Trump ha sido recibido con
manifestaciones de protesta y con la enemiga de los grandes medios de
comunicación, unánimemente partidarios
de la fracasada Hillary Clinton. Hasta la CIA parece tenerlo enfilado. Algo raro
pasa cuando gentes de intereses contrapuestos convergen en una
misma ola de hostilidad y yo no
guardo memoria de que un presidente norteamericano tomase posesión de su cargo
en un clima tan enrarecido y menos echando leña al fuego como él hace.
A diferencia de su predecesor, Donald
Trump pretende “hacer historia”. Recién instalado en el despacho oval, ha
soltado dos coces seguidas, una contra el Obamacare, otra contra el acuerdo
comercial Transpacífico (TTP); seguidamente, le ha dado en toda la cara a la
conciencia ecologista del país, dando vía libre a dos oleoductos de reconocida
peligrosidad y borrando de un plumazo la página web de la Agencia de Protección
Medioambiental. Señal de que va a por todas. Le veremos asestar nuevos golpes
maestros en los próximos días, porque cosas así, como aconsejaba Maquiavelo,
hay que hacerlas de entrada, antes de que el hierro se enfríe.
Para
botón de muestra, tenemos la proscripción de los limones argentinos, caída como
un rayo y con visos de revelación. El proteccionismo, la bestia negra del
movimiento friedmanita, reaparece en escena a cara descubierta. ¿Imposible? No,
si recordamos de qué manera brutal el presidente Nixon dio por enterrados los
acuerdos de Bretton Woods. No hubo cónclave en las alturas. Nixon los mandó
personalmente al carajo y empezó a darle a la máquina de imprimir billetes
verdes sin preocuparse ni poco ni mucho por el daño ocasionado a los ahorros
mundiales.
Cambiar las reglas del juego a mitad de partido entra dentro de las posibilidades
del inquilino del despacho oval. En cuanto dichas reglas pasan de ventajosas a
molestas, la tentación se plantea en términos irresistibles. Ya veremos hasta donde llega Trump,
pero no nos llamemos a engaño en el punto de partida: si empieza así, la propia
elite andaba dividida, sin saber hacia dónde tirar.
Trump ha virado bruscamente hacia
el proteccionismo y el nacionalismo económico, a tono con el lema “¡hacer a
América grande de nuevo!” Los humillados
y ofendidos esperan que cumpla sus promesas, que sanee el cinturón del óxido,
que de trabajo, que renueve las estructuras, en definitiva, que rescate al país
del sumergimiento en el Tercer Mundo, que recupere eso que antes se llamaba “el
sueño americano”, hace tiempo devenido en pesadilla.
Los publicistas del
neoliberalismo echan espuma por la boca. Trump los tiene agarrados por la
entrepierna: no tienen nada que ofrecer, nada que prometer, él sí. Donde ellos
todavía se exaltan predicando las bondades
del mercado libre, él los machaca con el mantra del comercio justo [sic!], y no
hay color.
Estados
Unidos, lo primero, en lo referido a los limones, a las tuberías de los
oleoductos, en todo. Ya veremos si Trump convence de las ventajas de su proyecto
a los capitostes que tienen a sueldo a esos publicistas. En ello le va la vida.
Y en realidad, puede convencerlos
porque, digan lo que digan los puristas del libre mercado, de por sí
incongruentes, él no tiene ni la menor intención de poner límites al
capitalismo salvaje. De ahí que se vea servido por hombres de Goldman Sachs y
de Exxon Mobil.
¿Por
qué seguir comprando allá en lugar
de aquí? ¿Qué tiene de malo atraer a los inversores extranjeros,
chantajeándolos si es preciso? ¿Acaso no son las grandes obras públicas, a
todas luces impostergables, un regalo para los gigantes del ramo? Como el rico Epulón se podrá dar el
gusto de dejar caer unas migajas en el plato del menesteroso trabajador, la
cosa pinta bien, sobre todo teniendo en cuenta lo ya prometido: una drástica
rebaja de los impuestos. ¿Acaso no ha llegado el momento de aprovechar la
baratura del trabajador norteamericano nativo, ya descubierta hace casi diez
años por Mercedes Benz y por varias firmas japonesas? Se da por concluida, con
éxito, la fase del abaratamiento y sometimiento de la mano de obra; empiece un
nuevo ciclo (al que más nos vale no confundir con el New Deal roosveltiano).
Ya
destruido el poder sindical, se pueden hacer grandes negocios en casa. Se
sobreentiende que se trata, como siempre, de hacer dinero. Trump no le va a hacer el trabajo a
Sanders. Aquí no se plantea dar el más pequeño paso hacia la reducción de la
desigualdad, hacia eso que se llama justicia social. Y en cuanto al resto del
mundo, que se las apañe. Lo que entra, por cierto, en el menú del capitalismo
salvaje.
Claro
que si lo que el presidente norteamericano se trae entre manos, valerse del
repertorio nacionalista y del proteccionismo, lo intentase cualquier otro,
saldría despedido hacia las tinieblas exteriores de un día para otro. A lo que
hay que añadir que el viraje norteamericano hacia el nacionalismo económico no
implica una bendición del modelo con formales garantías para el nacionalismo
ajeno. Que se lo pregunten a los chinos de los tiempos de las Guerras del Opio…
Muchos
empresarios y financieros cazarán al vuelo la oportunidad que les ofrece Trump,
pero otros se volverán locos tanto dentro como fuera de Estados Unidos.
¡Imagínese la cara que se le puso al exportador argentino de limones!
Pensar que Trump se trae entre manos una jugada calculada al
milímetro y que no se corre ningún riesgo sería de lo más ingenuo. Podríamos estar
ante una chapuza monstruosa, lo que nada tendría de raro después de lo de
Afganistán, Irak y de las burradas que llevaron al crack del 2008, por no
hablar de Libia ni de Siria… Como
dijo Nietzsche, el poder atonta y sería un milagro que, de pronto, las cosas
saliesen bien, de forma no traumática, precisamente gracias a un personaje de las características de Donald Trump.
De hecho, debemos prestar atención a la
reacción de quienes andaban haciendo negocios a cuenta de las aventuras bélicas,
los promotores de Hillary Clinton. Les gustaría seguir jugando con fuego en lo
que a Rusia se refiere, seguir atizando conflictos por doquier, y he aquí que Trump
no está por la labor, por sentido común, por no endeudar más a su país, por
ganas de ahorrar, por creer que la fuerza se puede utilizar de otra manera… Todo indica que ya se ha ganado la enemistad
del complejo científico-militar-industrial-capitalista, lo que equivaldría a
sentencia de muerte si no fuera porque, por lo que parece, este se encuentra
dividido. A estas alturas, además, podemos estar seguros de que hay muchos
militares hartos de que los manipulen, lo suficientemente esclarecidos como
para desear un cambio de orientación. La batalla promete ser durísima, y el
resultado es impredecible.
También hay que tener en cuenta
que la opinión pública se ha desgarrado, en lo que Trump encuentra una
complacencia anómala e irresponsable. El cóctel de supremacismo blanco, negacionismo
climático, misoginia, homofobia, islamofobia e hispanofobia nos indica lo lejos
que está el país de las
coordenadas de eso que se llamaba liberalismo, de los procederes ilustrados, de Jefferson y de Payne. Varias décadas de oscurantismo, de deliberada
confusión, de desdén por las verdades más obvias, varias décadas de uso
indecente de la religión, de aplastamiento de la educación pública, conducían
precisamente a este desfiladero. Es tiempo de consecuencias...