Como se veía venir, el PP venció ampliamente el 20 de noviembre. Para el
PSOE la cita electoral ha tenido un resultado calamitoso, y si el daño no fue
mayor se lo debe al hecho de que muchas personas de espíritu práctico pensaron que
votarle a Rubalcaba era la única manera de oponerse al rodillo de Rajoy.
Así
las cosas, tras las elecciones, nuestro “bipartidismo imperfecto” es aún más
imperfecto, y esto porque la izquierda está dividida y porque al PSOE le costará salir del agujero. El tiempo no ha
pasado en vano, y a los desaciertos de Felipe González han venido a sumarse los
de José Luis Rodríguez Zapatero. La memoria, a su manera, hace sus sumas y
multiplicaciones, y no se puede vivir eternamente del recuerdo de Pablo
Iglesias, como tampoco se puede levantar nada creíble sobre el antiguo miedo a
la derecha. Acabamos de comprobarlo. Además, eso de hacer una política de
derechas desde la izquierda sin sufrir bajas, es una forma de suicidio. Sólo se puede servir a dos señores –al
pueblo llano y a los primates del sistema atlántico– en fase de vacas gordas, y
esto con disimulo. En los tiempos que corren, no hay manera.
Hay un problema que me obsesiona: La presente crisis es una máquina de triturar sistemas democráticos. Lo que le ha ocurrido al PSOE no es más que un adelanto, sobre el cual debería
tomar nota el victorioso PP antes de que sea tarde. No dudo de la capacidad de autoregeneración
de los sistemas democráticos, pero hay que andarse con ojo.
La mayoría absoluta carga sobre las espaldas del PP una responsabilidad histórica de
género abrumador. No sólo tiene que lidiar con una crisis económica sin
precedentes; también debe arreglárselas para dejar bien claro que nuestra
democracia sirve al bien común y no a otra cosa. Si Mariano Rajoy se limita a ejecutar
el proyecto del Comité del Dolor integrado por grandes banqueros, grandes
empresarios y magos de las finanzas, no sólo sufrirá el PP. Sufrirá el sistema
político que nos dimos en 1978, una perspectiva realmente espantosa.