En estos tiempos de dominación
neoliberal y globalización, el chantaje se ha convertido en la herramienta más
efectiva del poder establecido. Como este poder es esencialmente antidemocrático
(obedece a intereses oligárquicos contrarios al bien común), no es de extrañar que se emplee a fondo
como chantajista, papel que le sienta como anillo al dedo y en el que está
dando pruebas de un virtuosismo mafioso de superior categoría.
Nos encontramos inmersos en
la era del chantaje, como si viviésemos en una dictadura. Y
nada tiene de sorprendente que la dignidad humana se encuentre bajo mínimos y que
la libertad, en lugar de ir a más según el sueño de la modernidad, se recorte a
ojos vistas. Caminas o revientas. Son lentejas, lo tomas o lo dejas… Y así
se llega a la prostitución, a la esclavitud, así se firman contratos infumables
y se dice sí señor a cualquier burrada.
Contémplese la realidad europea, lo que nos pasa a nosotros y el
completo panorama económico y geopolítico en clave de chantaje. En lugar de las
razones y sentimientos que asociamos a la búsqueda de la justicia local y
planetaria, vemos el completo repertorio del arte de chantajear a pueblos y
personas. Lo considero una recaída en la barbarie de pronóstico pésimo. Las
negociaciones no son tales. Son simulacros.
¡Qué tiempos estos en los que el
chantajista endosa a la realidad los mandatos que se le antojan, dándoselas de
honorable! ¡Qué tiempos, en los que el chantajeado, en lugar de sentirse como
tal, en lugar de tragarse la humillación o de reaccionar como una víbora, le
sigue la corriente al opresor, ya dispuesto a ceder todo lo que haga falta, e
incluso a hablar del caloret o de
otras cuestiones triviales mientras cede y cede como si fuera de lo más
natural.
¿Cómo se llegó al artículo 135 que hoy figura en nuestra Constitución?
Pues por ceder ante un chantaje. ¿Cómo es posible que el Acuerdo de Libre
Comercio e Inversión EE UU/UE se haya pergeñado a puerta cerrada y que los
señores europarlamentarios no se hayan echado abajo esa puerta? ¿Cómo es
posible que estos representantes de la ciudadanía europea se hayan dejado
contentar con una especie de resumen sin poner el grito en el cielo, sin
reaccionar siquiera cuando el chantajista les prohibió que lo leyeran como es
debido y hasta tomar notas? Por la dialéctica chantajista/chantajeado.
¿Qué
pasa con las propuestas económicas de todos los partidos que se presentan a las
elecciones del presente año en España? Pues que han sido escritas bajo la
amenaza del chantaje local y global.
Nadie quiere exponerse a que el chantajista se enfade, nadie quiere
reconocer siquiera que está siendo víctimas de un chantaje y de que así no hay
manera de establecer un programa coherente, ni tampoco de fijar los objetivos
con claridad meridiana, como si el punto justo estuviese en engatusar simultáneamente
al chantajista y al votante chantajeado.
El votante, viendo el garrote suspendido sobre su cabeza, pide
moderación, calculitos, alguna cosilla, nada que pueda irritar a los amos del
mundo. (¡Madrecita, que me quede como estoy!) Quien amenace con volcar la mesa
del tahúr se verá castigado en las urnas, como bien saben el chantajista y la
masa ovejuna. Y por eso es muy conveniente hablar de corrupción, de manzanas
podridas, caer en el juego del tú más, como
si aquí el problema fueran los chorizos y no el sistema y su infame doctrina de
fondo.
¡No hay alternativas! Esta necedad que contradice la razón de ser de la
política, encubre las pezuñas del chantajista y esconde las vergüenzas del chantajeado.
Ni se dude de que el las próximas elecciones, millones de españoles irán a
votar convencidos de que son libres, pero en realidad entregados a la lógica
del Síndrome de Estocolmo, la misma que domina a la mayor parte de los líderes
que aspiran a conquistar La Moncloa, como domina a su actual inquilino.
Y
naturalmente esos electores
timoratos y calculadores han sido tenidos en cuenta por los redactores de los
programas económicos. Aquí nadie está libre de temer el
mencionado garrote, tampoco ellos, todavía aferrados a la curiosa esperanza de
que el capitalismo salvaje entre en razón, nostálgicos de un capitalismo bueno o
roosveltiano que no volverá a fuerza de comedimiento y bajadas de pantalones.
¡Véase
lo que pasa en Grecia! Por no rendirse a la primera, véase, véase. El chantaje
apunta más que a expulsar a Grecia del euro, a provocar la caída de Syriza y a
devolver el poder a alguno de los blandengues de ayer. Si Syriza cae o se
traiciona, ¡qué alegría más repugnante se llevarán al cuerpo los encumbrados matones
de la Bestia neoliberal, y que alegría los simples cagones, viendo en ello una
justificación y una disculpa moral!
El chantaje ha sido tan masivo y sostenido que ya no hay quien se atreva
a llevar el debate político al estricto plano de la justicia, por preferir
todos los juegos de números, como si debiéramos dar por supuesto que
en esos juegos tiene tan digna dama algún papel (podría tenerlo, pero
actualmente no lo tiene).
Chantajistas
y chantajeados hablan en un idioma común, caídos en el economicismo inherente a
la narrativa del chantaje en curso. La mayoría de los economistas críticos huyen como de la peste
de que los tomen por militantes antisistema, ateniéndose al guión de lo que
hay, a las reglas del juego escritas y no escritas del sistema. A ver si se
puede hacer algo sin irritar a los que tienen la plata. Es una manera de ceder
al chantaje. ¿Se atrevió el señor Miliband a cuestionar de raíz la política
económica de Cameron? No, claro que no. Otro que dobló el espinazo y acabó en
la cuneta.
Esto sucede cuando está ya clarísimo que el chantajista es un perfecto
inmoral, un enemigo de la democracia y de la humanidad, y que, por lo tanto, no
tiene nada que ofrecer aparte de las operaciones de saqueo y socialización de
las pérdidas. Que para servir a la causa de la
justicia los números tendrían que ser otros y distinta la escala de valores,
esto es sabido, pero el miedo es libre.
El chantaje ha pervertido nuestras
mentes y corazones. A duras penas es posible traer a primer plano a los pobres
y hambreados europeos y ya es imposible
que a uno le tomen en serio si alude al espantoso daño que el actual sistema
está haciendo a la gente en el plano vital, un daño atroz del que sus hijos no
se librarán por estar ya en la categoría de los sin futuro.
El chantaje opera a diversos niveles, y ya han pervertido las mentes
hasta el punto de que se debe dar por sobreentendido que tener un trabajo precario
y miserablemente pagado, no ser desahuciado y contar con luz eléctrica es
extraordinario, más que suficiente para llevar una vida digna (y no digo plena porque esta palabra ya no se usa por no ser del agrado del
chantajista, solo interesado en la
plenitud de sus negocios). Nótese
que defendemos educación en nombre de los beneficios económicos futuros y no
del desarrollo libre de las personas. Quien defienda este desarrollo de las personas será tomando por loco y fichado como
tal.
Creer que si uno cede el chantajista se portará bien es una imbecilidad,
la esperanza del tonto. Cuanto más se cede, peor. Y además, llegados a este
punto, la idea de ceder para ganar tiempo carece de valor operativo. Porque
aquí el único que puede sacar partido de ella es precisamente el chantajista.
Y
si uno no está dispuesto a ceder, debe atarse los machos. Debe estar preparado para que de
los modales melifluos, tecnocráticos y pseudodemocráticos el chantajista pase directamente a los
brutales. Y puede que de esto no
estemos lejos a juzgar por los preparativos jurídicos, policiales e
informáticos. El chantajista se cura en
salud, consciente de que lo que se trae entre manos es de rango genocida y de
que su supervivencia depende cada vez más de la pura fuerza bruta, la de las
plantaciones de esclavos, la de Auschwitz o del Gulag.