Tras
el tremendo atentado del 11M –me acuerdo como si hubiese ocurrido ayer–Aznar le
echó rápidamente la culpa a ETA, en el supuesto de que si las buenas gentes se
tragaban esta versión en vísperas electorales, juntarían filas y votarían a
Rajoy. ¿Cómo pudo atreverse a una jugada así? Por el consejo de los expertos en mercadotecnia política.
Desde hace tiempo las personas con mando
en plaza, en lugar de leer libros serios y de consultar las cosas con la
almohada, se dedican a consultar a estos “expertos”, gentes que, como el
sociólogo Pedro Arriola, operan en la sombra, no al servicio del país sino al
del cliente, al que llegan a anular. Si a Rajoy se le ocurriera hacer algo por
los mineros asturianos, presentarse en la misma boca de la mina, por ejemplo, el gurú lo
pararía en seco: son cuatro gatos, no hay que darles visibilidad, etc.
Si
queremos entender el modus operandi del PSOE en los inicios de la crisis
(negación, brotes verdes…), y la forma en que actúa hoy el PP, haremos bien en
recordar que aquí nadie mueve un dedo sin consultar al gurú. Así se explica que
algo tan serio –e infumable– como la reforma constitucional se haya perpetrado
durante las vacaciones, o que la noticia del rescate a la banca se haya
producido precisamente un sábado por la tarde.
Se
supone que los expertos, a diferencia de los arúspices consultados por los
antiguos, todo lo pueden, dada la universal memez, y cabe la sospecha de que la
democracia formal haya sido consentida en la medida en que efectivamente se
puede manipular a grandes masas humanas, haciéndolas comulgar con ruedas de
molino.
En cualquier caso, de algo
no me cabe duda: Edward Bernays, el autor de Propaganda, es una de
las personas que más daño han hecho a la democracia y al buen sentido de la
humanidad. Un tipo nefasto, ya superado en perfidia por sus discípulos, y muy
claramente por Karl Rove, cuyos recetarios se aplican a rajatabla entre
nosotros.
¿Por
qué creemos que una legislatura entera fue consumida, en plan campaña electoral
permanente, por una oposición empeñada en crear una confusión mayúscula en
torno a la autoría del 11M, sin que a nadie le importase el daño que eso
ocasionaba al país y al sistema político? Hasta se nos dio a entender que Zapatero tenía algo que
ocultar con respecto al atentado. ¿Por qué creemos que la siguiente legislatura
se consumió en la faena de convencernos de la estulticie de Zapatero,
atacándole siempre en los mismos puntos, viniera o no a cuento? Respuesta: por
la aplicación de las recetas de Karl Rove, en mala hora importadas, pero, ay, de probada eficacia.
El
político caído en las manos de su gurú acaba por vivir de espaldas a la verdad
y a la mismísima realidad, como si fuera un vendedor de coches usados presto a
inventar nuevos cuentos si surge
algún “problemilla”. Esto con olvido de su propia personalidad, si es que la
tiene. Y no es un asunto sólo de gobernantes. Hasta el señor Divar, en
situación airada, buscó consejo en algún gurú. Así se explica que nos diese una
rueda de prensa espectacular, previamente ensayada. Si lo negaba todo, con voz
firme, como se le habla a un can, podría salir bien librado. El poder se sube a
la cabeza, como una droga, y con la ayuda de estos expertos puede esperarse
hasta una precipitación en el ridículo más espantoso. La infalible fórmula puede fallar, oh novedad.
Quizá la dictadura de la
mercadotecnia política se esté acercando a su final, por las reacciones alérgicas, hoy
espectaculares. Tomemos, por ejemplo, el caso de Rato. El afamado economista
pudo creer que con una puesta de escena espectacular, con un cambio de nombre,
y unos aires seguridad absoluta y de triunfal dinamismo saldría bien librado, y
no. La técnica sólo le ha servido para quedar francamente mal. O el caso de
Rajoy, que llegó al poder con un programa electoral redactado por expertos, un programa para ganar y no para ser cumplido, según el criterio de que se puede abusar indefinidamente de la buena fe de la gente. Ahora, nuestro presidente pudo creer
que con hacer estallar la bomba un sábado y con irse al día siguiente al
partido daría la impresión de tener la situación bajo control, pudo creer que bastaría
con alterar el lenguaje y convertir el “rescate” en un “préstamo”... Llegó a decir que, “solucionado el problema”, se iba al
partido. Lo hizo todo en aplicación del manualito. Y hasta le puso una pequeña guinda: Que nadie fuera a creer que
había claudicado ante los poderes que tenían en jaque a Zapatero. No. El que
había exigido el dinero, como si se lo debieran, era él. ¡Faltaría más! Sólo a
un mago de la publicidad se le pudo ocurrir una forma así de encadenar disparates para salir del paso.
El ministro Montoro nos hizo
saber, enfáticamente, que los hombres de negro no vendrán. Más de lo mismo.
Cuestión de “imagen”. Algo de lo
que entendía Goebbels: “nuestros enemigos serán arrojados al mar”. En realidad, no sabemos lo que piensa el
señor Montoro.
Recientemente,
grandes empresarios españoles, todos a una, han lanzado una nada barata campaña
de optimismo. La ministra de
trabajo ha dicho, según el manualito, que ya ve “luz al final del túnel”. Se
hace saber a los depositantes de Bankia que ahora, bajo la protección del
Estado, realmente pueden dormir
tranquilos. El señor De Guindos
acaba de afirmar con la mayor seriedad que España es un “país solvente”…
Pero la técnica empieza a fallar, creo que por haber despegado todos de la
realidad. Lejos de salirse con la suya, el sofista de manual acaba en ridículo,
y provoca una irritación indescriptible. Hemos llegado al punto de que cualquier afirmación provoca
desconfianza, una desconfianza acumulativa y explosiva. Y esto es muy curioso y
digno de reflexión, porque millones de personas manipuladas, tan manipuladas
que hasta se asustaban cuando alguien les decía la verdad, presentan el cuadro alérgico
completo.
Quizá convenga tener en cuenta algunos factores. El primero es que los
expertos en mercadotecnia política carecen de límites, y que como buenos
mercenarios ponen su saber al servicio de cualquiera
dispuesto a pagar, aunque se trate de una causa perdida. Hasta para lanzar un
jabón hace falta tiempo. Pero hoy se actúa toda prisa, y sale lo que sale. Los
éxitos de la propaganda, el arma número uno de la ingeniería social, el
instrumento que llevó a la presidencia de Estados Unidos al indocto Bush jr, el
instrumento utilizado para imponer el capitalismo salvaje donde parecía
imposible, estos éxitos se han subido a la cabeza de los magos y de sus clientes, que empiezan a dar muestras
de falta total de cordura.
El
segundo factor a tener en cuenta es
que el manualito de indecencias y
sofisterías ha impregnado hasta tal punto a las clases dirigentes que ya
cualquiera, sin necesidad de consultarles, actúa como si les hubiese consultado,
con la consiguiente multiplicación de las chapuzas. Así, el improvisado y campechano “¡enhorabuena!”
del rey a Rajoy por el préstamo sonó como una frivolidad.
El
tercero es que, para que una sociedad se trague una buena mentira, condición
necesaria es un estado de relativa satisfacción colectiva. La técnica funciona
mal cuando la gente está en apuros.
Y
el cuarto es que hace falta que la gente sea realmente mema para tragarse
ciertas trolas. Los expertos se apresuran a tranquilizar al cliente, temeroso
de hacer el ridículo y de contradecirse: da igual –le dicen– lo que piensen
tales o cuales minorías intelectuales, pues lo único importante es hacer impacto en la
sustancia gris de la masa, de la plebe o como se quiera llamar.
El
manualito empieza a fallar en nuestro país: Por lo mucho que se ha abusado de él y
también porque el proceso de atontamiento de las masas no está tan avanzado
como en los Estados Unidos. Aquí no tenemos un 50 por ciento de analfabetos
funcionales ni tampoco setenta millones de cristianos renacidos en disposición de creer cualquier cosa, aquí a la gente no se le puede dar gato por liebre sin pagar las
consecuencias, sin quedar como un farsante, un embustero o un inepto, o las
tres cosas juntas. Ya sabemos que, con el pretexto de la crisis, se pretende
hacer retroceder la preparación de los españoles, de forma que lleguen a ser lo
suficientemente manejables, pero, a diferencia de lo ocurrido en Estados
Unidos, aquí a esos pícaros el tiempo se les ha echado encima, cuando el país iba
intelectualmente hacia arriba y no hacia abajo.
Concluyo: no habrá estadistas ni políticos serios, a menos que los
gurús de marras sean licenciados todos a la vez.