lunes, 9 de junio de 2014

¿POPULISMO EN ESPAÑA?

     Los defensores del status quo ha salido al paso de Podemos diciendo es un fenómeno populista de tipo bolivariano, a ver si nos asustamos. ¡Que viene el coco! Se trata de que veamos en “la casta” una reserva de buen hacer democrático, una garantía de que estamos a salvo. Todo un síntoma.
     En lugar de respetar la aparición de la nueva fuerza, de entrada se la rechaza de plano. Lo que indica que el sistema carece de flexibilidad y de sentido de futuro y que, como ya se sospechaba, aspira al insano monopolio del espacio político, aspiración que, en teoría, podría dar lugar a la necesidad de crear otro monopolio alternativo, con la consiguiente turbulencia. La historia está llena de ejemplos, no precisamente felices para la democracia en cuanto tal.
    Nadie puede saber qué rumbo tomará Podemos. No sólo va a depender de su propia lógica interna, pues el rumbo de una formación política depende en buena medida de lo que hagan sus oponentes, contra ella y en general. Pero ya ha sido tildado de populista bolivariano, con la intención de que caiga sobre él la artillería mediática concentrada en Maduro.
     En realidad, Podemos es una originalidad española. La comparación con el chavismo está traída por los pelos. En primer lugar, porque nos encontramos en Europa, en otro contexto. Pero también porque faltan otros rasgos característicos del populismo y hecho y derecho. Si bien es cierto que los dos  populismos de referencia, los más conocidos, el peronismo y el chavismo, hicieron acto de presencia en circunstancias semejantes, en vista de la putrefacción de los respectivos sistema políticos, lo que algo nos atañe en la actualidad, hay diferencias fundamentales a tener en cuenta.
    No parece posible que Podemos genere un líder carismático del tipo de Perón o de Chávez, un elemento que nunca falta en los populismos propiamente dichos. La artificial elevación de Pablo Iglesias a esa dimensión comportaría, dentro de la sensibilidad de la gente de Podemos, un suicidio político. Además, en un pueblo resabiado como el nuestro, no parece posible que la gente se deje llevar apasionadamente por el magnetismo de un solo individuo, por un caudillaje puro y duro. Aquí sólo parecen admitirse ciertos liderazgos condicionales y de baja intensidad. Podemos  se expresa por medio de varias personas y su insistencia en la democracia interna le sirve de adecuada protección contra una deriva caudillista.
     Por otra parte, debe recordarse que tanto el Perón como Chávez, si bien llegaron al poder por la vía democrática, tras movilizar a las grandes masas perjudicadas por sus respectivas oligarquías “vendepatrias”, necesitaron contar un el respaldo de las fuerzas armadas. No es casual que fueran precisamente militares, un coronel y un comandante. O habrían sido barridos a las primeras de cambio. Aquí no hay candidatos al doble papel de líder carismático y jefe militar. Nos encontramos en un encuadre muy alejado el punto de partida del peronismo de la Argentina de los años cuarenta y del chavismo de los noventa. Hasta que no se demuestre lo contrario, aquí no vivimos expuestos a un golpe de mano maximalista.
    Otra diferencia importante se refiere a la composición humana de Podemos. En los dos populismos de referencia, el peronismo y el chavismo, se dieron cita, encabalgándose sobre las masas movilizadas, unos elementos muy diversos, de por sí incompatibles: de extrema derecha nacionalista, de la derecha nacionalista y templada, de sectores conservadores y progresistas de la Iglesia, de la izquierda moderada  y de la extremosa…  Sólo el líder carismático podía dar sentido y aparente unidad de acción a un conjunto tan heteróclito. Podemos es una fuerza mucho más homogénea tanto desde el punto de vista social como del político. Las gentes movilizadas no son de la hechura de las masas que depositaron sus esperanzas en Perón y en Chávez. Nadie se atrevería a tildarlas de “aluvión zoológico”. Y en cuanto a los dirigentes, no cabe dudar de que se trata de personas que han tenido ocasión de disfrutar, como buena parte de sus seguidores, de una excelente preparación. Podemos ha salido a la palestra tras muchos lustros de trabajo colectivo encaminados a mejorar la cohesión social, y esto se nota mucho, marcando una diferencia con respecto a los modelos populistas de referencia.
    También hay que tener en cuenta un factor material decisivo. Me refiero a la riqueza disponible. La Argentina de los años cuarenta era un país rico, consagrado como potencia por su condición de granero en un mundo en ruinas. La Venezuela de Chávez tenía petróleo en abundancia. De modo y manera que ambos caudillos populistas pudieron ponerse a repartir riqueza desde el primer día, ganándose con ello el corazón de las masas, inmunizándose de paso contra los ataques internos y externos. El caso de España es,  salta a la vista, muy distinto, tanto que no parece posible aplicar el mismo modelo. Casi cualquier cosa que se haga contra la casta y sus asociados externos requerirá esfuerzos y sufrimientos incompatibles con el abecé del populismo clásico.
     Así pues, en mi opinión no tiene sentido hablar de populismo propiamente dicho en España y a propósito de Podemos. En este partido se detectan, claro, elementos populistas, pero de género menor. Como en todos. Cuando los candidatos del PP o del PSOE se quitan la corbata y se calzan unos vaqueros para un mitin, incurren en dicho populismo menor, como el propio gobierno cuando nos cuenta que la crisis ha quedado atrás.
    Dicho esto, no quiero dejarme en el tintero un par de consideraciones. Porque hay algo en Podemos que sí tiene cierto regusto a populismo clásico. Me refiero a su tendencia a situarse por encima de la dialéctica izquierda/derecha, sobre el principio de que se trata de algo superado, como los propios partidos configurados en función de ella, lo que lleva implícito el rechazo del “régimen de 1978”.
   Esta tendencia, seré sincero,  me deja un regusto peronista y chavista (y también, por cierto, fascista y franquista). Y a esto sí que no le veo la gracia, tanto por razones teóricas como prácticas. Porque, a conciencia o sin ella, es una manera de apuntar a lo que se entiende por un partido único, a una situación de conmigo o contra mí, de todo o nada, de lo que  a la larga no cabe esperar un curso democrático. Y en la práctica, porque en ausencia de los elementos del populismo clásico antes señalados, una cosa así resulta inviable.
    Hace falta aquí y en Europa una izquierda potente, pero eso no se puede lograr si se guarda disimuladamente en un cajón la correspondiente etiqueta. Claro que, por otra parte, hay que entender el fenómeno. Podemos aspira a hacerse desde abajo, en función de las creencias imperantes en su electorado presente y potencial. Y hoy lo que se lleva es precisamente decir que la dialéctica izquierda/derecha ha caducado. Y se lleva esta creencia por la larga prédica de los teóricos del fin de la historia y de las ideologías… asociados y pagados, oh ironía,  por los promotores de la revolución de los muy ricos,  por no hablar de los rollos filosóficos posmodernos que vienen en el lote. A ello sólo ha tenido que sumarse la reiterada  y frustrante comprobación de que los dos partidos hegemónicos hasta la fecha, el PP y el PSOE, juegan en el mismo equipo, a favor de la casta, para que mucha gente experimente el espejismo de  que izquierda y derecha son lo mismo.  Ya veremos lo que pasa con estos matices, que no me bastan para extender el acta de nacimiento de un populismo propiamente dicho en nuestro país.

martes, 3 de junio de 2014

EN LOS PLIEGUES DEL TERCER MUNDO

   El daño que nos está haciendo el sindicato de proxenetas (la “casta”) es indecible.  Las cifras de parados, subempleados, precarios, hambreados, desahuciados, emigrados, enfermos, alcoholizados  y suicidas son tremendamente elocuentes. Pero tales cifras, llamadas a aumentar,  no muestran el cuadro completo: se producen daños muy difícil cuantificación.
     De seguir las cosas así mañana será imposible enseñar lo buena que es nuestra Constitución, lo sensato que es el sistema y el respeto que se  debe a las autoridades. Si los padres tienen motivos para preocuparse por sus hijos, estos toman nota de lo que está pasando, obligados  a asumir prematuramente  las “verdades de la vida” del tiempo infeliz de sus abuelos.
    Para millones de españoles la normalidad ya no rige, y esto tiene devastadoras consecuencias sociales y políticas. No se vive impunemente en la inseguridad, con la casa a media luz, con miedo al buzón, al teléfono y al timbre. Lo sabe cualquiera, aunque todavía no haya tenido necesidad de desollarse la cara con una cuchilla vieja, jabón lagarto y agua fría.
     Cuando se ha llegado al punto en que un niño sabe que si comunica que los zapatos se le han quedado chicos dará un disgusto, cuando un adulto trata de ocultar que se la ha caído un diente, cuando a un señor formal le tiembla la mano al hacer pis porque ha recibido un burofax, la cosa está bien fastidiada, aunque quede un trecho para llegar al abismo propiamente dicho.
    ¿En qué cuadrícula se registran los casos de paranoia invertida, en los cuales el sujeto, en lugar de verse perseguido, se siente eludido por propios y extraños, por su condición de mendicante o posible sablista? ¿Qué hace una persona seria que ha operado toda la vida sobre el mandato de no depender de nadie cuando tiene que confesar que no se las puede?
    ¿Dónde figuran las zozobras de la persona buena y solidaria ante el amigo o el familiar en apuros? ¿Y las de los abuelos, que ven hoy arruinada su tranquilidad ante la evidencia de que pronto dejarán de aportar su pensión a la subsistencia de hijos y nietos?
    ¿Cuántas personas se sientan a oscuras en la alta noche sin saber hacia dónde tirar, cuántas hacen zapping compulsivamente, corroídas por la idea de haberse equivocado de medio a medio en los estudios, los sueños, las ambiciones, en todo? ¿Dónde se anotan estos sufrimientos? ¿Dónde figuran los casos de autoinculpación neurótica y los reproches vitriólicos que vienen con la desesperación?
     Para millones de españoles el tiempo corre a una velocidad endiablada: siempre se echa encima “el fin de mes”, con el trépano de las facturas pendientes y nuevas. Si la víctima decide llevar una contabilidad al céntimo, malo para él y para las personas de su entorno, si opta por no llevar las cuentas, malo también. Si la percepción del tiempo se altera, resulta que la percepción del dinero también. Lo que al sujeto le parece mucho, resulta que es poquísimo, con cálculos o sin ellos. Y por eso cuando ha “cobrado algo que le debían”, resulta que vuelve a casa con las orejas gachas o completamente airado.
     Decía el optimista Benjamin Franklin que el tiempo es oro. Puede ser plomo.  Pero no sin consecuencias, extrasístoles, discusiones vanas, esperas inútiles, colas, frenético escarbeo de papeles y documentos, vanas esperanzas, sudores fríos, alcohol, calmantes, antidepresivos y salidas en falso. En términos existenciales, esto va de plomo en el ala. Cuanto más probo y bienpensante haya sido el sujeto, cuanto más razonable haya sido en todos los órdenes de la vida, cuanto más se haya fiado de las santas apariencias, peor lo pasará. No se aprende en un día ni en dos a vivir en los pliegues del Tercer Mundo.


lunes, 2 de junio de 2014

EL REY HA ABDICADO HOY

  El sistema se apresta a entronizar a su hijo a la mayor brevedad, sobre el principio de que aquí no ha sucedido nada irreparable salvo el desgaste propio de la edad. Sobre el papel parece sencillo, en la práctica ya veremos.
    La historia acelera sin contemplaciones y ya estamos otra vez divididos entre monárquicos y republicanos, en un clima emocional más tempestuoso de lo que nos conviene a juzgar por la potencia de las fuerzas brutalmente hostiles al bienestar de los españoles. En fin, hay que dar por hecho que el principio monárquico va a tener que vérselas con el principio republicano y que saltarán muchas chispas por el camino.
    Ya se habla del “régimen de 1978” en términos de repugnancia. Esto quiere decir que la herencia de la Transición ha sido dilapidada. Me resulta amargo porque tengo muy presentes no sólo sus deficiencias sino también y principalmente sus méritos históricos. Si esas deficiencias tenían solución, el problema derivado de su agravamiento, que ahora nos ha estallado en la cara, promete ser muy duro de roer y de padecer. Roto un consenso mayoritario es muy difícil llegar a otro. ¿Cuánto serían hoy capaces de ceder estos, los otros y los de más allá para sentar las bases de una convivencia constructiva? ¿Tiene alguien noticia de una monarquía que se haya mantenido en el tiempo sobre la base de servir de instrumento a una minoría rapaz? Yo no. La historia es muy elocuente al respecto. 

jueves, 29 de mayo de 2014

LA IRRUPCIÓN DE PODEMOS

     Esta es la gran novedad que nos han dejado las elecciones europeas. Quienes se congratulaban por el  supuesto desvanecimiento del 15-M se han llevado una desagradable sorpresa al toparse con su materialización en forma de partido. Podemos ha venido para quedarse, con el sólido respaldo de más de un millón de españoles. Esto  ha pillado desprevenidos a los genios malignos del orden establecido.
     El señor Arriola, consejero áulico del presidente del gobierno, ha dado muestras de una prepotencia más bien patética al confundir un fenómeno político del tamaño de Podemos con una ventolera friki. De tanto jugar con los términos el gran prestidigitador, réplica española de Karl Rove, ha acabado por no distinguir un mosquito de  un tigre.
    Tomar por frikies a los profesores, licenciados, doctores y personas ilustradas en general que han dado vida a Podemos es una ocurrencia realmente estúpida. Pablo Iglesias y su equipo representan a la parte activa de una generación que de tonta no tiene un pelo. Por lo que a ellos se refiere, el infame plan de crear una sociedad clasista en la que sólo puedan hacerse con una preparación digna de tal nombre los hijos de los ricos ha llegado tarde.
    El señor Arriola no tardará en caer en la cuenta de que las exitosas fórmulas que se utilizan para manipular a las gentes de la América profunda son inútiles, contraproducentes e irritantes en la España del siglo XXI. ¿Qué papel cree que harían Arias Cañete o González Pons en un cara a cara con el profesor Monedero o con la “camarera del gin-tonic”, Lola Sánchez, licenciada en Ciencias Políticas? Que sus clientes sigan pendientes de argumentarios idiotas hasta la completa despersonalización y ya veremos lo que pasa.
    Claro que no es Arriola el único que ha dado la nota. Podemos ha provocado reacciones cavernarias dignas de estudio. Pablo Iglesias es “el niñato”, “el de la coleta”, “Pablete”, nada importante, o bien, simultáneamente, un “Lenin”, la  reencarnación de Hitler y de Castro, un Le Pen, un Chávez.  Los mismos que se descamisan para las elecciones le han acusado de “populista”… Y esto no ha hecho más que empezar. Todas las alarmas han saltado a la vez.
    Particularmente expresivo ha sido Felipe González, que se ha declarado orgulloso de pertenecer a “la casta” por lo mucho que esta ha hecho por el país. ¿Le habré entendido mal? Su pertenencia a la casta es evidente, pero, ¿en qué se funda su orgullo? ¿Atribuye a la casta las pensiones no contributivas o se las atribuye al PSOE de los años ochenta? ¿Confunde a aquel PSOE que recibió un apoyo masivo con la casta de marras y nos invita a confundirnos también? Más clara ha sido su definición de Podemos: una moda bolivariana, algo que le preocupa mucho, vamos, como si no fuese una moda. Viene a decirnos que sería catastrófico que fuese a más aquí y en Europa. Exactamente como si en lugar de efecto de la catástrofe que estamos viviendo, Podemos y Syriza  fuesen la causa de la misma. Es una forma de sugerir que más vale conformarse con lo que hay, por ser terrorífico lo que puede pasar.
     No es la primera vez que  Felipe González pulsa las fibras del miedo  a lo desconocido. Ahora bien, ¿por qué lo hace ahora, como si Pablo Iglesias estuviese a punto de instalarse en La Moncloa? Mucho me temo que sigue pensando en un gobierno de concentración o salvación nacional y que en su mente ya opera el fantasma de Hugo Chávez como pretexto añadido. Y el problema es que ese gobierno de salvación sería precisamente el hacha de la casta mafiosa. Por no hablar de la manera realmente grotesca de dar la razón a todos aquellos que han llegado a la conclusión de que la Transición fue  una estafa, lo que no es precisamente un favor para quienes tratamos de defender sus aspectos meritorios y decentes. Muchísima gente joven ya habla con desprecio del “régimen de 1978”, de la socialdemocracia y del liberalismo, y no creo que la ejecutoria de González y sus compadres sea ajena a este desperfecto de nuestro sistema político.
     El poder establecido haría bien en estar agradecido a que, a pesar de sus modales  chulescos, le haya tocado en suerte una oposición tan cívica e ilustrada como Podemos, que hasta le da una oportunidad de reflexionar y de ponerse límites, cosa elemental que no sabe hacer por sí mismo, una oposición que por su sola presencia invita a la sanación democrática de nuestros diversos males, empezando por la sanación del propio PSOE, que si llega a celebrar unas primarias dignas de tal nombre será por lo que ha aprendido el domingo. Pero esta es una apreciación idealista. Lo cierto es que el poder establecido ya ha emprendido su particular cruzada contra Podemos y todo lo que representa. Y esto sí que es preocupante. 

martes, 27 de mayo de 2014

TRAS LAS ELECCIONES EUROPEAS

   Mientras la situación económica sigue inmutable, por sus férreos raíles, el panorama político cambia, como era de prever, tanto en Europa como en España, sin que sea posible adivinar en qué momento se producirá el choque entre los defensores del status quo y quienes están decididos a modificarlo. De momento, el choque es virtual.
    La hora de la verdad propiamente dicha llegará cuando el poder establecido vea objetivamente amenazada su rutina criminal. La impresión es que “la casta”, por emplear la definición de Pablo Iglesias, cree haberse salido con la suya, poniéndose en situación de seguir en las mismas.
     Haríamos bien en prepararnos para una prolongada confrontación. Y no uso la palabra confrontación por descuido: en Europa las novedades, tanto por la izquierda como por la derecha,  apuntan a una modificación real del orden de cosas existente. Y de hecho, por apuntar hacia dicha modificación real han ido hacia arriba fuerzas de opuesto signo, Podemos aquí o Syriza en Grecia, por un  lado, y por el otro, en Francia, el Frente de la señora Le Pen. Cada país tiene sus particularidades, pero es obvio que estamos ante una consecuencia de la falta de miras de quienes han dirigido el cotarro europeo hasta la fecha.
     Centrándonos en España, las formaciones de toda la vida se han visto castigadas o frenadas por su participación en el sistema, por haberse ganado la desconfianza de grandes masas de votantes.  Hasta Izquierda Plural parece haberse visto afectada por este interesante fenómeno. Asistimos a un castigo a nuestro familiar bipartidismo, que de “imperfecto” pasa directamente a “fallido”, con consecuencias más o menos  obvias para la organización territorial,  la Monarquía y la “casta” en él asentada.
    El PP parece haber quemado sus naves a mayor gloria del neoliberalismo, convirtiéndose en la fuerza a batir y en el modelo de lo que se rechaza instintivamente. El PSOE intentará lavarse la cara, pero no se sabe cómo. La izquierda acomodaticia, por él representada, parece haber quemado sus naves también, ganándose el aborrecimiento de votantes otrora fieles. Lo que se pide hoy es una alternativa, no una acomodación. Y las propuestas alternativas en alza exigen cambios reales, esto es, una ruptura con el paradigma neoliberal vigente.
    Hoy se presta atención a lo que pasará tras la caía de Rubalcaba, pendientes todos de la persona que tomará el relevo. Más importantes son las cuestiones de fondo. ¿Hará algo el PSOE contra el artículo 135? ¿Se arrepentirá de su complicidad con el PP en este feo asunto? ¿Qué papel se dispone a jugar, en adelante, con respecto al tratado EU-EE UU, hoy en fase de clandestina redacción? Estas son las preguntas que no se pueden eludir.
    Ya veremos qué pasa en Europa, donde la desafección  del Frente Nacional y de los euroescépticos ingleses promete algo más que turbulencias, pues poco margen tienen para satisfacer a sus votantes con meros aspavientos retóricos. Podría suceder que la Europa que nos ha estafado se haga pedazos y salga algo peor. A cualquier conocedor de la historia el proceso le da mala espina. La fijación en “el problema de emigración”, con metódicas y repulsivas cargas de xenofobia, será atizada para ocultar los verdaderos problemas.
    En cuanto a España, creo que hay que tener en cuenta que “la casta”, que desconoce el bien común, que no tiene nada que ofrecer, que carece de sensatez y mano izquierda, que ignora el fair-play, que se siente respaldada por las más altas instancias planetarias, no va a ser de buen perder.  Capaz es de pretender salvarse por medio del famoso gobierno de concentración (PP + PSOE) y con vaya uno a saber qué medidas excepcionales, algunas ya precocinadas.
     En todo caso, quienes nos oponemos a la Bestia neoliberal le debemos a los resultados de estas elecciones la porción de legitimidad que no le permitirá a dicha casta despacharnos como simples perroflautas , frickies o comunistas casposos. Y creo que ha hecho muy bien Podemos en no encastillarse en su éxito y apuntar a la creación de un Frente Amplio. Pues nos va a hacer falta, como acaba de demostrarse.

martes, 20 de mayo de 2014

YO IRÉ A VOTAR

   Sí, iré, pase lo que pase, a pesar de la ofuscada resistencia de mis  infalibles neuronas reptilianas.  A ver si todavía se puede hacer algo por la vieja Europa, un caso desesperado. Me digo que, al menos, ahora será posible elegir al sustituto del incombustible y teledirigido señor Durao Barroso, posibilidad que sólo parece interesarme a mí.
   No quiero ser cómplice por omisión de la Europa canalla. Quiero contribuir a meter un buen palo en la rueda del proyecto de poner la soberanía a los pies de las grandes multinacionales, como ya lo está a los pies de los señores banqueros. Porque algo gravísimo se está tramando: el Tratado de Libre Comercio UE-EEUU. Y se está tramando a puerta cerrada, sin hacer ruido, apartando el asunto de la atención de los ciudadanos europeos llamados a votar. ¿Se mencionó ese Tratado en los debates? Pues no. Ni la señora Valenciano ni el señor Arias Cañete han dicho ni pío al respecto, en lo que yo veo un caso muy feo de complicidad.
    Si ese Tratado prospera en los términos que se han filtrado, resulta que la legislación europea se acomodará a la norteamericana en diversos órdenes. Asistiríamos a la definitiva liquidación del sueño europeo, sacrificado al mismo Moloch que el sueño americano. Más desregulaciones. Libre circulación de sustancias que los sabios europeos consideran tóxicas y asalto final a la Europa del bienestar, tan molesta para la elite norteamericana como para los propios primates europeos.
    Cuando una empresa multinacional se vea incomodada por la legislación de un país europeo, acudirá a un misterioso tribunal supranacional, pudiendo exigir monstruosas indemnizaciones, sin que ese país pueda hacer otra cosa que pagar, sin que los de Bruselas hagan otra cosa que decir sí señor. 
    Contando con el maldito artículo 135 que los socialistas y los populares calzaron en nuestra Constitución, estaremos realmente atados de pies y manos.  Y es que esa gente no da puntada sin hilo. No hemos llegado a este punto por azar, ni por mala suerte. El Tratado vendrá a rematar la jugada, y si algún día tenemos una Constitución europea, o si se modifica la nuestra, a buen seguro que será a medida del infame documento. No es que la señora Merckel y la Troika sean incompetentes, incapaces de ver más allá de sus narices, no, no. Nos han conducido a este desfiladero con mano firme. Primero, el austericidio, el sometimiento de la gente, finalmente el Tratado, que será presentado como una oportunidad de oro, como la solución. Los interesados harían bien en preguntar a nuestros hermanos mexicanos acerca de ese tipo de negocios.
    Préstese atención, y se verá que todos los pasos que se han dado en España apuntan a la imposición del modelo neoliberal norteamericano, y cuando digo todos digo todos. ¿Que la gente sufre? "No me importa nada", como acaba de decirle el diputado popular García-Tizón a los padres de unos niños enfermos de cáncer. El "que se jodan" de la señora Fabra no fue una salida de tono ocasional. Ya llevamos mucho recorrido por este camino de perdición.  O nadie, y menos el rey y el príncipe, se atreverían a sumarse al rollo de la recuperación cuando la gente está  con el agua al cuello. Ya nos dijeron los genios de la fundación Everis que tenemos que pasar de "la sociedad de las personas a la sociedad de los talentos" [sic!], etcétera.
     Me opongo a esta Europa cuyo único horizonte es ese Tratado. Me opongo por razones filosóficas, por sentido común, por eso que antes se llamaba conciencia histórica, y también porque corro el peligro de acabar bajo un puente.  Si ese proyecto sigue adelante, será cuestión de tiempo que Madrid acabe como Detroit. Y no  quiero. Por eso iré a votar.

viernes, 16 de mayo de 2014

LOS “INDESEABLES” DE TWITTER

   El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, se propone “limpiar las redes sociales de indeseables”, tarea hercúlea donde las haya, al parecer no solo en adelante sino retroactivamente, a raíz de ciertas barbaridades  suscitadas por el asesinato de Isabel Carrasco. La cosa se las trae. ¿Se irá también contra los anónimos autores de los comentarios de cierto jaez vertidos al pie de los artículos informativos publicados en los diarios digitales? Ya hay un detenido por “apología de la violencia”,  un chico de 19 años, autor de unas líneas de gusto pésimo, lo que quizá sea el anuncio de una redada espectacular.
   La autoridad acaba de mezclar el asesinato con el yihadismo y el terrorismo, nada menos, como otros lo han relacionado con los escraches. Es una forma de hablar encaminada a la persecución de los “indeseables”. Se pretende aprovechar un crimen para reprimir la libre expresión de la gente en ese medio, con la idea de que se calle o que se corte un poco. Lo que no me parece admisible, por una cuestión de principios. La libertad de expresión es sagrada y punto. Así son las cosas en una sociedad abierta, y si a la autoridad le molesta que se fastidie, como nos fastidiamos todos al leer u oír asertos que nos repugnan, sin reclamar medidas a la china o a la turca.
    La iniciativa del ministro se inscribe en un contexto preciso, siendo obvio que aquí de lo que se trata es de amedrentar al personal con baterías de multas, e incluso con penas de cárcel, como acaban de comprobar dos manifestantes, un joven estudiante de medicina y un ama de casa. Estas cosas empiezan así, poco a poco, y van a más si la sociedad no atina a frenarlas. En relación al tema que nos ocupa, primero se va contra los que se han complacido en un crimen, aprovechando la repulsa general, y se acaba yendo contra quienes haga falta,  contra los opinantes molestos. Entre la censura y la autocensura, todos arrugados.
     A mí las barbaridades que he tenido ocasión de leer estos días me han dado un pesado material para la reflexión, material que debo precisamente a la libertad de expresión todavía existente en la red. Si así está el patio, prefiero saberlo. Y por cierto que no solo he leído barbaridades. Hay realmente de todo. Mucha gente se esfuerza por dar en el clavo, y esto vale, aunque se le tuerza. Además,  por la misma dinámica de la red, al burro no le suele faltar un contradictor, acabando todo en tablas.
     Las redes sociales se han convertido en un foro aparte, en el que gente que jamás se ha expresado públicamente por escrito, como el joven detenido, tiende a expresarse en plan válvula de escape. Los resultados, claro, producen vergüenza ajena. Pero me parece chusco que lo que pueda pensar un jovencito en la intimidad de su cuarto le interese más a la policía que a sus familiares, amigos y lectores de ocasión. Como me parece anómalo que se crea que reprimiéndolo se vayan enmendar sus malos pensamientos. En cuanto a la creencia de que así se puede impedir el contagio de estos, presupone la creencia de que la red los crea, cosa de la que dudo. ¡Y cómo han cambiado los tiempos! Los anónimos malignos llegaban antaño por correo, se deslizaban por debajo de la puerta, se emitían desde un teléfono público, hoy los manda un ingenuo que de anónimo no tiene más que su estado de ánimo.
      Debo añadir, para terminar, que me da mala espina cierto fenómeno: la tendencia a reclamar histéricamente la acción de la Justicia en casos de opinión. Una cosa es criticar a la autora de Cásate y sé sumisa, y otra distinta llevar el caso a los tribunales. Una cosa es que los feligreses se revuelvan contra un párroco que llamó “adúlteras” las mujeres, o que nos irrite lo dicho por el obispo Reig, capaz de decir que la homosexualidad conduce a la prostitución, y otra reclamar la acción de la Justicia. Como he dicho, la libertad de expresión es sagrada, también la del párroco y la del obispo, que ya se retratan por sí mismos, como el joven que acaba de ser detenido.  Claro que hablo como parte interesada. De seguir las cosas así, los escritores tendremos forzosamente que volver a escribir entre líneas, como en los viejos tiempos, y llegará a considerarse un insensato el escritor que no se saque un seguro, como los arquitectos, para hacer frente a las consecuencias de un “accidente”.

viernes, 2 de mayo de 2014

IRENE LOZANO, DEMANDADA

     Hace unos días leí que el hijo de José María Aznar se había querellado contra Irene Lozano, la escritora y diputada de UPyD, a la que pedía nada menos que 50.000 euros por una frase de su certero artículo “Blesaleaks”, publicado en El Confidencial, que el demandante considera lesiva para su honor. 
     Creí que la cosa acabaría en nada, pero hoy leo, estupefacto, que el mecanismo de la justicia sigue adelante, en este caso velozmente (http://www.elconfidencial.com/espana/2014-05-02/el-fiscal-defiende-a-aznar-jr-y-pide-25-000-euros-de-condena-para-la-diputada-de-upyd_124290/). Así pues, de un lado tenemos a una escritora de primera magnitud y, por el otro, a un señor de quien solo conozco dos apariciones estelares, un mail destemplado y esta arremetida. ¡Vaya espectáculo!
    El fiscal ha rebajado la reparación a la mitad, pero estamos hablando de 25.000 euros. Mejor no pensar en cuántos artículos de periódico hay que escribir para reunir esa cantidad. ¡Y todo por solo diecisiete palabras!

    ¡Y como si esas diecisiete palabras, que por elemental prudencia no copio, hubieran aparecido en negro sobre blanco por puro capricho de la demandada, para insultar y no para ilustrar! Es un caso digno de ser seguido. ¿Acaso no se puede opinar sobre unos muy reveladores correos intercambiados entre Aznar jr. y Blesa, unos correos que son del dominio público, sobre los que se ha hablado en taxis y bares? ¿Se le ocurre a alguien alguna cosa linda que se pueda escribir sobre ellos? ¿Qué diablos está pasando en este país?

SINVERGÜENZAS, S. A.

     Thomas Piketti ha saltado a la fama con su libro El capital del siglo XXI, en el que queda bien claro que los Estados Unidos ya han regresado al siglo XIX a juzgar por el grado inconcebible y creciente de desigualdad  social; el famoso 1% se queda con la parte del león, que es de lo que se trataba.
     En Europa vamos con cierto atraso, en la misma dirección, en España acelerando. Nuestros primates y oligarcas se frotan las manos, encantados, sin que nadie les estorbe su genial alineamiento con el movimiento de sus pares europeos y norteamericanos.
     Si esta revolución de los muy ricos ha sido dañina para la salud de las democracias asentadas, para la nuestra es potencialmente letal. Nótese la creciente desafección que inspiran la Monarquía y la clase política. En Estados Unidos la revolución de los muy ricos se llevó a cabo por etapas, dosificando palos y zanahorias, aquí quemando etapas y solo a palos. No es sorprendente, por lo tanto, esa desafección, ni tampoco que se oigan tantas voces que aseguran que la Transición misma fue un fraude encaminado a este odioso resultado.
    ¿Hay algún margen para la esperanza? ¡Ya lo quisiera yo! Me amarga pensar que el buen rollo, conseguido a pesar de los pesares, se vaya al diablo, me da náuseas que los esfuerzos realizados por este país para mejorar la cohesión social se vayan por el sumidero de la historia, me espanta lo que veo venir.
    ¿Cuál ha sido la respuesta del poder a las protestas ciudadanas, legítimas, sostenidas y multitudinarias? Ay, amigos, no ha habido respuesta alguna. Silencio total, porque lo que se trae entre manos no se puede decir de puro sucio que es. Eso sí, el poder se relame  de gusto a la vista de todos, terne en su irresponsabilidad, como si estuviéramos ya en el siglo XIX y fuéramos aquellos “ciudadanos de alpargatas” a los que “los amigos políticos” no respetaban en absoluto. Ya tenemos, como los españoles del XIX, nuestro “turno”,  un formalismo conducente, a corto o a medio plazo, a una catástrofe, como nuestra propia historia nos ha dejado bien claro. A lo más que llega el poder establecido es irritarnos con sus supuestos éxitos, voceados a los cuatro vientos, como eso de que la crisis ha quedado atrás, una falsedad electoralista que hará historia. La clase dominante a recaído en el egoísmo cutre y descabellado que tanto dolor le ha costado a este país. No tiene perdón, ni veo de qué manera podría ganárselo.

viernes, 11 de abril de 2014

ESPERANZA AGUIRRE, PERSEGUIDA

   El  paleontólogo ve una mandíbula y visualiza el entero dinosaurio, el médico oye una tosecilla y ya sabe de qué va… La actuación de Esperanza Aguirre a raíz de lo que empezó por una venial infracción de tráfico no delata una simple aguirritis  sino el completo síndrome del aristócrata al antiguo modo, también conocido como síndrome del cacique, o síndrome del pez gordo.
    Hace tiempo, las clases privilegiadas, muy crecidas por el éxito de su revolución, se quitaron de encima los requerimientos elementales del respeto por el prójimo y, de paso, los requerimientos de la prudencia en el trato con el personal de las clases subalternas. Regresaron al estado de inocencia. Fin del igualitarismo. Ningún temor respecto a los que están por debajo, olvido de la historia. Desenvoltura, cierta campechanía (bronquita y multita) de la que más vale no fiarse.
    De cualquiera que hubiese actuado como Esperanza Aguirre habríamos pensado que venía mamado o hasta arriba de coca. Pero todo se explica por el síndrome: complejo de superioridad, ausencia de límites, nulo sentido de la justicia, prodigioso hinchamiento del ego. Se puede esperar cualquier cosa loca, cualquier palabro rapidísimo y viperino (de modo que ya estamos hablando de retención ilegal y de machismo).
    En los viejos tiempos, el afectado decía a modo de presentación, sacando fiera mandíbula: “Usted no sabe con quién está hablando”. Ahora, gracias a la televisión, el sujeto explica que se ve irritado porque la tienen tomada con él por ser famoso.
     El “que se jodan” de la señora Fabra tiene el mismo sustrato morboso. Como la reciente salida de un primate provincial que se pronuncia a favor de que el obrero despedido indemnice a la empresa… Y yo la verdad es que veo operando al síndrome en la listeza de la “recuperación” y en tremenda callada por respuesta que ha dado el gobierno a la multitudinaria manifestación del 22-M. La cosa se las trae: al final el síndrome, tan odioso, contribuirá a devolver la conciencia de clase a los que hayan cometido el descuido de perderla…

viernes, 28 de marzo de 2014

SOBRE ADOLFO SUÁREZ


   Aguantando la cola y el frío, miles de españoles rindieron el último adiós al artífice de la Transición, mientras la clase política juntaba filas, por una vez, para despedirle con todos los honores. Hasta los personajes que le segaron la hierba bajo los pies le rindieron tributo, con grandes elogios a tono con unas honras fúnebres dignas del siglo XIX.
      Por contraposición, he oído decir por ahí que Suárez fue una especie de príncipe Salina, un títere de la oligarquía, el Cagliostro que se las arregló para urdir una Transición trucada. El hecho de que viniese del Movimiento lo dice todo, me razonaron. ¡Como si el cargo de maquinista de la Transición hubiera podido recaer en Santiago Carrillo!  Nos guste o no, la apertura del Régimen franquista debía ser hecha desde dentro: aunque históricamente quemado, conservaba el poder armado y contaba con un formidable aparato represivo.
      El rey eligió a Suárez porque era un hombre del Movimiento, un joven ambicioso, hecho a medrar dentro de lo que hay. Y lo que había era precisamente el Movimiento, un organismo sólidamente implantado y organizado. La juventud, el carisma personal, ausencia de antecedentes democráticos, la falta de proyecto propio, la impecable hoja de servicios al Régimen,  todo esto le permitió a Suárez llegar a la cima, como el hecho de venir de abajo y de debérselo todo. La Transición sería vista como un proyecto de la Corona. Este efecto visual no se habría podido conseguir si el elegido hubiera sido, por ejemplo, Manuel Fraga, a quien don Juan Carlos sabía inmanejable tanto por su carácter como por su edad y su sólida preparación intelectual.
     Suárez empezó, pues, como un mandado. Pero sucedió algo imprevisto: en cuanto se supo presidente electo por los españoles mismos, y no por designación real, se creció, en parte, supongamos, por ambición, pero en parte, no cabe discutirlo, por tener una idea precisa de la autoridad que se le confería y, desde luego, de lo que la elección tenía de moralmente comprometedora para él. Era listo y había aprendido sobre la marcha lo principal.
    Alfonso Osorio se llevó las manos a la cabeza cuando Suárez le hizo saber que, en definitiva, era un socialdemócrata. Osorio, un monárquico conservador, nos explica en sus memorias que, a partir de ese momento, se alejó de Suárez como de un apestado. Y este se comportó, en efecto, como un socialdemócrata, con Carmen Díez de Rivera, procedente del grupo de Dionisio Ridruejo, como consejera. Precisamente Ridruejo había dejado dicho que los falangistas de buena voluntad podrían integrarse en un sistema democrático  adscribiéndose a un partido socialdemócrata como el suyo (la USDE) o a una variante de la democracia cristiana que estuviese comprometida con la doctrina social de la Iglesia.
     Suárez viró hacia las coordenadas de la socialdemocracia porque eso entraba dentro de lo posible. No es extraño, por lo tanto, que los responsables de la política económica que eligió fueran de esa tendencia. Y tampoco es sorprendente que, a pesar de la calamitosa herencia económica que le había dejado el régimen franquista, intentase llevar adelante un proceso de redistribución de la riqueza, como en su momento hubo de reconocer el profesor Fuentes Quintana.
     Se suele olvidar que, a diferencia de sus sucesores, Suárez hizo lo posible por mantener a raya a los banqueros. Respaldado por sus votantes, se atrevió a eso y a mucho más. Irritó a los ricos, obligándoles a pagar impuestos. Irritó a la Iglesia respaldado la ley de divorcio de su ministro de Justicia, Francisco Fernández Ordóñez, otro socialdemócrata, y también irritó al Ejército, cuya porción más veterana vivía cada paso hacia adelante como una provocación. Y también irritó gravemente a los socialistas, temerosos de que invadiera su espacio político con su pulsión socialdemócrata.
     Su política exterior puso de los nervios a la derecha atlántica y a Israel. Suárez daba muestras de simpatía por los no alineados; de hecho, recibió en Madrid a Yasir Arafat, siendo el primer gobernante occidental en atreverse a invitarlo. Se opuso al ingreso de España en la OTAN. Como en su adscripción a la socialdemocracia, podemos ver en estas tomas de posición los rescoldos de su formación como hombre del Movimiento. Pues como hombre del Movimiento, con el correspondiente trasfondo falangista, consideraba obvio que estaba obligado a defender, por encima de todo, los intereses económicos de la sociedad y la dignidad de España en la escena internacional.
      Todos sabemos lo que de retórica tuvo el anticapitalismo del Régimen y cualquiera puede constatar la poquedad del Estado social que  nos dejó, pero, atención, a juzgar por lo que hoy se lleva, ese Estado ya no parece tan poca cosa. Además,  la lucidez histórica sale perdiendo si uno ignora el peculiar entramado ideológico del Movimiento, si pasa por alto sus valores de referencia, si los descarta desdeñosamente como simple maquillaje o mera autojustificación.
      Porque en esos valores se educó mucha gente, tomándoselos en serio. Véase el caso de Suárez. Se transformó en un demócrata, renunciando a una parte de sus principios originales, pero conservando los que consideraba válidos. De modo que habría sido imposible para él gobernar al servicio de una oligarquía nacional y transnacional. Y precisamente por eso fue atacado desde todos lados y finalmente derribado, no sólo por la inquina de los militares. Hacía falta un hombre más flexible…
    Si es significativo es que Suárez, abandonado por los barones, crease un partido nuevo y propio, el Centro Democrático y Social, claramente socialdemócrata y moderadamente progresista, también lo es que el establishment le diese la espalda, negándole el pan y la sal (recuérdese el dineral que este se gastó en la operación Roca). Suárez se quedó sin sponsors, obligado a seguir en condiciones sumamente precarias.  
    El hundimiento político de Suárez coincidió, y no es casual, con la transformación del entero panorama mundial con la galopada del movimiento neoliberal, al que fueron a sumarse todos sus detractores con mayor o menor complacencia, tanto los de derechas como los de izquierda, ya encandilados con las señora Thatcher y el señor Reagan. La revolución de los muy ricos, en curso desde entonces, era incompatible con la sensibilidad humana y política de Adolfo Suárez, lo que a mi juicio le honra.

martes, 11 de marzo de 2014

EL 11-M Y EL PRECIO DE LA MERCADOTECNIA ELECTORAL



    Hace diez años tuvo lugar en Madrid un atroz atentado terrorista, imposible de olvidar, como  tampoco se puede olvidar lo que ocurrió a continuación, un síntoma de que algo malo ocurre en este país, algo que nada tiene que ver con la sabiduría,  el autodominio y la solidaridad de la gente, que  estuvo a la altura de las circunstancias en aquellos momentos terribles.  
    Resulta que había elecciones a la vista, y que el partido gobernante, de suyo preocupado por las encuestas, tomó la decisión de atribuir el atentado a ETA, esto sobre la marcha, pisando el acelerador a fondo. En términos de pura mercadotecnia electoral, la cosa estaba clara: si la gente creía que el atentado era obra de ETA, juntaría filas alrededor del gobierno; si lo atribuía a una célula yihadista, se volvería contra él, por habernos metido en la guerra de Irak.  Y he aquí que el gobierno tomó la decisión de jugárselo todo a la carta de ETA, esto a sabiendas de que los datos –ya los primeros datos–  apuntaban clara e indubitablemente a una autoría  yihadista.
     El resto, las presiones,  las mentiras, los infundios, la intoxicación, fue la consecuencia de ese cálculo electoral. Así se nos mostró una forma de hacer política que desprecia a la vez la verdad y el bien común. No es extraño que el PP perdiese las elecciones. Lo extraño es que consumiese toda una legislatura en ese rollo infernal.
    Una y otra vez el PP volvió a lo mismo, sin ejercer el papel de una leal oposición, ensuciándolo todo, como si los verdaderos problemas del país le trajeran sin cuidado, como si fuese decente atizar los bajos instintos de la gente. Hasta  echó la culpa a Zapatero de haber movido hilos.
    Llega uno a pensar que, en algún despacho de Génova toma asiento una especie de doctor Goebbels, un Karl Rove, un individuo sin escrúpulos, un jugador de ventaja, siendo inútil buscar eso que antes se llamaba un hombre de Estado. 
       Mi impresión:   todo lo que el PP dice con rostro basáltico  sobre temas tan graves como el empleo, la sanidad, la educación y el aborto, ha pasado por el laboratorio de dicho émulo de Goebbels. Y también lo de Bárcenas, el innombrable, lo del desafío catalán, lo del final de ETA. Y  ahora lo de que hemos dejado atrás el cabo de Hornos…
    Como estamos ante un genio de mentira y de la prestidigitación, ante un técnico, ahora lo interesante será ver si sus manipulaciones del hombre medio al que se dirige, un sujeto estadísticamente definido, le siguen funcionando, cosa que, desgraciadamente, siendo trágico para el país, entra dentro de lo posible. No creo que haga falta añadir que se trata de un experimento inmoral, letal para nuestra democracia.

jueves, 27 de febrero de 2014

DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN


   Según el presidente Rajoy esto marcha y hemos dejado atrás la recesión, hemos vuelto a la senda del crecimiento y la creación de empleo. La noche quedó atrás, etc. La oposición trató, esforzadamente, de devolverlo a la realidad, y él se reafirmó en lo dicho bien agarrado a sus  chuletas y sin que le temblara la voz, terne en su costumbre de eludir todos los temas que nos preocupan. Sin inmutarse al recibir en pleno rostro tal o cual mentís, repitió hasta la saciedad  los mismos mensajes con un estudiado aire de superioridad, tratando en todo momento de sacar partido de la supuesta ventaja  del optimista desenvuelto frente al desdeñable pesimista crónico. Por no ser Rubalcaba “la alegría de la huerta”, él se elevaba. He aquí, pues un estadista de primera, firme, seguro de sí, contento de haber triunfado donde Zapatero fracasó completamente, esto para mayor soterramiento de Rubalcaba.
    Como vemos, Rajoy y el PP juegan fuerte, tan fuerte que son capaces de jugarse hasta la camiseta a cara o cruz. Hay que tener valor para fiarlo todo a la “recuperación”, a los voceados “brotes verdes”. Claro que Rajoy y el PP dan por seguro que no serán abandonados a su suerte por las altas instancias económicas a las que sirven, que ya se ocuparán de echar tierra sobre  los problemas, para que no les estallen en la cara en plena recta electoral. Creen, desde luego, que es posible presentar como recuperación lo que no lo es. Y esto quiere decir que creen que los  españoles pueden ser anestesiados  y mareados con bonitas cifras macroeconómicas, como si los chanchullos realizados en otros países se pudieran copiar aquí y ahora sin horribles consecuencias.
    En todo caso, para comprender el discurso de Rajoy y la actitud del PP hay que recordar que en la trastienda del movimiento neoliberal es de rigor usar todos los recursos de la mercadotecnia, en plan Karl Rove, para crear  realidades a medida, siendo la verdad una referencia completamente prescindible. Es una cuestión de escuela, del abecé de una escuela.
    Pérez Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa Díez, por ejemplo, buscan la aprobación de los oyentes con apelaciones a las verdades de uso común, con la certeza de que  compartimos una determinada realidad social y una determinada sensibilidad moral. Rajoy pertenece, como digo, a otra escuela, donde lo que se lleva es crear realidades, en plan sofístico, sin  ningún rubor, donde no se lleva responder a ninguna pregunta sino aprovechar cualquier pregunta para repetir el mismo mensaje interesado, venga o no a cuento.
    Si tenemos en cuenta los usos de esa escuela, capaz de venderle a la humanidad la trola del neoliberalismo económico, capaz de mentir hasta que medio mundo aceptase la guerra de Irak, por ejemplo, comprenderemos mejor la naturaleza del rollo que nos ha soltado el presidente del gobierno.
    Nótese que no se dirigió a los oyentes que se sentaban en el hemiciclo, sino  a un hipotético oyente medio, representado invariablemente por los técnicos como un perfecto idiota que no merece el menor respeto. Se parte siempre del principio de que dicho idiota es más importante, en términos electorales, que el no idiota. No es que Rajoy no sepa que eludir temas capitales, simplificar las cosas, mezclar verdades con mentiras y todo eso resulta irritante para cualquier oyente con dos dedos de frente. Es que tiene asumido que no hay que preocuparse por ello, por ser lo único importante llegar a la masa, a las “muchedumbres desconcertadas”, como las llamaban Kennan.
    Si esa forma torticera y sofística de hacer política ha hecho muchísimo daño a la democracia norteamericana, imagínese el daño que le está haciendo a la nuestra, mucho menos rodada. No hay forma humana de entenderse, ni de ver los problemas, y menos de solucionarlos. En el fondo, no hay la menor intención de compartir democráticamente las tareas de Estado, hay puro despotismo, cada vez menos disimulado, puro elitismo, el elitismo de quien se siente en disposición de engañar sin ningún miedo a las consecuencias.
     Se decía antes que a un pueblo se le puede mentir, pero que no se le puede mentir sostenidamente. Esto ya pasó de moda, pues la idea es que se puede mentir de manera continuada. El gobernante de la escuela neoliberal se siente tan fuerte que es capaz de arrostrar sin inmutarse el fuego cruzado de quienes analizan y ponen en claro sus mentiras y sus contradicciones.  Sí, el cuenta con los avezados observadores que lo tienen calado, y le dan igual, como le trae al pairo que las mejores cabezas del país no puedan hacer otra cosa que perder el tiempo en desciframiento de lo que él les suelta,  una forma de darles carnaza y de no permitirles concentrarse en lo que de verdad nos importa,  las soluciones. Es inevitable recordar al genio de la mercadotecnia política que les dijo a unos periodistas: “nosotros creamos la realidad, ustedes van detrás, tratando de entenderla”. Pues eso, ahora más que brotes verdes, un vergel. ¡Cuánto cinismo!

martes, 18 de febrero de 2014

LAS ELECCIONES Y LA IZQUIERDA


Se nos echan encima las elecciones europeas y luego vienen otras, trascendentales. Se nos ofrece una oportunidad de pasar de la indignación a la acción positiva. Hay que poner en su sitio a “los señores de Bruselas”; hay que cortar la gruesa trenza de intereses que amenaza con estrangularnos. ¿Vamos ha dejar a Europa,  como cosa perdida y asquerosa, en manos de esos señores? Espero que no, pero me pregunto cuál es la manera más inteligente de proceder.
   Me alarma la dispersión de las fuerzas de la izquierda. No hay tiempo que perder: la Bestia neoliberal está a punto de arrastrarnos más allá del punto de no retorno. Por no mencionar el auge de figuras como Le Pen y Wilders, que llevan tiempo trabajándose a las clases perjudicadas.
    Sería el colmo que estos extremistas de derecha se llevaran el gato al agua, y el colmo también que con su sola presencia pongan las cosas de tal modo que los expertos de mercadotecnia lo tengan fácil para proyectar el espejismo de que los populares europeos  y los socialistas son  centristas serios y tranquilizadores… Europa necesita una poderosa fuerza de izquierda, y la necesita urgentemente. Porque es en Europa donde se tejen las políticas que luego se aplican como si hubieran caído del cielo.
     En España tenemos a los socialistas ya convertidos en un problema para la izquierda social: han hecho méritos como corresponsables  del infame y antidemocrático negocio que nos chupa la sangre. A diferencia de los populares, no están completamente a sus anchas en ese papel, pero lo han cumplido, para desesperación de miles de votantes otrora fieles. La tomadura de pelo no ha podido ser mayor y hasta hay gente que piensa que las medidas progresistas (ley del aborto, matrimonio homosexual) no han sido otra cosa que distracciones. A este extremo hemos llegado (“ni PSOE ni PP”). La evidencia de que los socialistas hicieron con desgana lo que los populares hacen con entusiasmo no atenúa la repulsión. Que los socialistas españoles pactaran a nuestras espaldas la prostitución de la Carta Magna con el artículo 135 fue el acabose.
    ¿Qué posibilidades tiene el PSOE de recuperar la confianza que ha dilapidado? No lo sé, pero pienso que su encastillamento en la creencia de que todo sigue igual obstaculiza la articulación de una alternativa eficaz. Ya está polemizando a derechas e izquierdas, con una mentalidad de pícaro, como si sólo él pudiera hacer lo que no hizo. Pienso que solo el surgimiento de una fuerza muy potente a su izquierda puede obligarle a renovarse y a hacer sus deberes, entre los cuales figura el de entenderse con sus afines teóricos, comprometiéndose a respaldar la eliminación del malhadado artículo 135.
    Tal y como están las cosas, llegará el tiempo de las coaliciones, y hay que cerrarle el paso a cualquier intentona de coalición formal o tácita de los socialistas con los populares, algo que sería nefasto para la democracia en España. Y esto solo lo podrá hacer una izquierda a la izquierda de los socialistas, capaz de darle el golpe de gracia a este turno tan lamentable como el de la Restauración.  
    En España los socialistas no están solos, pero lo que hay a su izquierda es demasiado complicado y desconcertante para el votante común.  Tenemos a los partidos que han hecho su travesía del desierto, las diversas evoluciones del  comunismo y el socialismo, como Izquierda Unida, y a los nuevos, desde Equo al Partido X, pasando por Izquierda Anticapitalista, todos ellos vinculados a fuerzas europeas. Pero el panorama es más complicado. ¿Monarquía o República? ¿Constitución de 1978 o no? ¿Qué hacer con el problema catalán? ¿Socialdemocracia o qué, anticapitalismo puro y duro?  ¿Unas gotas de pragmatismo o ninguna?
    Además, hay un magma novedoso, una continuación del movimiento de los indignados. Se habla de “empoderar”, de “transversalidad”, de la superación de la dialéctica derecha-izquierda, de trabajo en red; conviene meter el incómodo signo @, no sea que a uno le tomen por un machista; se ve con malos ojos a los líderes y no digamos a los más conocidos; se busca la pureza en lo asambleario, se sueña con una democracia como nunca hubo otra igual, con una gran confianza en la gente que me recuerda –no lo puedo remediar– la ingenua fe de mi generación en el pueblo y en la clase trabajadora. La palabra “partido” a veces suena tan mal como la palabra “liberalismo”, lo que es indicio de que las bases del sistema mismo no han sido comprendidas, lo que es tan fatídico para esta Monarquía constitucional como lo sería para una hipotética República. Algunos piensan que el sistema puede ser construido desde cero, lo que indica que muchos han pasado de la vieja fe supersticiosa en la historia a la ignorancia de la historia. No se ve ningún problema en el hecho de que tales o cuales se autodeterminen. Se da por descontado que la Constitución es pésima, la Monarquía un fósil y la República la solución.
     Todo esto es apasionante, pero lamento decir que poco prometedor de cara a las próximas elecciones. Conciliar los nuevos enfoques con los usos políticos tradicionales y formales, terreno en el que se librará la batalla, es una tarea que va para largo, y encima, mientras el PSOE sigue terne en su monarquismo, Izquierda Unida se reafirma en su republicanismo, una división que pagaremos todos, si no se remedia, en las elecciones venideras.
    Es irónico pero, cuando la crisis ha venido a revalorizar los planteamientos de la izquierda, esta no parece en condiciones de dar el do de pecho, si no por falta de vitalidad,  por dispersión. El problema es grave. De ahí que hayan surgido plataformas ad hoc, como Podemos y Convocatoria Cívica, para ver la mejor manera de resolverlo, tarea nada fácil si tenemos en cuenta las diferencias de fondo, la diversidad de las capillas, las reglas no escritas de una contienda electoral y la  dificultad de encontrar el necesario equilibrio entre las propias ideas y la sensibilidad de los votantes comunes y silvestres, a los que sería estúpido dejar atrás con una necia galopada intelectual por terrenos ignotos.
    Aquí no se trata de lograr un avance testimonial –que es lo que prometen hoy por hoy las encuestas– sino de mucho más. Sería, creo yo, una torpeza meter miedo en el cuerpo a los que ya se encuentran asustados. Hay que encontrar el equilibrio. Otra torpeza sería marear al electorado con siglas y con programas y declaraciones de intenciones más o menos semejantes y redundantes. Esto mientras el adversario vacía sobre nosotros su formidable arsenal de sofismas. ¡No quiero ni pensar en el resultado!
    Por mi parte, dejando a un lado las  cominerías y las urticarias, yo solo veo dos maneras de proceder, contando con lo que nos une, el superior propósito de pararle los pies a la Bestia Neoliberal y neoconservadora. Y las dos requieren buena voluntad.
1)    Poner todos los huevos en la cesta de Izquierda Unida, cuyo nombre indica claramente de qué se trata, y que ya cuenta con una variante, Izquierda Plural o  Izquierda Abierta   (por favor, aclárense) a medida de esta situación. Izquierda Unida ya existe, y está en la onda. Es una fuerza conocida, curtida y en situación de evolucionar, ya integrada en el Partido de la Izquierda Europea (PIE), un organismo prometedor. ¿Qué nos impide “empoderar” a Gaspar Llamazares y a Cayo Lara para que puedan actuar? Son dos políticos experimentados, precisamente lo que aquí hace falta, con la ventaja de que ya saben que la introversión no les llevará a ninguna parte. ¿Por qué no darles esta oportunidad, que se han ganado por su trayectoria? ¿Por una inquina a “los políticos”, por un rechazo mecánico del liderazgo, por amor a las caras nuevas, a los sujetos sin historia, para inflar el propio ego? Y hay otro motivo a favor de Izquierda Unida: cuenta con una organización, esto es, con algo que, no nos engañemos, no se improvisa por medio de Internet. Además, Izquierda Unida tiene entre sus filas a Alberto Garzón, que parece en condiciones de tender puentes entre los mayores y los más jóvenes.
2)      Dar vida a un Frente Amplio. Esto se hace de la siguiente manera: se crea una coalición electoral, los líderes de los distintos partidos se encierran a redactar un programa común, y adelante con los faroles. Recuérdese y estúdiese el caso del Frente Popular (1936). Unos líderes aparentemente irreconciliables, desde radicales a comunistas, acuciados por el empuje de la derecha, lograron pergeñar un programa común. Y el votante entendió  ­–Frente Popular, así de claro– y le dio la victoria aunque la propaganda fue misérrima, nada en comparación con la del otro lado, como ocurrirá ahora. Eso sí, estúdiese ese programa, y se verá que era moderado, sin asomo de lo que se entiende por extremismo, donde moderado no significa deshuesado. Y naturalmente, si se quiere hacer las cosas bien, con sentido de la realidad, habrá que hacer como entonces, aceptar la prioridad de Izquierda Unida –la que tiene un espacio ya ganado–, como entonces le fue concedida a Azaña y a Indalecio Prieto. Y además, no habría que cerrarle groseramente la puerta al PSOE (que decida él).
     Claro que lo que acabo de decir será tomado por estúpido si no se tiene en cuenta el embudo de la ley electoral, si se minimiza la potencia del bando contrario, si se toman a broma las limitaciones de la democracia de audiencia, si se confía en la lucidez del personal. La unión hace la fuerza, pero fue la derecha la que obró en consecuencia.

lunes, 17 de febrero de 2014

EL PROYECTO ANTI ABORTO DE RUIZ-GALLARDÓN


   Como se desprende de mi post precedente, es un proyecto de ley antiilustrado, absolutista y confesional. Me reafirmo en ello pese a las críticas recibidas, añadiendo, para que todo quede bien claro, que la ley de aborto aprobada en tiempos de Zapatero me parece la que corresponde a la época en que vivimos. Hasta me parece muy bien que ofrezca a las menores de edad la posibilidad de actuar sin consultar a los padres.
    Y si esta ley socialista me gusta, imagínese usted mi reacción al conocer la propuesta de Ruiz-Gallardón. ¡Menudo retroceso! Añadía en ese post, una evidencia insoslayable: no hay manera de que un abortista convenza a un antiabortista, y a la inversa tampoco, pues viven en mundos distintos, que es precisamente lo que tiene que tener en cuenta el legislador, absteniéndose de tomar partido. ¿Acaso obliga la ley de Zapatero a abortar? Pues no. ¿Cómo se atreve el PP a prohibir el aborto, obligando a no abortar a quienes desean hacerlo?
    No me apetece entrar el discusión con los antiabortistas, que hagan lo que les parezca mejor. Pero el problema es eso que llaman Ley de Protección de la Vida del Concebido y de la Mujer Embarazada, infumable desde tan grandielocuente, capcioso y sofístico título. Como tenemos un Concebido desde el momento de la fecundación, el aborto pasa a ser un crimen, crimen que, con todo, será autorizado en casos puntuales… de lo que presume Ruiz Gallardón, extremo que, comprensiblemente, irrita a los obispos.
    A partir de ese texto, todas las enmiendas que se introduzcan para “suavizarlo” serán criticadas por los antiabotistas militantes y conducirán a un pastiche  de lo más contradictorio, imposible de explicar en las escuelas. Doy por hecho lo que bien sabe el legislador, a saber, que las personas de pocos medios abortarán en cuchitriles y las otras se tomarán un avión, la mayoría solas por razones obvias.
     Por lo demás, se constata que el legislador, a quien considero capaz de confundir una bellota con un roble, que no distingue entre un embrión y un feto, se arroga el dominio del verbo proteger en lo que se refiere al Concebido. Y se me permitirá que le diga de frente que su idea de protección es como para salir corriendo.
    El ministro se ha declarado en situación de traer al mundo un hijo malformado. Está en su derecho, pero tal declaración no le autoriza a imponer sus ideas a los demás. ¿No sabe que hay madres que han abortado con dolor una criatura que venía mal, no por egoísmo sino por la criatura misma?  
    ¿Sabe realmente el señor ministro de qué habla? Cuando yo tenía doce años tuve la desgracia de que mis maestros me llevaran, con otros chicos, a visitar cierto Cotolengo de Don Orione, donde fui obligado, por considerarse instructivo, a familiarizarme en una especie de gallinero con unas deformes y babeantes criaturas imposibles de olvidar. Lejos de mí la idea de recomendarle esa experiencia, ni a él ni a nadie, porque tuve pesadillas y llegué yo solito a la conclusión de que el Creador no es ni justo ni bueno. Era en los tiempos anteriores a la amniocentesis y el ecógrafo…
   Y en  cuanto a los pomposos derechos de la mujer embarazada, casi mejor no hablar. Sale el ministro y dice que con su ley ninguna mujer irá a la cárcel por abortar. Lo considera un progreso, pero yo no: la mujer es desposeída simultáneamente del derecho de decidir y de toda responsabilidad, pasando de ser el sujeto de su vida, una persona responsable, a ser una menor de edad permanente, una niñita a la no se puede pedir cuentas por sus actos.  Para mejor intervenir desde fuera en su intimidad, lo primero era eso, negarle su autonomía moral.
    Pero, ay, todo el peso de la ley caerá sobre los ejecutores y cómplices del aborto. A efectos prácticos, esto quiere decir que la mujer embarazada que desee abortar se verá convertida en un ser apestado, en una persona sola, que no podrá recurrir a sus allegados si no quiere comprometerlos.
    La mujer no podrá contar con naturalidad ni con su esposo ni con su amante, tampoco con su madre ni con su padre, ni con un buen amigo, todos en peligro de ir directamente al talego. Si algo se hace, habrá de ser cuchicheando, cerrando puertas y ventanas. Y realmente no quiero ni pensar en el desfiladero moral y práctico en que se verán los médicos y el personal sanitario en general. De modo que me parece una ley aborrecible.
    Pero con ello no está todo dicho. En caso de violación parece que se podrá abortar si así lo decide la autoridad competente. Se piensa obviamente en aquellos casos en que una mujer puede quedar embarazada como consecuencia de un atropello brutal, en un sórdido callejón, por ejemplo. Pero, claro, con este inesperado grumo de sensatez, la ley deja insensatamente fuera del campo de visión la complejidad de la conducta humana, donde no siempre es tan fácil discernir matices de gran trascendencia. Hay actos sexuales que, sin suceder en un callejón, ni entre personas que no se conocen, no responden a una sencilla tipificación. La alcoba conyugal, por ejemplo, no es necesariamente un espacio de libertad y hasta puede ser una noche cualquiera tan fea como un callejón. ¿Qué se hace con estos casos? A la autoridad competente sólo le interesan las violaciones en el sentido estricto de la palabra. Quizá acabe viéndolas por todas partes. Pero lo tremendo es que, para  que “hagan algo”, la mujer tendrá que ser paseada con sus sentimientos y penurias, todo bien detallado, como si fuese un mono de feria, por diversas dependencias del Estado, mendigando ayuda, algo a lo que la ley de Zapatero, respetuosamente, no le obligaba. ¿Es normal que se exponga su vida sexual a semejante escrutinio público?
    Por último, quisiera resaltar tres cosas. Una, que en esta ley retrógrada reaparece una repulsiva voluntad de asociar la actividad sexual con la culpa, con el castigo, con el dolor. Está inspirada por la misma mentalidad perversa que se opuso al uso del éter para aliviar los dolores del parto. Dos, desprecia militantemente uno de los principales progresos de la conciencia humana, un logro que debemos a la psicología y a la pedagogía. Porque hoy sabemos que el satisfactorio desarrollo del ser humano tiene como punto de partida el hecho de haber sido deseado por sus padres. Si esto suena demasiado poético, escribámoslo así: el ser humano tiene derecho a iniciar su singladura sin la hipoteca de haber sido considerado un intruso, un ser no querido. Y las autoridades nada saben de eso. Solo los padres,  especialmente la mujer, saben. Y tres, que si esta ley aborrecible sigue adelante, vendrán otras de parecido jaez. Peligraría, por ejemplo, la píldora del día después, peligraría el matrimonio homosexual, etc., aunque solo fuera por razones de coherencia carca, y probablemente la libertad de expresión correría peligro, pues al final será delictivo razonar a favor del aborto, un “asesinato”, un”genocidio”…

miércoles, 12 de febrero de 2014

EL PARTIDO POPULAR, EL ABORTO Y NUESTRA CRUZ


     Como un solo  hombre votó  el PP que siga su curso la tramitación de la ley antiabortista del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, y como un solo hombre se aplaudió a sí mismo al alzarse con la victoria  en el Parlamento. Ha sido un triste espectáculo, tan memorable como el que nos avergonzó con motivo de la guerra de Irak. Las mayorías absolutas son desastrosas en este país, pues se suben a la cabeza de sus usuarios como un narcótico, lo que deja ver algo peor que la falta de praxis democrática: sale relucir una pulsión absolutista con los correspondientes tics y automatismos.  Esta es nuestra cruz, a la que no veo manera de acostumbrarme.
      Léase el texto de la “Ley de Protección de la vida del concebido”, óigase a Ruiz-Gallardón, sopórtese a sus corifeos, atiéndase a los loros y a los que se deciden a hablar, que llegan a equiparar el aborto hasta la fecha legal con un acto terrorista, y pocas dudas pueden quedar: los que se decían liberales y de centro son inequívocamente absolutistas de derechas. Resulta que no han entendido el porqué filosófico y político del liberalismo, lo que resultaría risible si no fuera trágico. Esto es lo que acaba de demostrarse a la luz del tema del aborto, de este anteproyecto de ley que, ni retocado y repintado, podrá esconder su filiación absolutista de signo confesional, con la correspondiente carga de machismo y de oscurantismo.
    El liberalismo obedece la necesidad de hacer posible la convivencia de personas que no comparten la misma religión y la mismas ideas, necesidad evidente a partir del punto y hora en que se reconoció la quiebra de la unidad religiosa y el carácter problemático de la verdad.  Por lo que se refiere al aborto, a nadie le puede sorprender que tenga partidarios y detractores, pues ello forma parte de lo que se entiende por una sociedad liberal, esto es, abierta y plural. Es más, ya sabemos, hasta el hartazgo, que un antiabortista jamás convencerá a un abortista, ni a la inversa. Viven en mundos distintos y, apercibido de ello, el legislador no puede tomar partido al modo de Ruiz-Gallardón. Porque al hacerlo está vulnerando el principio liberal, como lo vulneraría el abortista que se empeñase en imponer el aborto en tales o cuales casos.
     La verdad es que no se entiende muy bien por qué el PP nos ha arrastrado a este desfiladero. ¿Para halagar a su facción extremista? No está claro, porque no parece arrastrar a un número significativo de votantes? ¿Para satisfacer a los obispos? No está claro tampoco, porque ni siquiera aceptan el aborto en caso de violación, aunque esta la defina la autoridad competente y no la víctima. ¿Para ponerse en  sintonía con los neoconservadores norteamericanos? Podría ser, pero no parece posible que en la España de hoy se puedan encubrir los verdaderos problemas como se hace en la América profunda, donde se hace política, maníacamente, “en nombre del feto” (Harold Bloom). ¿Por aquello de ahora o nunca?  En cualquier caso, mal asunto, con la correspondiente llamada a la confrontación.