viernes, 2 de mayo de 2014

IRENE LOZANO, DEMANDADA

     Hace unos días leí que el hijo de José María Aznar se había querellado contra Irene Lozano, la escritora y diputada de UPyD, a la que pedía nada menos que 50.000 euros por una frase de su certero artículo “Blesaleaks”, publicado en El Confidencial, que el demandante considera lesiva para su honor. 
     Creí que la cosa acabaría en nada, pero hoy leo, estupefacto, que el mecanismo de la justicia sigue adelante, en este caso velozmente (http://www.elconfidencial.com/espana/2014-05-02/el-fiscal-defiende-a-aznar-jr-y-pide-25-000-euros-de-condena-para-la-diputada-de-upyd_124290/). Así pues, de un lado tenemos a una escritora de primera magnitud y, por el otro, a un señor de quien solo conozco dos apariciones estelares, un mail destemplado y esta arremetida. ¡Vaya espectáculo!
    El fiscal ha rebajado la reparación a la mitad, pero estamos hablando de 25.000 euros. Mejor no pensar en cuántos artículos de periódico hay que escribir para reunir esa cantidad. ¡Y todo por solo diecisiete palabras!

    ¡Y como si esas diecisiete palabras, que por elemental prudencia no copio, hubieran aparecido en negro sobre blanco por puro capricho de la demandada, para insultar y no para ilustrar! Es un caso digno de ser seguido. ¿Acaso no se puede opinar sobre unos muy reveladores correos intercambiados entre Aznar jr. y Blesa, unos correos que son del dominio público, sobre los que se ha hablado en taxis y bares? ¿Se le ocurre a alguien alguna cosa linda que se pueda escribir sobre ellos? ¿Qué diablos está pasando en este país?

SINVERGÜENZAS, S. A.

     Thomas Piketti ha saltado a la fama con su libro El capital del siglo XXI, en el que queda bien claro que los Estados Unidos ya han regresado al siglo XIX a juzgar por el grado inconcebible y creciente de desigualdad  social; el famoso 1% se queda con la parte del león, que es de lo que se trataba.
     En Europa vamos con cierto atraso, en la misma dirección, en España acelerando. Nuestros primates y oligarcas se frotan las manos, encantados, sin que nadie les estorbe su genial alineamiento con el movimiento de sus pares europeos y norteamericanos.
     Si esta revolución de los muy ricos ha sido dañina para la salud de las democracias asentadas, para la nuestra es potencialmente letal. Nótese la creciente desafección que inspiran la Monarquía y la clase política. En Estados Unidos la revolución de los muy ricos se llevó a cabo por etapas, dosificando palos y zanahorias, aquí quemando etapas y solo a palos. No es sorprendente, por lo tanto, esa desafección, ni tampoco que se oigan tantas voces que aseguran que la Transición misma fue un fraude encaminado a este odioso resultado.
    ¿Hay algún margen para la esperanza? ¡Ya lo quisiera yo! Me amarga pensar que el buen rollo, conseguido a pesar de los pesares, se vaya al diablo, me da náuseas que los esfuerzos realizados por este país para mejorar la cohesión social se vayan por el sumidero de la historia, me espanta lo que veo venir.
    ¿Cuál ha sido la respuesta del poder a las protestas ciudadanas, legítimas, sostenidas y multitudinarias? Ay, amigos, no ha habido respuesta alguna. Silencio total, porque lo que se trae entre manos no se puede decir de puro sucio que es. Eso sí, el poder se relame  de gusto a la vista de todos, terne en su irresponsabilidad, como si estuviéramos ya en el siglo XIX y fuéramos aquellos “ciudadanos de alpargatas” a los que “los amigos políticos” no respetaban en absoluto. Ya tenemos, como los españoles del XIX, nuestro “turno”,  un formalismo conducente, a corto o a medio plazo, a una catástrofe, como nuestra propia historia nos ha dejado bien claro. A lo más que llega el poder establecido es irritarnos con sus supuestos éxitos, voceados a los cuatro vientos, como eso de que la crisis ha quedado atrás, una falsedad electoralista que hará historia. La clase dominante a recaído en el egoísmo cutre y descabellado que tanto dolor le ha costado a este país. No tiene perdón, ni veo de qué manera podría ganárselo.

viernes, 11 de abril de 2014

ESPERANZA AGUIRRE, PERSEGUIDA

   El  paleontólogo ve una mandíbula y visualiza el entero dinosaurio, el médico oye una tosecilla y ya sabe de qué va… La actuación de Esperanza Aguirre a raíz de lo que empezó por una venial infracción de tráfico no delata una simple aguirritis  sino el completo síndrome del aristócrata al antiguo modo, también conocido como síndrome del cacique, o síndrome del pez gordo.
    Hace tiempo, las clases privilegiadas, muy crecidas por el éxito de su revolución, se quitaron de encima los requerimientos elementales del respeto por el prójimo y, de paso, los requerimientos de la prudencia en el trato con el personal de las clases subalternas. Regresaron al estado de inocencia. Fin del igualitarismo. Ningún temor respecto a los que están por debajo, olvido de la historia. Desenvoltura, cierta campechanía (bronquita y multita) de la que más vale no fiarse.
    De cualquiera que hubiese actuado como Esperanza Aguirre habríamos pensado que venía mamado o hasta arriba de coca. Pero todo se explica por el síndrome: complejo de superioridad, ausencia de límites, nulo sentido de la justicia, prodigioso hinchamiento del ego. Se puede esperar cualquier cosa loca, cualquier palabro rapidísimo y viperino (de modo que ya estamos hablando de retención ilegal y de machismo).
    En los viejos tiempos, el afectado decía a modo de presentación, sacando fiera mandíbula: “Usted no sabe con quién está hablando”. Ahora, gracias a la televisión, el sujeto explica que se ve irritado porque la tienen tomada con él por ser famoso.
     El “que se jodan” de la señora Fabra tiene el mismo sustrato morboso. Como la reciente salida de un primate provincial que se pronuncia a favor de que el obrero despedido indemnice a la empresa… Y yo la verdad es que veo operando al síndrome en la listeza de la “recuperación” y en tremenda callada por respuesta que ha dado el gobierno a la multitudinaria manifestación del 22-M. La cosa se las trae: al final el síndrome, tan odioso, contribuirá a devolver la conciencia de clase a los que hayan cometido el descuido de perderla…

viernes, 28 de marzo de 2014

SOBRE ADOLFO SUÁREZ


   Aguantando la cola y el frío, miles de españoles rindieron el último adiós al artífice de la Transición, mientras la clase política juntaba filas, por una vez, para despedirle con todos los honores. Hasta los personajes que le segaron la hierba bajo los pies le rindieron tributo, con grandes elogios a tono con unas honras fúnebres dignas del siglo XIX.
      Por contraposición, he oído decir por ahí que Suárez fue una especie de príncipe Salina, un títere de la oligarquía, el Cagliostro que se las arregló para urdir una Transición trucada. El hecho de que viniese del Movimiento lo dice todo, me razonaron. ¡Como si el cargo de maquinista de la Transición hubiera podido recaer en Santiago Carrillo!  Nos guste o no, la apertura del Régimen franquista debía ser hecha desde dentro: aunque históricamente quemado, conservaba el poder armado y contaba con un formidable aparato represivo.
      El rey eligió a Suárez porque era un hombre del Movimiento, un joven ambicioso, hecho a medrar dentro de lo que hay. Y lo que había era precisamente el Movimiento, un organismo sólidamente implantado y organizado. La juventud, el carisma personal, ausencia de antecedentes democráticos, la falta de proyecto propio, la impecable hoja de servicios al Régimen,  todo esto le permitió a Suárez llegar a la cima, como el hecho de venir de abajo y de debérselo todo. La Transición sería vista como un proyecto de la Corona. Este efecto visual no se habría podido conseguir si el elegido hubiera sido, por ejemplo, Manuel Fraga, a quien don Juan Carlos sabía inmanejable tanto por su carácter como por su edad y su sólida preparación intelectual.
     Suárez empezó, pues, como un mandado. Pero sucedió algo imprevisto: en cuanto se supo presidente electo por los españoles mismos, y no por designación real, se creció, en parte, supongamos, por ambición, pero en parte, no cabe discutirlo, por tener una idea precisa de la autoridad que se le confería y, desde luego, de lo que la elección tenía de moralmente comprometedora para él. Era listo y había aprendido sobre la marcha lo principal.
    Alfonso Osorio se llevó las manos a la cabeza cuando Suárez le hizo saber que, en definitiva, era un socialdemócrata. Osorio, un monárquico conservador, nos explica en sus memorias que, a partir de ese momento, se alejó de Suárez como de un apestado. Y este se comportó, en efecto, como un socialdemócrata, con Carmen Díez de Rivera, procedente del grupo de Dionisio Ridruejo, como consejera. Precisamente Ridruejo había dejado dicho que los falangistas de buena voluntad podrían integrarse en un sistema democrático  adscribiéndose a un partido socialdemócrata como el suyo (la USDE) o a una variante de la democracia cristiana que estuviese comprometida con la doctrina social de la Iglesia.
     Suárez viró hacia las coordenadas de la socialdemocracia porque eso entraba dentro de lo posible. No es extraño, por lo tanto, que los responsables de la política económica que eligió fueran de esa tendencia. Y tampoco es sorprendente que, a pesar de la calamitosa herencia económica que le había dejado el régimen franquista, intentase llevar adelante un proceso de redistribución de la riqueza, como en su momento hubo de reconocer el profesor Fuentes Quintana.
     Se suele olvidar que, a diferencia de sus sucesores, Suárez hizo lo posible por mantener a raya a los banqueros. Respaldado por sus votantes, se atrevió a eso y a mucho más. Irritó a los ricos, obligándoles a pagar impuestos. Irritó a la Iglesia respaldado la ley de divorcio de su ministro de Justicia, Francisco Fernández Ordóñez, otro socialdemócrata, y también irritó al Ejército, cuya porción más veterana vivía cada paso hacia adelante como una provocación. Y también irritó gravemente a los socialistas, temerosos de que invadiera su espacio político con su pulsión socialdemócrata.
     Su política exterior puso de los nervios a la derecha atlántica y a Israel. Suárez daba muestras de simpatía por los no alineados; de hecho, recibió en Madrid a Yasir Arafat, siendo el primer gobernante occidental en atreverse a invitarlo. Se opuso al ingreso de España en la OTAN. Como en su adscripción a la socialdemocracia, podemos ver en estas tomas de posición los rescoldos de su formación como hombre del Movimiento. Pues como hombre del Movimiento, con el correspondiente trasfondo falangista, consideraba obvio que estaba obligado a defender, por encima de todo, los intereses económicos de la sociedad y la dignidad de España en la escena internacional.
      Todos sabemos lo que de retórica tuvo el anticapitalismo del Régimen y cualquiera puede constatar la poquedad del Estado social que  nos dejó, pero, atención, a juzgar por lo que hoy se lleva, ese Estado ya no parece tan poca cosa. Además,  la lucidez histórica sale perdiendo si uno ignora el peculiar entramado ideológico del Movimiento, si pasa por alto sus valores de referencia, si los descarta desdeñosamente como simple maquillaje o mera autojustificación.
      Porque en esos valores se educó mucha gente, tomándoselos en serio. Véase el caso de Suárez. Se transformó en un demócrata, renunciando a una parte de sus principios originales, pero conservando los que consideraba válidos. De modo que habría sido imposible para él gobernar al servicio de una oligarquía nacional y transnacional. Y precisamente por eso fue atacado desde todos lados y finalmente derribado, no sólo por la inquina de los militares. Hacía falta un hombre más flexible…
    Si es significativo es que Suárez, abandonado por los barones, crease un partido nuevo y propio, el Centro Democrático y Social, claramente socialdemócrata y moderadamente progresista, también lo es que el establishment le diese la espalda, negándole el pan y la sal (recuérdese el dineral que este se gastó en la operación Roca). Suárez se quedó sin sponsors, obligado a seguir en condiciones sumamente precarias.  
    El hundimiento político de Suárez coincidió, y no es casual, con la transformación del entero panorama mundial con la galopada del movimiento neoliberal, al que fueron a sumarse todos sus detractores con mayor o menor complacencia, tanto los de derechas como los de izquierda, ya encandilados con las señora Thatcher y el señor Reagan. La revolución de los muy ricos, en curso desde entonces, era incompatible con la sensibilidad humana y política de Adolfo Suárez, lo que a mi juicio le honra.

martes, 11 de marzo de 2014

EL 11-M Y EL PRECIO DE LA MERCADOTECNIA ELECTORAL



    Hace diez años tuvo lugar en Madrid un atroz atentado terrorista, imposible de olvidar, como  tampoco se puede olvidar lo que ocurrió a continuación, un síntoma de que algo malo ocurre en este país, algo que nada tiene que ver con la sabiduría,  el autodominio y la solidaridad de la gente, que  estuvo a la altura de las circunstancias en aquellos momentos terribles.  
    Resulta que había elecciones a la vista, y que el partido gobernante, de suyo preocupado por las encuestas, tomó la decisión de atribuir el atentado a ETA, esto sobre la marcha, pisando el acelerador a fondo. En términos de pura mercadotecnia electoral, la cosa estaba clara: si la gente creía que el atentado era obra de ETA, juntaría filas alrededor del gobierno; si lo atribuía a una célula yihadista, se volvería contra él, por habernos metido en la guerra de Irak.  Y he aquí que el gobierno tomó la decisión de jugárselo todo a la carta de ETA, esto a sabiendas de que los datos –ya los primeros datos–  apuntaban clara e indubitablemente a una autoría  yihadista.
     El resto, las presiones,  las mentiras, los infundios, la intoxicación, fue la consecuencia de ese cálculo electoral. Así se nos mostró una forma de hacer política que desprecia a la vez la verdad y el bien común. No es extraño que el PP perdiese las elecciones. Lo extraño es que consumiese toda una legislatura en ese rollo infernal.
    Una y otra vez el PP volvió a lo mismo, sin ejercer el papel de una leal oposición, ensuciándolo todo, como si los verdaderos problemas del país le trajeran sin cuidado, como si fuese decente atizar los bajos instintos de la gente. Hasta  echó la culpa a Zapatero de haber movido hilos.
    Llega uno a pensar que, en algún despacho de Génova toma asiento una especie de doctor Goebbels, un Karl Rove, un individuo sin escrúpulos, un jugador de ventaja, siendo inútil buscar eso que antes se llamaba un hombre de Estado. 
       Mi impresión:   todo lo que el PP dice con rostro basáltico  sobre temas tan graves como el empleo, la sanidad, la educación y el aborto, ha pasado por el laboratorio de dicho émulo de Goebbels. Y también lo de Bárcenas, el innombrable, lo del desafío catalán, lo del final de ETA. Y  ahora lo de que hemos dejado atrás el cabo de Hornos…
    Como estamos ante un genio de mentira y de la prestidigitación, ante un técnico, ahora lo interesante será ver si sus manipulaciones del hombre medio al que se dirige, un sujeto estadísticamente definido, le siguen funcionando, cosa que, desgraciadamente, siendo trágico para el país, entra dentro de lo posible. No creo que haga falta añadir que se trata de un experimento inmoral, letal para nuestra democracia.

jueves, 27 de febrero de 2014

DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN


   Según el presidente Rajoy esto marcha y hemos dejado atrás la recesión, hemos vuelto a la senda del crecimiento y la creación de empleo. La noche quedó atrás, etc. La oposición trató, esforzadamente, de devolverlo a la realidad, y él se reafirmó en lo dicho bien agarrado a sus  chuletas y sin que le temblara la voz, terne en su costumbre de eludir todos los temas que nos preocupan. Sin inmutarse al recibir en pleno rostro tal o cual mentís, repitió hasta la saciedad  los mismos mensajes con un estudiado aire de superioridad, tratando en todo momento de sacar partido de la supuesta ventaja  del optimista desenvuelto frente al desdeñable pesimista crónico. Por no ser Rubalcaba “la alegría de la huerta”, él se elevaba. He aquí, pues un estadista de primera, firme, seguro de sí, contento de haber triunfado donde Zapatero fracasó completamente, esto para mayor soterramiento de Rubalcaba.
    Como vemos, Rajoy y el PP juegan fuerte, tan fuerte que son capaces de jugarse hasta la camiseta a cara o cruz. Hay que tener valor para fiarlo todo a la “recuperación”, a los voceados “brotes verdes”. Claro que Rajoy y el PP dan por seguro que no serán abandonados a su suerte por las altas instancias económicas a las que sirven, que ya se ocuparán de echar tierra sobre  los problemas, para que no les estallen en la cara en plena recta electoral. Creen, desde luego, que es posible presentar como recuperación lo que no lo es. Y esto quiere decir que creen que los  españoles pueden ser anestesiados  y mareados con bonitas cifras macroeconómicas, como si los chanchullos realizados en otros países se pudieran copiar aquí y ahora sin horribles consecuencias.
    En todo caso, para comprender el discurso de Rajoy y la actitud del PP hay que recordar que en la trastienda del movimiento neoliberal es de rigor usar todos los recursos de la mercadotecnia, en plan Karl Rove, para crear  realidades a medida, siendo la verdad una referencia completamente prescindible. Es una cuestión de escuela, del abecé de una escuela.
    Pérez Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa Díez, por ejemplo, buscan la aprobación de los oyentes con apelaciones a las verdades de uso común, con la certeza de que  compartimos una determinada realidad social y una determinada sensibilidad moral. Rajoy pertenece, como digo, a otra escuela, donde lo que se lleva es crear realidades, en plan sofístico, sin  ningún rubor, donde no se lleva responder a ninguna pregunta sino aprovechar cualquier pregunta para repetir el mismo mensaje interesado, venga o no a cuento.
    Si tenemos en cuenta los usos de esa escuela, capaz de venderle a la humanidad la trola del neoliberalismo económico, capaz de mentir hasta que medio mundo aceptase la guerra de Irak, por ejemplo, comprenderemos mejor la naturaleza del rollo que nos ha soltado el presidente del gobierno.
    Nótese que no se dirigió a los oyentes que se sentaban en el hemiciclo, sino  a un hipotético oyente medio, representado invariablemente por los técnicos como un perfecto idiota que no merece el menor respeto. Se parte siempre del principio de que dicho idiota es más importante, en términos electorales, que el no idiota. No es que Rajoy no sepa que eludir temas capitales, simplificar las cosas, mezclar verdades con mentiras y todo eso resulta irritante para cualquier oyente con dos dedos de frente. Es que tiene asumido que no hay que preocuparse por ello, por ser lo único importante llegar a la masa, a las “muchedumbres desconcertadas”, como las llamaban Kennan.
    Si esa forma torticera y sofística de hacer política ha hecho muchísimo daño a la democracia norteamericana, imagínese el daño que le está haciendo a la nuestra, mucho menos rodada. No hay forma humana de entenderse, ni de ver los problemas, y menos de solucionarlos. En el fondo, no hay la menor intención de compartir democráticamente las tareas de Estado, hay puro despotismo, cada vez menos disimulado, puro elitismo, el elitismo de quien se siente en disposición de engañar sin ningún miedo a las consecuencias.
     Se decía antes que a un pueblo se le puede mentir, pero que no se le puede mentir sostenidamente. Esto ya pasó de moda, pues la idea es que se puede mentir de manera continuada. El gobernante de la escuela neoliberal se siente tan fuerte que es capaz de arrostrar sin inmutarse el fuego cruzado de quienes analizan y ponen en claro sus mentiras y sus contradicciones.  Sí, el cuenta con los avezados observadores que lo tienen calado, y le dan igual, como le trae al pairo que las mejores cabezas del país no puedan hacer otra cosa que perder el tiempo en desciframiento de lo que él les suelta,  una forma de darles carnaza y de no permitirles concentrarse en lo que de verdad nos importa,  las soluciones. Es inevitable recordar al genio de la mercadotecnia política que les dijo a unos periodistas: “nosotros creamos la realidad, ustedes van detrás, tratando de entenderla”. Pues eso, ahora más que brotes verdes, un vergel. ¡Cuánto cinismo!

martes, 18 de febrero de 2014

LAS ELECCIONES Y LA IZQUIERDA


Se nos echan encima las elecciones europeas y luego vienen otras, trascendentales. Se nos ofrece una oportunidad de pasar de la indignación a la acción positiva. Hay que poner en su sitio a “los señores de Bruselas”; hay que cortar la gruesa trenza de intereses que amenaza con estrangularnos. ¿Vamos ha dejar a Europa,  como cosa perdida y asquerosa, en manos de esos señores? Espero que no, pero me pregunto cuál es la manera más inteligente de proceder.
   Me alarma la dispersión de las fuerzas de la izquierda. No hay tiempo que perder: la Bestia neoliberal está a punto de arrastrarnos más allá del punto de no retorno. Por no mencionar el auge de figuras como Le Pen y Wilders, que llevan tiempo trabajándose a las clases perjudicadas.
    Sería el colmo que estos extremistas de derecha se llevaran el gato al agua, y el colmo también que con su sola presencia pongan las cosas de tal modo que los expertos de mercadotecnia lo tengan fácil para proyectar el espejismo de que los populares europeos  y los socialistas son  centristas serios y tranquilizadores… Europa necesita una poderosa fuerza de izquierda, y la necesita urgentemente. Porque es en Europa donde se tejen las políticas que luego se aplican como si hubieran caído del cielo.
     En España tenemos a los socialistas ya convertidos en un problema para la izquierda social: han hecho méritos como corresponsables  del infame y antidemocrático negocio que nos chupa la sangre. A diferencia de los populares, no están completamente a sus anchas en ese papel, pero lo han cumplido, para desesperación de miles de votantes otrora fieles. La tomadura de pelo no ha podido ser mayor y hasta hay gente que piensa que las medidas progresistas (ley del aborto, matrimonio homosexual) no han sido otra cosa que distracciones. A este extremo hemos llegado (“ni PSOE ni PP”). La evidencia de que los socialistas hicieron con desgana lo que los populares hacen con entusiasmo no atenúa la repulsión. Que los socialistas españoles pactaran a nuestras espaldas la prostitución de la Carta Magna con el artículo 135 fue el acabose.
    ¿Qué posibilidades tiene el PSOE de recuperar la confianza que ha dilapidado? No lo sé, pero pienso que su encastillamento en la creencia de que todo sigue igual obstaculiza la articulación de una alternativa eficaz. Ya está polemizando a derechas e izquierdas, con una mentalidad de pícaro, como si sólo él pudiera hacer lo que no hizo. Pienso que solo el surgimiento de una fuerza muy potente a su izquierda puede obligarle a renovarse y a hacer sus deberes, entre los cuales figura el de entenderse con sus afines teóricos, comprometiéndose a respaldar la eliminación del malhadado artículo 135.
    Tal y como están las cosas, llegará el tiempo de las coaliciones, y hay que cerrarle el paso a cualquier intentona de coalición formal o tácita de los socialistas con los populares, algo que sería nefasto para la democracia en España. Y esto solo lo podrá hacer una izquierda a la izquierda de los socialistas, capaz de darle el golpe de gracia a este turno tan lamentable como el de la Restauración.  
    En España los socialistas no están solos, pero lo que hay a su izquierda es demasiado complicado y desconcertante para el votante común.  Tenemos a los partidos que han hecho su travesía del desierto, las diversas evoluciones del  comunismo y el socialismo, como Izquierda Unida, y a los nuevos, desde Equo al Partido X, pasando por Izquierda Anticapitalista, todos ellos vinculados a fuerzas europeas. Pero el panorama es más complicado. ¿Monarquía o República? ¿Constitución de 1978 o no? ¿Qué hacer con el problema catalán? ¿Socialdemocracia o qué, anticapitalismo puro y duro?  ¿Unas gotas de pragmatismo o ninguna?
    Además, hay un magma novedoso, una continuación del movimiento de los indignados. Se habla de “empoderar”, de “transversalidad”, de la superación de la dialéctica derecha-izquierda, de trabajo en red; conviene meter el incómodo signo @, no sea que a uno le tomen por un machista; se ve con malos ojos a los líderes y no digamos a los más conocidos; se busca la pureza en lo asambleario, se sueña con una democracia como nunca hubo otra igual, con una gran confianza en la gente que me recuerda –no lo puedo remediar– la ingenua fe de mi generación en el pueblo y en la clase trabajadora. La palabra “partido” a veces suena tan mal como la palabra “liberalismo”, lo que es indicio de que las bases del sistema mismo no han sido comprendidas, lo que es tan fatídico para esta Monarquía constitucional como lo sería para una hipotética República. Algunos piensan que el sistema puede ser construido desde cero, lo que indica que muchos han pasado de la vieja fe supersticiosa en la historia a la ignorancia de la historia. No se ve ningún problema en el hecho de que tales o cuales se autodeterminen. Se da por descontado que la Constitución es pésima, la Monarquía un fósil y la República la solución.
     Todo esto es apasionante, pero lamento decir que poco prometedor de cara a las próximas elecciones. Conciliar los nuevos enfoques con los usos políticos tradicionales y formales, terreno en el que se librará la batalla, es una tarea que va para largo, y encima, mientras el PSOE sigue terne en su monarquismo, Izquierda Unida se reafirma en su republicanismo, una división que pagaremos todos, si no se remedia, en las elecciones venideras.
    Es irónico pero, cuando la crisis ha venido a revalorizar los planteamientos de la izquierda, esta no parece en condiciones de dar el do de pecho, si no por falta de vitalidad,  por dispersión. El problema es grave. De ahí que hayan surgido plataformas ad hoc, como Podemos y Convocatoria Cívica, para ver la mejor manera de resolverlo, tarea nada fácil si tenemos en cuenta las diferencias de fondo, la diversidad de las capillas, las reglas no escritas de una contienda electoral y la  dificultad de encontrar el necesario equilibrio entre las propias ideas y la sensibilidad de los votantes comunes y silvestres, a los que sería estúpido dejar atrás con una necia galopada intelectual por terrenos ignotos.
    Aquí no se trata de lograr un avance testimonial –que es lo que prometen hoy por hoy las encuestas– sino de mucho más. Sería, creo yo, una torpeza meter miedo en el cuerpo a los que ya se encuentran asustados. Hay que encontrar el equilibrio. Otra torpeza sería marear al electorado con siglas y con programas y declaraciones de intenciones más o menos semejantes y redundantes. Esto mientras el adversario vacía sobre nosotros su formidable arsenal de sofismas. ¡No quiero ni pensar en el resultado!
    Por mi parte, dejando a un lado las  cominerías y las urticarias, yo solo veo dos maneras de proceder, contando con lo que nos une, el superior propósito de pararle los pies a la Bestia Neoliberal y neoconservadora. Y las dos requieren buena voluntad.
1)    Poner todos los huevos en la cesta de Izquierda Unida, cuyo nombre indica claramente de qué se trata, y que ya cuenta con una variante, Izquierda Plural o  Izquierda Abierta   (por favor, aclárense) a medida de esta situación. Izquierda Unida ya existe, y está en la onda. Es una fuerza conocida, curtida y en situación de evolucionar, ya integrada en el Partido de la Izquierda Europea (PIE), un organismo prometedor. ¿Qué nos impide “empoderar” a Gaspar Llamazares y a Cayo Lara para que puedan actuar? Son dos políticos experimentados, precisamente lo que aquí hace falta, con la ventaja de que ya saben que la introversión no les llevará a ninguna parte. ¿Por qué no darles esta oportunidad, que se han ganado por su trayectoria? ¿Por una inquina a “los políticos”, por un rechazo mecánico del liderazgo, por amor a las caras nuevas, a los sujetos sin historia, para inflar el propio ego? Y hay otro motivo a favor de Izquierda Unida: cuenta con una organización, esto es, con algo que, no nos engañemos, no se improvisa por medio de Internet. Además, Izquierda Unida tiene entre sus filas a Alberto Garzón, que parece en condiciones de tender puentes entre los mayores y los más jóvenes.
2)      Dar vida a un Frente Amplio. Esto se hace de la siguiente manera: se crea una coalición electoral, los líderes de los distintos partidos se encierran a redactar un programa común, y adelante con los faroles. Recuérdese y estúdiese el caso del Frente Popular (1936). Unos líderes aparentemente irreconciliables, desde radicales a comunistas, acuciados por el empuje de la derecha, lograron pergeñar un programa común. Y el votante entendió  ­–Frente Popular, así de claro– y le dio la victoria aunque la propaganda fue misérrima, nada en comparación con la del otro lado, como ocurrirá ahora. Eso sí, estúdiese ese programa, y se verá que era moderado, sin asomo de lo que se entiende por extremismo, donde moderado no significa deshuesado. Y naturalmente, si se quiere hacer las cosas bien, con sentido de la realidad, habrá que hacer como entonces, aceptar la prioridad de Izquierda Unida –la que tiene un espacio ya ganado–, como entonces le fue concedida a Azaña y a Indalecio Prieto. Y además, no habría que cerrarle groseramente la puerta al PSOE (que decida él).
     Claro que lo que acabo de decir será tomado por estúpido si no se tiene en cuenta el embudo de la ley electoral, si se minimiza la potencia del bando contrario, si se toman a broma las limitaciones de la democracia de audiencia, si se confía en la lucidez del personal. La unión hace la fuerza, pero fue la derecha la que obró en consecuencia.