Tras el arranque andaluz, enfilamos hacia nuevas citas electorales y la
confusión va en aumento. Nadie quiere mostrar sus cartas para no espantar a los
famosos votantes del centro, todo se personaliza, se excitan las filias y las
fobias, se huye de los temas serios y se amañan hasta las sumas y las restas.
La
confusión es, sin embargo, más aparente que real. Tenemos, por un lado, a los
partidos que desean poner límites y hacer retroceder a la Bestia
neoliberal-neoconservadora y por
el otro a quienes sueñan con engordarla ilimitadamente a nuestra costa y a la
de nuestros hijos y nietos.
No hay ni puede haber un punto de convergencia entre ambos proyectos,
por eso ya dije alguna vez que, de hecho, el
centro político ha desaparecido. No digo que no haya gente que
se sienta en ese espacio, en una posición muy de clase media, convencida de que
ahí reside el equilibrio y el buen sentido. El problema es que esa gente se encuentra en una especie de tierra
de nadie. Quienes aspiran a representarla no se encuentran allí, sino a la derecha o a la izquierda, como los hechos no
tardarán en acreditar.
La
clase media, engañada y traicionada por sus presuntos representantes, ya ha
sido destruida en Estados Unidos y en otros países caídos en las garras del
neoliberalismo. Ahora ocurre en Europa. Lo sufrimos en nuestras propias carnes,
una experiencia que esa buena gente “del centro” no es capaz de admitir ni
cuando la pisotean.
Tarde o
temprano la confrontación entre
neoliberales-neoconservadores y sus oponentes irrumpirá brutalmente y pondrá a
todos en su sitio. Sucederá tras las próximas elecciones municipales y
autonómicas, antes o después de las generales, quizá más tarde, porque todo depende de cómo vayan las
cosas aquí y en el mundo. Sí, llegará el momento, lo presiento, en que no habrá el
menor margen para la simulación.
Si
ganan los partidarios de la Bestia, más de lo mismo: seguirán llevándonos a
empujones y por etapas al siglo XIX, entregados a un designio oligárquico que
no hay democracia que resista. Si ganan sus oponentes, toparán de frente con el
establishment mundial y con una agrupación de las
fuerzas sobrevivientes que tan fielmente le sirven. Si por miedo decidieran no
hacer nada y marear la perdiz, dejarán a las víctimas sin la representación que
les prometieron, o sea, rotas o
airadas, lo que también sería funesto para nuestro sistema democrático.
Ahora bien, a juzgar por las encuestas en este país
todavía no se ha llegado al punto en que una abrumadora mayoría experimente el
ferviente deseo de dejar atrás lo malo conocido en busca de lo bueno e incierto
por conocer. Es un dato a tener en cuenta.
¿Hace falta más sufrimiento para que se llegue a ese punto crítico? Tal parece, como parece que hace falta
más dolor para que los adversarios de la Bestia dejen de hacer el tonto,
incapaces de dar vida a un frente amplio a la altura de los desafíos que nos
van a salir al paso indefectiblemente, como parte del embolado global.
Sería de desear que los
representantes de la izquierda no perdieran el tiempo con cominerías,
personalismos y desmesuras, pues
les ha caído encima la responsabilidad de impedir que nuestro país pierda el
tren de la historia. Sería muy triste que España reaccionase tarde y mal y
encima sola y desunida contra dicha Bestia, como ahora le pasa a Grecia. Sería
como para tirarse de los pelos, pues en estos mismos momentos la Bestia está enferma de muerte, como consecuencia de su criminal locura. Como no será que ya ha
despuntado una hornada de economistas que han dejado de reírle las gracias. Thomas
Piketti no está solo, señal inequívoca de que los tiempos están cambiando, aunque no tan
rápido como algunos desearíamos.
A mi entender al
menos, el tren de la historia ha llegado a un punto en que el
neoliberalismo-neoconservadurismo ya se ha exhibido ante grandes masas humanas y
ante un significativo número de cabezas pensantes como lo que es: una salvajada
sin porvenir, mortal para la gente y para la salud de la tierra, un constructo
ideológico impresentable y falaz,
surgido de la matriz de una oligarquía local y transnacional tan ciega como
egoísta y cutre. Como ya no puede prometer a la gente prosperidad alguna, al
neoliberalismo solo le queda mentir y abusar de su indecente instrumental
propagandístico y represivo. Hemos llegado al punto de que hay que ser muy
necio o muy malvado para sostener esa ideología es la mejor, la última, la
incontestable. La Gran Crisis Política nos espera, pues, a la vuelta de la esquina.