viernes, 31 de octubre de 2014

NEOLIBERALISMO Y CORRUPCIÓN

     Tuvimos en España la mala suerte de que cuando por fin se produjo la apertura democrática, de suyo limitada por la herencia dictatorial, se nos colase el neoliberalismo por la puerta de servicio, una desgracia.
    Digo por la puerta de servicio porque, en teoría, esta doctrina, promotora del capitalismo salvaje, era incompatible con la sensibilidad tanto de la derecha actualizada como de la sin actualizar, e incompatible también, por descontado, con el socialismo español. En teoría, contábamos con la protección de la Constitución de 1978, y con el instinto de la gente, que ni siquiera veía con buenos ojos el simple título de liberal a secas, como descubrieron Garrigues y Roca. Pero si entró por la puerta de servicio lo cierto es que se adueñó de la casa.
     Es algo que merece un estudio en profundidad, pues en teoría, insisto, este país contaba con anticuerpos de todos los colores contra esta afección que se caracteriza por su desprecio del bien común y por una adscripción militante y descarada a la ley del más fuerte, la más destructiva de todas, hobbesiana y clasista hasta el horror.  Para nada sirvieron los anticuerpos franquistas, falangistas, democristianos, socialistas y comunistas, y de su inoperancia se podría extraer la precipitada conclusión de que eran insustanciales, simples mascaradas.
    A falta de ese estudio en profundidad, creo que la invasión neoliberal se vio favorecida por la tendencia a copiar lo de fuera (¡que inventen ellos!), que nos dejó inermes frente al chantaje de la banca, de la Europa de los mercaderes, del Fondo Monetario Mundial y el Banco Mundial (caídos en manos del neoliberalismo a principios de los años ochenta). El resto lo hizo la táctica del movimiento neoliberal, espléndido a la hora de untar a sus peones. La indigencia intelectual de ciertos personajes y personajillos, deslumbrados por tan tosca y criminal doctrina, selló nuestro destino.
     La falta de hábitos democráticos arraigados impidió que se pusieran límites a la infección. Por lo visto, era fácil pasar del elitismo de antes al nuevo, como era fácil hacer ese tránsito desde el secreteo de los años de clandestinidad, propicio a la creación de una elite llamada a emular a la de siempre. Fácil de solo pensar en las recompensas presentes y futuras, y por supuesto en los inconvenientes de oponerse. Claro que para alcanzar esas recompensas era preciso reducir al parlamento a una función ceremonial y usar contra natura –contra el pueblo– la legitimidad democrática. La falta de desarrollo de la democracia y la falta de sentido democrático de los sucesivos gobiernos nos dejó a los pies de los caballos.
    En todo caso, lo  cierto es que el neoliberalismo penetró de la mano de su opuesto, el socialismo, y  que se hizo fuerte en tiempos de José María Aznar, un entusiasta de la “nueva economía” que prescindió del contenido social-liberal y social-cristiano del partido que había recibido en herencia, y que prescindió también del nacionalismo que formaba parte de la derecha española. La transformación de los dos partidos hegemónicos en formaciones neoliberales más o menos encubiertas tuvo efectos tan corrosivos sobre el sistema de 1978 que este ha llegado a parecer una estafa. Y a la corrupción moral del conjunto debemos añadir la corrupción de las personas.
      El neoliberalismo a dos bandas modificó la escala de valores y dio alas a toda clase de tiburones, grandes y pequeños. El señor Solchaga, ex trotskista  reconvertido al socialismo acomodaticio, se felicitaba de lo fácil que era “hacer dinero” en España. Se vieron cosas extraordinarias, la caída del socialismo felipista en una corrupción bananera, la “cultura del pelotazo”, las amistades peligrosas del rey, la emergencia de la beautiful people, la admiración por Mario Conde, la exaltación del yuppy, supuesto emprendedor, todo muy sintomático. El ideal de la justicia social desapareció del horizonte. Estaba en la Constitución, pero se borró de la mente de los encargados de desarrollarla coherentemente y de hacerla cumplir.
     Se produjo  una elevación del dinero fácil a la cima de la escala de valores. “Tanto tienes, tanto vales. Si no te haces rico, tonto eres.”  Se hizo la vista gorda a los negociados más sucios, en plan dinámico. Las joyas de la abuela fueron privatizadas. Adiós, Iberia. Recuérdese la manera en que  Telefónica fue confiada a los designios personales de Juan Villalonga, hoy inscrito en el cuadro de honor de nuestro “capitalismo de amiguetes”. Empresas levantadas con el esfuerzo de todos en tiempos del franquismo se privatizaron  a demanda de los gurús neoliberales, y esto se hizo cuando ya se sabía lo que había pasado en otras latitudes como resultado de esta manera facilona  y antipatriótica de hacer caja. Se procedió a “liberalizar” el suelo, como si las leyes regulatorias precedentes hubieran sido idioteces franquistas, dando rienda suelta a toda clase de pillerías, un gran negocio para cualquiera que estuviera en la pomada y de paso una manera de desarrollar redes caciquiles y clientelares como parte de la consolidación del poder territorial. Se procedió a privatizar los servicios públicos al son del mantra neoliberal de que el Estado es incompetente por definición.
    El manualillo neoliberal daba muchísimo de sí, de modo que no se consideró una imprudencia temeraria confiar las finanzas del país a un abogado, el señor Rodrigo Rato, celebrado autor del “milagro español”, hoy sospechoso de incompetencia y rapacidad. Los tiempos de Fuentes Quintana habían quedado atrás y no nos quepa duda de que de tales frivolidades vienen estos lodos. El señor Blesa pertenece a la misma camada, ávida de dinero y de una cutrez que hiela la sangre.  Sería inútil buscar la más mínima originalidad en los  protagonistas de esta jugada. Son copias de copias de neoliberales de ambos lados del Atlántico, imbuidos del mismo desprecio por la gente común.  
    De acuerdo con el manualillo, se sobreentiende que los que están arriba son “los mejores”, que no deben dejarse maniatar por el interés de la mayoría, por el pueblo, solo interesante como objeto de explotación. Claro que al principio este fue halagado con créditos, con dinero de plástico para consumir o para llegar a fin de mes, con productos baratos fabricados por mano de obra esclava de otras latitudes, con la expectativa de una sociedad de propietarios, con referencias entusiásticas al capitalismo popular, una forma de engatusar. No estaba previsto que los salarios subiesen y sí, en cambio, descargar sobre el trabajador las consecuencias de lo que Stiglitz ha denominado “capitalismo de casino”.
     Entiéndase de una vez que las tarjetas black, elitistas por definición, no tienen nada de raro en el contexto de la revolución de los muy ricos, de la guerra de clases desencadenada por la minoría cleptocrática y sus agentes indígenas y extranjeros. Son algo que a sus usuarios se les debía, como prueba de su superioridad. Tampoco son anómalos los negociados de Felipe González y José María Aznar, irreprochables dentro de este marco ideológico. Si alguien dice que no le parece bien que estos presuntos estadistas, que ya tienen garantizada una existencia digna a cuenta del erario público, se dediquen a los negocios, seguro que es un anticuado. El neoliberalismo ha modificado la mentalidad: ellos también tienen derecho a engordar sus arcas todo lo posible, como campeones del emprendimiento, una manera de predicar con el ejemplo.   
    Claro que esto mismo se ha hecho siempre, con neoliberalismo o sin él,  en cualquier república bananera, en cualquier Estado fallido. Y se hacía aquí mismo, en tiempos de la Restauración y del franquismo, pero, ay, no en tales proporciones. Con la llegada del neoliberalismo se han batido todos los récords. Ahora hasta hay gentes de poca edad que manifiestan que lo más importante en la vida es hacer dinero. Como hay gentes de edad que, en sede parlamentaria, se cachondean del dolor de los niños españoles que se ven sumergidos en la pobreza. Pedirle un compromiso social a un neoliberal declarado o encubierto es  pedirle peras al olmo, algo tan absurdo como pedirle que cuide la naturaleza.
     Hay miles de profesionales con plena dedicación al negocio de las mordidas, el más primitivo de todos, con algo nuevo: esa doctrina que les capacita para obrar con buena conciencia.  No se les pida el menor remordimiento. Vender unas viviendas sociales a un fondo buitre de no se sabe dónde sin preocuparse por los inquilinos, entra dentro de lo natural…  Hacerse con una parcela de lo público a crédito, cobrar del erario público y poner de rodillas a los trabajadores para añadir  unos beneficios adicionales a los pagos regulares a cuenta de las arcas del Estado,  es tan normal como trenzar con los amigos y pagar las mordidas con la mayor gentileza. Como normal es crear inextricables redes de  testaferros y sociedades pantalla.
     El elitismo caciquil de toda la vida nunca se fue y ahora se ve  potenciado al máximo por el catecismo neoliberal. Se ha encarnado en tiburones de todos los tamaños. De ahí que no se tengan escrúpulos morales a la hora segarle la hierba bajo los pies a la parte más débil de la sociedad  (“¡que se jodan!”).  Aparte de la corrupción inherente a un sistema así, el problema es que el neoliberalismo, que no ha sido concebido para redistribuir la riqueza y sí para concentrarla, ni siquiera la crea. Lo suyo es succionar la que hay en beneficio propio. Después de mí, el diluvio…  Ya pueden el papa y el rey invocar los valores morales y ya pueden las gentes pedir justicia, referencias ausentes en el catálogo neoliberal. Tan grave es la enfermedad que no se va a remediar con el encarcelamiento de unos cuantos tiburones, no caigamos en ese espejismo. Aquí lo difícil va a ser desarraigar la mentalidad neoliberal, esto es, ganar “la batalla de las ideas”.  Para seguir adelante, al neoliberalismo depredador se le han acabado los conejos en la chistera. Solo le quedan las mentiras y la violencia, pero esa batalla hay que ganársela.

viernes, 24 de octubre de 2014

OTRO VISTAZO AL FUTURO


     Mi post anterior me ha valido una reprimenda vía mail: he caído en el pesimismo, con el agravante de dar pábulo a una interpretación de la realidad en clave de conspiración. Como el señor Juncker acaba de decir que se propone que Europa recupere su registro social, el cuadro no es tan negro como yo lo pinto. ¿Qué quiere que le diga, amigo mío?
     Que el señor Juncker, uno de los muñidores del Tratado de Maastricht, va a olvidar en poco tiempo las lindas palabras que pronunció con motivo de su nombramiento como presidente del Ejecutivo comunitario es algo que doy por seguro. Sabía lo que tenía que decir en acto tan solemne, y lo dijo con el mismo desparpajo que le consagrará, por sus hechos, como el firmante del acta de defunción de la Europa que hemos deseado y perdido por obra y gracia de personajes como él.
    La mecánica es siempre la misma: decir algo bonito y luego dar el hachazo por la espalda. Así lo establece el protocolo… La misma Europa que tuvo que soportar el Tratado de Maastricht, el de Lisboa y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, tres trágalas antidemocráticos,  va a sufrir el cuarto trágala, los acuerdos de libre comercio entre EEUU/UE, ya urdidos a nuestras espaldas por Juncker y compañía. 
     ¿Quiero decir con esto que el señor Juncker  está metido en una conspiración? La conspiración propiamente dicha, con nombres y apellidos, tuvo lugar hace cuarenta años, cuando un  puñado de ricachones norteamericanos decidieron pararle los pies a la marea progresista y justiciera de los años sesenta. En el libro Palabras para indignados, que escribimos Cristina García-Rosales y yo (de descarga gratuita en esta misma página) se ofrece un resumen de la conjura que desencadenó la “revolución de los muy ricos” con el neoliberalismo como plato único.
    El señor Juncker no tuvo ni arte ni parte en esa conjura. Fue ganado para la causa, como tantos otros, cuando era una persona hecha y derecha, cuando se movía en las coordenadas de la democracia cristiana, sin  imaginar que estaba llamado a formar parte del plantel que se encargaría de desnaturalizarla. ¿Cómo pasó de  la democracia cristiana al neoliberalismo (incompatible con ella)? ¡Solo él podría explicarnos su metamorfosis! Si cayó por el estómago, por la mente, por el bolsillo o por seguir la moda, nunca lo sabremos. Allí está, al frente del Ejecutivo comunitario, y hará lo que tiene que hacer sin que nadie se lo sople en la oreja.
     Nos vemos ante las consecuencias del triunfo de la revolución de los muy ricos, ciertamente espectacular, al punto de que tiene poco sentido hablar de conspiración en la actualidad. La madeja ya no conduce a un puñado de personajes en la sombra. Dicha revolución no necesita una cabeza; tiene muchas, de todos los tamaños y colores. Ha logrado transformar, por medio de la propaganda y a golpes de talonario, la mentalidad de la casta transnacional, antaño mucho más prudente, y la de millones de seres humanos, que ahora caen en la cuenta de que la ley de la jungla no hace excepciones.
    Para entender lo que está pasando ya no basta con tener conocimiento de la conjura inicial. La cosa ha ido a mayores y para no simplificar el fenómeno que nos amarga y destruye conviene, creo yo, hacer uso del concepto que acuñó Ian Kershaw para describir el modo de funcionar de la elite nazi. Trabajaba esta “en la dirección del Führer”. Ahora se trabaja “en la dirección del capitalismo salvaje”, para lo que ya no hacen falta instrucciones misteriosas. No tiene sentido buscar la guarida del ogro con ánimo de ajustarle las cuentas. Está por todas partes, por difusión, cuenta con miles de peones, desde el maduro peso pesado Juncker hasta  nuestro pequeño Nicolás, un aprendiz muy prometedor.  
    Tuve la esperanza de que los dirigentes europeos frenaran a tiempo, una ingenuidad por mi parte. Ahora los veo relamerse, insensibles a las consecuencias sociales, sordos a cualquier consideración sensata. Y habrá una confrontación. Si creen que van a poder terminar de desplumar a los europeos con juegos de palabras y mentiras, están muy equivocados. Y si nosotros creemos que van a resignar su poder sin agotarlo seríamos unos tontos.
     Que el chanchullo neoliberal-neoconservador haya entrado en fase terminal al quedar en evidencia su necedad, su crueldad, su cutrez intelectual  y la insostenibilidad de la pirámide de Ponzi económica en que nos ha involucrado arteramente, se podría prestar a algunas consideraciones esperanzadoras; pero dará tanta guerra y dejará todo tan destruido que no soy capaz de recrearme en ellas.
    Puede que más allá haya un mundo mejor, pero lo cierto es que aquí y ahora tenemos que vérnoslas con la Bestia neoliberal-neconservadora, elitista, clasista, maquiavélica, malthusiana, ricardiana, spenceriana, esencialmente antiilustrada y antidemocrática,  para la cual los derechos humanos no pasan de ser un cuento de hadas. Del hecho de que haya sido desenmascarada ante los ojos de la opinión pública y de que se haya quedado sin argumentos para proseguir su galopada nihilista no logro extraer ni la más pequeña dosis del optimismo que me demanda mi amable contradictor.

viernes, 17 de octubre de 2014

UN VISTAZO AL FUTURO

     Vamos a ciegas, pendientes del retrovisor, de los escándalos, de urdangarinazos, gürtelazos, barcenazos, pujolazos y tarjetadas. La irrupción del Ébola y las maniobras de la Generalitat nos distraen en el peor momento, cuando el futuro se nos echa encima.
      No hemos salido de la primera depresión  y nos dicen que corremos el peligro de caer en la tercera. Contando con las alucinantes trapacerías de la banca en la sombra y con la vertiginosa crecida de la deuda eran de prever males mucho mayores a los ya padecidos. Hasta parece milagroso que esta monstruosidad neoliberal todavía no haya reventado. Claro que existe una hoja de ruta, cuyo seguimiento requiere paciencia, dominio del arte de perder el tiempo sin que lo parezca y una ocultación de los propósitos y las etapas a recorrer.
      Se harán fantásticos pases trileros pero no se moverá un dedo hasta que la singularidad europea en materia de leyes sociales y ambientales haya sido borrada del mapa. Quienes tienen la sartén por el mango saben que hay cosas que no se pueden hacer de la noche a la mañana, como tampoco hicieron en Estados Unidos. Lleva su tiempo convertir a Madrid o Atenas en ruinas como Detroit, pero todo se andará. Cuando la cosa haya sido hecha, la obra de mano europea será tan barata como la del sur de Estados Unidos, y será de lo más normal que un ciudadano enfermo sea discretamente sacado de la cama del hospital y depositado en el parque más cercano.
     La idea es imponernos a los europeos un sometimiento absoluto al tratado EEUU/UE, algo que se está tramando en estos momentos con todo el secretismo que el caso merece y que nos será presentado en breve como el remedio a todos nuestros males. En ese siniestro negocio transnacional están implicados los genios de Bruselas.
     Martin Schultz y Jean-Claude Juncker se frontan las manos, encantados de que estemos en las nubes. Sépase al menos que estos señores son de los que juegan sobre seguro, por actuar como vicarios de un poder más alto y misterioso. Del hecho de que pertenezcan a distintas sensibilidades políticas, presunto socialdemócrata el primero y radicalísimo neoliberal el segundo, se deduce lo ya dicho por la señora Thatcher, que no hay alternativa. Del consenso inteligente y productivo hemos pasado al entendimiento mafioso encaminado a dejarnos en los huesos.
     Si al socialismo español no le conviene en estos momentos respaldar al señor Cañete, no importa, porque lo apoyan los socialistas europeos en bloque a cambio del respaldo de los populares a Pierre Moscovici, elegido comisario de Asuntos Económicos (trotskista en origen, devenido en simple trilero como pronto se verá). Pudo uno creer desde la calle que era una torpeza proponer desde La Moncloa a un personaje tan polémico y quemado como Cañete para comisario de Energía y Cambio Climático, pero no. Era el hombre, precisamente por sus yogures caducados, sus concomitancias petrolíferas y su condición de abogado del Estado en excedencia. Pues claro que no se trataba de confiar el cargo a un ecólogo.
     El hecho de que Cañete fuera elegido por 83 votos a favor y 42 en contra nos indica la correlación de fuerzas, según la cual entiendo que el tratado EEUU/UE saldrá adelante contra viento y marea, a la mayor brevedad, antes de que se altere esa correlación.
     La Europa de los mercaderes llama rebato contra el populismo y el nacionalismo, sea de derechas o de izquierdas. Lo que viene es, no quepa duda, un enfrentamiento entre los partidarios neoliberales del tratado EEUU/UE, auxiliados por unos  socialdemócratas tan falsos como Judas y por la mano del mercado, todos ellos vendepatrias por definición, por un lado, y por el otro sus detractores de signo diverso. Ya veremos lo que pasa. De momento, el subidón de Syriza en las encuestas se contrarresta preventivamente con el temor a la “tercera depresión”, y toda la potencia del establishment se aplica a sostener a Nueva Democracia y al PASOK, decididos a enterrarse juntos como si fuese lo más natural.
    Uno puede creer que los genios de Bruselas están aterrados ante la eventualidad de que Syriza deje en la cuneta a tan desgraciada pareja, pero sospecho que les da igual. Hasta los creo capaces de esperar el acontecimiento con cierta ilusión, para darle duro al país y enseñar al mundo lo peligroso que es salirse de la hoja de ruta. Si gana Syriza se nos hará saber en la cabeza de los griegos en qué clase de juego brutal nos vemos inmersos.
    Ya veremos lo que sucede en España. El PP se la está jugando, evidentemente, lo que solo se puede entender si se tiene en cuenta su ciega confianza en el apoyo de los genios europeos a los que se debe y obedece.  O no habría osado distanciarse de la sensibilidad normal de manera tan loca.  Si las cosas vienen mal dadas en las urnas,  desde las alturas caerá la orden de imponer un gobierno de coalición, un engendro a la griega o un gobierno de gestión a la Monti.  Pero todavía no hemos llegado a ese punto. La hora habrá sonado cuando tanto el PP como el PSOE, humillados en las urnas, caigan en la tentación de hacer efectivo su peculiar entendimiento a cara descubierta, obedeciendo a la llamada de teléfono del poder atlántico. 
    Ahora estamos en fase electoral. Se habla de raíces vigorosas a sabiendas de que la situación económica es horrible y de que todo el tinglado está sujeto con alfileres y bajo la amenaza de una deuda monstruosa. Se pone el acento en unos indicadores económicos y se ocultan otros. Se retira el proyecto antiabortista de Ruiz-Gallardón. Se le indica al ministro Wert que no abra la boca y que aparezca lo menos posible. Se le ordena al señor consejero de Sanidad Javier Rodríguez que pida perdón. Se coloca a la ministra del Jaguar en segunda fila. El fascinante señor Rato se convierte en otro innombrable. No viene mal que el señor Rosell reclame el despido libre, porque así se puede presumir de prudencia y centralidad. Va Rajoy y se hace una foto en el Carlos III. Todo bajo control. Se suprime la tasa de basuras. Se presentan unos presupuestos generales antisociales y se los llama sociales. España ha dejado atrás el cabo de Hornos, es ejemplo digno de imitación, el empleo se recupera, se han hecho los deberes, ahora toca cosechar. Se propone una reforma fiscal llena de trampas con la intención de alardear del cumplimiento de la promesa de bajar los impuestos. Las cuentas no van a cuadrar, pero no importa porque se da por descontada la ayudita de los genios del Norte, ya resignados a que los peores hachazos se den más adelante. Si todo esto falla, vendrá lo del gobierno de coalición, más  o menos cuando  toque ponerse en sintonía con el acuerdo EEUU/UE y restregarnos el sucio artículo 135 de la Constitución para mejor desplumarnos. A mayor resistencia, peores modos (la nueva del de Seguridad Ciudadana es un pequeño anticipo).
     ¡Quién sabe a qué extremos se llegará! Hay que contar con la tenebrosa experiencia acumulada en cabeza ajena. Somos víctimas de una repetición a escala ampliada de lo que se hizo en otras partes. Reléase La doctrina shock. El auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein. [http://www.naomiklein.org/shock-doctrine/materiales-espanol].  A poco que nos descuidemos acabaremos encerrados en las coordenadas maltusianas y ricardianas del siglo XIX, con el agravante de que no habrá fábricas donde ganarse el pan, ni tierra que rascar, ni espacio para emigrar.

    

miércoles, 15 de octubre de 2014

LA CASTA Y LA BESTIA NEOLIBERAL

     Se ha impuesto el uso de la palabra “casta” para designar a la clase que monopoliza los resortes del poder en beneficio propio. Casta: los de arriba, el famoso 1% y sus peones de brega y cómplices necesarios.
     Se calcula que el 20%  de la población pertenece a la clase satisfecha y  se da por supuesto que milita a favor de la casta, indiferente al destino del 80%. A veces, suena como si ese 20% fuera casta todo él, otras veces la palabra  designa únicamente a los responsables directos del atropello que estamos sufriendo, matiz explícito en la expresión “casta extractiva”.
      Se prescinde metódicamente de palabras que recuerden la lucha de clases. “Interclasista” está fuera de uso. La palabra oligarquía se emplea de uvas a peras, como condimento culto y puede sonar como un arcaísmo, como establishment, como “élite del poder”… Es curioso, pero muy típico de nuestro tiempo, si tenemos en cuenta que ya no se habla de capitalismo sino de “economía de mercado”, con idéntico afán de halagar a los oídos poco avisados, de no alarmar.
      Se plantea, pues, una lucha entre los de la casta y los que no pertenecen a ella, quedando en segundo plano confrontación entre ricos y pobres, capitalistas y trabajadores, poseedores y desposeídos. En primer plano figura la pugna entre la gente y sus representantes políticos asociados a la casta, considerados ilegítimos por sus hechos, por su desprecio del bien común.
       Con la palabra casta se pueden eludir los fantasmas que podrían asustar, y así replantear las cosas en términos de una sencilla confrontación democrática, de la que tendrá que derivarse, en teoría, una victoria abrumadora del 80% de la población sobre el 20% que se le ha subido a la chepa. Esto si se lograse movilizar a la gente, también a los que no saben si son de izquierdas o de derechas, si son burgueses o proletarios, a toda la gente que no necesariamente va a asumir la condición de pobre aunque lo sea pero que reconoce su no pertenencia a la casta y el asco que le produce. Ni falta hace decir que con la palabra casta se apela a la conciencia de quienes hasta la fecha han confiado en los dos partidos hegemónicos, mostrándoles su emplazamiento en el campo de batalla político. Sobre la casta se concentra, pues,  el enorme resentimiento acumulado, con el correspondiente aprovechamiento de los beneficios  de tener un enemigo, una necesidad imperativa  (Karl Schmitt) si se aspira a unir voluntades.
     Yo utilizo la palabra casta porque está en el aire,  pero  la verdad es que no me satisface ni en el plano teórico ni en el práctico.  Por su propia vaguedad invita a personalizar a capricho y, por lo tanto, a alimentar tendencias incompatibles con una sociedad plural. Ya hay gente devolviendo el golpe,  diciéndonos que Pablo Iglesias pertenece a la casta desde el punto  y hora en que recibe una remuneración decente y se desplaza en avión. Por este camino se llega a condenar como apestado al propietario de una vaca. En realidad, cualquiera puede ser acusado de connivencia con los intereses de la casta, lo que no deja recordarnos los tiempos en que no tener las manos encallecidas podía costarle a uno la vida en un lado, en tanto que del otro los callos podían conducir directamente al paredón. Creo que lo mejor es curarse en salud y no dar pábulo a esas primitivas formas de enemistad que acaban necesariamente mal. No pretendo proscribir la palabra casta, que tiene vida propia. Pero me parece recomendable que nos andemos con cuidado.
   Nos encontramos ante un asunto de poder y en grave desventaja. Sería un error estigmatizar mecánicamente a quienes han ejercido o ejercen algún poder, grande o pequeño, esto es, ponerlos a la defensiva, en situación de apoyar a la minoría depredadora propiamente dicha, lo que podría ocurrir por miedo. Para alterar el curso de los acontecimientos en sentido positivo y no traumático, hace falta  (la historia lo enseña) el apoyo de mucha gente que de un modo u otro participa del poder. No nos quepa duda de que en la esfera del poder (en  los partidos, en el parlamento, en la judicatura, en las fuerzas de seguridad, en los distintos ministerios, en la Iglesia, y en la propia banca) hay gente que se lleva las manos a la cabeza  por lo que está pasando, al menos en la intimidad. Y esa gente también hace falta para impulsar el cambio o, al menos, para que no se oponga de puro miedo a lo desconocido.
    Por este motivo opino que conviene poner el acento en la “casta extractiva”, en la “casta depredadora”, en lugar de generalizar. También creo que  el grueso de la artillería debe apuntar a la Bestia neoliberal, el verdadero enemigo a batir en España, en Europa y en el mundo, no a un grupo humano impreciso. Debe apuntar a la mentalidad que la hace posible, y desde luego que también a la filosofía de pacotilla que le sirve de basamento.
    El cambio que anhelamos las personas indignadas pasa por una modificación de la escala de valores y de los usos y costumbres que la revolución de los muy ricos ha impuesto metódicamente a lo largo de tres décadas. Como es sabido, los promotores de esa revolución (o mejor dicho, contrarrevolución) se tomaron totalmente en serio la “batalla de las ideas” tan cara al pensamiento de Gramsci. Y la ganaron, aprovechándose del desconcierto de sus oponentes, que no imaginaron que tanto Gramsci como el propio Trotski pudieran ser usados desde el poder por unos intelectuales de tres al cuarto, ávidos de dinero, unos auténticos felones.
     Se trata,  pues, como siempre, de ganar la batalla de las ideas. Designar cabezas de turco o condenar clases enteras es más fácil, pero más vale no tomar ese atajo.  El momento, además, es especialmente propicio a una acción intelectual radicalísima contra la Bestia. Porque los crímenes y desafueros que le son propios están ya a la vista de todos, también a la de quienes no la vieron venir y la celebraron, tanto en España como en el mundo.
     No hace falta ser ningún genio para saber que en manos de la Bestia neoliberal ni la humanidad ni el planeta tienen salvación. Pero no basta la indignación. Hay que pensar, hay que ofrecer una alternativa creíble y sensata. Recuérdese el deleite de la señora Thatcher al deletrear el principio de que no hay alternativa. Las alternativas increíbles o insensatas, entre las que figuran las apuestas a cara o cruz, solo podrían servir para darle la razón a esa bruja victoriana.  Y además, aquí se trata de cambiar a unos ladrones por otros, de sustituir a unos mafiosos por otros. Se trata de cambiar la mentalidad y de filosofía, de dejar a la Bestia sin aire, sin peones y sin honor.

domingo, 12 de octubre de 2014

NÁUSEAS

    El doctor Javier Rodríguez, nada menos que consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, ha quedado retratado ante la opinión pública. Ha declarado que la responsabilidad por el contagio del Ébola recae en la auxiliar de enfermería Teresa Romero; de paso,  ha insinuando que es una mentirosa, como si hubiese falseado los datos relativos a su fiebre. 
    Con tal declaración, el personaje, que presume de “bien comidito” y de tener “la vida resuelta”, me ha indignado por su inhumanidad y  por su obvia intención de exonerar a un gobierno que, tras haber desmontado centro especializado del hospital Carlos III, estuvo a punto de meter al primer sacerdote rescatado en La Paz (¡horror!), incurriendo luego en sucesión de chapuzas temerarias que si no ocasiona más víctimas será por milagro. A mí me parece una locura que sea el personal sanitario de cuidados intensivos de La Paz el encargado de las tareas más delicadas en el Carlos III. ¿A quién se le ha ocurrido? ¿Acaso son más temibles los gastos en personal que el maldito virus?
    Caspa y prepotencia elevada al cubo. Los sacrificios y las incomodidades para la plebe. Nulo sentido de la propia responsabilidad. Claro que el problema no es el doctor Rodríguez, sino el tipo humano que representa. En manos de gente así el país está perdido. Y no me acostumbro. En cuanto topan con la realidad, estos personajes se comportan como si fuésemos imbéciles, con un tonillo caciquil que revuelve las tripas. Van a lo suyo, y al diablo la realidad, al diablo  la verdad, al diablo la humanidad. ¡Qué personajes! ¡Qué peligro!
     El viejo caciquismo y los modales del señorito de antaño reaparecen potenciados al máximo por el cóctel neoliberal, elitista  y despiadado. Ingenuo de mí, creí que habíamos progresado. Como si el “que se jodan” de la señora Fabra en sede parlamentaria no hubiera sido suficiente. Por lo visto, los de arriba son estupendos y los de abajo somos torpes y mentirosos. No es que estemos expuestos a acabar en una sociedad clasista de la peor especie, es que ya estamos metidos en ella. O nadie osaría expresarse así.
    El doctor Rodríguez  no está solo: ahora mismo varios medios de comunicación y diversos periodistas orgánicos jalean su miserable justificación del primer caso de contagio del Ébola en Europa. ¡La culpa es de la enfermera! Para el caso de que enferme también el médico que la atendió en el hospital de Alcorcón, ya nos ha explicado Rodríguez que si el traje de protección le quedaba corto de mangas, la culpa no sería de las autoridades sanitarias, sino exclusivamente suya, por ser  de elevada estatura. Y claro que ni una palabra sobre el bajo nivel de protección que ofrecía de por sí dicho traje, ni de cómo fueron pillados por sorpresa en Alcorcón, un detallito sin importancia, como el hecho de que los expertos europeos acaben de sentenciar que el Carlos III carece de la infraestructura necesaria para tratar a las víctimas del Ébola de forma segura. ¡Adelante con los faroles! 
      Vivimos en la época de la  mentira y la cutrez. Si esto se atreven a propalar el doctor Rodríguez y sus corifeos a propósito de un tema como el Ébola, ante un pueblo que algo sabe de contagios, mejor no pensar en lo que pasa cuando el tema va de brujería económica. No nos extrañe que se siga hablando de raíces vigorosas, a ver si cuela. Me gustaría pensar que el poder atontado a esta gente. Pero, qué le voy a hacer, se me impone la hipótesis del cinismo absoluto.

miércoles, 8 de octubre de 2014

EN EL REINO DE LA DESCONFIANZA

    Vamos de Pujol a las tarjetas fantasmas de Bankia y de ahí saltamos a la irrupción del Ébola, ya con la sensación de que siempre nos ocurrirá lo mismo, a saber, que nos enteraremos tarde, cuando el daño es irreparable, cuando solo nos quepa constatar que, obligados a pagar los platos rotos por acuerdos que nos son ajenos, estuvimos patéticamente indefensos a lo largo de todo el camino.
     Si se desmontó la unidad especializada del hospital Carlos III, que por algo existía, ¿qué cabía esperar? Aquí nada ha ocurrido por casualidad. Los señores Pujol y Blesa llevaban años haciendo de las suyas, amparados por complicidades de altísimo nivel, como los señores Bárcenas y Urdangarín (presuntamente, por descontado). A los daños económicos y sociales viene ahora a sumarse un daño sanitario de interés mundial, resultado de recortes de una frivolidad que hiela la sangre.
    Vienen a la memoria los fallos de seguridad que causaron las tragedias del Alvia y del Yak. La respuesta es siempre la misma: se investigará…, todo se ha hecho correctamente. Lo que se empieza con brillantez, el lanzamiento de un banco, el tren veloz (digno de exportación)  o la acción humanitaria (propia de una potencia de primer orden), acaba fatal  para las gentes normales, siempre por la misma razón: unas chapuzas en la parte no visible.  Los militares se estrellaron en un avión comatoso, el Alvia se salió de la curva por motivos tercermundistas encubiertos. Así vamos. Al final la culpa de todo ha sido del conductor del Alvia;  ahora, de la enfermera, que supuestamente se tocó la cara.  Nunca de las altas autoridades y sus famosos protocolos.
    Se constata que la indignación viene acompañada por una desconfianza máxima. ¿Nos dicen que es preceptivo liquidar a ese perrito llamado Excalibur? ¡Pues no les creemos! ¡Salimos en tromba en defensa de su vida!
    Quienes se han felicitado de las raíces vigorosas de nuestra economía causan una alarma social tintada de paranoia cuando insinúan que no hay nada que temer en lo tocante al Ébola. La confianza en el sistema se ha venido abajo por dilapidación. Si uno se pregunta cómo se podría recuperar este bien tan precioso, se queda en blanco. Y no habiendo confianza, no puede haber esperanza,  por lo que hay que comprender que mucha gente se la busque en la demolición del sistema y su sustitución por otro de nueva planta. Lo que no es prudente, pero tampoco más imprudente que los usos políticos y económicos que nos han metido en este callejón sin salida.

domingo, 5 de octubre de 2014

EL ESCÁNDALO DE LAS TARJETAS


      Con la que está cayendo, con las preferentes supurando, con el rescate de Bankia cargado en la cuenta del sufrido contribuyente de hoy y de mañana,  estalla el escándalo de las tarjetas fantasma. Como ya conocemos el percal, no hay sorpresa. Preparados estamos, además, para que los inventores y los usuarios de dichas tarjetas se vayan más o menos de rositas. Ya sabemos que estas trapacerías se hacen, aunque no lo parezca, sin perder de vista el filo de la navaja, resultando de ello que lo que desde la calle se ve como estafa clarísima sea una listeza no punible desde la óptica de la autoridad, acaso por razones de caducidad o por no haberse superado el límite entre el pasadón y el delito propiamente dicho. Una cosa son los chorizos y  otra los chorizos de guante blanco, siempre supuestos y sumamente huidizos.
      Si nos atenemos a la formidable serie de escándalos habidos hasta la fecha, este de las tarjetas bien podría ser, aunque haya otros más gordos, el definitivo, el que sirva para dar por archidemostrado lo que da de sí la mentalidad de la llamada casta, sobresaliente en desfachatez. Y esto porque el mecanismo es, a diferencia de lo ocurrido en casos como los de Bárcenas o Pujol, mareantes desde la calle, de una sencillez tal que cualquiera puede entender la jugada.
    Todos sabemos qué es una tarjeta y qué un cajero. Por así decirlo, el señor Blesa y los usuarios de las tarjetas opacas han sido pillados por la ciudadanía con las manos en la masa, y resulta de poca relevancia que devuelvan el dinero o que dimitan o los dimitan. La imagen ha quedado en la retina de forma indeleble. Los pillados in fraganti representan a todos los equipos, tan entongados entre sí que vemos confirmadas nuestras intuiciones más maliciosas e inquietantes. Que unos hayan abusado menos que otros no suaviza el cuadro.  El efecto político es devastador, potenciado al máximo por la mezcla de personas conocidas y desconocidas, representantes estas de los misteriosos sujetos que chupan y chupan.
     Ahora se anuncia por parte de la autoridad una investigación a fondo sobre tales tarjetas en  todos los ámbitos, Ibex incluido. Si resultase que son de uso normal no solo en Bankia, los pillados de esta entidad podrían refugiarse en la multitud de agraciados,  en una costumbre tan arraigada que no se puede erradicar de la noche a la mañana. A saber lo que resulta de esa tardía pesquisa; de momento, ya tenemos bastante. Se ha metido mano al dinero ajeno, se ha burlado a Hacienda, se ha despilfarrado, se ha traicionado, pringado, sobornado, etc., etc.
      Nos vemos ante una curiosa retroalimentación de la picaresca y el caciquismo de toda la vida y los modos neoliberales. El resultado es  una ola de inmundicia que viene de lejos y que de momento no hay dique que detenga. El bien común no figura en la corta lista de intereses de esa clase satisfecha, mafiosa y chupóptera que ahora se llama casta, ya habituada a toda clase de privilegios, ya puesta en situación de despreciar y saquear al común de los mortales con la mayor naturalidad.
    ¿Se imagina el lector al usuario de la tarjeta fantasma aproximándose de lado al cajero, con gabardina y gafas negras? Yo no. Lo veo actuar a cara descubierta, con la autoestima por las nubes, con una buena conciencia a toda prueba, ajeno a la relación entre sus billetes y el sudor del prójimo.
    Lo tremendo no es el asunto de las tarjetas, sino esa naturalidad con la que se succionan los dineros arduamente producidos por los  pobres diablos que se encuentran en un plano inferior, sometidos a otras leyes y controles. Cuando el proyecto de devolvernos al siglo XIX se haya sido cumplido hasta sus últimas consecuencias, las tarjetas negras serán invisibles e indetectables, y la gente común será sencillamente pobre, como entonces. Lo de las tarjetas, siento decirlo, es un pequeño botón de muestra, una indicación de la mentalidad subyacente. Con esa mentalidad no solo se acaba con una caja antaño solvente y respetable, sino también con un país hecho y derecho. ¡Lo estamos viendo!

       

jueves, 2 de octubre de 2014

EL DESAFÍO DE LA GENERALITAT

   En el peor momento, cuando la Bestia neoliberal nos está comiendo por los pies, se entra en una fase de gravísima incertidumbre en el plano de la organización territorial. Hasta aquí hemos llegado por una serie de insensateces y torpezas que causará no poco asombro a los historiadores del mañana. ¿Y ahora qué?  Dicho sea con la debida frialdad y con respeto a las partes implicadas, lo único claro es que el follón le viene de perlas a la citada Bestia, experta en maniobras de camuflaje y en hacer saltar países.

    Ya tenemos a CIU y a ERC encubriendo su antisocial conducta y su extravagante maridaje con  una gran pasión nacionalista. Ya tenemos al gobierno de la nación haciendo exactamente lo mismo. Si el derecho a decidir es legítimo en teoría,  en este caso concreto huele tan mal como el desprecio que merece a dicho gobierno. La idea de arroparse en la bandera para ocultar las vergüenzas es tan vieja como peligrosa para la convivencia. Tercia entonces Pedro Sánchez y nos invita a apostar por una reforma constitucional. Con semejante enfrentamiento de por medio y con la irritación reinante, ¿es verosímil que tal reforma sea un éxito? La cosa ha llegado a tal punto que un federalismo asimétrico puede saber a poco a los catalanes y sentar mal a los demás. Mientras lo discutimos, en todo caso, la Bestia neoliberal se dará otro festín a nuestra costa, feliz de que este país sea incapaz de concebir nada que le pueda molestar.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

LA CAÍDA DE RUIZ-GALLARDÓN

     El presidente Rajoy resolvió finalmente retirar la ley antiabortista, dejando tirado a su ministro de Justicia. Oigo decir que, hechos los cálculos, el señor Arriola llegó a la conclusión de que su promulgación saldría demasiado cara en términos electorales y que el presidente se ha atenido a sus sabios consejos. Por lo visto, el PP considera más llevadera la ira de los votantes estafados que el retrato de trazo predemocrático que se proyectaría sobre las conciencias, peor incluso que la mala impresión producida por el frenazo, propio de una torpísima conducción.
      Resulta intrigante la cuestión de por qué se metió el PP en semejante callejón sin salida a sabiendas de que su extremoso proyecto de ley solo podía ser del agrado de una minoría.  ¿Por qué lo planteó, por qué jaleó a esta minoría?  ¿Cómo pudo atreverse a llamar asesinos a quienes no consideramos ni remotamente válidos los planteamientos que empleaba para arrastrarnos por su cuenta y riesgo a las coordenadas de los años cincuenta del pasado siglo? Ahora habrá quien le acuse de asesino precisamente, por dejar la ley como está, al parecer con un solo retoque, para impedir que las menores de edad puedan abortar sin el consentimiento de sus padres.
      Por mi parte, creo que el frenazo de Rajoy y la caída de Ruiz-Gallardón no son meras anécdotas preelectorales. El ala neoconservadora del PP, tan arrogante en el punto de partida, tan decidida a imponernos su dogmática doctrina, ha sufrido una lección severísima. Si querían imitar al Reagan de la Moral Majority y a la victoriana señora Thatcher, imponiéndonos una versión española sumamente ofensiva para los derechos de la mujer,  el tiro les ha salido por la culata. Esta sociedad no está para tales bollos. Ya dije alguna vez que era un error confundir a este país con la América profunda.
     El capitalismo salvaje, esencialmente inmoral, no puede funcionar en seco, por lo que sus promotores han dado siempre, desde los años setenta del siglo XX, una gran importancia a los resortes religiosos o pseudoreligiosos, como parte del titánico esfuerzo por acabar con todo rastro de progresismo. Envalentonados por la desenvoltura de los neoconservadores de otras latitudes y por la mayoría absoluta, los redactores del anteproyecto de Ruiz-Gallardón se han dado de bruces con la realidad.  A estas alturas el modelo adoptado, esa suma de capitalismo salvaje y neoconservadurismo,  como cosa sectaria y tramposa, solo puede inspirar repugnancia a las personas sensatas.

viernes, 12 de septiembre de 2014

¡QUE VIENE EL COCO!


 Se entiende la consternación de la derecha ante el surgimiento de Podemos, y nada sorprenden los argumentarios que ha puesto en circulación para descalificar al novedoso fenómeno. Pero a mí me consterna que gentes afines al PSOE  se los copie, sin privarse de ninguna grosería. Así se le da la razón a quienes sostienen que el PP y el PSOE son tal para cual.
     El señor Sánchez acaba de afirmar que no pactará con Podemos bajo ningún concepto, por tratarse de un partido “populista” y “chavista” del que solo cabe esperar, asegura, una sociedad no igualitaria y unas cartillas de racionamiento. Fin de mis esperanzas en el señor Sánchez, el Venizelos de turno, una desgracia para su partido, para la izquierda y para el país.  Resulta que ni se tomó la molestia de tomar un café con los señores Iglesias y Monedero.
    Se nos hace saber  tanto desde el PP como desde el PSOE que Podemos es una “cosa de locos”, un monstruo populista, un lobo con piel de cordero, un  fenómeno criptototalitario, criptocomunista, criptochavista, criptocastrista, criptofascista, acaudillado por unos demagogos de la peor especie. Ni por cortesía se contempla la posibilidad de que pueda tratarse de algo nuevo, made in Spain. ¡Que viene el coco! A ver si cunde el voto del miedo, el único que les puede salvar.
      De paso, el PSOE y el PP se congratulan a sí mismos, los angelitos, y se sienten autorizados a pedirnos una nueva oportunidad. ¡Es el colmo! Como el primero ha enterrado hace tiempo a Pablo Iglesias el viejo, como el segundo hasta ha olvidado por qué se reputa popular, habiendo enterrado ya sus componentes socialcristianos, social-liberales y socialdemócratas,  de los que nadie se acuerda ya, entregados ambos a sus respectivos gurús, esencialmente conformes con el papel de encomenderos, ya hechos a la mentir y a la sofistería, ya no saben qué demonios hacer para continuar el proyecto canalla de devolvernos al siglo XIX, por definición antipopular. Ya habituados a presumir ante sus superiores orgánicos de lo muy bravos que son en materia de recortes, fastidiados están. Su propia supervivencia política depende de la asistencia de dichos superiores, para nada de fiar, perfectamente capaces de tragarse países enteros.
       Después de haber dilapidado su propio crédito político y el de la entera Transición, después de haber prostituido a nuestras espaldas la Constitución con el artículo 135, después de haber consentido la perversión del sistema al punto de convertirlo en un mecanismo de succión  de la riqueza en sentido ascendente, una traición a lo acordado en la Constitución de 1978  y a lo que dicta el sentido común en una sociedad civilizada, todo en beneficio de la famosa casta, resulta que el PSOE  y el PP son los buenos de la película, autorizados a señalar con el dedo a los malos… antes de que hayan hecho nada tan ruin  como lo por ellos realizado.
       No sé qué cosa linda y suavecita esperaban ellos como respuesta a su irresponsable galopada hacia el abismo. El caso es que les ha salido Podemos, y que hasta deberían estar agradecidos por sus modos, que solo podrían agriarse si ellos no tienen mejor idea que hacerse los sordos, seguir insultando y pasteleando a nuestras espaldas con las cosas de comer.
        Hay que tener mucha jeta para atacar preventivamente a Podemos, que se encuentra en fase de formación, atribuyéndole todos los males del populismo, después de haber practicado el populismo berlusconiano con el mayor desparpajo a costa de la verdad un año tras otro; mucha cara dura para acusar de demagogos a los dirigentes de Podemos después de haber batido todos los récords de demagogia y cinismo (brotes verdes, raíces vigorosas, etc.); mucha jeta para acusar a Podemos de tener una intención totalitaria después de habernos metido a patadas en una obra de ingeniería social totalitaria que nos dejará irreconocibles y desesperados ante la cáscara de una democracia sin contenido.  Y hay que tener un rostro de basalto para arremeter contra Podemos por su supuesta adscripción a modelos extranjeros, bolivarianos o castristas, mientras se aplica a rajatabla el abecé de movimiento neoliberal, que no surgió precisamente en Lavapiés y que pretende retrotraernos a las coordenadas del siglo XIX, de las que tanto nos costó salir. 
      ¡Que viene el coco! Pues claro que viene, dado el nulo propósito de enmienda de nuestra clase dirigente. Pero que nadie se llame a engaño: ese coco inspira a mucha gente menos temor y bastante más esperanza que la Bestia neoliberal y neoconservadora que nos está comiendo por los pies. Habrá quien prefiera lo malo conocido a lo bueno por conocer, pero, por favor, que no olvide lo siguiente: lo malo conocido hasta la fecha no permanecerá igual a sí mismo; se irá agravando imparablemente, hasta el horror, como acredita la historia de los diversos países que ya han pasado por esto. 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

ALFONSO GUERRA VS. JUAN CARLOS MONEDERO

      He tenido ocasión  de presenciar el encontronazo de Guerra y Monedero en el programa de Jesús Cintora. Y no me ha parecido una pequeña anécdota pintoresca sino algo que merece ser analizado con detenimiento. Se me antoja que hay un antes y un después, por la relevancia de ambos.
     Como hemos de suponer que el señor Guerra representa al ala izquierdista del PSOE, ha quedado claro, con brutalidad incluso, que no hay convergencia posible entre este y Podemos, ningún puente, ni siquiera hipotético, entre las dos formaciones, la vieja y la nueva, entendida esta según el veterano político como “cosa de locos”,  justo lo que no es. Para cosa de locos, lo de Venizelos, lo de Hollande.
    Como el señor Guerra es un hombre de lecturas elevadas, como no está en primera fila, como es de suponer que ha tenido tiempo de meditar serenamente sobre los errores cometidos por el PSOE en su gestión del proyecto de izquierdas, me defraudó completamente. La manera en que hurtó el cuerpo al funesto artículo 135 de la Constitución me dejó pasmado. ¿Y qué pensar de sus modales? Mucho le agradecí al señor Monedero su exquisito dominio de las buenas maneras, el justo sentido de las palabras, lo que me ha dado mucho que pensar y alguna esperanza. Si con la cantidad de burradas que tiene que oír, por no hablar de las interpretaciones torticeras de lo que dice, no se ha avinagrado ya, buena señal, porque aquí mucha gente pide un cambio real y claridad, pero no concesiones a lo que se entiende por un  mal rollo.
    ¿Es que Guerra  no da más de sí? Bueno, tenemos el texto que publicó en la revista Tiempo, motivo de la entrevista que degeneró en encontronazo. Allí, sin incidir en la responsabilidad de los socialistas europeos, sin una autocrítica seria, previene contra el resurgir del totalitarismo, en versión neofascista o neocomunista. Y todo termina en un llamamiento a  los partidos conservadores y socialdemócratas, para que rectifiquen, no sea que la desesperación provoque un retorno a los  regímenes autoritarios del pasado.
    No está  mal ese artículo como esbozo de lo que ha sucedido y de lo que puede suceder, pero es evidente que la historia se le ha echado encima. Dichos partidos conservadores y socialdemócratas se comportan desde hace mucho tiempo como perfectos insensatos, dilapidando su crédito y la legitimidad del sistema. Y ya sabemos lo que hacen con este tipo de llamamientos a la cordura (llamamientos que yo mismo he hecho en este blog, con la correspondiente ingenuidad). Guerra nos da a entender que solo estos partidos están capacitados para hacer algo positivo, lo que es pedir peras al olmo y, de paso, cerrar la puerta a posibles competidores.
      A su parecer tanto Syriza como Podemos son fenómenos de intención totalitaria, monstruos en potencia. De los diversos interrogantes que se me plantean, hay uno especialmente enjundioso: ¿Da por supuesto el señor Guerra que es inconcebible una versión no totalitaria del comunismo, ni tampoco del socialismo propiamente dicho? Me temo que sí, aunque me cueste creer que haya llegado a semejante extremo de dejadez intelectual. Por lo visto, tendremos que conformarnos con nuestro socialismo acomodaticio, pues fuera de él no existe ningún socialismo democrático. ¡Acabáramos! 
     En este contexto, se entiende que el señor Monedero pudiese dejar a Guerra fuera de juego con la declaración de que  Podemos aspira, entre otras cosas,a dejar atrás las coordenadas del izquierdismo totalitario. Guerra no quiso recoger el guante.
    Parece una broma del destino que Alfonso Guerra solo sepa oponer a Podemos el mismo grito que se usó para cerrarle el paso a él (“¡que viene el coco!”). Y conste que es el mismo hombre que dándoselas de revolucionario dejó en la cuneta al pobre Llopis. ¡Vueltas que da la vida! Es muy mala señal cuando las personas en edad madura no entienden en absoluto a las más jóvenes por no querer recordarse a sí mismas.
     No habiendo puentes ni comunicación posible entre Podemos y el PSOE, estando este decidido entenderse y enterrarse con la derecha en aras del mantenimiento de lo insostenible, como ha venido haciendo hasta la fecha en asuntos capitales, nos esperan tiempos muy difíciles. Aquí el problema no es Podemos, sino el monopolio del espacio político que el tándem PSOE/PP desea perpetuar a toda costa. Cuanto más se afirme dicho monopolio a ojos de la gente afín a la sensibilidad de Podemos, cuanto peores sean los modales de los socialistas y los populares,  cuanto más se unan para hacer frente a la novedad, más clara será la tendencia a crear un monopolio alternativo, no por exigencias teóricas sino por mera  cuestión de supervivencia. Esto sí lo sabe el señor Guerra, pero su sapiencia no nos va a servir de mucho a la hora de la verdad. 

martes, 26 de agosto de 2014

AMAR A TU GENTE

    En España hemos tenido la suerte de que la oposición al ya degenerado establishment político  no proceda de la extrema derecha  extraparlamentaria sino de ese fenómeno novedoso y todavía impreciso llamado Podemos, una variante política del diverso movimiento de los indignados. Aquí no hay posibilidad alguna de que surja una extrema derecha tipo Le Pen,  aunque pueda haber quien lo crea y quien lo intente.  Uno de los efectos saludables de Podemos es  haber desactivado el peligro de que esa planta venenosa encontrase donde arraigar, al poner de manifiesto la sensibilidad y la educación de los españoles indignados, para nada compatibles con ningún sucedáneo vernáculo del lepenismo.
     Lo que acabo de decir obedece a mi visión de las cosas, clásica en este punto, pues entiendo que Podemos y el 15-M son nítidamente de izquierdas. Entiéndase, por lo tanto, mi extrañeza cuando reparo en que los portavoces de ambos insisten en que la dialéctica izquierda/derecha pertenece al pasado. ¿Obedece esta anomalía al rechazo que se han ganado a pulso el PSOE y el PP? ¿Debo entender que en su caída estos gigantes putrefactos han arrastrado consigo al sumidero de la historia esa dialéctica, sin la cual me parece imposible orientarse en el espacio político? ¿Debo ver en ello la influencia nefasta de la filosofía posmoderna? ¿Será que las generaciones más jóvenes se han tragado el anzuelo de los tecnócratas y de los charlatanes del fin de la historia a ellos asociados? ¿Será que abundan las personas que creen que se puede ser a la vez de izquierdas y de derechas? ¿Será que la mala memoria ha ocultado que tanto Franco como Hitler presumían de estar por encima de esa dialéctica?  ¿Será que algunas cabezas pensantes consideran que la indefinición puede permitir arramblar con los famosos votos del centro y rebañar los de los de quienes se asustan de sentirse a la izquierda?  ¿Será que estas cabezas pensantes  quieren que nos olvidemos de sus orígenes intelectuales y de la historia de la izquierda? ¿Un poco de todo, quizá?
        Me ha llamado la atención que Pablo Iglesias afirmase que  “lo que hay que hacer es algo que va mucho más allá de la izquierda y la derecha: Tiene que ver con amar a tu gente”. Dicho así lo suscribiría a ojos cerrados, pero no sé si el contexto me autoriza a ello. Considero que, en efecto, aquí de lo que se trata es de “amar a tu gente”, lo que en buena ley debería ser el mandato número uno tanto de la izquierda como de la derecha en un país civilizado. En efecto,  hay que poner –queremos poner–  en la cima de nuestra escala de valores al ser humano, única manera de acabar con la galopada neoliberal, por definición antihumana.
     Espero que por “amar a tu gente” no se me esté dando a entender que solo debo amar (o respetar) a los míos. También tengo que amar (o respetar) a los otros, si quiero seguir viviendo en una sociedad abierta, si quiero vacunarme contra las dialécticas amigo/enemigo, amo/esclavo y contra cualquier deriva totalitaria robesperiana o estalinista.
      Por lo demás, aparte de esa declaración general de corte humanista, bajando al plano de la actividad política, creo que la dialéctica izquierda/derecha sigue operativa, y que no se desmonta por el simple método de establecer un nuevo principio, por ejemplo la oposición entre el pueblo y la casta, con el que solo se consigue simplificar el asunto.  Y una cosa es declararse paladinamente ni de izquierdas ni de derechas en el seno  del 15-M, que es un movimiento difuso, y otra hacerlo desde Podemos. Lo que en el contexto del 15-M es, ante todo, un fenómeno en bruto, en el caso de Podemos es una definición política en toda la regla. 

martes, 15 de julio de 2014

TODOS SOMOS CARLOS


       Ya multado (3.600 euros), acaba de ingresar en la prisión de Albolote el estudiante de Medicina Carlos Cano, condenado a tres años de prisión y un día por haber participado en un piquete con motivo de la huelga general del 29-J. El mismo castigo, por la misma razón, se cierne sobre  Carmen Bajo, ama de casa.
      En estos momentos hay otras cuarenta personas bajo la amenaza de ir a la cárcel por haberse manifestado, a lo que debemos sumar un millar de multas administrativas repartidas a saber cómo  pero con efectos disuasorios claros y distintos, no solo para los afectados sino para la gente en general, también para mí.
     No estamos ante incidentes desgraciados, sino ante un modus operandi digno de reflexión.  El poder establecido tiene bien claro que la gente debe ser amedrentada como parte de la tarea de desplumarla. Y procede técnicamente, con su habitual sangre fría.
     Todavía estamos en la fase de los avisos a navegantes, en la fase de fingir que aquí no pasa nada, siendo todos unos campeones de las libertades. El problema, vistas las cosas en términos históricos, es que una vez puesto en marcha el mecanismo represor y ya pisado a fondo el acelerador  de las reformas antisociales, dicho mecanismo, por su propia naturaleza, va a más, precisamente en casos como este, en los que el poder no tiene nada positivo que ofrecer. Lo sabemos por la triste experiencia de otras épocas. 
      Eso de encarcelar a unas personas inofensivas, como lo de poner multas, no es un invento de este gobierno. Es una práctica perfectamente conocida. Y estas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. De ahí la tristeza y las malas sensaciones que me produce el encarcelamiento del joven Carlos Cano, todo un símbolo de la ruina moral que nos amenaza.
    [Carlos Cano ha sido excarcelado y la amenaza de ir a prisión que pesaba sobre Carmen Bajo ha quedado en suspenso. Estas noticias me alegran mucho. Falta por saber si, en efecto, las condenas son anuladas.]

LLEGA PEDRO SÁNCHEZ

     Al parecer,  dos elementos de juicio han producido cierta alergia (su pertenencia al aparato del partido socialista y su pasajero acomodo en el escenario de Caja Madrid en tiempos de Blesa); pero ahora lo único importante es qué va a hacer, cómo se las arreglará para dotar de sentido al relevo de Alfredo Pérez Rubalcaba.
     De lo que haga Pedro Sánchez dependen, en buena medida, la suerte PSOE, en un tris de acabar como el PASOK, y el destino de la democracia en que habitamos. Este joven profesor de Economía se ha echado a la espalda una carga pesadísima. Ojalá que salga bien librado, pues de su buen hacer depende la desactivación inteligente de algunos problemas que, largamente incubados, podrían saltarnos a la cara de un momento a otro.
     Por fortuna, en todo caso, es demasiado joven como para endosarle la responsabilidad por los yerros que nos han conducido a este desfiladero. Puede pasar con honra a la historia o salirnos rana y acabar como Venizelos. Los ánimos no están para bromas. No basta una faena de maquillaje para salvar al PSOE, ni tampoco eso de poner una vela a Dios y otra al diablo. Le apetezca o no, tendrá que ser original, pues no puede regirse por el modelo de sus predecesores.  Hollande, el Venizelos francés, nada le puede enseñar. Cualquier salida a lo Blair sería su ruina.
    Como considero que la única manera de hacer frente a la bestia  neoliberal, que ahora se relame a la vista del gran festín por ella preparado con motivo del tratado entre EE UU  y la UE, considero que es un deber de la izquierda sumar fuerzas. Y en esta línea, creo que una de las tareas de Pedro Sánchez es guardarse de alimentar los motivos de discordia y tender puentes donde no los ha podido haber. Así, por ejemplo, creo que haría bien en no caer en una fácil descalificación de Podemos. Bien está que el señor Felipe González se declare miembro de la casta, como el señor Montoro. Pero ojalá que él no haga lo mismo. Y ojalá que tampoco imite a Susana Díaz, que  se declaró de “la casta de los fontaneros”, en relación con el muy respetable oficio de sus familiares. No están los ánimos, insisto, para este tipo de boutades. Aquí se está con el 10% ó con el 90% de los españoles, lo que no tiene ninguna gracia, como soy el primero en admitir.
      Tampoco me parecería feliz que descalifique indirectamente a Podemos por el expediente de arremeter contra el “populismo” (y ya lo ha hecho).  ¿Quién está aquí lo suficientemente libre de populismo como para permitirse esa listeza? Y francamente, en el contexto actual los discursos antipopulistas no presagian nada bueno, ni democrático, pues se apunta a dejar a la gente inerme ante las medidas antipopulares que forman parte del catecismo neoliberal.
      ( Los fanáticos neoliberales se han olvidado de las promesas populistas que les permitieron abrirse camino (capitalismo popular, sociedad de propietarios, etc.), lo que indica la malicia del rollo que ahora nos sueltan con su habitual asertividad, que no le consienten a nadie más.)

     En definitiva, le toca a Pedro Sánchez  establecer de qué lado está el PSOE, para lo cual no le queda más remedio que acordarse de Pablo Iglesias, el mayor, y dar por concluida la era del socialismo acomodaticio y servil.

viernes, 20 de junio de 2014

JORGE VERSTRYNGE, ESPOSADO

    En estos días tan sobrecargados de símbolos, la detención de Jorge Verstrynge no me ha sentado nada bien. Le veo cogido y guiado por la nuca por seres oscuros y tremendos, lo veo arrastrado, llevado medio en volandas, luego oprimido contra una barrera metálica, pronto esposado, levantado por hombros y pies por encima de esta cual saco de patatas y finalmente introducido sin contemplaciones en un furgón policial. Una escena escandalosa, de las que se quedan en la retina. Y todo porque se manifestó a favor de la República con una camiseta y supongo que de viva voz también.
    Me entero de que “lo soltaron” a las tres de la madrugada, y le imagino objeto de una persecución administrativa en toda la regla, según la fórmula de las multas. ¿Y esto con qué se come? Uno se pregunta si su detención se debió a que las fuerzas de la autoridad no le reconocieron, llevándoselo p’alante  como a los otros siete detenidos, o si precisamente su persona atrajo el selectivo interés de dichas fuerzas. Supongamos que el sexagenario profesor, político y escritor tenía desactivados los reflejos de huída y de sometimiento, en consonancia con su carácter y con su voluntad de expresarse, y que, pura y simplemente, el mecanismo represivo saltó de forma automática. Pero no es ningún consuelo.
    Lo cierto es que sus derechos constitucionales se vieron pisoteados, demostrándose que su validez depende de las circunstancias y de instancias arbitrarias, siendo preceptivo tener valor y ganas de meterse en líos para ejercerlos a la vista de la autoridad.
    Honra al profesor Verstrynge que, en lugar de estar en ceremonias y banquetes, haya estado dando la cara por sus ideas, en la calle. No sé de mucha gente capaz de ir de lo muelle a lo desesperante por propia voluntad, como él, uno de esos raros personajes que de la derecha han pasado a la izquierda, yendo en sentido contrario a lo que se estila. Claro que este hombre, también cuando era muy joven y era secretario general de Alianza Popular, siempre ha tenido un compromiso profundo con la causa de la justicia social. Lo que confiere a su detención un rango simbólico, no precisamente tranquilizador.
     Como él y los otros siete detenidos no representaban “un peligro público” en ningún sentido,  tampoco en el numérico, por no tratarse de una turbamulta, como no estamos hablando de energúmenos, lo ocurrido no tiene las trazas de un incidente casual.  Porque ha tenido cierto tufo a cosa técnica, como el tremendo despliegue de medios de seguridad con motivo de la coronación de Felipe VI. Que se haya considerado preferible mostrar la musculatura y todas las púas del Estado en cuanto poder, con anotación de nombres y direcciones, con imágenes de francotiradores y demás, que se haya preferido esta exhibición a una operación discreta, menos dañina para la fiesta, indica que se están ensayando viejas y conocidas formas de intimidación. Como se anuncia la llegada de un “tiempo nuevo”,  me resulta muy deprimente.

jueves, 12 de junio de 2014

A PROPÓSITO DE LOS RELEVOS GENERACIONALES

      Yo me pronuncié por el sí con motivo del referéndum constitucional de 1978, aceptando la monarquía.  Lo principal era dejar atrás la dictadura y cancelar de una vez por todas la lógica de 1936. Mis particulares principios eran una cuestión secundaria. Juan Carlos I se presentaba como rey de todos los españoles, y ya Dionisio Ridruejo, que algo entendía del funcionamiento de las cosas en este país,  me había convencido de que la solución monárquica, sobre ese supuesto, debería ser aceptada con miras a tan alta finalidad. Y eso hice, como millones de españoles.
    Es evidente que los planificadores de la tardía instauración monárquica obraron de la única manera posible. Hasta Franco sabía que su sucesor a título de rey no podría gobernar como él. El sentimiento monárquico brillaba por su ausencia y el tinglado no se  podría mantener exclusivamente sobre las espaldas del ejército y de los cuerpos de seguridad.  La llamada Monarquía del 18 de Julio era una pieza del pleistoceno que ni siquiera contaba con la devoción del Movimiento.  
     Además, no se podía seguir en las mismas porque la situación económica era pésima (shock el petróleo);  el Régimen franquista había perdido la capacidad comprar la fidelidad de la gente. Las huelgas se sucedían. Y por si fuera poco, las nuevas generaciones del propio Régimen demandaban cambios, conscientes de su falta de legitimidad.  Los jóvenes franquistas que no habían participado en la guerra civil no tardaron en descubrir que se entendían mejor con las gentes de la oposición que con los nostálgicos de 1936, intratables y como de otra galaxia. Se hizo, pues, el cambio, sin ruptura, y pasamos de una dictadura a una sociedad abierta, que es  lo que realmente se le agradece a Juan Carlos I, a tenor de esas circunstancias irrepetibles.
    Nadie puede negarle a Juan Carlos I el mérito de haber renunciado sabiamente al poder omnímodo que le había dejado Franco. La especie de que él urdió el golpe del 23-F  no pasa de ser una maliciosa estupidez. Para llegar a la democracia, él ya había quemado sus naves, y se habría contado entre las víctimas del golpe si este hubiera triunfado (el búnker se la tenía jurada).
     La Transición salió bastante mejor de lo que cabía esperar si tenemos en cuenta, dato fundamental, que ni el rey  ni los realizadores de la operación tenían lo que se dice formación democrática. Otra cosa es lo que se hizo sobre de la base de la Constitución de 1978, en los años siguientes, donde ese defecto salió a relucir. Se actuó con la idea de que era suficiente lo que se había hecho, como si en el plano histórico se pudiera vivir de las rentas en plan tarambana.
     Yo tengo 62 años y no es extraño que traiga a colación ciertas cosas. Como no es extraño que los españoles criados en democracia, para los cuales esta es natural,  se llevaran un chasco tremendo al ver la situación en que nos hemos ido a meter. No están para viejas batallas, ni viejos laureles y bien se ve que no tienen metido en el cuerpo el miedo que llegamos a tener los de mi generación, más que suficiente para justificar los ejercicios de ambigüedad, los cálculos, las duplicidades y las bajadas de pantalones. De ahí que estos jóvenes digan “lo llaman democracia y no lo es”, expresándose como personas sanas.
    Es una locura dar gato por liebre a las nuevas generaciones: acaban sublevándose contra lo que ven y lo hacen precisamente en nombre de los mismos principios políticos y morales que les fueron inculcados por los mayores autosatisfechos. Eso de que el PSOE no es monárquico pero que sirve de sustento a la monarquía no lo van a entender jamás, y en realidad sería una pésima señal que les pareciese natural. Baste con este ejemplo.
     Deducen  estos jóvenes que la tremenda crisis que amenaza con destruir sus vidas se debe al “régimen de 1978”. Y no se les puede reprochar. Instruidos en el abecé de la modernidad, sería francamente raro que les resultase natural la Monarquía, por muy parlamentaria que se la pintemos. A ellos les ha tocado darse de bruces  con una sucesión de burradas que ni con la mejor voluntad dejan el menor margen para hacer la vista gorda.
    Llegados a este punto, ni los monárquicos de obediencia ni los pragmáticos tienen nada que decirles; las habituales monsergas no surten efecto. Si les decimos que la Monarquía garantiza hoy la estabilidad y la convivencia de los españoles como si estuviéramos en 1978, les suena a una confesión de poquedad democrática. Es como si les estuviéramos diciendo que seguimos en plan de emergencia, sin haber consolidado el sistema democrático en todos estos años, todavía necesitado de un incongruente soporte medieval. 
    Y ahora le toca a Felipe VI.  No es que el contador se ponga a cero. Su padre acabó siendo visto como un comisionista de grandes empresarios, como compadre de autócratas  y gentes dudosas, como matador de elefantes,  lo que forma parte de la herencia.
     Para ser aceptado,  Juan Carlos I pudo dar a los españoles una libertad desconocida para ellos. ¿Qué puede ofrecer Felipe VI? Sin duda,  voluntad de  saneamiento y de amparo frente a la Bestia neoliberal. Su padre contó con el respaldo póstumo del dictador  y con el poder de un ejército constituido como fuerza de ocupación,  pero él depende sobre todo del apoyo de la gente, que  no está de humor para borboneos de ninguna clase y que no cree en las  superiores bondades de la sangre azul. No lo tendrá nada fácil, por lo tanto. Parece muy expuesto a dejarse llevar por el modus operandi de su padre, esto cuando ya sabemos todos lo que da sí el una monarquía consagrada a los intereses de eso que la gente joven llama “la casta”, de cuyo presunto monarquismo virtuoso no debería fiarse un pelo…