Mostrando entradas con la etiqueta #indignados. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta #indignados. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA ESPERANZA

       Según el CIS y para horror del PSOE, el PP y el establishment local y transnacional, Podemos es ya el primer partido en intención de voto. En consecuencia se ha pasado de reducir al nuevo partido a un hatajo de frikies a tratar de convencernos de que es un monstruo capaz de cargarse la democracia y de llevarnos a la ruina. De tal verso resulta que el PP y el PSOE son, aunque no lo sepamos, los garantes de nuestra bienaventuranza.
     Se nos hace saber que Podemos, o más bien Jodemos, es chavista, castrista, leninista y populista, que Iglesias, Monedero, Errejón, Echenique  y los demás son lobos disfrazados con piel de oveja. Y esto no es nada si pensamos en lo que tendremos que oír de aquí a las elecciones generales. Las campañas publicitarias contra Podemos serán de lo más indecentes que quepa imaginar, condimentadas con ataques personales contra sus componentes conocidos y secundarios, según las tácticas para estos casos recomendadas por los Karl Rove que militan en la enmoquetada trastienda del sistema.
     Si es preciso, se inventarán trapos sucios e historias para no dormir en forma de testimonios de infiltrados o sobornados, habrá tergiversaciones y rumores, se pondrá a punto una listita de puntos a golpear venga o no a cuento. Hasta se podría encontrar una conexión entre Podemos y el narcotráfico. Si alguna experiencia tenemos con  “el voto del miedo” (una bajeza que nos ha acompañado durante toda la singladura democrática y que viene de más atrás) lo que se avecina nos dejará curados de espanto. Los hombres de la casta harán todo lo que esté en su mano para meternos miedo en el cuerpo.
     Sin embargo, yo creo que Podemos es una bendición para este país y que ya tenemos  motivos para estarle agradecidos. Gracias a esta nueva y pujante formación, tanto el PP como el PSOE tienen una pequeñísima posibilidad de volver a la realidad en que habitamos todos (a menos que prefieran suicidarse políticamente).  La sola presencia de Podemos, aunque no gane, les obligará a expresarse con la probidad y la racionalidad que han perdido por el camino. O harán el ridículo en plan Arenales Serrano.
    ¿Qué se supone que habría pasado en este país si la indignación no hubiera encontrado un cauce político? ¡Prefiero no pensarlo! Aliados los dos partidos hegemónicos en un turbio negocio contra el país y sus moradores, ¿se las prometían muy felices? ¿Creían que con hacer a oídos sordos asunto arreglado? ¡Menos mal que ha surgido Podemos! 
    ¡Y menos mal también si pensamos en Europa! ¿O se imaginaban el PSOE  y el PP que siguiendo la batuta del tenebroso Juncker como osos de feria y encima contando con la alelada conformidad de todos nosotros? ¡Por favor! Es una suerte que haya nacido Podemos antes de que termine la partida encaminada a dejarnos en los huesos por medio del todavía secreto Tratado de Comercio e Inversión EEUU/UE, la pieza fuerte del menú que cocinan en secreto los populares y los socialistas europeos. Ya sabemos que ni el PP ni el PSOE dirán ni pío en defensa de nuestros intereses. Y nos hace falta un partido como Podemos para que nuestra voz se sume a la de otras fuerzas europeas que se niegan a aceptar que seamos desplumados por los más burdos y antidemocráticos procedimientos.
    Por mi parte, veo en Podemos un fenómeno made in Spain, no una imposible réplica del chavismo. ¡A ver si se dejan de milongas!  Ni Iglesias es comandante como Chávez, ni coronel como Perón, ni la composición social de nuestro país tiene nada que ver con la de los países que alumbraron  las variantes populistas de estos. Si Iglesias llegase a gobernar, no se vería ante un país dividido entre una clase opulenta y un pueblo secularmente mísero, sino ante un pueblo no mísero que se niega a ser esclavizado por una casta extractiva, cosa muy distinta. Claro que, por descontado, la originalidad absoluta no es posible  en política, como ya deberían saber los que copian afanosamente los folletos del American Enterprise Institute. A diferencia de estos o de los socialistas que nada inventaron para mejor acomodarse, que hasta se dejaron encandilar Carlos Andrés Pérez y por el señorito Blair, los de Podemos dan muestras de originalidad, de creatividad, en un grado jamás visto en este país tan dado al corta y pega.
    A mí no me da mala espina que Iglesias visite a Correa, a Morales, a Mújica. ¿Qué tiene de extraño que haya tenido contacto con la Venezuela de Chávez? En América Latina, que ya pasó por la máquina trituradora, hay mucha experiencia acumulada. Lo que para nosotros es una novedad para ellos fue el pan de cada día. Ya escribí hace tiempo que debíamos poner las barbas en remojo y aprender las lecciones oportunas, pues nos empezaba a pasar lo mismo que allá, donde ya no se puede mentar al FMI sin levantar grandes olas de indignación, donde las mentiras neoliberales ya no cuelan.  De modo que, en lugar de inquietarme, las exploraciones de Pablo Iglesias en esos escenarios me reconfortan, porque le habrán ayudado a visualizar por dónde discurre la línea entre lo posible y lo imposible.
     Creo que es preciso resaltar, como dato esperanzador, la preparación académica de Pablo Iglesias y sus compañeros más conocidos. Han estudiado Ciencias Políticas. Hasta la fecha, por lo que se refiere al período inaugurado en 1978, las más altas responsabilidades han recaído en este país sobre tres abogados, un inspector fiscal y un registrador de la propiedad, lo que quizá explique muchas cosas. Como no es fácil orientarse de oídas en este mundo tan complejo y turbulento, conviene un cambio de perspectiva, sobre una preparación diferente. Aquí hacen falta políticos a los que no se les pueda vender con facilidad la burda doctrina que sirve de basamento a la revolución de los muy ricos, necesitamos políticos que no se dejen deslumbrar por la  estúpida creencia de que “no hay alternativas”, que no tomen por novedades unos sofritos del siglo XIX.
     Hay otra ventaja, derivada de la edad de los promotores de Podemos. Se trata de personas jóvenes, crecidas en democracia. Me parece normal que sobre la base de tan envidiable experiencia se hayan llevado un enorme chasco al entrar en la madurez y topar con la triste realidad, con la malversación de esta democracia que sin duda les fue enseñada en términos sumamente idealizados. Tildarlos de antidemócratas está fuera de lugar: son la mejor expresión de la parte sana de nuestra democracia, la mejor cosecha que cabía esperar en un país donde en 1978, seamos sinceros, había poquísimos demócratas de verdad, poquísimos rodados como tales. Las gentes de Podemos tienen, o así lo percibo, una idea más alta y noble de la democracia que la que tenemos los más viejos. Me parece esperanzador.
     Y otra ventaja más: es de agradecer que no padezcan las inseguridades y los temores  neuróticos de quienes hemos vivido bajo la dictadura. Si se me permite un lenguaje desagradable, no han sido castrados… No se han pasado la vida, ni media vida, pendientes de un tirano, no se han ejercitado en la escuela de las medias palabras, la hipocresía y los susurros. No han aprendido a reírle las gracias al poder por la consabida mezcla de temor e interés.
     No quiero ofender a nadie, pero me temo que en este país hay muchos políticos que han pasado de temer los rayos de El Pardo a temer los del Mercado, lo que se manifiesta en una penosa falta de personalidad. Para mí es un motivo de alegría no detectar este síndrome en Iglesias y los suyos. Tengo, pues, la esperanza de que Podemos tenga el valor de decir NO donde los mayores solo saben reverenciar al poder sin dignidad ni imaginación, NO sin el cual no hay proyecto decente que valga.
    En las filas de Podemos puede haber algún leninista coriáceo, superviviente o sobrevenido a consecuencia del atropello que estamos sufriendo. La orgía neoliberal justifica, a ciertos ojos, el maximalismo revolucionario de la vieja escuela. Pero Podemos no va por ahí a juzgar por sus dichos y hechos, como tampoco por las gentes a las que desea movilizar y representar, en lo que cabe ver una salvaguarda para el nuevo proyecto, que no pone el acento en una revolución al antiguo modo sino en dar curso a los valores que de suyo pertenecen a la normalidad democrática, hoy pisoteados en beneficio de una “casta extractiva”. Los perjudicados por la cleptomanía de esta no son solo los muy pobres; suman  el 80% o el 90%  de la población. Así se entiende que, según el CIS, Podemos encuentre apoyo, sobre todo, en personas de clase media y de clase alta, lo que de por sí indica la gravedad del daño que se han hecho a sí mismos el PP y el PSOE, como indica la seriedad del envite. Con sus traiciones al espíritu constitucional, he aquí que estos han perdido el apoyo de la parte más ilustrada de la sociedad, mucho más amplia y consistente que en el pasado.
    En un país que había hecho  avances en el plano de la cohesión social y que ha llegado a una composición que no se parece nada a la que le costó la vida a la República (insuficiencia de la burguesía), nada a la que hizo posible la eclosión de figuras populistas como Perón o Chávez en sus respectivos países, nos encontramos con que el votante de Podemos es muy representativo del alto nivel alcanzado en España por “las masas”, término que no por azar ha caído en desuso. Podemos ha ganado fuerza precisamente porque representa los intereses de la población española más cultivada de todos los tiempos, de pronto castigada pero ya salida de su estupefacción. A la que no se le podía pedir que se dejase desplumar como una gallina muerta.
      Se dice por ahí que Podemos es un peligro para la democracia. Si esta se encuentra amenazada es por la cantidad de legitimidad democrática dilapidada con el infame propósito de crear un sistema oligárquico descaradamente antisocial. Podemos es una respuesta a esta monstruosidad, no su causa. Es un movimiento defensivo contra el intento de devolvernos al siglo XIX. Si pienso en la democracia que nos resta, ya por debajo de los estándares constitucionales de 1978, Podemos no me da ningún miedo. Lo contemplo con esperanza. ¡Hemos dejado de estar políticamente inermes!

viernes, 31 de octubre de 2014

NEOLIBERALISMO Y CORRUPCIÓN

     Tuvimos en España la mala suerte de que cuando por fin se produjo la apertura democrática, de suyo limitada por la herencia dictatorial, se nos colase el neoliberalismo por la puerta de servicio, una desgracia.
    Digo por la puerta de servicio porque, en teoría, esta doctrina, promotora del capitalismo salvaje, era incompatible con la sensibilidad tanto de la derecha actualizada como de la sin actualizar, e incompatible también, por descontado, con el socialismo español. En teoría, contábamos con la protección de la Constitución de 1978, y con el instinto de la gente, que ni siquiera veía con buenos ojos el simple título de liberal a secas, como descubrieron Garrigues y Roca. Pero si entró por la puerta de servicio lo cierto es que se adueñó de la casa.
     Es algo que merece un estudio en profundidad, pues en teoría, insisto, este país contaba con anticuerpos de todos los colores contra esta afección que se caracteriza por su desprecio del bien común y por una adscripción militante y descarada a la ley del más fuerte, la más destructiva de todas, hobbesiana y clasista hasta el horror.  Para nada sirvieron los anticuerpos franquistas, falangistas, democristianos, socialistas y comunistas, y de su inoperancia se podría extraer la precipitada conclusión de que eran insustanciales, simples mascaradas.
    A falta de ese estudio en profundidad, creo que la invasión neoliberal se vio favorecida por la tendencia a copiar lo de fuera (¡que inventen ellos!), que nos dejó inermes frente al chantaje de la banca, de la Europa de los mercaderes, del Fondo Monetario Mundial y el Banco Mundial (caídos en manos del neoliberalismo a principios de los años ochenta). El resto lo hizo la táctica del movimiento neoliberal, espléndido a la hora de untar a sus peones. La indigencia intelectual de ciertos personajes y personajillos, deslumbrados por tan tosca y criminal doctrina, selló nuestro destino.
     La falta de hábitos democráticos arraigados impidió que se pusieran límites a la infección. Por lo visto, era fácil pasar del elitismo de antes al nuevo, como era fácil hacer ese tránsito desde el secreteo de los años de clandestinidad, propicio a la creación de una elite llamada a emular a la de siempre. Fácil de solo pensar en las recompensas presentes y futuras, y por supuesto en los inconvenientes de oponerse. Claro que para alcanzar esas recompensas era preciso reducir al parlamento a una función ceremonial y usar contra natura –contra el pueblo– la legitimidad democrática. La falta de desarrollo de la democracia y la falta de sentido democrático de los sucesivos gobiernos nos dejó a los pies de los caballos.
    En todo caso, lo  cierto es que el neoliberalismo penetró de la mano de su opuesto, el socialismo, y  que se hizo fuerte en tiempos de José María Aznar, un entusiasta de la “nueva economía” que prescindió del contenido social-liberal y social-cristiano del partido que había recibido en herencia, y que prescindió también del nacionalismo que formaba parte de la derecha española. La transformación de los dos partidos hegemónicos en formaciones neoliberales más o menos encubiertas tuvo efectos tan corrosivos sobre el sistema de 1978 que este ha llegado a parecer una estafa. Y a la corrupción moral del conjunto debemos añadir la corrupción de las personas.
      El neoliberalismo a dos bandas modificó la escala de valores y dio alas a toda clase de tiburones, grandes y pequeños. El señor Solchaga, ex trotskista  reconvertido al socialismo acomodaticio, se felicitaba de lo fácil que era “hacer dinero” en España. Se vieron cosas extraordinarias, la caída del socialismo felipista en una corrupción bananera, la “cultura del pelotazo”, las amistades peligrosas del rey, la emergencia de la beautiful people, la admiración por Mario Conde, la exaltación del yuppy, supuesto emprendedor, todo muy sintomático. El ideal de la justicia social desapareció del horizonte. Estaba en la Constitución, pero se borró de la mente de los encargados de desarrollarla coherentemente y de hacerla cumplir.
     Se produjo  una elevación del dinero fácil a la cima de la escala de valores. “Tanto tienes, tanto vales. Si no te haces rico, tonto eres.”  Se hizo la vista gorda a los negociados más sucios, en plan dinámico. Las joyas de la abuela fueron privatizadas. Adiós, Iberia. Recuérdese la manera en que  Telefónica fue confiada a los designios personales de Juan Villalonga, hoy inscrito en el cuadro de honor de nuestro “capitalismo de amiguetes”. Empresas levantadas con el esfuerzo de todos en tiempos del franquismo se privatizaron  a demanda de los gurús neoliberales, y esto se hizo cuando ya se sabía lo que había pasado en otras latitudes como resultado de esta manera facilona  y antipatriótica de hacer caja. Se procedió a “liberalizar” el suelo, como si las leyes regulatorias precedentes hubieran sido idioteces franquistas, dando rienda suelta a toda clase de pillerías, un gran negocio para cualquiera que estuviera en la pomada y de paso una manera de desarrollar redes caciquiles y clientelares como parte de la consolidación del poder territorial. Se procedió a privatizar los servicios públicos al son del mantra neoliberal de que el Estado es incompetente por definición.
    El manualillo neoliberal daba muchísimo de sí, de modo que no se consideró una imprudencia temeraria confiar las finanzas del país a un abogado, el señor Rodrigo Rato, celebrado autor del “milagro español”, hoy sospechoso de incompetencia y rapacidad. Los tiempos de Fuentes Quintana habían quedado atrás y no nos quepa duda de que de tales frivolidades vienen estos lodos. El señor Blesa pertenece a la misma camada, ávida de dinero y de una cutrez que hiela la sangre.  Sería inútil buscar la más mínima originalidad en los  protagonistas de esta jugada. Son copias de copias de neoliberales de ambos lados del Atlántico, imbuidos del mismo desprecio por la gente común.  
    De acuerdo con el manualillo, se sobreentiende que los que están arriba son “los mejores”, que no deben dejarse maniatar por el interés de la mayoría, por el pueblo, solo interesante como objeto de explotación. Claro que al principio este fue halagado con créditos, con dinero de plástico para consumir o para llegar a fin de mes, con productos baratos fabricados por mano de obra esclava de otras latitudes, con la expectativa de una sociedad de propietarios, con referencias entusiásticas al capitalismo popular, una forma de engatusar. No estaba previsto que los salarios subiesen y sí, en cambio, descargar sobre el trabajador las consecuencias de lo que Stiglitz ha denominado “capitalismo de casino”.
     Entiéndase de una vez que las tarjetas black, elitistas por definición, no tienen nada de raro en el contexto de la revolución de los muy ricos, de la guerra de clases desencadenada por la minoría cleptocrática y sus agentes indígenas y extranjeros. Son algo que a sus usuarios se les debía, como prueba de su superioridad. Tampoco son anómalos los negociados de Felipe González y José María Aznar, irreprochables dentro de este marco ideológico. Si alguien dice que no le parece bien que estos presuntos estadistas, que ya tienen garantizada una existencia digna a cuenta del erario público, se dediquen a los negocios, seguro que es un anticuado. El neoliberalismo ha modificado la mentalidad: ellos también tienen derecho a engordar sus arcas todo lo posible, como campeones del emprendimiento, una manera de predicar con el ejemplo.   
    Claro que esto mismo se ha hecho siempre, con neoliberalismo o sin él,  en cualquier república bananera, en cualquier Estado fallido. Y se hacía aquí mismo, en tiempos de la Restauración y del franquismo, pero, ay, no en tales proporciones. Con la llegada del neoliberalismo se han batido todos los récords. Ahora hasta hay gentes de poca edad que manifiestan que lo más importante en la vida es hacer dinero. Como hay gentes de edad que, en sede parlamentaria, se cachondean del dolor de los niños españoles que se ven sumergidos en la pobreza. Pedirle un compromiso social a un neoliberal declarado o encubierto es  pedirle peras al olmo, algo tan absurdo como pedirle que cuide la naturaleza.
     Hay miles de profesionales con plena dedicación al negocio de las mordidas, el más primitivo de todos, con algo nuevo: esa doctrina que les capacita para obrar con buena conciencia.  No se les pida el menor remordimiento. Vender unas viviendas sociales a un fondo buitre de no se sabe dónde sin preocuparse por los inquilinos, entra dentro de lo natural…  Hacerse con una parcela de lo público a crédito, cobrar del erario público y poner de rodillas a los trabajadores para añadir  unos beneficios adicionales a los pagos regulares a cuenta de las arcas del Estado,  es tan normal como trenzar con los amigos y pagar las mordidas con la mayor gentileza. Como normal es crear inextricables redes de  testaferros y sociedades pantalla.
     El elitismo caciquil de toda la vida nunca se fue y ahora se ve  potenciado al máximo por el catecismo neoliberal. Se ha encarnado en tiburones de todos los tamaños. De ahí que no se tengan escrúpulos morales a la hora segarle la hierba bajo los pies a la parte más débil de la sociedad  (“¡que se jodan!”).  Aparte de la corrupción inherente a un sistema así, el problema es que el neoliberalismo, que no ha sido concebido para redistribuir la riqueza y sí para concentrarla, ni siquiera la crea. Lo suyo es succionar la que hay en beneficio propio. Después de mí, el diluvio…  Ya pueden el papa y el rey invocar los valores morales y ya pueden las gentes pedir justicia, referencias ausentes en el catálogo neoliberal. Tan grave es la enfermedad que no se va a remediar con el encarcelamiento de unos cuantos tiburones, no caigamos en ese espejismo. Aquí lo difícil va a ser desarraigar la mentalidad neoliberal, esto es, ganar “la batalla de las ideas”.  Para seguir adelante, al neoliberalismo depredador se le han acabado los conejos en la chistera. Solo le quedan las mentiras y la violencia, pero esa batalla hay que ganársela.

viernes, 24 de octubre de 2014

OTRO VISTAZO AL FUTURO


     Mi post anterior me ha valido una reprimenda vía mail: he caído en el pesimismo, con el agravante de dar pábulo a una interpretación de la realidad en clave de conspiración. Como el señor Juncker acaba de decir que se propone que Europa recupere su registro social, el cuadro no es tan negro como yo lo pinto. ¿Qué quiere que le diga, amigo mío?
     Que el señor Juncker, uno de los muñidores del Tratado de Maastricht, va a olvidar en poco tiempo las lindas palabras que pronunció con motivo de su nombramiento como presidente del Ejecutivo comunitario es algo que doy por seguro. Sabía lo que tenía que decir en acto tan solemne, y lo dijo con el mismo desparpajo que le consagrará, por sus hechos, como el firmante del acta de defunción de la Europa que hemos deseado y perdido por obra y gracia de personajes como él.
    La mecánica es siempre la misma: decir algo bonito y luego dar el hachazo por la espalda. Así lo establece el protocolo… La misma Europa que tuvo que soportar el Tratado de Maastricht, el de Lisboa y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, tres trágalas antidemocráticos,  va a sufrir el cuarto trágala, los acuerdos de libre comercio entre EEUU/UE, ya urdidos a nuestras espaldas por Juncker y compañía. 
     ¿Quiero decir con esto que el señor Juncker  está metido en una conspiración? La conspiración propiamente dicha, con nombres y apellidos, tuvo lugar hace cuarenta años, cuando un  puñado de ricachones norteamericanos decidieron pararle los pies a la marea progresista y justiciera de los años sesenta. En el libro Palabras para indignados, que escribimos Cristina García-Rosales y yo (de descarga gratuita en esta misma página) se ofrece un resumen de la conjura que desencadenó la “revolución de los muy ricos” con el neoliberalismo como plato único.
    El señor Juncker no tuvo ni arte ni parte en esa conjura. Fue ganado para la causa, como tantos otros, cuando era una persona hecha y derecha, cuando se movía en las coordenadas de la democracia cristiana, sin  imaginar que estaba llamado a formar parte del plantel que se encargaría de desnaturalizarla. ¿Cómo pasó de  la democracia cristiana al neoliberalismo (incompatible con ella)? ¡Solo él podría explicarnos su metamorfosis! Si cayó por el estómago, por la mente, por el bolsillo o por seguir la moda, nunca lo sabremos. Allí está, al frente del Ejecutivo comunitario, y hará lo que tiene que hacer sin que nadie se lo sople en la oreja.
     Nos vemos ante las consecuencias del triunfo de la revolución de los muy ricos, ciertamente espectacular, al punto de que tiene poco sentido hablar de conspiración en la actualidad. La madeja ya no conduce a un puñado de personajes en la sombra. Dicha revolución no necesita una cabeza; tiene muchas, de todos los tamaños y colores. Ha logrado transformar, por medio de la propaganda y a golpes de talonario, la mentalidad de la casta transnacional, antaño mucho más prudente, y la de millones de seres humanos, que ahora caen en la cuenta de que la ley de la jungla no hace excepciones.
    Para entender lo que está pasando ya no basta con tener conocimiento de la conjura inicial. La cosa ha ido a mayores y para no simplificar el fenómeno que nos amarga y destruye conviene, creo yo, hacer uso del concepto que acuñó Ian Kershaw para describir el modo de funcionar de la elite nazi. Trabajaba esta “en la dirección del Führer”. Ahora se trabaja “en la dirección del capitalismo salvaje”, para lo que ya no hacen falta instrucciones misteriosas. No tiene sentido buscar la guarida del ogro con ánimo de ajustarle las cuentas. Está por todas partes, por difusión, cuenta con miles de peones, desde el maduro peso pesado Juncker hasta  nuestro pequeño Nicolás, un aprendiz muy prometedor.  
    Tuve la esperanza de que los dirigentes europeos frenaran a tiempo, una ingenuidad por mi parte. Ahora los veo relamerse, insensibles a las consecuencias sociales, sordos a cualquier consideración sensata. Y habrá una confrontación. Si creen que van a poder terminar de desplumar a los europeos con juegos de palabras y mentiras, están muy equivocados. Y si nosotros creemos que van a resignar su poder sin agotarlo seríamos unos tontos.
     Que el chanchullo neoliberal-neoconservador haya entrado en fase terminal al quedar en evidencia su necedad, su crueldad, su cutrez intelectual  y la insostenibilidad de la pirámide de Ponzi económica en que nos ha involucrado arteramente, se podría prestar a algunas consideraciones esperanzadoras; pero dará tanta guerra y dejará todo tan destruido que no soy capaz de recrearme en ellas.
    Puede que más allá haya un mundo mejor, pero lo cierto es que aquí y ahora tenemos que vérnoslas con la Bestia neoliberal-neconservadora, elitista, clasista, maquiavélica, malthusiana, ricardiana, spenceriana, esencialmente antiilustrada y antidemocrática,  para la cual los derechos humanos no pasan de ser un cuento de hadas. Del hecho de que haya sido desenmascarada ante los ojos de la opinión pública y de que se haya quedado sin argumentos para proseguir su galopada nihilista no logro extraer ni la más pequeña dosis del optimismo que me demanda mi amable contradictor.

miércoles, 15 de octubre de 2014

LA CASTA Y LA BESTIA NEOLIBERAL

     Se ha impuesto el uso de la palabra “casta” para designar a la clase que monopoliza los resortes del poder en beneficio propio. Casta: los de arriba, el famoso 1% y sus peones de brega y cómplices necesarios.
     Se calcula que el 20%  de la población pertenece a la clase satisfecha y  se da por supuesto que milita a favor de la casta, indiferente al destino del 80%. A veces, suena como si ese 20% fuera casta todo él, otras veces la palabra  designa únicamente a los responsables directos del atropello que estamos sufriendo, matiz explícito en la expresión “casta extractiva”.
      Se prescinde metódicamente de palabras que recuerden la lucha de clases. “Interclasista” está fuera de uso. La palabra oligarquía se emplea de uvas a peras, como condimento culto y puede sonar como un arcaísmo, como establishment, como “élite del poder”… Es curioso, pero muy típico de nuestro tiempo, si tenemos en cuenta que ya no se habla de capitalismo sino de “economía de mercado”, con idéntico afán de halagar a los oídos poco avisados, de no alarmar.
      Se plantea, pues, una lucha entre los de la casta y los que no pertenecen a ella, quedando en segundo plano confrontación entre ricos y pobres, capitalistas y trabajadores, poseedores y desposeídos. En primer plano figura la pugna entre la gente y sus representantes políticos asociados a la casta, considerados ilegítimos por sus hechos, por su desprecio del bien común.
       Con la palabra casta se pueden eludir los fantasmas que podrían asustar, y así replantear las cosas en términos de una sencilla confrontación democrática, de la que tendrá que derivarse, en teoría, una victoria abrumadora del 80% de la población sobre el 20% que se le ha subido a la chepa. Esto si se lograse movilizar a la gente, también a los que no saben si son de izquierdas o de derechas, si son burgueses o proletarios, a toda la gente que no necesariamente va a asumir la condición de pobre aunque lo sea pero que reconoce su no pertenencia a la casta y el asco que le produce. Ni falta hace decir que con la palabra casta se apela a la conciencia de quienes hasta la fecha han confiado en los dos partidos hegemónicos, mostrándoles su emplazamiento en el campo de batalla político. Sobre la casta se concentra, pues,  el enorme resentimiento acumulado, con el correspondiente aprovechamiento de los beneficios  de tener un enemigo, una necesidad imperativa  (Karl Schmitt) si se aspira a unir voluntades.
     Yo utilizo la palabra casta porque está en el aire,  pero  la verdad es que no me satisface ni en el plano teórico ni en el práctico.  Por su propia vaguedad invita a personalizar a capricho y, por lo tanto, a alimentar tendencias incompatibles con una sociedad plural. Ya hay gente devolviendo el golpe,  diciéndonos que Pablo Iglesias pertenece a la casta desde el punto  y hora en que recibe una remuneración decente y se desplaza en avión. Por este camino se llega a condenar como apestado al propietario de una vaca. En realidad, cualquiera puede ser acusado de connivencia con los intereses de la casta, lo que no deja recordarnos los tiempos en que no tener las manos encallecidas podía costarle a uno la vida en un lado, en tanto que del otro los callos podían conducir directamente al paredón. Creo que lo mejor es curarse en salud y no dar pábulo a esas primitivas formas de enemistad que acaban necesariamente mal. No pretendo proscribir la palabra casta, que tiene vida propia. Pero me parece recomendable que nos andemos con cuidado.
   Nos encontramos ante un asunto de poder y en grave desventaja. Sería un error estigmatizar mecánicamente a quienes han ejercido o ejercen algún poder, grande o pequeño, esto es, ponerlos a la defensiva, en situación de apoyar a la minoría depredadora propiamente dicha, lo que podría ocurrir por miedo. Para alterar el curso de los acontecimientos en sentido positivo y no traumático, hace falta  (la historia lo enseña) el apoyo de mucha gente que de un modo u otro participa del poder. No nos quepa duda de que en la esfera del poder (en  los partidos, en el parlamento, en la judicatura, en las fuerzas de seguridad, en los distintos ministerios, en la Iglesia, y en la propia banca) hay gente que se lleva las manos a la cabeza  por lo que está pasando, al menos en la intimidad. Y esa gente también hace falta para impulsar el cambio o, al menos, para que no se oponga de puro miedo a lo desconocido.
    Por este motivo opino que conviene poner el acento en la “casta extractiva”, en la “casta depredadora”, en lugar de generalizar. También creo que  el grueso de la artillería debe apuntar a la Bestia neoliberal, el verdadero enemigo a batir en España, en Europa y en el mundo, no a un grupo humano impreciso. Debe apuntar a la mentalidad que la hace posible, y desde luego que también a la filosofía de pacotilla que le sirve de basamento.
    El cambio que anhelamos las personas indignadas pasa por una modificación de la escala de valores y de los usos y costumbres que la revolución de los muy ricos ha impuesto metódicamente a lo largo de tres décadas. Como es sabido, los promotores de esa revolución (o mejor dicho, contrarrevolución) se tomaron totalmente en serio la “batalla de las ideas” tan cara al pensamiento de Gramsci. Y la ganaron, aprovechándose del desconcierto de sus oponentes, que no imaginaron que tanto Gramsci como el propio Trotski pudieran ser usados desde el poder por unos intelectuales de tres al cuarto, ávidos de dinero, unos auténticos felones.
     Se trata,  pues, como siempre, de ganar la batalla de las ideas. Designar cabezas de turco o condenar clases enteras es más fácil, pero más vale no tomar ese atajo.  El momento, además, es especialmente propicio a una acción intelectual radicalísima contra la Bestia. Porque los crímenes y desafueros que le son propios están ya a la vista de todos, también a la de quienes no la vieron venir y la celebraron, tanto en España como en el mundo.
     No hace falta ser ningún genio para saber que en manos de la Bestia neoliberal ni la humanidad ni el planeta tienen salvación. Pero no basta la indignación. Hay que pensar, hay que ofrecer una alternativa creíble y sensata. Recuérdese el deleite de la señora Thatcher al deletrear el principio de que no hay alternativa. Las alternativas increíbles o insensatas, entre las que figuran las apuestas a cara o cruz, solo podrían servir para darle la razón a esa bruja victoriana.  Y además, aquí se trata de cambiar a unos ladrones por otros, de sustituir a unos mafiosos por otros. Se trata de cambiar la mentalidad y de filosofía, de dejar a la Bestia sin aire, sin peones y sin honor.

domingo, 12 de octubre de 2014

NÁUSEAS

    El doctor Javier Rodríguez, nada menos que consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, ha quedado retratado ante la opinión pública. Ha declarado que la responsabilidad por el contagio del Ébola recae en la auxiliar de enfermería Teresa Romero; de paso,  ha insinuando que es una mentirosa, como si hubiese falseado los datos relativos a su fiebre. 
    Con tal declaración, el personaje, que presume de “bien comidito” y de tener “la vida resuelta”, me ha indignado por su inhumanidad y  por su obvia intención de exonerar a un gobierno que, tras haber desmontado centro especializado del hospital Carlos III, estuvo a punto de meter al primer sacerdote rescatado en La Paz (¡horror!), incurriendo luego en sucesión de chapuzas temerarias que si no ocasiona más víctimas será por milagro. A mí me parece una locura que sea el personal sanitario de cuidados intensivos de La Paz el encargado de las tareas más delicadas en el Carlos III. ¿A quién se le ha ocurrido? ¿Acaso son más temibles los gastos en personal que el maldito virus?
    Caspa y prepotencia elevada al cubo. Los sacrificios y las incomodidades para la plebe. Nulo sentido de la propia responsabilidad. Claro que el problema no es el doctor Rodríguez, sino el tipo humano que representa. En manos de gente así el país está perdido. Y no me acostumbro. En cuanto topan con la realidad, estos personajes se comportan como si fuésemos imbéciles, con un tonillo caciquil que revuelve las tripas. Van a lo suyo, y al diablo la realidad, al diablo  la verdad, al diablo la humanidad. ¡Qué personajes! ¡Qué peligro!
     El viejo caciquismo y los modales del señorito de antaño reaparecen potenciados al máximo por el cóctel neoliberal, elitista  y despiadado. Ingenuo de mí, creí que habíamos progresado. Como si el “que se jodan” de la señora Fabra en sede parlamentaria no hubiera sido suficiente. Por lo visto, los de arriba son estupendos y los de abajo somos torpes y mentirosos. No es que estemos expuestos a acabar en una sociedad clasista de la peor especie, es que ya estamos metidos en ella. O nadie osaría expresarse así.
    El doctor Rodríguez  no está solo: ahora mismo varios medios de comunicación y diversos periodistas orgánicos jalean su miserable justificación del primer caso de contagio del Ébola en Europa. ¡La culpa es de la enfermera! Para el caso de que enferme también el médico que la atendió en el hospital de Alcorcón, ya nos ha explicado Rodríguez que si el traje de protección le quedaba corto de mangas, la culpa no sería de las autoridades sanitarias, sino exclusivamente suya, por ser  de elevada estatura. Y claro que ni una palabra sobre el bajo nivel de protección que ofrecía de por sí dicho traje, ni de cómo fueron pillados por sorpresa en Alcorcón, un detallito sin importancia, como el hecho de que los expertos europeos acaben de sentenciar que el Carlos III carece de la infraestructura necesaria para tratar a las víctimas del Ébola de forma segura. ¡Adelante con los faroles! 
      Vivimos en la época de la  mentira y la cutrez. Si esto se atreven a propalar el doctor Rodríguez y sus corifeos a propósito de un tema como el Ébola, ante un pueblo que algo sabe de contagios, mejor no pensar en lo que pasa cuando el tema va de brujería económica. No nos extrañe que se siga hablando de raíces vigorosas, a ver si cuela. Me gustaría pensar que el poder atontado a esta gente. Pero, qué le voy a hacer, se me impone la hipótesis del cinismo absoluto.

miércoles, 8 de octubre de 2014

EN EL REINO DE LA DESCONFIANZA

    Vamos de Pujol a las tarjetas fantasmas de Bankia y de ahí saltamos a la irrupción del Ébola, ya con la sensación de que siempre nos ocurrirá lo mismo, a saber, que nos enteraremos tarde, cuando el daño es irreparable, cuando solo nos quepa constatar que, obligados a pagar los platos rotos por acuerdos que nos son ajenos, estuvimos patéticamente indefensos a lo largo de todo el camino.
     Si se desmontó la unidad especializada del hospital Carlos III, que por algo existía, ¿qué cabía esperar? Aquí nada ha ocurrido por casualidad. Los señores Pujol y Blesa llevaban años haciendo de las suyas, amparados por complicidades de altísimo nivel, como los señores Bárcenas y Urdangarín (presuntamente, por descontado). A los daños económicos y sociales viene ahora a sumarse un daño sanitario de interés mundial, resultado de recortes de una frivolidad que hiela la sangre.
    Vienen a la memoria los fallos de seguridad que causaron las tragedias del Alvia y del Yak. La respuesta es siempre la misma: se investigará…, todo se ha hecho correctamente. Lo que se empieza con brillantez, el lanzamiento de un banco, el tren veloz (digno de exportación)  o la acción humanitaria (propia de una potencia de primer orden), acaba fatal  para las gentes normales, siempre por la misma razón: unas chapuzas en la parte no visible.  Los militares se estrellaron en un avión comatoso, el Alvia se salió de la curva por motivos tercermundistas encubiertos. Así vamos. Al final la culpa de todo ha sido del conductor del Alvia;  ahora, de la enfermera, que supuestamente se tocó la cara.  Nunca de las altas autoridades y sus famosos protocolos.
    Se constata que la indignación viene acompañada por una desconfianza máxima. ¿Nos dicen que es preceptivo liquidar a ese perrito llamado Excalibur? ¡Pues no les creemos! ¡Salimos en tromba en defensa de su vida!
    Quienes se han felicitado de las raíces vigorosas de nuestra economía causan una alarma social tintada de paranoia cuando insinúan que no hay nada que temer en lo tocante al Ébola. La confianza en el sistema se ha venido abajo por dilapidación. Si uno se pregunta cómo se podría recuperar este bien tan precioso, se queda en blanco. Y no habiendo confianza, no puede haber esperanza,  por lo que hay que comprender que mucha gente se la busque en la demolición del sistema y su sustitución por otro de nueva planta. Lo que no es prudente, pero tampoco más imprudente que los usos políticos y económicos que nos han metido en este callejón sin salida.

martes, 15 de julio de 2014

TODOS SOMOS CARLOS


       Ya multado (3.600 euros), acaba de ingresar en la prisión de Albolote el estudiante de Medicina Carlos Cano, condenado a tres años de prisión y un día por haber participado en un piquete con motivo de la huelga general del 29-J. El mismo castigo, por la misma razón, se cierne sobre  Carmen Bajo, ama de casa.
      En estos momentos hay otras cuarenta personas bajo la amenaza de ir a la cárcel por haberse manifestado, a lo que debemos sumar un millar de multas administrativas repartidas a saber cómo  pero con efectos disuasorios claros y distintos, no solo para los afectados sino para la gente en general, también para mí.
     No estamos ante incidentes desgraciados, sino ante un modus operandi digno de reflexión.  El poder establecido tiene bien claro que la gente debe ser amedrentada como parte de la tarea de desplumarla. Y procede técnicamente, con su habitual sangre fría.
     Todavía estamos en la fase de los avisos a navegantes, en la fase de fingir que aquí no pasa nada, siendo todos unos campeones de las libertades. El problema, vistas las cosas en términos históricos, es que una vez puesto en marcha el mecanismo represor y ya pisado a fondo el acelerador  de las reformas antisociales, dicho mecanismo, por su propia naturaleza, va a más, precisamente en casos como este, en los que el poder no tiene nada positivo que ofrecer. Lo sabemos por la triste experiencia de otras épocas. 
      Eso de encarcelar a unas personas inofensivas, como lo de poner multas, no es un invento de este gobierno. Es una práctica perfectamente conocida. Y estas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. De ahí la tristeza y las malas sensaciones que me produce el encarcelamiento del joven Carlos Cano, todo un símbolo de la ruina moral que nos amenaza.
    [Carlos Cano ha sido excarcelado y la amenaza de ir a prisión que pesaba sobre Carmen Bajo ha quedado en suspenso. Estas noticias me alegran mucho. Falta por saber si, en efecto, las condenas son anuladas.]

martes, 3 de junio de 2014

EN LOS PLIEGUES DEL TERCER MUNDO

   El daño que nos está haciendo el sindicato de proxenetas (la “casta”) es indecible.  Las cifras de parados, subempleados, precarios, hambreados, desahuciados, emigrados, enfermos, alcoholizados  y suicidas son tremendamente elocuentes. Pero tales cifras, llamadas a aumentar,  no muestran el cuadro completo: se producen daños muy difícil cuantificación.
     De seguir las cosas así mañana será imposible enseñar lo buena que es nuestra Constitución, lo sensato que es el sistema y el respeto que se  debe a las autoridades. Si los padres tienen motivos para preocuparse por sus hijos, estos toman nota de lo que está pasando, obligados  a asumir prematuramente  las “verdades de la vida” del tiempo infeliz de sus abuelos.
    Para millones de españoles la normalidad ya no rige, y esto tiene devastadoras consecuencias sociales y políticas. No se vive impunemente en la inseguridad, con la casa a media luz, con miedo al buzón, al teléfono y al timbre. Lo sabe cualquiera, aunque todavía no haya tenido necesidad de desollarse la cara con una cuchilla vieja, jabón lagarto y agua fría.
     Cuando se ha llegado al punto en que un niño sabe que si comunica que los zapatos se le han quedado chicos dará un disgusto, cuando un adulto trata de ocultar que se la ha caído un diente, cuando a un señor formal le tiembla la mano al hacer pis porque ha recibido un burofax, la cosa está bien fastidiada, aunque quede un trecho para llegar al abismo propiamente dicho.
    ¿En qué cuadrícula se registran los casos de paranoia invertida, en los cuales el sujeto, en lugar de verse perseguido, se siente eludido por propios y extraños, por su condición de mendicante o posible sablista? ¿Qué hace una persona seria que ha operado toda la vida sobre el mandato de no depender de nadie cuando tiene que confesar que no se las puede?
    ¿Dónde figuran las zozobras de la persona buena y solidaria ante el amigo o el familiar en apuros? ¿Y las de los abuelos, que ven hoy arruinada su tranquilidad ante la evidencia de que pronto dejarán de aportar su pensión a la subsistencia de hijos y nietos?
    ¿Cuántas personas se sientan a oscuras en la alta noche sin saber hacia dónde tirar, cuántas hacen zapping compulsivamente, corroídas por la idea de haberse equivocado de medio a medio en los estudios, los sueños, las ambiciones, en todo? ¿Dónde se anotan estos sufrimientos? ¿Dónde figuran los casos de autoinculpación neurótica y los reproches vitriólicos que vienen con la desesperación?
     Para millones de españoles el tiempo corre a una velocidad endiablada: siempre se echa encima “el fin de mes”, con el trépano de las facturas pendientes y nuevas. Si la víctima decide llevar una contabilidad al céntimo, malo para él y para las personas de su entorno, si opta por no llevar las cuentas, malo también. Si la percepción del tiempo se altera, resulta que la percepción del dinero también. Lo que al sujeto le parece mucho, resulta que es poquísimo, con cálculos o sin ellos. Y por eso cuando ha “cobrado algo que le debían”, resulta que vuelve a casa con las orejas gachas o completamente airado.
     Decía el optimista Benjamin Franklin que el tiempo es oro. Puede ser plomo.  Pero no sin consecuencias, extrasístoles, discusiones vanas, esperas inútiles, colas, frenético escarbeo de papeles y documentos, vanas esperanzas, sudores fríos, alcohol, calmantes, antidepresivos y salidas en falso. En términos existenciales, esto va de plomo en el ala. Cuanto más probo y bienpensante haya sido el sujeto, cuanto más razonable haya sido en todos los órdenes de la vida, cuanto más se haya fiado de las santas apariencias, peor lo pasará. No se aprende en un día ni en dos a vivir en los pliegues del Tercer Mundo.


viernes, 2 de mayo de 2014

SINVERGÜENZAS, S. A.

     Thomas Piketti ha saltado a la fama con su libro El capital del siglo XXI, en el que queda bien claro que los Estados Unidos ya han regresado al siglo XIX a juzgar por el grado inconcebible y creciente de desigualdad  social; el famoso 1% se queda con la parte del león, que es de lo que se trataba.
     En Europa vamos con cierto atraso, en la misma dirección, en España acelerando. Nuestros primates y oligarcas se frotan las manos, encantados, sin que nadie les estorbe su genial alineamiento con el movimiento de sus pares europeos y norteamericanos.
     Si esta revolución de los muy ricos ha sido dañina para la salud de las democracias asentadas, para la nuestra es potencialmente letal. Nótese la creciente desafección que inspiran la Monarquía y la clase política. En Estados Unidos la revolución de los muy ricos se llevó a cabo por etapas, dosificando palos y zanahorias, aquí quemando etapas y solo a palos. No es sorprendente, por lo tanto, esa desafección, ni tampoco que se oigan tantas voces que aseguran que la Transición misma fue un fraude encaminado a este odioso resultado.
    ¿Hay algún margen para la esperanza? ¡Ya lo quisiera yo! Me amarga pensar que el buen rollo, conseguido a pesar de los pesares, se vaya al diablo, me da náuseas que los esfuerzos realizados por este país para mejorar la cohesión social se vayan por el sumidero de la historia, me espanta lo que veo venir.
    ¿Cuál ha sido la respuesta del poder a las protestas ciudadanas, legítimas, sostenidas y multitudinarias? Ay, amigos, no ha habido respuesta alguna. Silencio total, porque lo que se trae entre manos no se puede decir de puro sucio que es. Eso sí, el poder se relame  de gusto a la vista de todos, terne en su irresponsabilidad, como si estuviéramos ya en el siglo XIX y fuéramos aquellos “ciudadanos de alpargatas” a los que “los amigos políticos” no respetaban en absoluto. Ya tenemos, como los españoles del XIX, nuestro “turno”,  un formalismo conducente, a corto o a medio plazo, a una catástrofe, como nuestra propia historia nos ha dejado bien claro. A lo más que llega el poder establecido es irritarnos con sus supuestos éxitos, voceados a los cuatro vientos, como eso de que la crisis ha quedado atrás, una falsedad electoralista que hará historia. La clase dominante a recaído en el egoísmo cutre y descabellado que tanto dolor le ha costado a este país. No tiene perdón, ni veo de qué manera podría ganárselo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

ESTO MARCHA…


   España vive un momento “fantástico” (Botín), es motivo de “admiración en el mundo entero” (Montoro). El gobierno ha hecho un gran trabajo (Van Rompuy). Hasta el príncipe se ha sumado a este canto enervante. 
     Resulta muy desagradable que a uno le metan un chute de optimismo que no ha pedido, y peor aun en este caso,  pues se nos quiere dar a entender que los recortes han sido un acierto, una manera de celebrarlos y, se supone, una manera de preparar los ánimos para los recortes que vendrán a continuación.
    No somos el primer país que sufre este proceso regresivo y destructor, siempre punteado con loas a tales o cuales parámetros macroeconómicos, loas que nunca han faltado en los sucesivos atropellos contra la gente y los bienes públicos. Por lo que ya deberíamos estar avisados.
   No deja de ser el colmo que desde las alturas se tenga la pretensión de imponernos el catecismo del capitalismo salvaje cuando ya se sabe lo que da de sí, el daño que hace. Y encima a palo seco. Obviamente, ya no se puede hablar del “capitalismo popular” y de la “sociedad de propietarios”, en plan promesa, como hacían Reagan y Thatcher. Ahora todo se hace porque sí, sin dar explicaciones, salvo eso de la “sostenibilidad”, que obviamente no rige para los parados ni para los dependientes, ni para los jóvenes ni para los pensionistas.
    Cuando ya medio mundo está en guardia y buscando alternativas al capitalismo salvaje, cuando Estados Unidos, padre del modelo, se encuentra metido en un callejón sin salida, con una deuda colosal y una desigualdad social aterradora, cuando Europa, ya americanizada, ha perdido el norte, nuestros gobernantes, sin una sola idea propia en la cabeza y sin asomo de personalidad, van y toman  al pie de la letra el catecismo neoliberal y neoconservador… con retraso, a destiempo y a ojos cerrados, decididos a aprovechar esta crisis para cambiar nuestro modelo de sociedad.
    Nuestros señores ministros, sordos como una tapia, pendientes de las puertas giratorias y no de los intereses comunes, no se andan con pequeñeces. Están dispuestos a sacrificar, de una sola tacada, con visible complacencia, la legitimidad democrática, la cohesión social y la propia soberanía, todo ello con tal de dar plena satisfacción al 1% de la población y a sus asociados transnacionales, gentes decididas a vampirizarnos en toda la regla y que, desde luego, no sirven a ningún pueblo, sino exclusivamente a sí mismos. No es de extrañar que haya diversos Adelsons merodeado nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras pensiones y hasta el canal Isabel II. Pero a mí no se me puede pedir que me alegre por la adquisición de una planta de enlatado de conservas, ni con la perspectiva de que el estadio Santiago Bernabéu se convierta en el Bill Gates Stadium.

domingo, 16 de junio de 2013

DE SOSPECHOSOS, IMPUTADOS Y ENCARCELADOS


   Mientras se  perpetran “los recortes” de menos a más en perjuicio de la gente, van saliendo a la luz diversas historias  de pícaros y de amigos lo ajeno protagonizadas por personalidades que pertenecen a la trama del poder.
    Para mí, como para cualquiera que tenga que sudar por unos euros en condiciones de precariedad tercermundista, las cantidades distraídas, sustraídas, movidas o regurgitadas son alucinantes, por no hablar de lo fáciles y poco sofisticadas que han sido las operaciones, realizadas bajo las mismas barbas de las autoridades. 
    Policías, fiscales, jueces y periodistas se ven obligados a hacer horas extras. Los escándalos se suceden, cada vez con nuevos personajes bajo sospecha. Unos casos tapan a los otros, o los potencian, dejando entrever redes mafiosas de diversos tamaños. Aunque cualquier intento de estar al día causa dolor de cabeza, las historias son seguidas con un regusto perverso, como si cada filtración sumarial tuviese el sentido de una represalia.
    El horizonte se ennegrece. Pues seguirán los recortes y aparecerán más trapos sucios, más asquerosos cuanto mayores sean los sufrimientos de la gente. Hasta que la cosa reviente por alguna parte, antes de que los jueces hayan culminado los laboriosos procesos que se traen entre manos. Judicialmente, esto va para largo, por la propia naturaleza de la justicia y por los obstáculos que generan los peces gordos cuando se ven acorralados.
     El cuadro se ha complicado hasta extremos grotescos porque aquí nadie ha asumido lo que se entiende por responsabilidades políticas, quizá porque no hay nadie que entienda de ellas ni lo más mínimo. Sospechosos, pringados y cómplices se han puesto de acuerdo en que lo mejor es una bravísima huída hacia delante, sin mirar atrás ni a los lados.
    En el caso del PP esto es especialmente grave, por cuanto opera en función de su mayoría absoluta. Se lo ve decidido a continuar con su plan de recortes y medidas retrógradas, como si tal cosa fuese posible cuando se va con el depósito de autoridad moral  completamente vacío. ¿Puede el país vivir así? 
   El PP confía ­–al parecer­– en que los procesos se alargarán indefinidamente, en la aparición de algún cabeza de turco, en algún tropiezo legal como el que salvó a Naseiro, o en el hallazgo de trapos sucios, como los de CIU, en el campo de la oposición. Pero, ay amigos, no nos puede pedir que entremos en ese juego, pues nos estamos jugando la supervivencia. Y porque además no necesitamos esperar a que los jueces terminen de depurar las responsabilidades concretas y particulares de tales o cuales sospechosos. Porque ya sabemos lo que debemos saber, porque ya hemos tomado nota, porque ya hemos captado lo que todos estos casos, no sólo los que afectan directamente al PP, tienen en común, empezando por el desprecio del interés general.
    Ha resultado que los mismos que aspiran a convertir nuestro Estado en un Estado mínimo son unos auténticos profesionales en el arte de meter mano a los dineros del contribuyente y de emplear sus resortes para ganar más dinero, ha resultado que los mismos que reclaman austeridad y nos acusan de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, llevan muchos años de juerga.  
   Aquí lo grave no es que tal o cual haya hecho esto o lo otro, sino la mentalidad que ha hecho posible estos enjuagues y compadreos, tan inocentes ellos. Y nada de esto nos pilla desprevenidos porque sabemos qué tipo de chorizos hay allende nuestras fronteras, porque nos conocemos de memoria la historia de las cajas de ahorros norteamericanas, porque hemos estudiado el caso Enron, porque sabemos que chorizos hay hasta en el Vaticano. Todo resultado de la misma mentalidad neoliberal, cuyas horas están contadas, en el mundo entero, pero también aquí. Bien entendido que nos espera un tramo largo y sumamente avieso.

sábado, 8 de junio de 2013

NUEVO HACHAZO A LAS PENSIONES


    Un así llamado “grupo de expertos” acaba de ofrecer la esperada cobertura tecnocrática al próximo hachazo a las pensiones que prepara el gobierno.  Ni siquiera ha faltado la firma de un sindicalista orgánico. El nuevo atropello, francamente letal, será perpetrado en aras de la “sostenibilidad” del sistema de pensiones, como si no hubiera otras maneras de sostenerlo, como si lo primero de todo no fuese sostener la sociedad de la que forma parte.
   Como he dicho reiteradamente en este mismo blog, al socaire de la crisis asistimos a una jugada de largo alcance encaminada a devolvernos al siglo XIX. Sirva de prueba irrefutable el hachazo que se prepara, largamente anunciado por los voceros del sistema, desde hace tiempo empeñados en que nos saquemos todos un plan privado de pensiones, como si tal cosa estuviera al alcance de cualquiera y como si los bancos mereciesen más confianza que el antiguo Estado.
    Como el comité que gestiona los intereses oligárquicos no cuenta con un Pinochet, cuyo  sistema de pensiones es una referencia obligada para los adoradores de Friedman, se operará  por etapas, de menos a más, como si las sucias intenciones se pudieran disimular.
     No serán los pensionistas y los trabajadores españoles los primeros en verse atropellados, de la misma manera, con la misma sarta de pretextos.
    Después de haber vendido amistosamente las empresas públicas, después de haber transferido los dineros del contribuyente hacia arriba siguiendo consignas misteriosas, después de haberse metido en créditos asombrosos a costa de la pobre gente que paga impuestos, ya con el hábito de manejar con soltura los dineros públicos y después de haber modificado la Constitución –si hay algo en caja, será para pagar a los tiburones y no para alimentar a los españoles necesitados–,  la oligarquía y sus agentes se aprestan a dar  un paso más,  ya de camino a lo irremediable. Y es que ello forma parte del abecé del capitalismo salvaje. Lo único sorprendente es que el partido gobernante y su sedicente opositor actúen como quien está seguro de que se va ir de rositas.
   Me da arcadas cuando oigo decir que, “como vivimos más, hay que trabajar más años”, donde esos “más años” no serán como los de antes, ni por lo que respecta al sujeto que envejece, se enferma o se accidenta, ni a su entorno. Y me da arcadas porque si vivimos más se lo debemos al Estado de Servicios  y a la legislación social aprobada en los viejos tiempos, se lo debemos, mire usted por dónde, precisamente a lo que  esta oligarquía vendepatrias desea destruir.  
   Si se estrangula a los jóvenes, si se tiene en vilo a las personas de más edad, si se deja al trabajador al albur del empresario, si se tolera la esclavitud, si se mete miedo a la gente, si se pone a los ancianos a pan y agua, si se obliga a miles de personas a revolver en los cubos de la basura, si se desprecia al débil y al enfermo, la “esperanza de vida”  caerá en picado, hasta los  niveles del siglo XIX, prácticamente de la noche a la mañana.  Los "expertos"orgánicos son lo que son. La complicidad con los que pagan explica sobradamente su traición al bien común.

lunes, 13 de mayo de 2013

ESCUDIER TIENE RAZÓN: FRENTE DE IZQUIERDAS


    Juan Carlos Escudier  ha publicado  un artículo  sobresaliente (http://blogs.publico.es/escudier/2013/05/el-mejor-pacto-es-un-frente-de-izquierdas/ ) con su inconfundible estilo, nunca exento de acidez, de humor negro y de exquisita precisión. Allí nos deja, para la reflexión, el siguiente párrafo:  Lo que debería ser posible y hasta obligado es la formación de un frente de izquierdas, donde partidos, sindicatos y movimientos sociales, incluido el 15-M, dejen de hacer la guerra por su cuenta y construyan una alternativa, una respuesta unitaria a tanto destrozo”. Suscribo este parecer.
    Por eso he hablado en algún post de la necesidad de ir hacia un Frente Amplio, e incluso me he atrevido a utilizar la expresión Frente Popular, a sabiendas de que a algunos les puede causar escalofríos.
    Creo, además, que sólo la articulación de un Frente capaz de aglutinar a todas las personas que rechazan el actual estado de cosas puede  salvar a nuestra democracia, revitalizándola por el procedimiento de hacerla efectiva. Porque es lo único que puede romper el círculo vicioso al que nos ha llevado el “bipartidismo imperfecto”. El tándem PSOE-PP, capaz de algo tan abyecto como la modificación del artículo 135 de nuestra Constitución, ya no da más de sí.  
    A no dudar, los dos partidos hasta ayer hegemónicos, que se han cavado la fosa ellos solos, serán duramente castigados en las urnas, hagan lo que hagan de aquí en adelante. Pero ello no quiere decir que el camino sea llano para quienes deseamos una alternativa. Hay que contar con la pesada inercia, con los compromisos sentimentales y también con el miedo a lo desconocido, que será atizado desde todas las instancias planetarias. Cuando un sistema de poder se ve amenazado por las urnas no se queda nunca de brazos cruzados.
     A esta legislatura ya se le ha acabado la cuerda y es probable que no llegue a su término normal. No cabe pasar por alto esta situación, y lo ya sabido: la articulación de un partido hecho y derecho, de nueva planta, capaz de ganar y no meramente de figurar, es tarea de años. Y nuestros problemas son todos urgentes, del tipo de los que se agravan con el tiempo. Bajo esta luz se impone la necesidad de crear un Frente Amplio, que debe estar operativo a la mayor brevedad posible, antes de que seamos víctimas de algún torticero “pacto de Estado” o de algún Monti, antes de que el poder termine de desmandarse, antes de que el mecanismo democrático salte por los aires.
   Por lo tanto, los representantes de las fuerzas enumeradas por Escudier deben sentarse a la mesa mañana mismo. No se trata de que nadie renuncie a tales o cuales querencias particulares, que ya tendrán su cauce y su momento. Se trata de impedir una catástrofe social y política, echando mano de lo que nos une.
   Las diferencias de criterio que hay en el seno de la izquierda pueden ser utilizadas para bien, para mantener la elasticidad y la amplitud de miras, para hacer un saludable ejercicio de tolerancia, para encontrar la justa proporción de utopismo y de pragmatismo que exige esta situación. Y téngase presente que, ya puestos a ello, sería un error excluir en bloque y mecánicamente  a las gentes del PSOE, un error tan grueso como dejarse copar por ellas.
     Dicen los expertos en estas materias que nada une más que un enemigo común. Y esto es precisamente lo que tenemos. No otra cosa es la Bestia neoliberal que pretende devolvernos al siglo XIX. No es el momento de perder el tiempo con personalismos, tiquis miquis doctrinales,  viejas pendencias, cortedades o desmesuras. La Bestia ya se ha abalanzado sobre nuestro pueblo y lo está destrozando.
   [Acabo de leer un artículo del profesor Vincent Navarro que merece ser leído al hilo de estas reflexiones. En lugar de la palabra "Frente", el profesor prefiere "Coalición". Véase:http://blogs.publico.es/dominiopublico/6949/apuntes-para-una-estrategia-de-cambio/]

lunes, 11 de febrero de 2013

LA CRISIS: DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO


   Esta crisis no es el resultado de un accidente; viene de lejos y nuestra clase dirigente se la ha ganado a pulso. Urdangarín, Díaz-Ferrán, Rato y Bárcenas, como la entera trama Gürtel, son nada más que síntomas, la forma en que se manifiesta un síndrome realmente grave, típico de la cultura del dinero, una cultura arrasadora que penetró en nuestro país por puertas y ventanas, hace mucho tiempo, en tiempos de Felipe González. ¡Todo por la pasta!
   Recuérdese la apreciación del señor Solchaga, que se felicitaba de lo rápido que se podía enriquecer cualquiera en España, recuérdese la admiración que  suscitaba la irresistible ascensión de Mario Conde. La cultura del pelotazo no es de hoy. Hasta los niños, de lo que soy testigo, empezaron a decir que querían ganar mucho dinero. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y nótese la naturalidad de los presuntos abusadores, en ninguno de los cuales detecto trazas de arrepentimiento, ni tampoco el saber estar de Al Capone (un hombre consciente de sus actos). Se han pasado varios pueblos y hasta parecen sorprendidos de haber tropezado con la ley. Pero no nos quedemos con lo anecdótico.
    Lo verdaderamente grave es que Felipe González se dejó abducir por lo que pasará a la historia como la “revolución de los muy ricos”, un fenómeno de importación (como en su día lo fue el fascismo). Parece que las energías disponibles se agotaron en el tránsito de la dictadura a la democracia, y volvimos al “¡que inventen ellos!”, sin el menor atisbo de originalidad.
   El PSOE dio de lado a sus raíces socialdemócratas, y en consecuencia, el PP lo tuvo muy fácil para dar de lado al contenido social de su programa, de raíz democristiana y fraguista. Ambos sacrificaron a la vez sus respectivas tradiciones, atraídos los cantos de sirena del capitalismo salvaje. De ahí que se produjese un cambio de mentalidad espectacular, que, a no dudar, habría sorprendido por igual a Pablo Iglesias y al general Franco. Lo sucedido no entraba en el guión de ninguno de los dos. Tampoco en el de Adolfo Suárez, ni en el de Calvo Sotelo. No es que el PSOE y el PP se adaptasen al espíritu de los tiempos con la debida astucia, es que se dejaron llevar, encantados de la vida. Así pues, en lugar de servir complementariamente a los intereses generales, optaron por servirse a sí mismos y a los peces gordos próximos y remotos.
    La consecuencia: los dos partidos unieron su destino al neoliberalismo económico, que incluye entre sus habilidades la de vender las joyas de la abuela,  la de sangrar el erario público en beneficio de los banqueros y la socialización de las pérdidas, algo normal desde que los contribuyentes norteamericanos tuvieron que pagar los platos rotos de la juerga gangsteril que hundió a sus otrora prósperas cajas de ahorros (a mediados de los ochenta). Se lo jugaron todo a esa carta, esta es la tragedia. Lo que viene ahora es un cambio de época: el capitalismo salvaje ya no puede ser vendido a nadie, tampoco a los despistados habituales, ni maquillado bajo cinco capas de purpurina. Para seguir igual, gobernando por decreto, ¿qué les queda? ¿Unos trucos de propaganda que, en lugar de persuadir, irritan? ¿Las fuerzas de orden público? Están totalmente quemados, metidos en un juego oligárquico realmente insoportable.
    Quizá traten de disculparse, señalando los enjuagues del Vaticano, las manipulaciones del libor, los chanchullos de las agencias de calificación, y  las listezas de los usuarios de puertas giratorias, hoy en Wall Street, mañana en el gobierno. La enfermedad es la misma, desde luego. Pero no creo que eso les baste para hacerse perdonar. Y no lo creo porque este país no puede esperar a que la peste remita o a que se le ponga coto desde las más altas instancias planetarias, asimismo enfermas.
   En primer lugar, no puede esperar porque la gente lo está pasando francamente mal. En segundo, porque los naipes marcados están a la vista de todos. En tercero, porque la enfermedad no se cura con castigos ejemplares. En cuarto, porque mucha gente ya tiene la sensación de haber sido estafada por esta democracia. En quinto porque el sistema ha perdido la capacidad de redistribuir la riqueza sensatamente, con la consiguiente caída en picado de su legitimidad. Y en sexto y último término, porque la conciencia social de la que hacen gala los dos partidos hasta la fecha hegemónicos está claramente por debajo de la del franquismo, lo que ya es el colmo, lo que produce náuseas tanto a la izquierda como a buena parte de la derecha (eso sólo causa  placer a la oligarquía).
    Y como el país no puede esperar, como la solución no vendrá del duopolio ni de sus compadres de fuera, hay que enviarlo a su casa antes de que nos haga más daño.  Y sinceramente, la única solución que veo es un Frente Amplio o Frente Popular, en el que puedan participar todas las fuerzas políticas contrarias a la Bestia neoliberal, hoy encarnada en los dos mastodontes que practican un turno aun más torticero que el  de la Restauración canovista. 
   No es la hora de los maximalismos ni de los particularismos, ni de los pronunciamientos antisistema. No es el momento de modificar la Constitución (bien entendido que entre las propuestas del Frente Popular deberá figurar la eliminación de las modificaciones que el PP y el PSOE hicieron a nuestras espaldas). Es el momento de hacer valer nuestra democracia.  Todos los partidos pequeños deben sentarse a la mesa, en busca de un programa común, sin cerrarle la puerta a nadie (tampoco a los que procedan de la órbita de esos partidos hegemónicos, si se han liberado de la servidumbre neoliberal). De ello depende la supervivencia de nuestra democracia. Y hay que empezar a trabajar ya, en previsión de que las elecciones se adelanten, lo que puede ocurrir para pillar a todos a contrapié,  y en previsión de que aparezca un Monti hispano o de que se intente marear la perdiz con un gobierno de concentración. Y por favor, no nos dejemos distraer por casos como los de Urdangarín o Bárcenas, y tampoco por la prima de riesgo. El tiempo apremia. La alternativa es muy simple: o con la Bestia neoliberal o contra ella.
    

sábado, 2 de febrero de 2013

HACIA EL PUNTO DE NO RETORNO


    En los últimos tiempos no he escrito nada en este blog. Me ha dado una especie de vértigo, asociado a un cierto sentido de la responsabilidad. Y es que no quisiera echar leña al fuego, cosa que resulta simplemente de enumerar nombres  (Bárcenas, Urdangarín, Revenga, Corinna, Díaz Ferrán, Rato, Pujol,  Mato…). Depende con qué se junte Gürtel para provocar una reacción en cadena. Ni siquiera es prudente hablar de trajes a medida o de sobres, porque en presencia de recortes y privatizaciones es como jugar con fuego.
   Desde hace tiempo tengo la impresión de que nos acercamos al punto de no retorno, a partir del cual no habrá forma de volver al buen rollo que tanto le costó conseguir a este país.  Y esto me preocupa  y me deprime. No puedo olvidar con qué rapidez pasaron nuestros abuelos de la alegría al horror. ¿Quién les hubiera dicho el alegre 14 de abril de 1931  que la Guerra Civil les esperaba a la vuelta de la esquina?  Hay que andar con pies de plomo, no sea que esto acabe mal, no digo que como entonces, pero mal, muy mal. ¿Qué hay más allá del punto de no retorno? Conozco mis sueños, pero, contando con las arteras realidades, la verdad es que no lo sé.
     Algo me dice que el porvenir depende del buen hacer, de la integridad  y hasta de la genialidad de quienes nunca han estado en el poder. El sistema bipartidista que hemos conocido hasta la fecha está  muerto y enterrado. Es cierto que quedan dos zombies todavía muy serios y pomposos, pero eso no quiere decir nada. Una forma de hacer política terminó el día en que los dos partidos mayoritarios se reunieron en secreto y prostituyeron la Constitución a pedido de unos vampiros. Durante las vacaciones de verano, sin avisar.  Hubo un antes y un después. Fue un atentado contra el orden democrático, algo repugnante, algo que jamás se le habría podido pasar por la cabeza a un demócrata serio.
    No se puede gobernar chulescamente en función de intereses particulares y de espaldas al bien común, aunque se disponga de una mayoría absoluta. La legitimidad de un sistema de poder, sea democrático o no, depende de que la gente no vea a los que están arriba como meros explotadores, depende de una redistribución de la riqueza más o menos efectiva. La chulería se puede perdonar, el acaparamiento no. Y si ambas cosas se suman, adiós. No descubro nada.
  Dicha redistribución no se inventó para dar curso al llamado Estado de Servicios: viene de la noche de los tiempos, y fue practicada por toda clase de jefes de banda y de reyezuelos, desde el neolítico en adelante.  Allí donde cesa, ahí donde la camarilla superior se dedica a laminar los derechos de la gente –otorgados en una fase anterior–, a sangrar el erario público y al pueblo indefenso, cuando se limita a intercambiar dineros y favores en las alturas, la legitimidad desaparece, sea cual sea la forma de gobierno. Hacer política de espaldas a tan elemental principio es, a estas alturas de la historia, una locura, más propia de ludópatas que de personas con dos dedos de frente. La creencia de que se puede usar la democracia para ir contra el bien común es vieja, pero siempre ha acabado en un desastre.
    Ni con la mejor voluntad podemos atribuir a simple torpeza el haber caído de lleno la seducción del ladrillo, en la burbuja, como tampoco podemos atribuir la clamorosa ausencia de planes alternativos a una falta de reflejos. Simplemente, ha tenido lugar –tiene lugar– un gran negocio. De ahí el trasiego de maletines y de sobres, de ahí el compadreo y el desprecio de la verdad.
    Es muy triste comprobar que a lo largo de estos años de democracia –en los que hemos presenciado el despertar de capacidades muy prometedoras–,  se ha consolidado la vieja manera oscura y antidemocrática de hacer las cosas, a base de chanchullos realizados a la sombra del poder, la fórmula del capitalismo bananero, una variante del capitalismo salvaje típica de los países subdesarrollados.
    ¿Ahora que todo el mundo ve el negocio, de maletines a sobres, se puede seguir en las mismas? Llegados a este punto, no lo creo, aunque haya que contar con la movilización de un ejército de abogados y con una legión de asesores de imagen. El daño está hecho. Y como la gente está sufriendo, mal asunto.  Por eso hay que andar con cuidado, para no hacernos daño y salir todos bien librados.