conspiración antirrepublicana, que venía de lejos, cobró un brío tan inusitado como repentino. Fue entonces cuando ese bloque dominante  tuvo un presentimiento fatal, el de que, ahora sí, la República impondría las reformas,  de buen grado o presionada desde abajo, esas reformas pendientes que fundamentaban su razón de ser,  las mismas que habían sido revertidas o bloqueadas durante el bienio negro. Mientras la derecha conservadora, esencialmente antiliberal y antirrepublicana, pudo controlar importantes resortes de poder y tener a su merced a la República, los eternos golpistas no recibieron estímulos ni cantidades significativas de dinero.
      Ahora bien, en cuanto se vio venir un recorte de privilegios y una  verdadera redistribución de la riqueza de resultas de la victoria del Frente Popular,  ya convencidos de que les sería imposible acceder al poder por la vía legal, los líderes de esta derecha optaron por un golpe de Estado en toda la regla. Las justificaciones retóricas del golpe, que todavía se oyen de vez en cuando, no podían faltar, pues se trataba de encubrir un crudo asunto de poder, algo impresentable en sí mismo.
       La élite de esa derecha no estaba dispuesta a ceder en ningún aspecto, nunca lo estuvo, como comprobó en sus propias carnes Manuel Giménez Fernández, un hombre de rectas intenciones (en cuanto quiso hacer valer lo que él creía que era la doctrina social de la Iglesia se vio duramente atacado por sus correligionarios de la CEDA). De lo que se extrae otra lección válida para todo tiempo y lugar. Cuando de verdad están en el alero los privilegios y los bienes de la elite del poder, es de temer una reacción violenta, cruel y vengativa. Y otra más, obviamente relacionada: la imposición o el mantenimiento de una sociedad no igualitaria solo puede ocasionar, tarde o temprano, una desgracia colectiva. A nuestro favor tenemos una sociedad mucho más homogénea en el plano intelectual y material que la de los años treinta. Pero sería una locura jugar con fuego.

lunes, 11 de julio de 2016

¿HACIA LAS TERCERAS ELECCIONES?


      Nos vemos inmersos en cábalas, admoniciones y cálculos, a ver si hay alguna manera de  salir del impasse político. En más de un sentido, seguimos en las mismas, con los mismos cuadros alérgicos, con el agravante de que los discursos de unos y otros están agotados.
       En una situación normal, sería fácil salir de un impasse de esta naturaleza. El señor Rajoy no tendría más que incluir algunas concesiones a sus rivales para hacerse con los apoyos y las abstenciones que necesita para acceder a la investidura. Pero la situación es anormal. Los malos modos y los sofismas nos están pasando factura precisamente en este trance delicado. Hemos llegado a un punto en el que solo sus fieles le creerían a Rajoy si se comprometiese en sede parlamentaria a acabar con el hambre y con los desahucios, mereciendo otra oportunidad.  La desconfianza, no precisamente infundada, es la reina del corral.
       Y además, Rajoy no está en condiciones de hacer concesiones sociales a quienes han rechazado sus políticas por la sencilla razón de que está comprometido con estas al ciento por ciento. Las más altas instancias vernáculas y transnacionales le han dispensado en estos tiempos difíciles un trato muy benevolente, no por casualidad. Según la agenda de los chantajistas de Bruselas ahora lo que le toca es hacer nuevos recortes y profundizar en las reformas neoliberales. En cuanto sea investido presidente, no tardarán ni un segundo en llamar a su puerta con imperiosos golpes. Esto lo sabemos todos (muchos españoles le votaron precisamente para  obedezca).
    En estas circunstancias anormales, es muy comprensible que el PSOE no se aclare.  Puede acabar como el PASOK y lo sabe. Es lógico que vaya por la línea del menor esfuerzo, arremetiendo contra el PP y contra Rajoy, “el indeseable”. Arremeter contra los chantajistas de Bruselas sería cosa bien distinta. Pero, claro, aquí y ahora el problema es que no se puede acabar con el hambre ni retomar el camino de una sociedad más justa e igualitaria porque esas buenas obras no figuran en la agenda. Problema del que se derivan los demás.
     Pedro Sánchez puede crecerse, puede aspirar a ser visto como un presidenciable de rectas intenciones sociales, porque tal manera de producirse no molesta a los chantajistas de Bruselas, muy conscientes de que con ello cumple su papel en el mantenimiento  de la fachada del sistema. ¡Mientras todo quede en gestos y palabras! Si pretendiese eliminar el infame artículo 135 de la Constitución, si pretendiese abolir la Ley Mordaza o dar marcha atrás a la reforma laboral, ya me contarán lo que le pasaría.  Felipe González sería el primero en considerarlo un completo irresponsable.
      Tal y como están las cosas, ni siquiera le es permitido a Sánchez  acercarse a Unidos Podemos.  Y esta fuerza, por su parte, y no nos engañemos, se encuentra asimismo bajo la pesada gravitación de los chantajistas de Bruselas.  O se pliega a las exigencias de adaptación que le plantea el sistema o se las salta. 
     Por mi parte, yo no creo que de mucho más de sí  esta política del avestruz en la que  incurren nuestros candidatos bajo la atenta mirada de las altas instancias. Y esto porque la gente acabará por darse cuenta. Tiene su gracia que Rajoy vaya de traje y Sánchez sin corbata, tiene su encanto la coleta de Iglesias, al parecer de gran valor simbólico (recientemente contrapesada con un rudimento de corbata).  Pero el fondo del asunto no tiene ninguna gracia. Lo más probable es que nos libremos de una tercera cita con las urnas. Tendremos un gobierno de mírame y no me toques, claramente desgarrado entre la necesidad de no hacerse odiar por la gente y la de servir a los amos de la situación. 

jueves, 30 de junio de 2016

SOBRE IDEOLOGÍA E IDENTIDAD POLÍTICA


     La encuesta de mayo del CIS en lo que se refiere al apartado de identidad ideológica es un documento al que convendría volver estos días. Con perspicacia o sin ella, con bondad o malicia, uno atribuye a los distintos partidos tales o cuales rasgos ideológicos, para toparse luego con estudios como este, que le descubren que su particular apreciación no coincide con el punto de vista de la calle, el cual tampoco se ajusta a lo que los partidos son en realidad. La imaginación política juega un importante papel en nuestros asuntos electorales. La encuesta, que ahora alcanza su pleno significado, no tiene desperdicio. Me limitaré a algunas observaciones.
     Destaca el mayoritario acuerdo sobre la definición del PP, la más inequívoca. A juzgar por sus electores se trata de un partido conservador y demócrata cristiano, con mínimas trazas de ecologismo, feminismo, nacionalismo y progresismo. El sostenido ataque de este partido contra el orden de cosas existente, su ejecutoria nada conservadora, esencialmente contraria a la esencia de la democracia cristiana, no parece haber llamado la atención. Y esa ha sido la fórmula del éxito electoral.
      Yo habría imaginado que tanto el PSOE como Unidos Podemos, detalles más o menos, compartían una posición socialdemócrata en la apreciación de la gente. Y no. Se atribuye al PSOE  cierto contenido socialdemócrata, pero no en grado dominante. Lo dominante en su caso sería el contenido socialista, así, a secas. Una minoría atribuye rasgos socialdemócratas al PP, un grupo notable se los atribuye a Ciudadanos, un grupo no mayor que  el los que proyectan este ideario sobre el Unidos Podemos, mayoritariamente comunista a juzgar por esta encuesta.
      Deduzco que en el imaginario colectivo hay una clara incompatibilidad teórica entre UP y el PSOE.  Y mucho me temo que el propio término socialdemocracia no sea del agrado de muchos, en lo que cualquiera puede ver un gravísimo empobrecimiento intelectual. Solo a la luz de esta encuesta consigo entender que a Pablo Iglesias se le haya reprochado  que enarbolase la bandera de la socialdemocracia y que por ello fuese tildado de tramposo. Al parecer, en su momento el PSOE, queriendo ir de revolucionario, no hizo lo que debía para ilustrar a la gente sobre la razón de ser de la socialdemocracia. Y esta lo ha hecho tan arteramente en la práctica que ya no merece el menor entusiasmo, ni respeto siquiera. Me parece triste. ¿Acaso por la izquierda solo hay dos tremendas fuerzas, una socialista a secas y otra comunista? ¡Menuda alucinación!
   Otro aspecto interesantísimo se refiere a la percepción del liberalismo. Según la calle, resulta que, en cuanto a liberalismo se refiere, el PP, el PSOE, Ciudadanos y Podemos están más o menos empatados, con poco contenido todos. Habría que poner la poquedad de nuestro liberalismo en relación con la brutalidad de nuestros diálogos y, por supuesto, con nuestra historia. Ya sea por un poso franquista, ya sea por el daño ocasionado por la variante neoliberal, el caso es que liberalismo suena tan mal como socialdemocracia. Me resulta angustioso; la poquedad del liberalismo solo puede conducir al absolutismo.
       También es interesante  esta encuesta de mayo porque soslaya el neoliberalismo, como si aquí no hubiera partidos de este signo. Pregunta por el liberalismo, no por el neoliberalismo. ¡Parece mentira!

lunes, 27 de junio de 2016

UNA MEDITACIÓN POSTELECTORAL

      Llevamos tanto tiempo metidos en campaña electoral que se nos ha ido un poco la cabeza. De modo que se entiende la euforia del PP, que ha conseguido un número de diputados muy por encima de lo que cabía esperar. Es comprensible que ya no se acuerde de los votos perdidos por el camino, que saque pecho, que celebre su victoria. El problema, vamos a lo serio, es que este partido no parece haberse hecho cargo todavía de su tremenda soledad, ni de las nuevas circunstancias, en las que no podrá ir ni a la esquina con los modales de ayer.
     Mal asunto, porque al PP solo le sería posible gobernar en minoría, algo siempre difícil, y más cuando se ha despreciado al resto de las fuerzas políticas, cuando se han hecho promesas electorales de imposible cumplimiento y se ha abusado del triunfalismo económico. Se diría que las tristes realidades están a punto de saltarle a la cara. Lo que no es para estar eufórico. Recuérdese la cartita que hace unos días el señor Rajoy le escribió a Juncker, comprometiéndose a hacer nuevos recortes después  del verano. Pues eso mismo.
    Uno comprende también la euforia del PSOE, que se ha librado del sorpasso de Unidos Podemos, pero no me negarán que se trata de una euforia de género tonto, si nos fijamos en lo que ha perdido. En realidad, su descendimiento es una clara indicación de que ya no es un partido hegemónico. Sigue corriendo el peligro de acabar como el PASOK.
    Alguien me dirá que exagero, que los resultados electorales del PSOE lo desmienten. Me temo que es solo cuestión de tiempo. La campaña electoral toca a su fin, y con ella los espejismos. Ahora no le queda otra que elegir. De ir simplemente contra el PP  y contra Unidos Podemos no se puede vivir. Allí están el artículo 135, la ley mordaza, los desahucios, el TTIP, etc. Eso de ir de socialdemócrata en teoría y de neoliberal en la práctica no es posible. Y para colmo, todo indica que si se inclina hacia la acomodación al estilo Felipe González, perderá  apoyos por la izquierda, y que si opta por jubilar a este y todo lo que representa, puertas giratorias incluidas, entonces pondrá en fuga a los que creen que se debe poner una vela a Dios y otra al diablo, mucho más numerosos de lo que parece. ¡Menudo dilema!
    Y por último, es muy compresible la decepción de Unidos Podemos. ¡Perder un millón de votantes! Hay que tener en cuenta el fuego cruzado de todos los demás, pero también que hace solo seis meses ni con esas fue posible contener el fenómeno. Se impone una autocrítica en profundidad. Parece que ha asustado a unos y desencantado a otros.
     Vistas las cosas sin euforia ni decepción, ¿habría sido tan maravilloso para Unidos Podemos ganarle al PSOE, o incluso ganarle al PP por los pelos? Me temo que no, porque una cosa es jugar a seguirle el juego al establishment, la especialidad del antiguo duopolio,  y otra muy distinta enmendarle la plana. La sola idea de que se pueda aspirar a tal proeza en solitario, con un puñadito de votos a favor, o con el apoyo del PSOE precisamente y también por escaso margen, me parece demencial, francamente. Es muy probable que más de uno haya modificado su voto por no querer contribuir a semejante delirio.
     Ya sé que hay problemas urgentísimos, como el hambre, los desahucios y la pobreza energética, pero más nos vale que su solución no dependa de asaltar los cielos. En mi humilde opinión, creo que Unidos Podemos haría bien en renunciar a dar la batalla por el poder, ni así fuera solo por una silla. Esto a juzgar por el resultado electoral, por lo harta que está la gente de tanto sofisma, por esos problemas urgentísimos, por la obvia necesidad de sanear el sistema y no fastidiarlo más, y también por la que se nos viene encima. Me refiero a recortes y chantajes de la peor especie, cuya responsabilidad debe recaer íntegramente sobre los culpables, que deben ser desenmascarados como tales. Para lo cual hace falta precisamente una oposición seria y veraz, no pringada en el negocio. Y ese poder para ser una oposición así es justamente lo que las urnas han otorgado a Unidos Podemos.

domingo, 26 de junio de 2016

A PROPÓSITO DEL BREXIT


    Incertidumbre, lamentaciones, pánico también. El brexit no es una buena noticia, tampoco para los europeístas indignados, entre los que me cuento.
     Hay quien imagina que lo sucedido puede dar lugar a una reacción inteligente por parte de los amos de la Comunidad Europea, a los que se supone interesados en evitar su desintegración. Yo no lo tengo claro. Hubo muchas señales de alarma, y como si nada. Si tomamos en consideración las razones esgrimidas para el brexit, incompatibles con un proyecto común, la desintegración ya ha dado comienzo. El auge del nacionalismo de corte xenófobo es de por sí una señal de que a esos señores la cosa se les ha ido de las manos.
     Las autoridades se han empleado a fondo, han movilizado al completo su maquinaria mediática, han metido todo el miedo que han podido en las conciencias, y nada. Los del brexit como si oyeran llover. Pérdida de autoridad se llama esto. Llegará el día en que las buenas gentes harán, por norma, lo contrario de lo que se les pida. La mercadotecnia política empieza a dar muestras de agotamiento. De ello no se sigue una mejor comprensión de las realidades, lo que no dudo en atribuir al daño intelectual acumulado.
      Las gentes del dinero  pondrán en orden sus asuntos de aquí a poco gracias a la complicidad de sus pares del otro lado del Canal y de allende el océano, e incluso ganarán aun más. Sospecho que ni siquiera habría habido referéndum en ausencia de tan obvia perspectiva. A fin de cuentas, a pesar de haber lanzado por la borda gran parte de su contenido social y ecológico, la Unión Europea todavía es  un estorbo desde la óptica de los tiburones más impacientes y feroces.
      Los que se van a llevar una sorpresa tremenda, precisamente por no contar con dichos tiburones, son los partidarios del brexit. Descubrirán que sus asuntos no mejoran, que sigue haciendo falta mano de obra extranjera, etc. Descubrirán, imagino que con espanto, que el Reino Unido está tan desnacionalizado como el que más, que  tal cosa no se remedia por el simple procedimiento de independizarse de Bruselas, descubrirán que el poder no les sirve a ellos sino una minoría transnacional, que ese poder no respeta a nadie, tampoco a los compatriotas, no menos apetitosos que los pakistaníes de tercera generación; descubrirán, en suma, que la han fastidiado, no ahora sino hace décadas.
       Una  de las peculiaridades del neoliberalismo: si por un lado aspira a llevar hasta sus últimas consecuencias la globalización, para la cual la desnacionalización es un requisito, por el otro no tiene mejor idea que atacar el internacionalismo ilustrado y a la idea misma de humanidad, atizando divisiones, excitando lo religioso, lo étnico e incluso lo racial, haciendo llamamientos a lo comunitario, burlándose del multiculturalismo y sus razones. Ya estamos viendo con qué resultados y, de seguir así, veremos cosas mucho peores.
    

viernes, 24 de junio de 2016

LAS TRES FUNCIONES DE UNIDOS PODEMOS

     Mi post anterior ha merecido un comentario valioso, en el que  toma cuerpo el muy llamativo malestar que Unidos Podemos suscita en personas  ilustradas y desprovistas de resortes reaccionarios.
     Se comprende que Unidos Podemos irrite a la clase bienpensante, a sus oponentes directos, a la derecha, a los intelectuales orgánicos del sistema, pero este malestar al que ahora me refiero  se presenta bajo supuestos muy distintos. Yo mismo lo padezco, a veces en forma de síndrome alérgico. Las llamadas de atención y malignidades que figuran en el comentario de mi amigo Juan Ignacio no me son ajenas. Yo también estoy preocupado por el curso de los acontecimientos.
     Me gustaría estar entusiasmado con Unidos Podemos y no lo estoy. Lo que se explica así,  en plan sincero: no soy persona proclive al entusiasmo político (en grado de defecto, no de virtud) y, por otra parte,  se me atraganta el lenguaje posmoderno, lo de arriba, abajo, la transversalidad, la centralidad y demás; se me atraganta el tufo a Laclau y, sobre todo, el dicho de que la dialéctica izquierda/derecha ha sido superada, cosa que no creo y que considero insana desde el punto de vista democrático (no veo funcionalidad posible si se niega el espacio del otro al tiempo que se reniega del propio). Se me atraganta la manía de descalificar la Transición, como también el reiterado propósito de ir a un período constituyente (del que podría salir una Constitución peor que la de 1978).
     Ahora bien, he aquí lo más interesante: tales atragantamientos no me precipitan en los brazos de las fuerzas que se oponen a Unidos Podemos. Y esto porque considero a estas fuerzas  responsables de la desdichada situación en que nos vemos inmersos –responsables aquí y en Europa– y porque, además, las veo necesitadas de una oposición clara y distinta. Sin ese obstáculo llamado Podemos, tanto el PP como el PSOE habrían ido ya bastante más lejos por el camino neoliberal que tienen marcado. Sonará raro, pero creo que, de no mediar Unidos Podemos, perderían la razón.
     Yo puedo poner tales o cuales pegas, encontrar pelos en la sopa, padecer alergias y hasta paranoias, pero no puedo ignorar las trascendentales funciones de esta nueva formación. Aparte de poner límites a las fuerzas hasta ayer mismo hegemónicas, Unidos Podemos desempeña otras dos funciones: la de representar a las víctimas de las políticas de tales fuerzas y la de ofrecer una oposición seria a la barbarie neoliberal.  
      Habrá quien crea que no hay tal barbarie, que estamos en estupendas manos, pero me será permitido que yo agradezca que Unidos Podemos se haya hecho con algunos medios para hacer algo al respecto. El neoliberalismo necesita topar con un límite, o nos destruirá a nosotros y al entero planeta, y no se puede tener a tantas víctimas fuera del sistema político sin perder hasta la última miajita de legitimidad, algo que ninguna sociedad sensata se puede permitir.
    Se puede uno poner de los nervios ante la evidencia de que Unidos Podemos se presenta como socialdemócrata mientras tiene en la trastienda corrientes comunistas y anticapitalistas. ¿Pura confusión? ¿Una tenebrosa duplicidad? Hay opiniones para todos los gustos. Yo creo que Unidos Podemos es en las actuales circunstancias una fuerza socialdemócrata, como dice Pablo Iglesias. En el encuadre cultural e histórico en que nos movemos, es de rigor, el término medio virtuoso que ni siquiera ha sido necesario inventar, el encuadre en el que converge el grueso de la izquierda.
     Con la particularidad de que, justo  por tener en la trastienda dichas corrientes anticapitalistas, no precisamente estúpidas, a Unidos Podemos no le queda otra que ser socialdemócrata de verdad. O no podría  mantenerse sobre sus pies, ni tampoco cumplir ninguna de las  funciones que le atribuyo. ¿Podría cumplirlas desde la marginalidad? No. ¿Y desde la simple acomodación al modo característico del PSOE? Pues tampoco. Y por cierto que esa pluralidad de fondo no es necesariamente mala. La pluralidad es prácticamente el único antídoto que se conoce contra el dogmatismo y la autocomplacencia. Nos hemos acostumbrado a que los partidos se produzcan como un solo hombre, pero no le veo ni la gracia ni la utilidad. (He vuelto a leer el comentario de Juan Ignacio y constato solo le he respondido a medias.) 

miércoles, 22 de junio de 2016

LOS FANTASMAS DEL 26-J


     No sería nada raro que la segunda vuelta electoral dejara las cosas más o menos como están.  Lo que no está como siempre es el sistema político. La crisis económica, como era de prever,  ha terminado por afectarle negativamente, y no cabe esperar de las urnas ningún efecto terapéutico a juzgar por los dichos y los hechos de unos y de otros. El daño no ha sido cuestión de un día, y tampoco lo será la curación.
     He aquí la anomalía: tanto el PP como el PSOE actúan como si aquí no hubiera pasado nada, como si fueran unos santos.  El PP se produce como si todavía conservase su mayoría absoluta, repite los mantras de ayer, saca brillo a su victoria de diciembre, va de sobrado, como si se bastase a sí mismo para gobernar. No otra cosa hace el PSOE, aunque ya no las tenga todas consigo. Pedro Sánchez se muestra beligerante a derechas e izquierdas, tratando de afirmarse en un centro que ya se le ha desvanecido bajo los pies.
     Como el PSOE ha ido de partido de izquierdas, es muy comprensible que el electorado le haya pasado factura antes que al PP, pero ambos se encuentran en el mismo desfiladero,  cuesta abajo en su rodada. Es cuestión de tiempo que este reciba un castigo que dejará pequeño al de diciembre.
     Salvo reacciones geniales, el PSOE acabará como el PASOK y el PP como Nueva Democracia. Y conste que un entendimiento entre los dos después del 26-J no sería una genialidad sino un acto de desesperación.
      Se dice que el problema radica en la incompatibilidad entre Rajoy y Sánchez, pero no; es un problema de fondo. El problema es que estos partidos ya no representan a sus respectivos votantes, una desagradable evidencia que se abre paso poco a poco en las conciencias.  Tal es la consecuencia de haber tomado como propio el infumable programa que ha acabado con el sueño europeo. Han hecho suyo ese programa elitista; no tienen otro. Se dejan llevar, nada más, el PP con mucho gusto y el PSOE con disimulo. Y ha pasado lo que tenía que pasar.
     Desde la noche de los tiempos, desde la remota época de las jefaturas, es sabido que no se puede gobernar a favor de una minoría y en detrimento del común  de los mortales sin acabar mal. O el PP y el PSOE rectifican, o acabarán como sombras de lo que fueron. Y no hay más que ver cómo han reaccionado ante la recomposición de la izquierda propiamente dicha para concluir que carecen de recursos políticos para sobreponerse  a la adversidad.
    La  manía de meternos miedo con lo que podría hacer Unidos Podemos o con lo que podría pasar si Pablo Iglesias llegase a la Moncloa es algo más que una vieja artimaña electoralista.  Revela una ausencia de autocrítica que da grima, pésimos modales políticos y un vacío mental que hará historia. Resulta patético que le pidan a Unidos Podemos precisamente lo que ellos no tienen.
    Al parecer, el PP y el PSOE todavía no han reparado en que hay millones de españoles les temen bastante más que a Unidos Podemos. A estos españoles ya no se les engatusa con milongas macroeconómicas  ni  se les conmueve con declaraciones de principios incumplidos. Aunque solo fuera por la existencia de estos votantes, el PP y el PSOE deberían mostrarse más respetuosos. Y hay que tener en cuenta, además, que de no mediar esta izquierda, ellos habrían terminado de perder el sentido de la realidad. La normalización de nuestro sistema democrático no depende solo del buen hacer de Unidos Podemos. A ver qué hacen ellos.

jueves, 26 de mayo de 2016

QUERIDO JEAN-CLAUDE

    Leo en el periódico la carta que Mariano Rajoy le envió a Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, fechada el 5 de mayo. Curioso documento, a saber si hecho público por una infidencia maliciosa o deliberadamente, como parte de la campaña electoral. Me inclino a creer lo segundo.
      La carta me da la impresión de estar dirigida a Jean-Claude, buen amigo, y de paso, como lección de ortodoxia, a los seguidores del presidente en funciones. Para pedirle un favor a Juncker, bastaba medio folio, y la carta tiene cuatro.
      Rajoy presume de su amistad con Juncker y de sus formidables logros económicos. Quiere disculparse por no haber cumplido el objetivo del déficit, una marchita en su expediente. No se le puede reprochar por  ser el primer defensor del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.  La culpa recae, nos dice, en la “ralentización del crecimiento mundial”, en las repetidas citas electorales, causantes de algunos desmanes económicos en las administraciones que no dependen de su control. Ruega a su querido Jean-Claude que España no sea castigada. Pide tiempo.
   “Una vez que haya un nuevo gobierno, estamos dispuestos a tomar nuevas medidas” [de ajuste], “en la segunda mitad del año”.  Nótese que Rajoy está tan identificado con ese nuevo gobierno que le sobran las reservas y los matices. Y esto me parece dirigido al consumo interno, pues he de suponer que el señor Juncker no ignora que la situación es más compleja (me temo que la promesa podría irritarle a tenor de las circunstancias).
     También para consumo interno me parecen los párrafos en que Rajoy presume de sus éxitos. Se felicita por su “intensa agenda de reformas”, muy en particular por la reforma del mercado de trabajo. Es admirable lo que ha conseguido en solo cuatro años: “Hemos pasado de perder bienestar, empleo y confianza a mejorar la situación social, crear empleo y tener nuevas expectativas de futuro”.
    No creo que con semejante frase entresacada del argumentario genovés  Rajoy pueda aspirar  a ilustrar y conmover la conciencia del muy curtido señor Juncker, a quien imagino algo impaciente, con una media sonrisita algo sarcástica. ¡Hay que ver este Rajoy!
    Ahora se crea empleo “a ritmos muy intensos”. “El crecimiento español es equilibrado”, de “base sólida”, “sin endeudamiento exterior”…   La economía española es ahora “competitiva”, se crean empresas, etc.
     Suena cínico, con Juncker en el ajo, o podría tratarse de un caso de ingenuidad y entonces cabría imaginar la preocupación del aludido Juncker. Una cosa es mentir y otra creerse las propias mentiras. Este Rajoy parece estarse pasando de la raya. ¿Es que pretende quedarse conmigo?
   Enumerados los logros de Rajoy –y esto es lo grave– queda demostrada la bondad de las políticas aplicadas por orden de Bruselas. No dudo de que a Juncker le gusta que así se exponga y así parezca. Y no dudo de que le habrá hecho cosquillas la siguiente frase de Rajoy: “Ambos compartimos que, tanto la estabilidad de la zona euro como la mejora del bienestar social son objetivos esenciales de la política económica de la Unión Europea”.
    ¿Cinismo o ingenuidad?, se pregunta uno otra vez. Venirnos con el sofisma de que el austericidio apunta al bienestar social es el colmo, y más en una carta oficialmente dirigida al señor Juncker, el organizador del centro de evasores corporativos radicado en Luxemburgo. ¡El austericidio como panacea universal al servicio del bien común! En fin, gracias a esta carta, quedan expuestos, en negro sobre blanco, los objetivos esenciales,lastimosamente contradictorios.