Los defensores del
status quo ha salido al paso de Podemos diciendo es un fenómeno populista de
tipo bolivariano, a ver si nos asustamos. ¡Que viene el coco! Se trata de que
veamos en “la casta” una reserva de buen hacer democrático, una garantía de que
estamos a salvo. Todo un síntoma.
En lugar de respetar la aparición de la nueva fuerza, de entrada se la
rechaza de plano. Lo que indica que el sistema carece de flexibilidad y de
sentido de futuro y que, como ya se sospechaba, aspira al insano monopolio del
espacio político, aspiración que, en teoría, podría dar lugar a la necesidad de
crear otro monopolio alternativo, con la consiguiente turbulencia. La historia
está llena de ejemplos, no precisamente felices para la democracia en cuanto
tal.
Nadie
puede saber qué rumbo tomará Podemos. No sólo va a depender de su propia lógica
interna, pues el rumbo de una formación política depende en buena medida de lo
que hagan sus oponentes, contra ella y en general. Pero ya ha sido tildado de
populista bolivariano, con la intención de que caiga sobre él la artillería
mediática concentrada en Maduro.
En realidad, Podemos es una originalidad española. La comparación con el
chavismo está traída por los pelos. En primer lugar, porque nos encontramos en
Europa, en otro contexto. Pero también porque faltan otros rasgos
característicos del populismo y hecho y derecho. Si bien es cierto que los
dos populismos de referencia, los
más conocidos, el peronismo y el chavismo, hicieron acto de presencia en
circunstancias semejantes, en vista de la putrefacción de los respectivos
sistema políticos, lo que algo nos atañe en la actualidad, hay diferencias
fundamentales a tener en cuenta.
No
parece posible que Podemos genere un líder carismático del tipo de Perón o de
Chávez, un elemento que nunca falta en los populismos propiamente dichos. La artificial
elevación de Pablo Iglesias a esa dimensión comportaría, dentro de la
sensibilidad de la gente de Podemos, un suicidio político. Además, en un pueblo
resabiado como el nuestro, no parece posible que la gente se deje llevar apasionadamente
por el magnetismo de un solo individuo, por un caudillaje puro y duro. Aquí sólo
parecen admitirse ciertos liderazgos condicionales y de baja intensidad. Podemos
se expresa por medio de varias
personas y su insistencia en la democracia interna le sirve de adecuada
protección contra una deriva caudillista.
Por otra parte, debe recordarse que tanto el Perón como Chávez, si bien
llegaron al poder por la vía democrática, tras movilizar a las grandes masas
perjudicadas por sus respectivas oligarquías “vendepatrias”, necesitaron contar
un el respaldo de las fuerzas armadas. No es casual que fueran precisamente
militares, un coronel y un comandante. O habrían sido barridos a las primeras
de cambio. Aquí no hay candidatos al doble papel de líder carismático y jefe
militar. Nos encontramos en un encuadre muy alejado el punto de partida del
peronismo de la Argentina de los años cuarenta y del chavismo de los noventa. Hasta
que no se demuestre lo contrario, aquí no vivimos expuestos a un golpe de mano
maximalista.
Otra diferencia importante se refiere a la composición humana de
Podemos. En los dos populismos de referencia, el peronismo y el chavismo, se
dieron cita, encabalgándose sobre las masas movilizadas, unos elementos muy
diversos, de por sí incompatibles: de extrema derecha nacionalista, de la
derecha nacionalista y templada, de sectores conservadores y progresistas de la
Iglesia, de la izquierda moderada
y de la extremosa… Sólo el
líder carismático podía dar sentido y aparente unidad de acción a un conjunto
tan heteróclito. Podemos es una fuerza mucho más homogénea tanto desde el punto
de vista social como del político. Las gentes movilizadas no son de la hechura
de las masas que depositaron sus esperanzas en Perón y en Chávez. Nadie se
atrevería a tildarlas de “aluvión zoológico”. Y en cuanto a los dirigentes, no
cabe dudar de que se trata de personas que han tenido ocasión de disfrutar,
como buena parte de sus seguidores, de una excelente preparación. Podemos ha
salido a la palestra tras muchos lustros de trabajo colectivo encaminados a
mejorar la cohesión social, y esto se nota mucho, marcando una diferencia con
respecto a los modelos populistas de referencia.
También
hay que tener en cuenta un factor material decisivo. Me refiero a la riqueza
disponible. La Argentina de los años cuarenta era un país rico, consagrado como
potencia por su condición de granero en un mundo en ruinas. La Venezuela de
Chávez tenía petróleo en abundancia. De modo y manera que ambos caudillos
populistas pudieron ponerse a repartir riqueza desde el primer día, ganándose
con ello el corazón de las masas, inmunizándose de paso contra los ataques
internos y externos. El caso de España es, salta a la vista, muy distinto, tanto que no parece posible
aplicar el mismo modelo. Casi cualquier cosa que se haga contra la casta y sus
asociados externos requerirá esfuerzos y sufrimientos incompatibles con el
abecé del populismo clásico.
Así pues, en mi opinión no tiene sentido
hablar de populismo propiamente dicho en España y a propósito de Podemos. En
este partido se detectan, claro, elementos populistas, pero de género menor.
Como en todos. Cuando los candidatos del PP o del PSOE se quitan la corbata y
se calzan unos vaqueros para un mitin, incurren en dicho populismo menor, como
el propio gobierno cuando nos cuenta que la crisis ha quedado atrás.
Dicho esto, no quiero dejarme en el
tintero un par de consideraciones. Porque hay algo en Podemos que sí tiene
cierto regusto a populismo clásico. Me refiero a su tendencia a situarse por
encima de la dialéctica izquierda/derecha, sobre el principio de que se trata
de algo superado, como los propios partidos configurados en función de ella, lo
que lleva implícito el rechazo del “régimen de 1978”.
Esta
tendencia, seré sincero, me deja
un regusto peronista y chavista (y también, por cierto, fascista y franquista).
Y a esto sí que no le veo la gracia, tanto por razones teóricas como prácticas.
Porque, a conciencia o sin ella, es una manera de apuntar a lo que se entiende
por un partido único, a una situación de conmigo o contra mí, de todo o nada,
de lo que a la larga no cabe
esperar un curso democrático. Y en la práctica, porque en ausencia de los
elementos del populismo clásico antes señalados, una cosa así resulta inviable.
Hace falta aquí y en Europa una izquierda potente, pero eso no se puede lograr si se guarda disimuladamente en un cajón la correspondiente etiqueta. Claro que, por otra parte, hay que entender el fenómeno. Podemos aspira a hacerse desde abajo, en función de las creencias imperantes en su electorado presente y potencial. Y hoy lo que se lleva es precisamente decir que la dialéctica izquierda/derecha ha caducado. Y se lleva esta creencia por la larga prédica de los teóricos del fin de la historia y de las ideologías… asociados y pagados, oh ironía, por los promotores de la revolución de los muy ricos, por no hablar de los rollos filosóficos posmodernos que vienen en el lote. A ello sólo ha tenido que sumarse la reiterada y frustrante comprobación de que los dos partidos hegemónicos hasta la fecha, el PP y el PSOE, juegan en el mismo equipo, a favor de la casta, para que mucha gente experimente el espejismo de que izquierda y derecha son lo mismo. Ya veremos lo que pasa con estos matices, que no me bastan para extender el acta de nacimiento de un populismo propiamente dicho en nuestro país.
Hace falta aquí y en Europa una izquierda potente, pero eso no se puede lograr si se guarda disimuladamente en un cajón la correspondiente etiqueta. Claro que, por otra parte, hay que entender el fenómeno. Podemos aspira a hacerse desde abajo, en función de las creencias imperantes en su electorado presente y potencial. Y hoy lo que se lleva es precisamente decir que la dialéctica izquierda/derecha ha caducado. Y se lleva esta creencia por la larga prédica de los teóricos del fin de la historia y de las ideologías… asociados y pagados, oh ironía, por los promotores de la revolución de los muy ricos, por no hablar de los rollos filosóficos posmodernos que vienen en el lote. A ello sólo ha tenido que sumarse la reiterada y frustrante comprobación de que los dos partidos hegemónicos hasta la fecha, el PP y el PSOE, juegan en el mismo equipo, a favor de la casta, para que mucha gente experimente el espejismo de que izquierda y derecha son lo mismo. Ya veremos lo que pasa con estos matices, que no me bastan para extender el acta de nacimiento de un populismo propiamente dicho en nuestro país.