Ahora resulta que dos titiriteros han sido pasaportados del guiñol al
trullo, cual criminales pillados con las manos en la masa en algún sangriento
negocio. Me parece de pésimo pronóstico que tal cosa pueda ocurrir en nuestro
país con el aplauso de no pocos opinantes de peso.
Veo en ello un síntoma claro de que aquí todavía abundan las personas
que no se han enterado de qué cosa es la libertad de expresión. Asistimos, de
hecho, a un creciente ataque contra ella al socaire de intereses que nada
tienen que ver con la salud de una sociedad abierta digna de tal nombre. Raspas
un poco y resulta que bajo una fina capa de liberalismo subyace el organismo
verdadero, todo él intolerante hasta
la médula. O nos tomamos en
serio la libertad de expresión y la defendemos con uñas y dientes (nos guste o
no lo expresado), o estamos fritos.
Me será dicho que los titiriteros del grupo Títeres desde Abajo han
incurrido en el delito de “enaltecimiento del terrorismo”con su obra La bruja y don Cristóbal. Es lo que dice el ministro del ramo y
lo que por lo visto piensa el juez
que los mandó a la cárcel. Y núblase la conciencia, como antaño ante palabras
como “masón”, “comunista” o “fascista”.
El
concepto de “enaltecimiento del terrorismo” se amplía o encoge como un acordeón.
No parece lejano el día en que cualquier expresión o comportamiento crítico aparezca en ese rubro. Sin ir más lejos, los dos titiriteros presos sufren
en su piel una de esas licencias que se toma el sistema a partir del impreciso concepto.
Oigo protestas airadas contra el
Ayuntamiento, por haber programado la obrilla con motivo de las fiestas de carnaval.
Dichas protestas no son lo más significativo (la historia de las
representaciones teatrales que acabaron mal ocuparía varios volúmenes). Lo
significativo fue que se llamase a la policía, metida de súbito en un problema
molestísimo.
¿Acaso
le corresponde a la policía juzgar sobre la marcha el contenido de una obra ya empezada, se le puede pedir? A partir de esa llamada teléfono (¿y cómo no iba a actuar la policía al oír la voz
“terrorismo" con el agravante de comportamiento escandaloso ante los niños?), se
produjo la escalada de despropósitos, dejándonos ver el mecanismo represor en
toda su crudeza. Como no será que el propio Ayuntamiento ha demandado a los
titiriteros, una manera de abandonarlos a su suerte y de darse por engañado. Un
mal rollo. En los viejos tiempos la función habría contado con un delegado
gubernativo, con poderes para detenerla, y el texto habría pasado por las manos
de un censor. ¿Es a eso a lo que queremos volver? ¡A cuatro años de cárcel se exponen los titiriteros!
Las primeras noticias que recibí de este “escándalo” hacían referencia
a una exaltación de la ETA, a una monja violada y a una serie de asesinatos (todo
de pésimo gusto). Cuando por fin pude encontrar un resumen del argumento, me
sorprendí al no encontrar ninguna monja violada ni tampoco “enaltecimiento del
terrorismo”. No se trata de una
obra para niños pequeños, ni fue
concebida como tal. El error fue no advertir a los padres de lo
que se les venía encima.
Ahora bien, a juzgar por el resumen, el mensaje de La bruja y don
Cristóbal es, oh ironía, de género
moralizante, clásico además, mil
veces recreado en todos los formatos artísticos: la injusticia, con sus valedores habituales, genera una sucesión de desgracias. Un buen tema de
conversación para padres e hijos.
Claro que alguien dirá que lo grave aquí es que la bruja se sobreponga a los sucesivos ataques de las autoridades, siendo lo bastante bruja como para conseguir que el juez se ahorque en su lugar. ¿Es a esto a lo que hoy se llama enaltecimiento del terrorismo? En fin, amigos, lo dicho. Me sumo a quienes piden la libertad de los titiriteros, por una cuestión de principios en primer lugar. ¿O es que aquí hace falta ser brujo para ganarle la partida a don Cristóbal?
Claro que alguien dirá que lo grave aquí es que la bruja se sobreponga a los sucesivos ataques de las autoridades, siendo lo bastante bruja como para conseguir que el juez se ahorque en su lugar. ¿Es a esto a lo que hoy se llama enaltecimiento del terrorismo? En fin, amigos, lo dicho. Me sumo a quienes piden la libertad de los titiriteros, por una cuestión de principios en primer lugar. ¿O es que aquí hace falta ser brujo para ganarle la partida a don Cristóbal?