lunes, 27 de abril de 2015

MÁS ALLÁ DE LA CONFUSIÓN

   Tras el arranque andaluz, enfilamos hacia nuevas citas electorales y la confusión va en aumento. Nadie quiere mostrar sus cartas para no espantar a los famosos votantes del centro, todo se personaliza, se excitan las filias y las fobias, se huye de los temas serios y se amañan hasta las sumas y las restas.
    La confusión es, sin embargo, más aparente que real. Tenemos, por un lado, a los partidos que desean poner límites y hacer retroceder a la Bestia neoliberal-neoconservadora  y por el otro a quienes sueñan con engordarla ilimitadamente a nuestra costa y a la de nuestros hijos y nietos.
     No hay ni puede haber un punto de convergencia entre ambos proyectos, por eso ya dije alguna vez que, de hecho, el centro político ha desaparecido.  No digo que no haya gente que se sienta en ese espacio, en una posición muy de clase media, convencida de que ahí reside el equilibrio y el buen sentido. El problema es que esa gente se encuentra en una especie de tierra de nadie. Quienes aspiran a representarla no se encuentran allí, sino a la derecha o a la izquierda, como los hechos no tardarán en acreditar.
    La clase media, engañada y traicionada por sus presuntos representantes, ya ha sido destruida en Estados Unidos y en otros países caídos en las garras del neoliberalismo. Ahora ocurre en Europa. Lo sufrimos en nuestras propias carnes, una experiencia que esa buena gente “del centro” no es capaz de admitir ni cuando la pisotean.
   Tarde o temprano la confrontación  entre neoliberales-neoconservadores y sus oponentes irrumpirá brutalmente y pondrá a todos en su sitio. Sucederá tras las próximas elecciones municipales y autonómicas, antes o después de las generales, quizá más tarde,  porque todo depende de cómo vayan las cosas aquí y en el mundo. Sí, llegará el momento, lo presiento, en que no habrá el menor margen para la simulación.
    Si ganan los partidarios de la Bestia, más de lo mismo: seguirán llevándonos a empujones y por etapas al siglo XIX, entregados a un designio oligárquico que no hay democracia que resista. Si ganan sus oponentes, toparán de frente con el establishment  mundial y con una agrupación de las fuerzas sobrevivientes que tan fielmente le sirven. Si por miedo decidieran no hacer nada y marear la perdiz, dejarán a las víctimas sin la representación que les prometieron,  o sea, rotas o airadas, lo que también sería funesto para nuestro sistema democrático.
    Ahora bien, a  juzgar por las encuestas en este país todavía no se ha llegado al punto en que una abrumadora mayoría experimente el ferviente deseo de dejar atrás lo malo conocido en busca de lo bueno e incierto por conocer. Es un dato a tener en cuenta.
     ¿Hace falta más sufrimiento para que se llegue a ese punto crítico?  Tal parece, como parece que hace falta más dolor para que los adversarios de la Bestia dejen de hacer el tonto, incapaces de dar vida a un frente amplio a la altura de los desafíos que nos van a salir al paso indefectiblemente, como parte del embolado global.  
     Sería de desear que  los representantes de la izquierda no perdieran el tiempo con cominerías, personalismos  y desmesuras, pues les ha caído encima la responsabilidad de impedir que nuestro país pierda el tren de la historia. Sería muy triste que España reaccionase tarde y mal y encima sola y desunida contra dicha Bestia, como ahora le pasa a Grecia. Sería como para tirarse de los pelos, pues en estos mismos momentos la Bestia está  enferma de muerte, como consecuencia de su criminal locura. Como no será que ya ha despuntado una hornada de economistas que han dejado de reírle las gracias. Thomas Piketti no está solo, señal  inequívoca de que los tiempos están cambiando, aunque no tan rápido como algunos desearíamos.
     A mi entender al menos, el tren de la historia ha llegado a un punto en que el neoliberalismo-neoconservadurismo ya se ha exhibido ante grandes masas humanas y ante un significativo número de cabezas pensantes como lo que es: una salvajada sin porvenir, mortal para la gente y para la salud de la tierra, un constructo ideológico impresentable  y falaz, surgido de la matriz de una oligarquía local y transnacional tan ciega como egoísta y cutre. Como ya no puede prometer a la gente prosperidad alguna, al neoliberalismo solo le queda mentir y abusar de su indecente instrumental propagandístico y represivo. Hemos llegado al punto de que hay que ser muy necio o muy malvado para sostener esa ideología es la mejor, la última, la incontestable. La Gran Crisis Política nos espera, pues, a la vuelta de la esquina.

miércoles, 22 de abril de 2015

RODRIGO RATO, FIGURA HISTÓRICA

    Lo sucedido con el hasta ayer mismo festejado vicepresidente de Gobierno en tiempos del aznarato ha roto los esquemas de millones de españoles bienpensantes. Veían en su persona al taumaturgo del “milagro económico” y a saber por qué razón en este país no  es chocante ni  sonrojante hablar de milagro en asuntos tan crudamente materiales.
      Una manera de pensar y proceder ha quedado al descubierto, una vez más, pero en forma de revelación. Un día no lejano Rato será objeto de sesudos estudios, cuando se den la vuelta por completo las tornas de la historia, y todo lo relacionado con las ideas, las prácticas y los supuestos milagros del neoliberalismo en nuestro país sea pasto de la despiadada crítica que merece.
    Es, a mi parecer, uno de los hombres  a seguir para ilustrar la penetración del neoliberalismo en nuestro país, la reducción del PP a sus antisociales milongas y, lo que no deja de tener interés histórico, la peculiar manera de enlazar el “capitalismo de amiguetes” del franquismo con el de nueva planta, operación por lo visto facilísima, ejecutada con naturalidad por los hijos de quienes se aprovecharon de su condición de vencedores de la Guerra Civil.
   El tema da mucho de sí por cuanto  invita a reflexionar sobre la tradicional simpleza del capitalismo español, hecho a los negocios facilones a la sombra del poder y  sobre el completo repertorio de corruptelas en la trastienda del sistema presuntamente inmaculado, antes dictatorial, ahora democrático (por no remontarnos a la España de Galdós).
   Y da mucho de sí por cuanto salen al paso claros indicios de que los amiguetes de hoy, estimulados por ese neoliberalismo que les ha venido como anillo al dedo, de por sí acostumbrados a trampear o a ver trampear al filo de la ley,  se han superado a sí mismos, como si todavía bastase hablar con don Tal, amigo de toda la vida y del Alto de los Leones, para resolver cualquier enredo molesto. Y claro que sin el temor de que les vaya a caer un rayo desde El Pardo y, encima, con la grata sensación de estar en la misma movida que los grandes tiburones del mundo entero, sensación que sus padres no tuvieron ocasión de catar.  
    En mis arduos recorridos por la historia de España he tenido repetidos encuentros, como ratón de libros y periódicos viejos, con el señor Rato, e incluso con las andanzas de su padre. Me tengo bien leídas las dos biografías disponibles. He sabido de su Porsche primigenio  y de sus idas y venidas en moto de gran cilindrada con su amigo Herrero de Miñón. También supe de su empeño definir a Alianza Popular como partido de derechas, como si  en el punto de partida no hubiese entendido el propósito de centrarla. E incluso llegué a saber que el principal motivo por el que se vio preterido en beneficio de Mariano Rajoy fue su oposición a la guerra de Irak, expresada a puerta cerrada. Me percaté, claro, de que no era el más retrógrado del elenco, que era rápido y expresivo, no un vulgar monigote parlante.
  Ahora bien, lo que siempre me produjo inquietud e incluso desazón fue su proyección como superministro de Economía y Hacienda. ¿Estaba preparado para ese cargo, siendo así que era un abogado? Había hecho un master en administración de empresas en Estados Unidos, pero, ¿era suficiente? No, intuí. Creo que su preparación era buena para ventear negocios y articularlos, no para la conducción económica de un país como el nuestro, con sus particularidades y su insuficiente rodaje democrático.
    Rato estudió Economía cuando ya estaba en las alturas. Esto tuvo su mérito si pasamos por alto las circunstancias (¿quién se habría atrevido a agraciarle con un suspenso?). Como para cualquiera que haya tenido que compaginar el estudio con el trabajo, constituye para mí un motivo de asombro que lograse, además, producir una tesis doctoral en tiempo récord, en medio de un cúmulo de responsabilidades de Estado. 
    Los nombramientos ministeriales obedecen a una lógica peculiar en la que intervienen factores diversos, como la amistad por ejemplo. Pero entiéndase mi inquietud.  Consideré, fatal casualidad,  los merecimientos de Rato inmediatamente después de estudiar la aportación del profesor Fuentes Quintana, un peso pesado (el artífice de los Pactos de la Moncloa). De la comparación no salía muy favorecido.
     Su encumbramiento a la gerencia del FMI (como resultado de la presión conjunta y solidaria del PP y del PSOE) me procuró otra ración de inquietud. Que luego se le atribuyese, en retrospectiva, el mérito de haber obrado el “milagro económico español”, visto lo visto, cuando aun faltaba el escándalo, me puso ante la evidencia de que se trata de un personaje clave para entender el curso de los acontecimientos, esto es, la deriva de este país desde la Transición a las putrefactas aguas del neoliberalismo en las que ha venido a encallar y desangrarse. Y por cierto que no es un dato menor que Luis de Guindos y Cristóbal Montoro se iniciasen como peones suyos.
     Sí, creo que el de Rato es un caso emblemático, digno de un estudio en profundidad, sea cual sea el resultado de los procesos judiciales en curso. Claro que se puede considerar un “caso particular”, según la apreciación de Soraya Sáenz de Santamaría, pero lo que tiene de interesante le trasciende ampliamente. Como fenómeno social y psicológico, y por supuesto como fenómeno de partido, no tiene desperdicio.
     Bien mirado, no es sorprendente que se dejase llevar por el abecé del neoliberalismo, la moda loca de cuando él se puso a estudiar Economía, tan fácil de acoplar a los modos oligárquicos jamás desarraigados a los que ya hice referencia. Gracias a ese abecé alcanzó el grado máximo de asertividad y propulsión, pues en él no figuran las dudas ni las consideraciones históricas, como tampoco las consecuencias sociales, que le traen sin cuidado a esa escuela de pensamiento.
     Que era facilísimo dejarse llevar lo prueba el hecho de que los muy instruidos ministros socialistas Boyer y Solchaga le hubiesen desbrozado el camino. ¡Que tiempos aquellos en los que ni siquiera hacían falta los hombres de negro para que el oso hiciera lo que es debido!
     En todo caso, tengo por seguro que dicho abecé torció el rumbo de la entera Transición. Así, sea por miopía o por malicia, ha acabando por repetirse en nuestro caso la desgracia de otros países dependientes que fueron arrasados  con anterioridad. Tarde o temprano, tras las vacas gordas, tras hacer caja con la venta de las joyas de la abuela, vendrían las flacas,  estaba escrito, un desastre para el país, ya que no para la elite de la que el señor Rato formaba parte por derecho propio. Y esto también se sabía, o por lo menos lo sabían los estudiosos de la Historia y algunos economistas que se quedaron sin el Premio Nobel.
    En fin, no siendo posible considerar a Rato el único responsable de lo ocurrido, de que no se tomaran las medidas oportunas en su debido momento, resulta imposible situarlo al margen como anomalía, como manzana podrida o cosa parecida.  Y además, lo que él tiene de bluff espectacular, pertenece de por sí a la esencia del neoliberalismo cleptocrático, como la pulsión chapucera, el cortoplacismo y la desconexión del bien común.  Su caída, que para muchos significa una revelación cuasi insoportable (“pero, dígame, ¿en manos de quiénes hemos estado?”), ha venido a coincidir con el ocaso del neoliberalismo, a estas alturas incapaz de generar ningún proyecto positivo para el común de los mortales. No creo que sea una coincidencia casual. Ya no hay conejos en la chistera ni ases en la manga. ¡Qué mal suenan hoy las milongas sobre la nueva economía, el capitalismo popular y la sociedad de propietarios!

lunes, 16 de marzo de 2015

PODEMOS Y VENEZUELA

    El establishment vocea cualquier vínculo de Podemos con el chavismo, a ver si así consigue pararle los pies. Salta a la primera página que Íñigo Errejón le cayó en gracia a una hija de Hugo Chávez… ¡Pues sí que han llegado lejos el entendimiento y la complicidad!
      Ya hemos visto lo sucedido con las cuentas de Juan Carlos Monedero, entendidas como una revelación trascendental, como prueba de un delito de financiación subterránea  de Podemos. ¿No debería ese hombre ser pobre como una rata? ¡Aquí hay algo sospechosísimo!
     La noticia de ayer: se le pidió a Pablo Iglesias que condenase la detención del alcalde de Caracas y él se fue por la tangente. Manifestó que le desagrada que un alcalde se encuentra entre rejas. O sea, no la condenó… (¿Y cómo la iba a condenar porque sí, solo para darle el gusto a la caverna? ¿Y si el conocido antichavista estaba involucrado en una intentona golpista como asegura el gobierno venezolano?). 
     La noticia de hoy es que los europarlamentarios de Podemos rechazaron las sanciones que el Partido Popular Europeo, portavoz del establishment mundial, pretende imponer a Venezuela por una supuesta vulneración de los derechos humanos. O sea, Pablo Iglesias  y los suyos defendieron a Maduro, se retrataron, mostraron sus cartas, quedando probado lo que se pretendía demostrar, a saber, que son unos bichos, que los derechos humanos les importan un bledo, que no son demócratas… Acosado por los medios, Pablo Iglesias añadió que no conoce personalmente a Maduro y que está a favor del diálogo y no de las sanciones.
      La derecha vernácula aprovecha la crisis venezolana para meter miedo a los españoles. Caiga sobre Podemos toda la basura lanzada sobre Chávez y sobre Maduro, ahora elevado a la categoría de "peligro para la seguridad de los Estados Unidos", categoría reservada a personajes como Manuel Noriega, Sadam Hussein o Muhamar Gadaffi, de lo que nada bueno cabe esperar, pues el paso siguiente suele ser una acción “humanitaria”, en “defensa de la libertad”, de terribles consecuencias para el pueblo.
     Podemos se nos pone de perfil, lanza balones fuera y trata de que esa basura no le sepulte. No le conviene que esa identificación con el chavismo, hoy en crisis, se consolide en el imaginario colectivo. Como no le conviene tampoco presentarse como un enemigo declarado del establishment,  un enemigo a la Chávez. De ahí que se abstenga de defender al chavismo con la rotundidad que cabría esperar, aun al precio de quedar indefenso ante los ataques que recibe, e incluso al de dar la impresión de doblez que encanta a sus enemigos e irrita, a no dudar,  a una parte de sus simpatizantes.
   Como yo no pertenezco a Podemos (ni a ningún otro partido), como estoy a solas con mi ordenador y mi perro, me voy a tomar la licencia de decir algunas cositas. Dada la situación mundial, en la que se está a favor de la barbarie neoliberal o contra ella, no hay nada indecoroso en haber tenido o tener buenas relaciones precisamente con el chavismo (como tampoco tenerlas con Rafael Correa, con Evo Morales o con José Mújica, por ejemplo).   
     ¿Acaso era Venezuela un país idílico antes de la democrática llegada de Hugo Chávez a la presidencia?  ¿Acaso el país era un modelo a seguir en tiempos de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, devenidos ambos en peones del Consenso de Washington, decididos a hacer lo mismo que ahora se está haciendo en España (desplumar al pueblo)?
    ¿Acaso es decente ignorar los indiscutibles logros sociales del chavismo, todos indigestos desde el punto de vista de la oligarquía local y transnacional? ¿Se puede ignorar que ésta ha estado maniobrando contra el chavismo desde el primer día? ¿Se puede olvidar que en estos momentos el presidente Maduro está siendo objeto de una feroz campaña de acoso, en la que sus enemigos parecen dispuestos a ir a por todas?
     Eso de echar abajo el precio del petróleo y dejar las tiendas desabastecidas no dice gran cosa sobre su capacidad de gobierno de Maduro y mucho, en cambio, sobre el poder de sus enemigos  (lo mismo se hizo contra Salvador Allende en Chile, donde se echó por tierra el precio del cobre nacionalizado…). Para la derecha mundial es de vital importancia que el chavismo y otros proyectos similares  descarrilen y muerdan el polvo. Se trata de demostrar, por las malas, que “no hay alternativas”. Esto lo sabemos todos, como deberíamos saber que, en caso de que Podemos llegue al poder  no lo tendría nada fácil para desmentir este absurdo criminal que se sacó de la manga la señora Thatcher. El establishment se defenderá con uñas y dientes.
    En rigor, lo verdaderamente escalofriante, lo que habría sido devastador para la esperanza que representa Podemos en España habría sido descubrir  un entendimiento entre sus principales dirigentes  y los hermanos Koch… un entendimiento con los magos de la banca en la sombra, una repentina admiración por Peña Nieto, un trato preferente del señor Juncker, un favorcito del rey de Arabia Saudita…
    A juzgar por los compadres, capataces  y empleadores de los enemigos de Podemos, ni siquiera soy capaz de sobresaltarme con la noticia de que no sé que programa televisivo de Pablo Iglesias ha contado o cuenta con patrocinio iraní. Esto es lo que han conseguido sus enemigos al presentarse como unos santitos, como altísimos modelos de solvencia democrática y moral. Resulta cargante que se escandalicen como hienas ante tales o cuales relaciones de Podemos, como si ellos tuvieran las manos limpias. Y ya es el colmo que se movilicen masivamente en defensa del alcalde de Caracas, porque son los mismos que tienen por norma no decir nada sobre Guantánamo y silenciar todas y cada una de las barbaridades de los “buenos” de esta historia para no dormir.

     

martes, 10 de marzo de 2015

LA RELIGIÓN COMO ASIGNATURA


     Nada nos puede sorprender que el BOE consagre la religión como asignatura puntuable  y el creacionismo como saber digno de ser impuesto en las escuelas. En primer lugar porque nuestro Estado se ha resistido a ser un Estado laico cabal (no es raro topar con personas que se expresan como si siguiera vigente aquello del Trono y el Altar). Y en segundo lugar, por la adscripción del Partido Popular a la corriente neoliberal y neoconservadora, un sofrito intelectual de origen norteamericano en el que la religión desempeña, cínicamente, un papel premoderno.
    Uno puede creer que la religión como asignatura obedece  a la simple reactivación de pulsiones nacional-católicas locales. En parte sí, desde luego, pero lo decisivo  ha sido el influjo creciente de la corriente neoliberal y neoconservadora, capaz de insuflar nuevos bríos a cualquier fundamentalismo.
     El señor Ignacio Wert, ministro de Educación, pertenece en cuerpo y alma a esa corriente retrógrada. Puede que él se crea muy avanzado, pero sus iniciativas en el plano de la educación datan de mediados de los años setenta del pasado siglo. Todas ellas despuntaron en los conventículos derechistas financiados por los hermanos Koch, Mellon y similares, como reacción contra el modelo de sociedad imperante y, desde luego, contra los ideales de la Ilustración y del New Deal.
    ¿Qué sentido tenía ofrecer una buena educación para todos, si el resultado no era una sociedad conformista? Las eminencias grises de esos conventículos pretendían acabar con los usos y costumbres políticos vigentes. Querían volver en economía al laissez-faire y a la ley de hierro de los salarios, querían imponer una educación elitista, entendida como negocio privado, la única que convenía a los intereses oligárquicos, la única compatible con el capitalismo salvaje. Aquí no nos enteramos.
     La Transición se hizo con viento a favor, según los planteamientos característicos de los años mejores del siglo XX, antes de que el pensamiento neoliberal y neoconservador mostrase sus poderes propagandísticos. Dejar abandonadas las escuelas públicas, apoyar las privadas y tomar al asalto las universidades no fue una simple moda. Obedeció a un completo programa de ingeniería social made in USA, orquestado de menos a más. Lo que empezó del otro lado del Atlántico no tardó en llegar a Europa por la puerta de atrás, estimulando a la elite y sus asociados y peones de brega, categoría esta a la que pertenece el señor Wert.
     Y claro, hubiera sido mucho pedirles a esos antiilustrados que dejaran en paz la religión. Pronto se acordaron de que había sido un formidable instrumento de dominación y de que como tal la había considerado el sapiente Maquiavelo. Ahora iba a ser más necesaria que nunca, para que los norteamericanos tuvieran a qué agarrarse y con qué distraerse cuando la miseria se abatiera sobre ellos como una plaga bíblica.
    A principios de los años setenta había en Estados Unidos unos diez millones de cristianos renacidos, hoy son nada menos que noventa  millones. Y no por casualidad. Hizo falta una montaña de dinero para lograrlo. Telepredicadores como Jerry Fallwel y Pat Robertson fueron cortejados por la Fundación Heritage. Dinish d´Souza, un racista declarado, uno de los protegidos de Irving Kristol,  cobró sus buenos dineros por escribir una biografía de Falwell, cofundador de la Moral Majority. Falwell era  capaz de afirmar que  el SIDA es el merecido castigo de Dios a los homosexuales y a la sociedad que los tolera. Siempre contó con el apoyo del American Enterprise Institute (algo así como la matriz de la FAES). Como defendía un peculiar “sionismo cristiano”,  el lobby judío le regaló un avión, para facilitar sus espectaculares desplazamientos.
     Cuando la señora Thatcher proponía, junto al dogma neoliberal, un retorno a la moral victoriana,  encarnaba esa ideología emergente, al igual que el señor Reagan al presentarse a las elecciones con la idea de imponer la oración en las escuelas (decidido a cargarse una sentencia en sentido contrario del Tribunal Supremo rubricada en 1951…)  ¡Al diablo el Estado laico!  Reagan no dudó en afirmar que los norteamericanos estaban “volviendo a Dios”. Se reputaba seguidor de la Moral Majority de Falwell.  Y fue muy lejos al declarar que el laicismo es una "desviación", una "degeneración"… Así se expresaba este santón de la derecha neoliberal española, admirada de su tosca asertividad.
     Afortunadamente para nosotros, estas cosas nos alcanzaron con  algún retraso, o en este país no tendríamos ni divorcio ni aborto. Hace treinta años el señor Gallardón no se habría atrevido ni siquiera a proponer su ley antiabortista; tampoco Wert a imponernos sus  torticeras iniciativas de largo alcance. Ahora, sin embargo, con el  manoseado manualillo ideológico de aquellos conventículos, sumado a la mayoría absoluta y a la presión de los de siempre, ninguno de los dos se ha andado con pequeñeces, como tampoco su partido, clara e irreparablemente reducido a su registro neoliberal y neoconservador. 
    Solo la sensatez de la gente puede  frustrar el plan de consumar la maniobra de ingeniería social subyacente. Pero, de momento, ya tenemos aquí la religión como asignatura, los rezos por obligación, con nota. Y aquí tenemos también el creacionismo, en versión católica, como asunto de Estado. Me repugna. Una cosa es la religión como respetable asunto privado, otra como asunto de Estado, en cuyas manos se transforma en mera superstición, como ya nos previno el poeta Virgilio hace dos milenios.

miércoles, 4 de marzo de 2015

CONTRA PODEMOS

    Como estamos viendo, contra Podemos vale cualquier cosa. Parece que tendrían que horrorizarnos sus buenas relaciones con Venezuela, Ecuador o Argentina, con los llamados “populismos” hispanoamericanos que tanto sulfuran al establishment mundial.
     Se batalla por dejar fuera de juego al nuevo  partido,  como cosa completamente extraña al venturoso sistema en que habitamos, como algo  de importación  que debería darnos un miedo espantoso. Como si los países mencionados no hubieran sido víctimas del mismo atropello neoliberal que ahora nos toca sufrir a nosotros, como si  sus gobiernos hubieran sido elegidos caprichosamente, no por el mayoritario deseo de detenerlo y revertirlo.
     A ver si la gente va a votar aterrada, a ver si se refugia en lo malo conocido sin osar ni el más pequeño paso hacia lo nuevo. La técnica falló en Grecia, pero se supone que aquí dejará las cosas más o menos como están.
     El propósito de ocultar lo que Podemos tiene de consecuencia –de respuesta al atropello sufrido– es una irresponsabilidad histórica. Por lo visto, aquí hay que dar por sentado que se puede desplumar a los españoles en beneficio de una minoría local y transnacional entre cánticos de alabanza y agradecimiento.
    Y  es  irresponsabilidad muy grave por otro motivo a todas luces innombrable: de seguir en las mismas,  nuestros gobernantes actuales y sus asociados obligarán a Podemos a radicalizarse quién sabe hasta qué extremos. Esto según las elementales lecciones de la historia. Si ya les parece, tal como es, tan radical y tan comunista, ya me contarán. Claro que me será dicho que ellos, tan sensatos,  nada han tenido que ver con tan previsible consecuencia por venir la radicalización en el lote o potencial de Podemos. Y responderé que fue de necios jugar con fuego o, mejor dicho, con el común de los mortales.
     En estos momentos,  Podemos emplea un discurso moderado, nada revolucionario, enfocado a encontrar un nuevo equilibrio, o lo que es lo mismo a  detener y revertir los usos neoliberales que amenazan con devolvernos a lo peor del  siglo XIX. Y claro que esto ya se considera horripilante, aunque sea una exigencia de lo más razonable tanto en términos de justicia como en términos de mera sostenibilidad del proyecto democrático europeo, hoy en crisis total.
     Desde dentro de Podemos habrá quien le pida a Pablo Iglesias que aproveche para darle la patada al capitalismo en cuanto tal, en vista de su incompatibilidad con el bien común (ya verificada hasta la náusea). Otros le pedirán, simplemente, moderación, conciencia de los propios límites y la claridad de ideas y la firmeza a las que renunciaron el PSOE y la  izquierda europea en aras de la vergonzosa acomodación que nos condujo a este berenjenal. Si los moderados se ven desairados, los radicales se cargarán de razón, si es que no la tienen ya.
      El curso de los acontecimientos no depende solo de la moderación de Podemos. Lo que haga el sistema es decisivo. Si le niega a Podemos el pan y la sal, si lo único que se le ocurre es enterrarlo en basura mediática, la cosa se pondrá fea de verdad tanto si se queda en la oposición como si llega al poder teniéndolo que compartir o como si se alzase con una de esas mayorías absolutas que tan mal le sientan al país. Acabaría radicalizándose por la misma fuerza de los hechos. Actualmente, Podemos no es un mal para nuestra democracia, sino una medicina, fuerte eso sí. Como lo es Syriza en Grecia y en Europa, que se juega su razón de ser en el envite.

lunes, 2 de marzo de 2015

EL PATÉTICO DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN

     El presidente Rajoy se superó a sí mismo como vocero de su propio  éxito, entendido como promesa de futuros y formidables logros.  Sus opositores consumieron sus respectivos turnos en denunciar  los aspectos negros de su gestión, anticipo de cosas peores con toda seguridad.
     El presidente y  sus oponentes han dado la curiosa impresión de referirse a países distintos. Puestas así las cosas, no hay nada que decirse. Él nos ve salvados de la crisis, ellos completamente hundidos. No hay coincidencia en el diagnóstico ni en las cifras ni en el tratamiento. No hay ni el menor asomo de un proyecto común. No puede haberlo.
   El presidente llegó al colmo de ordenarle a Sánchez, maleducadamente, que calle para siempre. Como  si le hubiese traicionado o poco menos al venirle con las mismas críticas que el resto de los partidos de la oposición de centro y de izquierda.
     Anécdotas aparte,  vemos enfrentados dos modelos de sociedad, el neoconservador-neoliberal (psicopático por definición), y el socialdemócrata en sus diversas versiones. O con uno o con el otro. Hay mucha gente de hábitos centristas, pero en medio solo un socavón.
    El presidente sigue terne en su devastadora  huida hacia delante. Confía en el poder de sugestión de las cifras macroeconómicas, un truco mil veces repetido desde los tiempos de Reagan y Thatcher. Desde los tiempos de Menem y  Fujimori. Los pueblos acaban hartos del engaño, como nos acaban de recordar los griegos, de pronto mayoritariamente insensibles a las zanahorias, las promesas y las amenazas.
    No es un dato menor que, según el CIS, el 60% de los encuestados haya reprobado las intervenciones de Rajoy. Su triunfalismo, sus promesas, sus elusiones, marrullerías, zanahorias y amenazas no le han servido de mucho. Pero da igual: de aquí a las elecciones  seremos martirizados por el mismo argumentario falaz. Y es que no tiene otro, como no lo tienen los poderes internos y externos que le respaldan. Se juega fuerte, a cara o cruz, de modo que tales poderes le arroparán. Ya le pedirán después, si es que sobrevive, que siga con las “reformas”.  
    No es cierto, por otra parte, que el  presidente desconozca el país por completo. Sabe de su miedo, por ejemplo. Al ver venir las urnas no ha dudado en lanzar por la borda el 99% de la propuesta antiabortista de Gallardón, una pasada neoconservadora que le podía costar muchos votos. Las tasas judiciales acaba de eliminarlas de un plumazo, por la misma razón.
     ¿Se le había pasado por alto el sufrimiento de los enfermos de hepatitis C? ¡Pues no! ¿Y la angustia de los endeudados? ¡Pues tampoco! De ahí que anuncie medidas de última hora.  Y seguramente, ya que estamos en la recta final, tomará otras  por el estilo, destinadas a los grandes titulares, insuficientes en la práctica.
    El mensaje:  dado lo bien que ha hecho las cosas, ahora justamente puede permitirse tales concesiones. Por mínimas que sean, de ellas se infiere que necesita más tiempo, ¡otra legislatura!  Nos vemos invitados a creer que él es el único que opera en el mundo real, a diferencia de sus rivales políticos… Eso sí, sin acordarnos, se supone, de los niños españoles hambrientos, ni de los ancianos en apuros, ni del frío, ni de ninguno de esos terribles datos que eludió a conciencia, y menos de cómo se ha desplumado a las clases no privilegiadas en beneficio de la elite por todos conocida.
     Este debate sobre el Estado de la Nación, tan mísero, nos ha mostrado su pavorosa soledad. Apareció totalmente desconectado del resto de nuestros representantes en el Congreso. Sólo le jalean los suyos, corresponsables de la galopada que de no ser parada en seco nos devolverá a lo peor del siglo XIX.

miércoles, 11 de febrero de 2015

PARA SALIR DE DUDAS

  Sólo hay que esperar un poco, unos días, menos de un mes. Me confieso con el alma en vilo. Tengo mis sospechas, pero a ver qué pasa.
    ¿En qué acabará la “negociación” entre Grecia y la Troika? ¿Habrá un debate inteligente entre las partes, o un simple dicktat? ¿Hay siquiera un margen para los juegos de prestidigitación? ¿Seguirá la Troika chantajeando y machacando a los griegos, indiferente a su sufrimiento, e incluso los castigará por la osadía de haber  depositado su confianza en Tsipras? ¿Se impondrá la ley de la jungla como hasta la fecha? Un poco de paciencia y lo sabremos. Si Grecia acaba humillada y económicamente peor de lo que estaba, no quedará otra que darnos por enterados de una vez por todas sobre lo que nos espera y sobre lo que ya se ha cocido sobre nuestro destino en la trastienda de esta Europa que me resulta irreconocible. Bien entendido que ya es el colmo haber llegado hasta aquí.
    Pero no sólo vienen días decisivos para Grecia. Tengo el alma en vilo por lo de Ucrania. Europa  y el mundo podrían estar en camino de un desastre de proporciones inauditas. Ahora mismo tienen lugar “negociaciones” a varias bandas, en ausencia de las Naciones Unidas y mientras en el este del país truena la artillería. De lo que se decida ahora depende, tengámoslo claro, nuestro porvenir.
    Dada la habituación de ciertas potencias a jugar con fuego por razones geoestratégicas y económicas, todas inconfesables, dada su peculiar habilidad para crear focos de horror y experimentar cínicamente con ellos, solo cabe esperar una desgracia. Pero, a ver qué se decide.
     Si todo siguiese igual  o peor sobre el terreno, será inevitable concluir que las negociaciones no fueron tales por haber planes ya perfectamente trazados y en fase de ejecución. Por momentos, lo confieso, me vuelve la sensación de incertidumbre, por no decir de miedo, que experimenté cuando era un muchacho a propósito de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, con el mismo contrapeso de “no puede ser”, con la misma tendencia a no pensar en ello y a distraerme con pequeñeces.

jueves, 5 de febrero de 2015

DE LOS USOS DEL TERROR

      El PP y el PSOE acaban de escenificar un pacto contra el terrorismo. Los atentados de París repercuten en nuestra legislación: nos topamos con un uso indebido e inquietante de ese criminal ataque a la redacción de la revista Charlie Hebdo.
     Con eufemismos, se cuela la cadena perpetua, en contradicción con nuestro texto constitucional de 1978. No es ni mucho menos algo que puedan hacer esos dos partidos por su cuenta y riesgo, sin debate formal, en plan artículo 135. Pero lo han hecho.
   En un primer análisis, el PP se empeña en ir de duro después de la excarcelación forzosa de determinados etarras. Y el PSOE, a pesar de sus reticencias,  se suma a la iniciativa, para no pecar de blando y darse aires de partido de gobierno. Ambos pretenden congraciarse con los sectores que menos comprenden los estándares de un sistema jurídico avanzado. Sorprende que esto ocurra en un país que no se permitió tal claudicación en plena escalada del terrorismo etarra. Y sorprende que pretendan hacernos creer que la cadena perpetua sirve para disuadir a los terroristas propiamente dichos.
   Ahora bien, un análisis en profundidad nos obliga a tener en cuenta que lo que hoy se lleva en el mundo es aprovechar los golpes del terrorismo para modificar reactivamente las leyes, como si fuera normal.  Un ejemplo elocuente: los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas y el Pentágono sirvieron de pretexto para imponer a los norteamericanos la Patriot Act, un atropello contra sus libertades en nombre de la seguridad.
     De modo que es difícil sustraerse a la impresión de que este pacto podría tener un doble fondo. Es de temer que la escenificación obedezca a la intención de contar con nuevo instrumento de control e intimidación  para el caso de que las cosas vengan mal dadas para los firmantes. Hasta podría maliciarse un adelanto de alguna forma de coalición.
    El documento que firmaron, dirigido en principio contra el terrorismo internacional, especialmente el de corte yihadista, entra en pormenores que dan mucho que pensar. Los “desórdenes públicos”, por ejemplo, entran dentro de la calificación de actos de terrorismo. Resulta que de ahora en adelante cualquiera que consulte una página web yihadista o presuntamente yihadista ya se puede dar por terrorista, lo mismo que aquel que entorpezca la voluntad del Estado… Sospecho que hay que juntar el pacto y la “ley mordaza” para entrever la amarga realidad. Y solo en función de un acuerdo estratégico de fondo se puede entender que el PSOE no tenga la menor intención de contribuir a la derogación de esta. El establishment teme que la situación se le vaya de las manos, que la gente se subleve contra sus usos rapaces y va poniendo a punto un sistema de control e intimidación más propio de una dictadura que de una democracia.
      Añadiré que el pacto tal como nos ha sido presentado, como asunto de extrema urgencia, y a juzgar por algunos detalles de su contenido (con su acento en la necesidad de hacer frente a una supuesta pululación de terroristas a título individual), aporta una carga de paranoia de la que no cabe esperar nada bueno. En lugar de ayudar a la gente a mantener la cabeza fría, como se hizo en tiempos de la escalada etarra, ahora se echa leña al fuego.
     El cultivo de tal  paranoia es otro uso indebido del terrorismo. Se nos da a entender que el peligro nos acecha desde todos los rincones. Por este camino se llega al extremo aberrante de conducir a una alumna musulmana de  ocho años a la comisaría por no condenar como es debido el atentado contra Charlie Hebdo, esto es, supongo escandalizado, por enaltecimiento de terrorismo… 
    El maestro la denunció al director y el director a la policía. Y esto es realmente noticia (cuando todavía nos encontramos a la espera de importantes aclaraciones sobre el atentado de París, aclaraciones que probablemente se pospongan sine die, como si la lucha contra el terrorismo requiriese grandes dosis de secreto).
     La paranoia sirve para encubrir los problemas reales que afligen a la sociedad y al mundo, y simultáneamente para crear, paso a paso, un sistema de vigilancia absoluto, en nombre de la seguridad y en irreparable perjuicio de la libertad. Que tal cosa se haga al precio de poner a los musulmanes bajo una lupa irrespetuosa forma parte de la jugada. Se trata de que al ciudadano desconcertado se le suba a la cabeza el famoso “choque de civilizaciones”. La idea es que no se tome a pecho los problemas reales que le afligen.
    Dicho ciudadano puede calmar su paranoia con pactos como el que se acaba de suscribir: en teoría, la cosa no va con él. Y esta certeza tiene por consecuencia –ya es un clásico– dividir a la sociedad y embotar la sensibilidad moral ante el sufrimiento de quienes le resultan extraños y, por lo tanto, sospechosos, gentes cuyos derechos caen en picado.
    Bien está reafirmar que todos estamos contra el terrorismo. Pero tan satisfactoria unanimidad no nos autoriza, creo yo, a hacer dejación del deber de descifrar su mecanismo, requisito de su efectiva desactivación y la única vacuna conocida contra el peligro de ser manipulados tanto por los terroristas como por los creadores de opinión.
     El pacto ofrece un  amplio repertorio de medidas represivas, nada más, cuando todos sabemos que no bastan por sí mismas. En el caso concreto del terrorismo yihadista, no se logrará su desactivación si occidente persiste en su línea de conducta, si se niega a admitir su parte de responsabilidad,  un tema tabú según el discurso oficial, acostumbrado a llamar, con pésimas intenciones,  “justificaciones” a las “explicaciones”.

miércoles, 28 de enero de 2015

LA VICTORIA DE SYRIZA

    Alexis Tsipras ya es jefe de gobierno. ¡Menudo vuelco ha dado el panorama político griego en un abrir y cerrar de ojos! Se veía venir, claro, pero tanto miedo al cambio fue inyectado en los espíritus que entraban dudas de última hora. El miedo fue menor que el ansia de mandar al diablo a los responsables de la indefensión del pueblo griego. Llegados a cierto punto, se demuestra, la gente teme más lo conocido que lo nuevo y se acaban las bromas.
     Lo peor que le podría ocurrir a Grecia y a Europa es que Tsipras nos saliese rana, que pasase a la historia como un Obama, como un Venizelos, como  un Hollande, como un pequeño Rubalcaba. ¡Sabe Dios lo hartos que estamos de este tipo de fuleros! Tan bajo han puesto el listón que Tsipras, a poco que consiga poner coto a la barbarie neoliberal, a poco que consiga aliviar el sufrimiento de su pueblo, se ganará un lugar muy honorable en la historia de su país y en la de Europa.
    Que le Bestia neoliberal no le va a dar facilidades, esto ya lo sabemos. Si algo teme dicha Bestia son los contagios, y ahora andará debatiéndose entre castigar a los griegos, para que no cunda el ejemplo, o segarle la hierba bajo los pies a Tsipras de forma encubierta. Pero, claro, todo tiene un límite: recurrir a medidas excepcionales tendría por resultado destruir el sistema democrático griego y, de paso, el de Europa en su totalidad. Algo que, supongo, los peones de la Bestia se cuidarán de hacer, pues no se pasa impunemente de una democracia a una dictadura con todas sus letras, un callejón sin salida, una insostenible monstruosidad.
   Atento a la correlación de fuerzas, supongo que Tsipras hará de tripas corazón y se decantará por un comportamiento pragmático o posibilista. Sus enemigos exteriores e interiores verían con gusto que se metiese en juegos de todo o nada, que diese muestras de ser radical e intratable. No creo que caiga en ese error de principiante, aunque se lo demanden sus seguidores más impacientes.
    La mayor parte de sus votantes sabe, estoy seguro, que la tarea que tiene ante sí es inmensa, y le agradecerán que se mueva en las coordenadas de lo real-posible, acrecentando con ello la confianza en él depositada. A fin de cuentas, el pragmatismo y el posibilismo son de agradecer en un gobernante decidido a servir a su pueblo con las armas de la razón y de la justicia.
    Lo que no se perdona es el pragmatismo y el posibilismo como táctica al servicio de una minoría, como las presentes elecciones han venido a demostrar en el pellejo de los señores Samaras, Venizelos y Papandreu. Como táctica al servicio del bien común, como táctica al servicio del designio de someter la economía a los intereses comunes, el posibilismo y el pragmatismo tienen connotaciones positivas que la gente sabrá apreciar y comprender. Bien entendido que, a estas alturas, contando con el sufrimiento  y la amargura reinantes, la situación no está para paños calientes. Hay chantajes a los que Tsipras no puede ceder, so pena de perder lo ganado. Por el bien de Grecia y de Europa tendrá que dar más de un puñetazo sobre la mesa. Si se pasa de rosca como posibilista y pragmático, si hace el Hollande o el Venizelos, agotará la fe en las opciones sensatas, y la gente volverá los ojos a las insensatas, como siempre ha sucedido. Los señores de Bruselas y sus asociados bancarios harán bien en tenerlo en cuenta. ¡Más les vale no estrangular a Syriza!
    Tsipras cuenta con una ventaja no pequeña sobre sus oponentes: puede decir la verdad, puede explicarse. Ellos no, porque desde hace tiempo se entregaron a la mentira, por comodidad, por seguirle la corriente a los expertos en mercadotecnia, para mejor dejarse mimar por los hombres del dinero y, encima, por traerse entre manos un abyecto, asocial y psicopático proyecto de dominación del que nadie osaría hablar en público. Sobre la base de la verdad, Tsipras hasta podría pedir a sus compatriotas algún esfuerzo puntual, algo que por descontado que no se puede pedir a base de engaños, por estar todos escarmentados. 

viernes, 9 de enero de 2015

LA MASACRE DE “CHARLIE HEBDO”

     Los asesinos acaban de ser abatidos. Todavía no se sabe cuántos rehenes han caído como resultado de las operaciones encaminadas a su neutralización. Se ignora asimismo cuál es el estado de los numerosos heridos en el atentado contra “Charlie Hebdo”. Estamos bajo los efectos de una conmoción en la que solo resplandecen en positivo los sentimientos de solidaridad con las víctimas, con los queridos artistas segados por una venganza  atroz motivada por unas caricaturas de Mahoma, y con todas las personas, agentes del orden o meros transeúntes,  que han caído con ellos por pura fatalidad.
     Que los asesinos sean elevados a la categoría “mártires de la yihad” por sus afines extraeuropeos  nos revuelve las entrañas. Nos vemos de cara con lo extraño, en su versión peor. Se activan los reflejos defensivos, con la correspondiente paranoia.
    Una caja de zapatos provocó en Madrid el desalojo de la estación de Nuevos Ministerios y un colapso circulatorio. Falsa alarma. Se temen nuevos atentados.
     Se constata que por imponente que sea el aparato de seguridad del Estado, nuestras ciudades y nosotros mismos somos de buenas a primeras muy vulnerables a este tipo de acciones terroristas. Que se haya demostrado, en este caso como en otros, que sus perpetradores estén condenados a un final desgraciado parece no bastar para poner las cosas en su sitio. Las emociones se desbordan, en parte por el temor a una oleada de sinrazón criminal.
     Hasta se habla de restablecer la pena de muerte. La ira provocada por la masacre amenaza con descargar sobre los inmigrantes en general, sobre el Islam, sobre el multiculturalismo, más culpable que la miseria. Algunos descerebrados vienen con el cuento de que el famoso choque de civilizaciones es un hecho y que al menor descuido los “moros” llegarán a Toledo, y más lejos. De la vesánica excepción se pasa directamente a la generalización.
    Hay que mantener la cabeza fría. Por un lado, se impone una defensa cerrada de la libertad de expresión, acorde con nuestra espontánea solidaridad con los dibujantes de “Charlie Hebdo”. Por el otro, parece aconsejable cierta prudencia en su ejercicio en lo tocante a Mahoma. No por miedo, ni por ley, sino por mero sentido común, pues en estos momentos no es nada inteligente, ni humanitario, provocar a ciertos elementos de por sí sobrecalentados, hiriendo la sensibilidad de los moderados. ¿Simplemente para darse un gusto de género dudoso? No procede, creo.  Esto ya lo pensaba yo antes de esta masacre (lo que, por cierto, nunca ha reducido mi solidaridad con Salman Rushdie).
    Además, se impone la necesidad de impedir que lo ocurrido se convierta en un pretexto para recortar derechos y libertades en nombre de la seguridad. La tentación de repetir en Europa la escalada que llevó a la Patriot Act debe ser rechazada de plano, antes de que sea tarde.
     A lo que me permitiré añadir algo más. No se puede ir por la vida haciendo barbaridades, bombardeando países, creando monstruos bajo cuerda, torturando y humillando sin propósito decente conocido, y pretender luego dar lecciones de superioridad moral. Creo que la civilización occidental debe hacer un examen de conciencia serio (de lo que no la creo capaz, la verdad).
    La barbarie es muy contagiosa, y no le veo la gracia a jugar con fuego, cosa que se empeñan en hacer los aprendices de brujo de la geoestrategia, capaces de ignorar la relación entre sus usos sangrientos y las reacciones criminales y demenciales como la presente, un tema tabú por lo que parece. ¡Ojalá estuviésemos tan unidos contra nuestra barbarie occidental como lo estamos para honrar a las víctimas y lamentar lo sucedido!

lunes, 5 de enero de 2015

DOS MODELOS DE SOCIEDAD


     Nuestra democracia, joven a juzgar por sus años pero ya renqueante, se verá puesta a prueba durante 2015 y la verdad es que yo no me atrevería a poner la mano en el fuego por su calidad futura. A saber lo que puede pasar.
    La deriva de nuestro sistema político sugiere que hasta podría costar mantener las formas, por la gravedad del enfrentamiento de fondo. Nos debatimos entre dos modelos de sociedad que son manifiestamente incompatibles. Ya veremos cuál de los dos gana, y con qué consecuencias.
     Hay algo trágico en todo esto. En pocos años, los españoles hemos pasado de la esperanzada vivencia de compartir el mismo modelo a caer en la cuenta de que de que los modelos son dos: el de siempre, basado en la famosa Trinidad de Dahrendorf  (democracia, cohesión social, crecimiento económico), y el otro, basado en la ley del más fuerte, esto es, en el capitalismo salvaje. 
     Tiempos hubo en los cuales se pudo dar por sobreentendida la convergencia de la izquierda y la derecha en el proyecto común, quedando sus respectivas propensiones más o menos equilibradas, con efectos constructivos a corto y a largo plazo, dentro de una normalidad que este país había tardado mucho en disfrutar. En ello se basaban el consenso y el buen rollo.
     Esos tiempos han quedado atrás, no solo en la consideración de los intelectuales avisados o críticos sino en la de muchísima gente, crudamente afectada por la crisis económica y también y sobre todo por la gestión de la misma, que es donde la perversidad del nuevo modelo ha dado la cara.
     Los despistados, los bienpensantes de toda la vida y hasta los memos han caído en la cuenta de que este país se gobierna en función de los intereses de minorías cleptocráticas locales y transnacionales que ya ni siquiera se toman el trabajo de disimular. A lo más que llegan los portavoces autorizados del poder es a decir que ya hemos dejado la crisis atrás, esto en plan triunfalista, a la Menem o a la Fujimori.
    De aquí a las elecciones se hará un gran esfuerzo por ocultar el modelo de sociedad que orienta los pasos de la minoría cleptocrática, como si tal cosa fuera posible a estas alturas. La gente ya sabe que si se deja llevar por las mentiras, las zanahorias electoreras y las melopeas  macroeconómicas, se despertará en el siglo XIX, en una sociedad condenada a la desigualdad, el clasismo y la brutalidad.
   De modo que es harto probable que, a pesar del conservadurismo popular, el poder cleptocrático reciba su merecido en las urnas total o parcialmente. Como ese poder no ha dado puntada sin hilo (ley mordaza, liberalización espionaje telefónico, etc), como no es de buen perder, debemos estar preparados para vivir tiempos difíciles.
    Ese poder ha actuado de manera tan ruin que se merecería un Robespierre o un Lenin, pero está lejísimos de agradecer que se le plantee una alternativa democrática, a la que incluso se niega a reconocer como tal, y esto último es lo que más me preocupa. Es un mal augurio, un signo de estos tiempos.
     La verdad es que no quisiera verme en el pellejo de Pablo Iglesias, como tampoco en el de  Alexis Tsipras, pues en situación tan crítica tienen muy poco margen de maniobra. En cuanto huelan, aunque sea un poquito, a Hollande o al renegado Moscovici, adiós. 
      En suma, donde teníamos uno, resulta que tenemos dos modelos de sociedad, uno que orienta los pasos de quienes deseamos que la economía vuelva a ser puesta al servicio de las personas y los pueblos, y otro que pugna por echar abajo los últimos obstáculos que hay en el camino del capitalismo salvaje. Y en este esquema ni falta hace decir que no hay centro, ni tierra de nadie. Razonar en busca del virtuoso y aristotélico término medio no conduce a nada, salvo al dolor de cabeza y la depresión clínica.