Tras la presentación de los presupuestos generales de la vergüenza en
vísperas de la Semana Santa, y antes de que esta termine, el ministro De
Guindos, el tecnócrata, ex Lehman Brothers, se sincera a un periódico alemán, una técnica muy socorrida:
habrá mas recortes, ahora en educación y sanidad, dos ámbitos ya castigados.
La
mecánica es siempre la misma. Tras el hachazo y las felicitaciones de Bruselas,
vienen las nuevas presiones. Los mercados y la bolsa han demostrado
que los sacrificios previstos, terroríficos para la gente, no garantizan nada, de modo que habrá que hacer más sacrificios. ¿Y cuál es el tope? Amigos: no hay tope. Ahora mismo, tras ceder lo que no se
puede ceder, Grecia no está mejor sino peor, y se le van a pedir nuevos
sacrificios.
La
lógica de los chantajes carece de tope, o mejor dicho tiene por tope el colapso
del chantajeado. Europa no tiene un programa serio para sí misma, si
descontamos el de desplumar a los endeudados, ya metidos en una espiral
autodestructiva, espiral de la que los muy ricos y las grandes corporaciones
están a salvo por principio, como acaba de demostrarse de manera brutal y chulesca.
¿Y
cómo continuar? ¿Echándole la culpa al PSOE? ¿Metiéndole más miedo a la gente?
¿Haciendo uso de policías y de jueces? ¿Convirtiendo a los que protestan en
terroristas? ¿Haciendo promesas de imposible cumplimiento?
Es
inevitable que uno se pregunte dónde están los parlamentos, el nuestro y el
europeo… Se supone que, al menos,
deberían estar haciendo algo para moderar a los chantajistas. Es lo menos que
se les puede pedir. ¡Que hagan honor a su función! ¡Que digan algo! ¡Que protesten! ¡Que debatan alguna
alternativa creíble! ¿O debemos
imaginarlos compinchados con los vendepatrias de turno, con los nuevos
quislings?