lunes, 17 de febrero de 2014

EL PROYECTO ANTI ABORTO DE RUIZ-GALLARDÓN


   Como se desprende de mi post precedente, es un proyecto de ley antiilustrado, absolutista y confesional. Me reafirmo en ello pese a las críticas recibidas, añadiendo, para que todo quede bien claro, que la ley de aborto aprobada en tiempos de Zapatero me parece la que corresponde a la época en que vivimos. Hasta me parece muy bien que ofrezca a las menores de edad la posibilidad de actuar sin consultar a los padres.
    Y si esta ley socialista me gusta, imagínese usted mi reacción al conocer la propuesta de Ruiz-Gallardón. ¡Menudo retroceso! Añadía en ese post, una evidencia insoslayable: no hay manera de que un abortista convenza a un antiabortista, y a la inversa tampoco, pues viven en mundos distintos, que es precisamente lo que tiene que tener en cuenta el legislador, absteniéndose de tomar partido. ¿Acaso obliga la ley de Zapatero a abortar? Pues no. ¿Cómo se atreve el PP a prohibir el aborto, obligando a no abortar a quienes desean hacerlo?
    No me apetece entrar el discusión con los antiabortistas, que hagan lo que les parezca mejor. Pero el problema es eso que llaman Ley de Protección de la Vida del Concebido y de la Mujer Embarazada, infumable desde tan grandielocuente, capcioso y sofístico título. Como tenemos un Concebido desde el momento de la fecundación, el aborto pasa a ser un crimen, crimen que, con todo, será autorizado en casos puntuales… de lo que presume Ruiz Gallardón, extremo que, comprensiblemente, irrita a los obispos.
    A partir de ese texto, todas las enmiendas que se introduzcan para “suavizarlo” serán criticadas por los antiabotistas militantes y conducirán a un pastiche  de lo más contradictorio, imposible de explicar en las escuelas. Doy por hecho lo que bien sabe el legislador, a saber, que las personas de pocos medios abortarán en cuchitriles y las otras se tomarán un avión, la mayoría solas por razones obvias.
     Por lo demás, se constata que el legislador, a quien considero capaz de confundir una bellota con un roble, que no distingue entre un embrión y un feto, se arroga el dominio del verbo proteger en lo que se refiere al Concebido. Y se me permitirá que le diga de frente que su idea de protección es como para salir corriendo.
    El ministro se ha declarado en situación de traer al mundo un hijo malformado. Está en su derecho, pero tal declaración no le autoriza a imponer sus ideas a los demás. ¿No sabe que hay madres que han abortado con dolor una criatura que venía mal, no por egoísmo sino por la criatura misma?  
    ¿Sabe realmente el señor ministro de qué habla? Cuando yo tenía doce años tuve la desgracia de que mis maestros me llevaran, con otros chicos, a visitar cierto Cotolengo de Don Orione, donde fui obligado, por considerarse instructivo, a familiarizarme en una especie de gallinero con unas deformes y babeantes criaturas imposibles de olvidar. Lejos de mí la idea de recomendarle esa experiencia, ni a él ni a nadie, porque tuve pesadillas y llegué yo solito a la conclusión de que el Creador no es ni justo ni bueno. Era en los tiempos anteriores a la amniocentesis y el ecógrafo…
   Y en  cuanto a los pomposos derechos de la mujer embarazada, casi mejor no hablar. Sale el ministro y dice que con su ley ninguna mujer irá a la cárcel por abortar. Lo considera un progreso, pero yo no: la mujer es desposeída simultáneamente del derecho de decidir y de toda responsabilidad, pasando de ser el sujeto de su vida, una persona responsable, a ser una menor de edad permanente, una niñita a la no se puede pedir cuentas por sus actos.  Para mejor intervenir desde fuera en su intimidad, lo primero era eso, negarle su autonomía moral.
    Pero, ay, todo el peso de la ley caerá sobre los ejecutores y cómplices del aborto. A efectos prácticos, esto quiere decir que la mujer embarazada que desee abortar se verá convertida en un ser apestado, en una persona sola, que no podrá recurrir a sus allegados si no quiere comprometerlos.
    La mujer no podrá contar con naturalidad ni con su esposo ni con su amante, tampoco con su madre ni con su padre, ni con un buen amigo, todos en peligro de ir directamente al talego. Si algo se hace, habrá de ser cuchicheando, cerrando puertas y ventanas. Y realmente no quiero ni pensar en el desfiladero moral y práctico en que se verán los médicos y el personal sanitario en general. De modo que me parece una ley aborrecible.
    Pero con ello no está todo dicho. En caso de violación parece que se podrá abortar si así lo decide la autoridad competente. Se piensa obviamente en aquellos casos en que una mujer puede quedar embarazada como consecuencia de un atropello brutal, en un sórdido callejón, por ejemplo. Pero, claro, con este inesperado grumo de sensatez, la ley deja insensatamente fuera del campo de visión la complejidad de la conducta humana, donde no siempre es tan fácil discernir matices de gran trascendencia. Hay actos sexuales que, sin suceder en un callejón, ni entre personas que no se conocen, no responden a una sencilla tipificación. La alcoba conyugal, por ejemplo, no es necesariamente un espacio de libertad y hasta puede ser una noche cualquiera tan fea como un callejón. ¿Qué se hace con estos casos? A la autoridad competente sólo le interesan las violaciones en el sentido estricto de la palabra. Quizá acabe viéndolas por todas partes. Pero lo tremendo es que, para  que “hagan algo”, la mujer tendrá que ser paseada con sus sentimientos y penurias, todo bien detallado, como si fuese un mono de feria, por diversas dependencias del Estado, mendigando ayuda, algo a lo que la ley de Zapatero, respetuosamente, no le obligaba. ¿Es normal que se exponga su vida sexual a semejante escrutinio público?
    Por último, quisiera resaltar tres cosas. Una, que en esta ley retrógrada reaparece una repulsiva voluntad de asociar la actividad sexual con la culpa, con el castigo, con el dolor. Está inspirada por la misma mentalidad perversa que se opuso al uso del éter para aliviar los dolores del parto. Dos, desprecia militantemente uno de los principales progresos de la conciencia humana, un logro que debemos a la psicología y a la pedagogía. Porque hoy sabemos que el satisfactorio desarrollo del ser humano tiene como punto de partida el hecho de haber sido deseado por sus padres. Si esto suena demasiado poético, escribámoslo así: el ser humano tiene derecho a iniciar su singladura sin la hipoteca de haber sido considerado un intruso, un ser no querido. Y las autoridades nada saben de eso. Solo los padres,  especialmente la mujer, saben. Y tres, que si esta ley aborrecible sigue adelante, vendrán otras de parecido jaez. Peligraría, por ejemplo, la píldora del día después, peligraría el matrimonio homosexual, etc., aunque solo fuera por razones de coherencia carca, y probablemente la libertad de expresión correría peligro, pues al final será delictivo razonar a favor del aborto, un “asesinato”, un”genocidio”…

miércoles, 12 de febrero de 2014

EL PARTIDO POPULAR, EL ABORTO Y NUESTRA CRUZ


     Como un solo  hombre votó  el PP que siga su curso la tramitación de la ley antiabortista del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, y como un solo hombre se aplaudió a sí mismo al alzarse con la victoria  en el Parlamento. Ha sido un triste espectáculo, tan memorable como el que nos avergonzó con motivo de la guerra de Irak. Las mayorías absolutas son desastrosas en este país, pues se suben a la cabeza de sus usuarios como un narcótico, lo que deja ver algo peor que la falta de praxis democrática: sale relucir una pulsión absolutista con los correspondientes tics y automatismos.  Esta es nuestra cruz, a la que no veo manera de acostumbrarme.
      Léase el texto de la “Ley de Protección de la vida del concebido”, óigase a Ruiz-Gallardón, sopórtese a sus corifeos, atiéndase a los loros y a los que se deciden a hablar, que llegan a equiparar el aborto hasta la fecha legal con un acto terrorista, y pocas dudas pueden quedar: los que se decían liberales y de centro son inequívocamente absolutistas de derechas. Resulta que no han entendido el porqué filosófico y político del liberalismo, lo que resultaría risible si no fuera trágico. Esto es lo que acaba de demostrarse a la luz del tema del aborto, de este anteproyecto de ley que, ni retocado y repintado, podrá esconder su filiación absolutista de signo confesional, con la correspondiente carga de machismo y de oscurantismo.
    El liberalismo obedece la necesidad de hacer posible la convivencia de personas que no comparten la misma religión y la mismas ideas, necesidad evidente a partir del punto y hora en que se reconoció la quiebra de la unidad religiosa y el carácter problemático de la verdad.  Por lo que se refiere al aborto, a nadie le puede sorprender que tenga partidarios y detractores, pues ello forma parte de lo que se entiende por una sociedad liberal, esto es, abierta y plural. Es más, ya sabemos, hasta el hartazgo, que un antiabortista jamás convencerá a un abortista, ni a la inversa. Viven en mundos distintos y, apercibido de ello, el legislador no puede tomar partido al modo de Ruiz-Gallardón. Porque al hacerlo está vulnerando el principio liberal, como lo vulneraría el abortista que se empeñase en imponer el aborto en tales o cuales casos.
     La verdad es que no se entiende muy bien por qué el PP nos ha arrastrado a este desfiladero. ¿Para halagar a su facción extremista? No está claro, porque no parece arrastrar a un número significativo de votantes? ¿Para satisfacer a los obispos? No está claro tampoco, porque ni siquiera aceptan el aborto en caso de violación, aunque esta la defina la autoridad competente y no la víctima. ¿Para ponerse en  sintonía con los neoconservadores norteamericanos? Podría ser, pero no parece posible que en la España de hoy se puedan encubrir los verdaderos problemas como se hace en la América profunda, donde se hace política, maníacamente, “en nombre del feto” (Harold Bloom). ¿Por aquello de ahora o nunca?  En cualquier caso, mal asunto, con la correspondiente llamada a la confrontación.

domingo, 9 de febrero de 2014

CARLOS PARÍS



    Ha fallecido Carlos París (1925-2014), mi querido maestro, y me he quedado pensando en todas las cosas buenas que le debo, incluido el ejemplo inimitable de su filosófica manera de envejecer, tan fructífera, e incluso tan prometedora (pues este hombre iba a más).
    Lo primero que le debo es su departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Me parece una hazaña que fuese capaz de crearlo en aquellos tiempos tan oscuros, tan franquistas. Era una completa y espléndida anomalía.
    Recuerdo como si fuera ayer el día en que Dionisio Ridruejo me convenció de que siguiera estudiando mi carrera, de que era una estupidez por mi parte despreciarla por el fastidio que me producían los dos años “de comunes”. Un poco de paciencia, me dijo, y podrás disfrutar de un departamento de Filosofía que parece hecho a tu medida. El tiempo le dio la razón a Ridruejo. ¡Menos mal que perseveré! Cuanto más viejo me hago, más agradezco, con mayor conocimiento de causa, el privilegio de haber estudiado en ese departamento.
    Carlos París había congregado un extraordinario elenco de profesores, todos estimulantes, todos ajenos a la somnolencia de los dogmas que regían en otros espacios universitarios, personas que, de no haber conocido en su salsa, hubiera considerado no posibles en aquellos tiempos. París encontró a su gente y ella a él, para gran disgusto del poder establecido. Allí estaban, entre otros, mis  inolvidables Alfredo Deaño, Ubaldo Martínez Veiga, Tomás Pollán, Julio Bayón, Diego Núñez, Pedro Ribas, Antonio Ferraz, Santiago González Noriega y Fernando Savater. Haya sido yo un buen o un mal alumno, seguro estoy de que de no mediar estos profesores mi configuración intelectual sería otra, mucho más pobre.
    En segundo lugar, le debo a Carlos París su defensa de los alumnos nocturnos, amenazados de extinción un año tras otro. De modo que llegué al final de mi carrera gracias a él, gracias a su firme oposición a lo que se entiende por una universidad clasista. En tercer lugar, le debo que viniese a darnos clases aunque sólo fuéramos dos. “Venga ya”, me decían los incrédulos, “¿dónde se ha visto que un catedrático se tome tales molestias?” Él se las tomaba, desde luego, y aquellas clases eran una gozada. Cuando el indocto y retrógrado rector Julio Rodríguez nos cayó encima, las clases continuaron, en su casa.
     En cuarto lugar, tengo que agradecerle su amplitud de miras. Si alguna vez me sentí atrapado en el laberinto de Carnap, fue para que él me lanzase a las aguas purificadoras de Feyerabend. Su capacidad para presentar con placer a pensadores opuestos, para valorar con deleite las aportaciones de los grandes y de los pequeños, era de lo más instructiva y liberadora. Le debo a Mach, pero también a Meyerson.
    Como no le gustaba repetirse, se lanzaba a nuevas aventuras, y uno llegaba a sentirse copartícipe de sus andanzas y descubrimientos. De hecho, formaba parte de su magisterio la invitación a participar. Sabía escuchar y respetaba los conatos reflexivos de sus alumnos, con paciencia, sin abrumarlos con su tremenda erudición, con una simpatía muy suya.
    Me abrió los horizontes de la Filosofía de la Ciencia y de la Filosofía de la Técnica, y además me invitó a acompañarle por los caminos de Ulises y don Quijote. Todo ello con su elegante combinación de rigor e improvisación, siempre muy por encima de lo que se entiende por letra muerta.
    Considero que su replanteamiento de la antropología filosófica figura entre sus grandes aportaciones. En esta rama del saber, tan penosamente descuidada, hacía falta un Carlos París, no me cabe duda, siendo sus aportaciones tanto más vigentes y urgentes cuanto mayor es el oscurantismo que nos ronda en lo tocante a nosotros mismos. Siempre habrá que volver a su libro El animal cultural.
    Cuando yo reaparecí en la universidad con ánimo de hacer mi doctorado, aceptó de buen grado la dirección de mi tesis sobre Nietzsche, aunque este no fuera santo de su devoción. Y esto, claro, le honra en mi recuerdo.
      Añadiré que era el único comunista no dogmático que he conocido, el comunista-humanista posible, es decir, el verdaderamente necesario. Que fuese capaz de ir desde las coordenadas del franquismo en que fue educado hacia el lado contrario, su lado, esto es, de ir de derecha a izquierda, justo lo contrario de lo que se acostumbra, arrostrando por ello toda clase de incomodidades, como el hecho de que fuese tan realista y tan utópico a la vez, he aquí elementos  que forman parte de su legado intelectual y moral, su marca filosófica, pues en su caso la teoría y la praxis no iban por separado. Aunque me quedan sus enseñanzas y sus libros, sé que le echaré muchísimo de menos. Descanse en paz mi buen profesor.

lunes, 3 de febrero de 2014

EL CENTRO-DERECHA, UN ESPACIO POLÍTICO ABANDONADO



     El reparto de espacios surgido de la Transición se ha visto sometido a una modificación que no entraba en los planes de sus arquitectos.
     En el centro-izquierda, tras un corrimiento hacia la derecha, encontramos, más o menos inmóvil, al PSOE, pero del otro lado es inútil buscar: el centro-derecha ha sufrido un corrimiento espectacular hacia estribor. Así se explica que en ciertos medios se hable de “izquierda radical” en referencia al PSOE, un efecto óptico debido al distanciamiento con respecto a la posición inicial.
     Como el PP sigue reputándose de centro-derecha parece que todos sigue igual, pero no, pues ya ha sucumbido a la atracción del modelo neoliberal-neoconservador, situado a unos mil kilómetros de lo que en España se considera “de centro”.
      El elitismo, el servicio a los intereses oligárquicos y confesionales, todo esto viene en el lote de esta derecha, ya incompatible con los usos y costumbres que nos habíamos dado. De ahí que sus propios votantes hayan caído en la estupefacción, y me refiero a los de derechas de toda la vida y a los propiamente centristas.
     Y en estas estamos cuando unos disidentes del PP dan vida a VOX, que también se declara de centro-derecha... Más neoliberalismo-neoconservador, esto es lo que aporta VOX. Apuesta por una reducción-recentralización del Estado, en la línea neoliberal, cosa que, a su parecer, Rajoy debería haber hecho ya sin atender a ninguna consideración por las víctimas, y por la bajada de impuestos que viene en el catecismo de la secta.
     Como los de VOX  son tan antiabortistas como Gallardón, como son tan neoliberales y tan neoconservadores como los del PP, no tienen ni la menor posibilidad de atraerse a los desconcertados votantes del centro, lo que no quiere decir que no sean capaces de gravitar sobre el partido que acaban de abandonar y que acaso pretenden copar de aquí a poco. Para ellos, y esto lo dice todo, Rajoy es un socialdemócrata encubierto, otro error de perspectiva, motivado en este caso porque él preside el gobierno y no puede actuar como ellos quisieran, como el caballo de Atila, como si el catecismo del profesor Schwartz se pudiera aplicar a rajatable sin que este país saltase por los aires.
     Ya se ve qué consecuencias ha tenido para nuestro sistema de partidos la ingenua caída del PP en los brazos del neoliberalismo-neoconservadurismo. Lo que de él sale, viene con la misma marca. Esto es lo que siempre sucede cuando se cae en las garras de un catecismo de tres al cuarto. Al final, las cabezas supuestamente pensantes acaban teniendo que ser clasificadas en función de su fanatismo o, en su defecto, de su hipocresía.
     Particularmente ilustrativo y penoso es lo sucedido en relación a los nacionalismos periféricos. Se diría que el PP da muestras de haberse intoxicado con sus propios rollos sobre la complicidad de Zapatero con la mismísima ETA. De modo y manera que, al tener que cumplir Rajoy el dictamen del tribunal europeo, sus propias huestes se le han echado encima. Quien siembra vientos cosecha tempestades.
     Estamos asistiendo a una nueva puesta en escena del nacionalismo español, en respuesta a los nacionalismos periféricos, en un lenguaje que agravará a estos, y que dará lugar a un fenómeno odioso: una patriótica defensa de España, pero sólo de puertas para adentro, en relación a esos nacionalismo periféricos, y no frente a los tiburones exteriores que la tienen acosada. Y podría suceder que los tremendos problemas de este país acaben todos ellos sepultados bajo la retórica y los hechos de la confrontación doméstica, para gran deleite de dichos tiburones y de sus asociados locales.

domingo, 12 de enero de 2014

LA IGLESIA Y LA BESTIA NEOLIBERAL (IV)


     Estimulada por los éxitos de la mercadotecnia religiosa de allende los mares, por el agresivo dogmatismo neoconservador en temas sensibles como el aborto o la homosexualidad, por el repunte de la moral victoriana propiciado por la señora Thatcher y el señor Reagan, devoto de la Moral Majorty, la Iglesia católica se olvidó del Concilio Vaticano II, metiéndose un espectacular viraje retrógrado, adaptándose, una vez más, al espíritu de los tiempos.  
    La reaparición de la Religión como asignatura escolar en la ley Wert y el proyecto de ley sobre el aborto del ministro Ruiz Gallardón habrían sido impensables de no mediar ese movimiento retrógrado. El relanzamiento de la religión y los ataques contra el aborto forman parte del síndrome neoliberal-neoconservador, por definición antiilustrado, cuyos efectos la Iglesia católica quiso aprovechar en beneficio propio durante las últimas décadas, como si los telepredicadores norteamericanos tuvieran algo que enseñarle.  
    No es de extrañar, por lo tanto, la revalorización de las sotanas y las casullas, ni los pronunciamientos contra el preservativo, como tampoco el hecho de que un hombre de Dios haya osado definir la enfermedad del diputado Zerolo como un castigo divino. Todo esto viene en el lote, siendo, como siempre, muy difícil saber si nos encontramos ante casos de fanatismo o de simple hipocresía.
     Lo único claro es que se pretende devolver las conciencias a las coordenadas preilustradas, en un patético intento de recuperar el pleno dominio sobre ellas. Como no estamos ante un asunto meramente pintoresco sino ante un asunto de poder, se vuelven a oír voces anticlericales claras y distintas. 
    La irritación que producen las alevosas medidas retrógradas de los señores Wert y Gallardón acaba cargada en la cuenta de la Iglesia, que así se expone a que, ya que los señores financieros tienen medios sobrados para irse de rositas, sea ella, más débil, la que tenga que pagar el pato en primer lugar. Y de paso, todos nos vemos expuestos a que nuestros verdaderos problemas sean torticeramente ocultados por un loco cacareo sobre temas que este país había dejado atrás con realismo y sabiduría.
    Coincide todo esto con la llegada del papa Francisco, de quien ya se puede decir que ha inaugurado una nueva etapa, por su estilo, por sus palabras y sus actos, un jarro de agua fría sobre la recalentada conciencia de los elementos neoconservadores. La situación es, pues, novedosa, y sería una torpeza juzgarla mecánicamente según la plantilla anticlerical de toda la vida. En cuanto dichos elementos neoconservadores salgan de su estupor, le harán la vida imposible al papa Francisco, y si no queremos hacerles el juego, más nos vale echarle una mano, a él y a la parte de la Iglesia que se encuentra tan deseosa como nosotros de poner fin a la asesina dictadura neoliberal.
      ¿Ha concluido el giro retrógrado de la Iglesia? Tal parece.  Las  finas antenas vaticanas han detectado que hemos llegado al final de una época y de que la gente está  harta de los usos infames del poder. Creo que precisamente por eso ha podido llegar Francisco al papado y adelantarse genialmente a otros dirigentes planetarios, todavía engolfados en un status quo que la gente odia con todas sus fuerzas.  Ya ha dicho lo que opina del capitalismo salvaje. De modo que segarle la hierba bajo los pies a él y a los católicos contrarios a la Bestia neoliberal sería un error lamentable, probablemente fatal para la causa. La pretensión de pararle los pies a dicha Bestia en plan adánico está condenada al fracaso. De ahí la importancia de la Iglesia, de lo que ella haga y de lo que nosotros hagamos en relación con sus hechos. Si en su momento fue decisivo el  Concilio Vaticano II para dejar al franquismo fuera de juego, algo podemos esperar de este papa, seamos católicos o no.
      Si Francisco se mantiene firme frente a la Bestia, si deja fuera de juego a los fanáticos y dogmáticos, si contribuye a restablecer la convivencia entre progresistas católicos y no católicos, y si le muestra al PP el camino de salida de la trampa neoliberal y neoconservadora en que se ha metido, señalándole la incompatibilidad del abecé del cristianismo y estos fraudes despreciables, habrá hecho bastante. Por lo que considero que los instintos anticlericales están ahora claramente fuera de lugar.  Contra la Bestia, lo importante es la unión, no me canso de decirlo.

viernes, 10 de enero de 2014

LA TRANSICIÓN (III)


     Por un lado tenemos a quienes consideran que la Transición es digna de una admiración sin límites, por el otro a sus detractores, que la consideran el apaño oligárquico que nos ha llevado al presente estado de cosas.
    Y como son precisamente los defensores de la Transición quienes defienden también el status quo, lo que se lleva entre gentes progresistas es condenarla, como pecado original de esta democracia de calidad menguante.
    Se  pueden poner muchas pegas a la Transición, pero, ¿de qué otra manera se hubiera podido pasar de aquella dictadura a la democracia? Dadas las circunstancias, la Transición, que no fue obra de un solo hombre, ni tampoco de una camarilla, merece ser recordada como un éxito colectivo. Creo que las cosas se torcieron después. Cuando los tramos más peliagudos habían quedado atrás, superados, el impulso democratizador empezó a fallar. Lo que no se hizo durante la Transición, ya no se hizo, ni siquiera algo tan elemental como restituir la dignidad de los que todavía yacen en las cunetas.
    De la necesaria adaptación a las circunstancias que hizo posible la Transición se pasó, en poco tiempo, a un permanente ejercicio de acomodo a los intereses del poder más cutre y egoísta.
    Y no nos engañemos: no cabe echarle la  culpa a Adolfo Suárez, ni tampoco a Leopoldo Calvo-Sotelo. El proceso degenerativo dio comienzo durante el dilatado mandato de Felipe González. El acomodo del PSOE a dicho poder cutre fue tan patético que el PP se pudo dar el lujo de prescindir del contenido social que formaba parte de la herencia de Manuel Fraga.
    Según los sociólogos, el país se encontraba en las coordenadas del centro izquierda, pero los partidos hegemónicos, aprovechándose de la relajación general, se fueron juntos, ladinamente, hacia la derecha pura y simple, ya satisfechos con el compadreo en las alturas y con la vista puesta en las puertas giratorias.
    Si la Transición estuvo marcada por el aire de los años sesenta y setenta, un aire progresista y justiciero, lo que vino después  se vio determinado por la corriente neoliberal, a la que el PSOE y el PP sucumbieron sin la menor personalidad. Mientras la gente disfrutaba por primera vez de los usos de una sociedad abierta,  durmiéndose en los laureles y confiando tontamente en sus representantes electos, estos partidos abrieron la puerta no sólo a las obsesiones neoliberales en materia económica. Se la abrieron también a la burda filosofía neoliberal y a los modos y maneras de la mercadotecnia política de importación, de devastadores efectos sobre cualquier democracia pero fatales para una democracia de tan corto recorrido y tan cortas raíces como la nuestra.
    Si se puede afirmar que tuvimos la inmensa suerte de que la Transición tuviese lugar cuando el espíritu de los sesenta y setenta seguía vigente en el ancho mundo, tuvimos la desgracia de que nuestra joven democracia se diera de bruces con el neoliberalismo, un movimiento desnacionalizador, oligárquico, antisocial y esencialmente antidemocrático. Echarle la culpa a la Transición es una forma de eludir responsabilidades y de ocultar la aberrante gestión de su legado.
    Desde los mismos orígenes del sistema democrático moderno se ha venido repitiendo una jugada consistente en otorgar a los pueblos unos maravillosos derechos a cambio de arrancarles una legitimidad encaminada a mejor desplumarlos bajo el imperio de la ley, como ya se vio en los celebrados casos de Inglaterra y Estados Unidos hace más de doscientos años. Pero creo que nos podríamos haber ahorrado la conocida trampa de no mediar el desfallecimiento culpable de la voluntad democratizadora que hizo posible la Transición. ¿Dónde estaba escrito que el PSOE tuviera necesariamente que pasarse de rosca?
     Hoy se habla mucho de la necesidad de emprender una Segunda Transición. Suena bien, pero me da grima que tal cosa se plantee cuando la Bestia Neoliberal no ha sido vencida. No vaya a ser que acabe por imponernos su lógica, porque en tal caso perdidos estaremos y lo que hasta la fecha es inconstitucional, será perfectamente legal. Desplumados y acosados, acabaríamos aborreciendo la democracia liberal tanto como Marx, por las mismas razones.
     Y desde luego que no deja de tener su parte de sarcasmo el hecho de que sean defensores del estatus quo quienes más se llenen la boca con bellas palabras sobre la Transición. Que los mismos que traicionaron su sentido para mejor medrar de espaldas al bien común la soben de esa forma es algo que, sinceramente, me da asco. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

¿MONARQUÍA O REPÚBLICA? (II)


  Según las estimaciones de Julio Anguita, podríamos tener una República en un par de años… Hay mucha gente desencantada que, visto lo visto, se apunta al proyecto. Sobre todo gente joven, que viene a sumarse a los veteranos republicanos que dieron su plácet a don Juan Carlos por entender que ofrecía el único puente disponible para pasar del franquismo a una sociedad abierta, personas de mayor edad que hoy se sienten burladas.
    De pronto, como si fuera noticia, unos y otros descubren que don Juan Carlos fue nombrado por el general Franco, lo que se utiliza como argumento supremo contra él, después de las consabidas alusiones a sus amistades peligrosas, al yate, al elefante, al caso Urdangarín y demás. Quien menos te lo esperas, tiene la lista de agravios completa en su cabeza y se irrita al ver una instantánea del rey brindando con altos empresarios.
    Pues bien, sin ignorar esa lista, yo he puesto sobre el tapete la inconveniencia y la inoportunidad de segarle a don Juan Carlos la hierba bajo los pies. ¿Una ingenuidad y una cobardía por mi parte, como me han dicho? Si yo fuera ingenuo en este punto, la situación sería todavía peor de lo que me parece hoy, de peor pronóstico, de peor arreglo.
   Porque, para empezar, mientras IU apunta a una República, el PSOE no, lo que quiere decir que la izquierda acabaría yendo a las urnas en completo desacuerdo en asunto tan capital, metida en una disputa que enturbiaría el ánimo de sus votantes y pondría en fuga a los segmentos más conservadores y timoratos. Es fácil imaginar quién se aprovecharía de ello cumplidamente.
    Estamos ante un asunto de poder y mis detractores, movidos por principios y por sentimientos, no lo tienen en cuenta. Que una República puede ser tan desastrosa como una Monarquía no entra en el razonamiento.
    Se imagina la traída de la Tercera República como un acto de justicia, como algo que debe caer por su propio peso, sin prestar la debida atención a las estimaciones sociológicas, a la pesada inercia, a la correlación de fuerzas, y menos aun a la existencia de elementos extremosos de la derecha que se la tienen jurada a don Juan Carlos por haber traído la democracia liberal,  gentes capaces de guiarse por el principio de que cuanto peor, mejor. ¿Hacia dónde se va por ahí, en tan pésima compañía? Creo que a ninguna parte, a lo sumo a una República más inestable que la de 1931.
    Hay que tener en cuenta que la Bestia neoliberal se ha lanzado al asalto final de este país. Aquí y ahora de lo único que se trata es de pararle los pies, antes de que  nos haya desnacionalizado por completo, antes de que nos encierre entre alambres de cuchillas.
    Pensando en la urgencia de hacer frente a la Bestia, un imperativo de supervivencia, pienso que debemos mantenernos firmes en torno a la Constitución de 1978, lo que implica, obviamente, una negativa a emprenderla contra la Monarquía. Entiendo que, para hacer frente a esa Bestia, lo ideal es que luchemos juntos, con esa Constitución por bandera. Y cuando digo juntos me refiero al monarca también.
    Don Juan Carlos pudo hacerse con una legitimidad que no tenía a partir del punto y hora en que apostó por la democracia y por dejar atrás el franquismo, haciéndose valer como rey de todos los españoles y no sólo de los del bando vencedor. Sobre otra base no habría podido reinar. Enfrentado con el pueblo no habría ido a ninguna parte a pesar del poder omnímodo que formaba parte de la herencia del dictador. Y porque nos trajo la democracia, renunciando a ese poder omnímodo, se hizo acreedor del agradecimiento general. Su actuación, realizada con visión de estadista, fue decisiva. Pues bien, yo creo que la historia le está obligando a una actuación  no menos trascendente. Porque ahora le toca ponerse de parte del pueblo, en contra de la Bestia. Creo que sería una estupidez segarle la hierba bajo los pies simplemente por tales o cuales anécdotas. Una estupidez, porque es una forma de dividir nuestras fuerzas y de empujarle al campo contrario.
    Mis detractores me hacen notar que mi planteamiento es ingenuo, porque, según ellos, a juzgar por lo ocurrido, don Juan Carlos ya se la ha jugado, poniéndose de parte de la minoría cleptocrática que nos está llevando a la ruina. Si así fuese, este escrito mío sería a la vez ingenuo y trágico, esto por descontado, tan ingenuo y tan trágico como lo que he escrito en el post anterior sobre la Constitución de 1978.
   Pero, ¿sabemos ya lo que piensan y lo que se proponen hacer don Juan Carlos y su hijo? Conjeturo que ambos deben estar sopesando las cosas con la vista en el futuro que llama imperiosamente a la puerta. Imagino que ya se han dado cuenta de que la pretensión de “borbonearnos” con unas lindas palabras no tiene porvenir en estas circunstancias de ahogo generalizado.
   ¿De qué lado están y estarán don Juan Carlos y su hijo? Esto es lo decisivo y solo ellos pueden responder. Yo lo único que sé es que las monarquías que traicionaron al pueblo para servir a una oligarquía cleptocrática acabaron mal, merecidamente mal. Me cuesta creer que nuestra Monarquía vaya a caer en una trampa histórica tan obvia. En todo caso, un poco de paciencia; la aclaración no tardará en llegar.